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Violencia de la igualdad. Tercera parte. Quiénes somos los seres humanos

por Rodrigo Velasco Ortiz
Artículo publicado el 27/06/2022

Tercera parte
Quiénes somos los seres humanos

Ver segunda parte
La vida como juego

 

La importancia de la respuesta a esta pregunta es radical para cada persona porque forma parte del sentido de la propia existencia. A sabiendas de los innumerables puntos desde los cuales mirar, yo he escogido la metáfora de la malla infinita hecha de cuerpos y fuerzas en tensión, cuyas intersecciones constituyen las realidades que aislamos mentalmente para formar subconjuntos de variada amplitud hasta llegar a los individuos y las cosas.

Desde mi perspectiva, el asunto de la identidad individual y colectiva tiene casi tantas respuestas como individuos, sociedades y culturas, por lo cual durante muchos años he ido ojeando y comparando algunas pocas síntesis elaboradas por científicos sociales, filósofos y pensadores de muchas tendencias y variadas orientaciones. Sin duda existen muchas otras que ignoro, obvia consecuencia de mis límites, pero he llegado a construir mi propia síntesis que ahora muestro con lo que he podido integrar a mi experiencia.

Orígenes
El origen de la humanidad está en la tierra, que a su vez está originada en el proceso de expansión de la materia. Me parecen razonables las teorías científicas más difundidas para tener una representación del mundo natural: una materia existente desde hace miles de millones de años que, luego de una gran explosión inicial y siguiendo una tendencia fundamental de atracciones y rechazos, calentamientos y enfriamientos, algunos elementos simples se han ido combinando para formar compuestos más o menos complejos que continúan combinándose entre sí para formar nuevos compuestos de complejidad creciente. En esa cadena de surgimientos y novedades, en un pequeño planeta de un pequeño sistema dentro de millones de sistemas mayores, se originaron moléculas, células, tejidos, plantas, animales y, dentro de estos, los seres humanos. Somos parte del conjunto que llamamos planeta tierra.

En relación con el entorno espaciotemporal, los seres humanos somos una pequeñísima parte de un universo en permanente cambio al que no le conocemos límites ni en el tiempo ni en el espacio. Los científicos nos dicen que el ciclo actual comenzó hace catorce mil millones de años con el gran estallido que llaman Big Bang e inició una expansión permanente y un enfriamiento paulatino que terminará en la oscuridad y el enfriamiento totales. Nada nos dicen de lo que pasó antes porque no tienen huellas para poder imaginárselo, ni mucho menos del futuro luego del enfriamiento. Pero esa es otra parte de la historia de la que los seres humanos no tendremos experiencia.

Como es tan difícil usar con éxito las cifras de miles de millones de años de la evolución para captar nuestro lugar en el tiempo, me pareció práctico copiar la comparación que algunos expertos de la página El Universo Cuántico publicaron al reducir en las fechas de un año calendario los catorce mil millones de años desde el Big Bang hasta nuestros días.

Así todo empieza el 1 de enero a las 00:00, momento en que ocurrió el Big Bang. Las primeras galaxias se formaron aproximadamente el 15 de enero, pero la Vía Láctea, nuestra galaxia, solo se formó entre marzo y mayo.

Nuestro Sistema Solar se produjo a finales de agosto-principios de septiembre. En este momento la nube de polvo que había en esta región colapsó, formando al Sol y dejando un disco de polvo que posteriormente, a mediados de septiembre, formó los planetas del Sistema Solar, incluida la Tierra.

A finales de septiembre-principios de octubre se produjeron las primeras formas de vida y para noviembre ya existían los primeros organismos multicelulares y células eucariotas. Diciembre incluye prácticamente toda la historia de los seres vivos de la Tierra, aunque los saltos evolutivos más importantes suceden en la segunda mitad del mes:

El 17 de diciembre aparecen los primeros invertebrados; el 18 comienza a existir plancton en los océanos; al día siguiente los primeros peces y vertebrados.

El 20 las plantas comenzaron a colonizar la tierra y el 21 aparecen los primeros insectos, comenzando la colonización de la tierra por los animales.

El 24 aparecen los dinosaurios que dominaron la Tierra durante 0,36 segundos. Dos días después, el 26 de diciembre, aparecen los mamíferos y un día más tarde pájaros y flores. Casi todo esto acabaría el 28-29 de diciembre, cuando se produjo la Extinción Masiva del Cretácico-Terciario.

Toda nuestra historia y la evolución  de nuestros antecesores se comprimen en el último día: Finalizando el día 30 o por la mañana del 31, aparecieron los primates; hacia las 9-10 de la noche, los antecesores del hombre se levantaron y comenzaron a caminar erguidos, uno de los saltos evolutivos más significativos de nuestra especie; para las 11 de la noche ya comenzaron a usar las primeras herramientas de piedra, gozando ya de una mano prensil como la que tenemos actualmente (nuestro otro gran salto evolutivo). A las 23:54 ya caminaban sobre la tierra los humanos, tal y como los conocemos.

En el último minuto, hacia las 23:59:20 aparecen los primeros rastros de agricultura; 25 segundos después se inventa la escritura, dando comienzo a la historia cinco segundos después y el primer año de la era cristiana seis segundos luego. En el último segundo, se agrupan todos los logros de la cultura moderna: desde el descubrimiento de América por los europeos (la invasión devastadora para los nativos), hasta la revolución francesa, las dos Guerras Mundiales, y la llegada del hombre a la Luna.

No llevamos absolutamente casi nada sobre la Tierra. En el espacio es aún más difícil captar nuestro diminuto lugar. En un universo en expansión, el extremo observable según los astrónomos está a 46.500 millones de años luz, cada uno de los cuales tiene la distancia que recorrería un cuerpo avanzando a la velocidad de 300.000 kilómetros por segundo, ¡durante un año! Imposible de imaginar.

Usando una metáfora sencilla, podríamos figurarnos que, en un planeta de la extensión de la tierra, toda la humanidad cabría en una diezmillonésima de milímetro cuadrado. Casi nada.

El salto de la creatividad
El último salto dado en esta evolución de los elementos materiales es inmenso, muy rápido y extraordinariamente fecundo, haciendo evidente una de las características más fuertes de los seres humanos, en la que desbordan con creces a todas las demás especies: somos creadores. En menos de cien mil años pasamos del lenguaje mímico y sonoro, común con otras especies animales, al lenguaje articulado. Y este lenguaje nos convirtió en seres simbólicos, personas para quienes importa más el significado de las cosas que las cosas mismas. Y la explosión creativa generó universos mucho más ricos que el universo material hasta ahora conocido.

Si comparamos el número de especies surgidas o procreadas en el planeta tierra (calculado por un grupo de científicos en ocho millones setecientos mil) es inferior a la suma de ideas, palabras, idiomas, razonamientos, preguntas, imágenes, respuestas, seres y relaciones surgidos en todas y cada una de las culturas, ciencias, artes, filosofías o religiones. Tan solo desde las matemáticas nos hemos inventado infinitos nombres de números, porque siempre habrá la posibilidad de dividirlos o multiplicarlos para obtener aún más. ¿Somos o no buenos creadores?

Las realidades creadas por los seres humanos son de dos tipos: Materiales, en forma de herramientas, instrumentos y construcciones para facilitar su vida cotidiana y Mentales, en forma de lenguaje articulado con el cual expresa narraciones para organizar su vida social, explicaciones y descripciones con las cuales inventa universos como ciencias, artes, religiones o filosofías. Es tal su capacidad transformadora que, al difundirlos suficientemente, estos relatos imaginarios se convierten en realidades autónomas a los ojos de quienes los creen, cuando solamente están en nuestro vocabulario y en nuestras mentes.

Una muestra del carácter imaginario de las historias que garantizan el orden social se hace evidente al cambiar de entorno y de época: Emperadores sagrados, dioses protectores, superioridades sociales, deberes y derechos, límites geográficos, profesiones dignas e indignas, grupos amigos y enemigos, propósito de la vida humana, papel de animales, plantas y personas… todo ello puede cambiar radicalmente según los momentos históricos y los lugares geográficos. Todo pasa. Sin embargo, vale la pena notar una condición muy particular de nuestras historias, porque cuando contamos una, tendemos a silenciar las otras, bien sea porque no nos interesan en el momento, las ignoramos o porque las consideramos falsas.

El surgimiento de la mente humana como producto del organismo más evolucionado que conocemos nos ha convertido en los seres más creativos de diversos mundos mentales, cuyas producciones sumadas denominamos las culturas, esos conjuntos articulados de creencias, valores, formas de actuar, objetos, construcciones, obras de arte, ciencias, religiones, etc.

Es tan fuerte el papel que desempeñan esos universos en nuestras vidas, que tendemos a pensar que existen fuera de nosotros, fuera de nuestra imaginación. Y si alguien se atreviera a cuestionar la realidad exterior de tales universos, lo tendríamos fácilmente por desquiciado. Pero no. Aunque parezca una locura, me parece lo más sensato constatar que vivimos en mundos imaginarios, sin que eso implique que no existan.

Para comenzar este razonamiento quiero hacer evidente que la persona más cercana a nosotros, nuestro yo, nuestra identidad, no existiría si no tuviéramos imágenes y recuerdos del pasado ni imágenes del presente. Si nadie tiene en su mente imágenes de nosotros, simplemente no existimos como personas sino solo como cuerpos. Un poco más lejos, ¿existirían los idiomas, las ciudades, los libros, las culturas, las ciencias, las religiones, los dioses, los aviones, las familias, los bancos, las naciones y todo lo que nosotros podemos pensar, si no hubiera la imaginación que los creó ni la imaginación que se los representa?

En ciertas épocas algunas mentes brillantes descubrieron que los espíritus, los ángeles y los dioses eran creación humana y avanzaron con paso seguro, desplazando su fe a la ciencia y a las experiencias vividas.  Pero no cayeron en cuenta de que también cada una de las ciencias y la casi totalidad de las experiencias necesitan ser interpretadas, pensadas, imaginadas para que tengan alguna significación en nuestras vidas: existen como esquemas o modelos de pensamiento y de acción, no como realidades externas a nosotros. ¿O acaso las matemáticas o la arquitectura existirían sin nadie que las imaginara? ¿Tendrían sentido un azadón o un computador si nadie pensara en qué son o para qué sirven? Me parece ahora evidente, contra toda la tradición realista, que la mayor parte de nuestras vidas son mundos imaginarios.

Para comprendernos dentro del conjunto de los demás seres vivos, además de nuestra potencialidad imaginativa, también sugiero utilizar tres dimensiones o puntos de vista desde los cuales mirarnos: como animales, como individuos pensantes y como miembros de grupos sociales. Cada una de estas dimensiones, biológica, simbólica y social, merecen un recorrido.

Dimensiones del ser humano
Combinando dos herramientas lógicas, el análisis y la síntesis, me parece esclarecedor mirarnos a través de tres dimensiones o perspectivas que habremos de integrar luego: la Dimensión Biológica en sus parecidos y diferencias con los mamíferos superiores (Cuerpo vivo), la Dimensión Simbólica o representacional, en sus características de vida interior (Lenguaje) y la Dimensión Social en su función formadora y condicionante de todas las actividades y expresiones humanas (Afectividad y Cultura). Estas tres dimensiones, cada una de ellas en su interdependencia compleja, facilitan una respuesta más detallada a la pregunta por quiénes somos.

No sobra insistir en que este modo de trabajar los conceptos asume como principio metodológico la articulación de unidad y diversidad, análisis y síntesis, simplicidad y complejidad, identidad y totalidad, experiencia y reflexión teórica, como puntos de vista complementarios e interdependientes. Ninguna de las tres dimensiones escogidas para explicar quiénes somos puede entenderse sin las relaciones de interdependencia con las otras dos.

Más allá de análisis parciales y supuestos contradictorios, busco la comprensión integrada del ser del hombre como realidad enredada, con muchas facetas, en un mundo también enmarañado. Una mirada que, como el ser humano, sea síntesis interpretativa y orientadora y supere una larga tradición que escinde al hombre en polaridades muchas veces irreconciliables: cuerpo y alma; animalidad y racionalidad; individualidad y sociabilidad; extensión y pensamiento; materia y espíritu.

Es preciso asumir una mirada integradora que utilice los análisis para construir síntesis, se acerque al detalle para luego ganar perspectiva con la distancia, mire las partes para considerar el todo humano en su inmensa complejidad, en permanentes tensiones que no necesariamente significan antinomias ni dicotomías incompatibles sino dinámica natural.

Para comprender lo que denominamos realidad humana desde la metáfora de la malla infinita, la miraré como un “nodo”, una de esas separaciones mentales que hacemos las personas, formado por fuerzas y materiales que llegan desde el exterior y lo constituyen, que interactúan internamente para producir fenómenos y materiales que luego se expresan al exterior.

Separar mentalmente al hombre del resto del universo implica compararlo con los seres que lo rodean para delimitarlo como “nodo” escogido. Este primer ejercicio de corte es relativamente fácil y ajeno a la arbitrariedad ya que, como lo afirma un antropólogo, “Nunca nos asalta la duda de si un ser es humano o no (…) el hombre forma realmente un auténtico género (…) tenemos razones para esperar que haya un objeto inequívoco para una antropología general.”

Dimensión biológica
 Dado que existe una continuidad aparentemente no interrumpida en todos los órdenes de la naturaleza (las formas superiores se desarrollan a partir de las inferiores) el ser humano tiene en común con los mamíferos muchos de sus órganos y funciones, pero con profundas diferencias.

Como los demás mamíferos, el ser humano recibe casi todas las fuerzas y elementos que llegan del entorno, pero es sensible a ellas de maneras muy particulares. Cada persona tiene una serie de sensores para recibir los efectos producidos por elementos y fuerzas como aire, agua, alimentos, gravedad, explosiones, luz, temperatura, humedad, lluvias, vientos, mareas, temblores, tormentas eléctricas, derrumbes y deslizamientos, así como la presencia de otras personas u otros seres vivos o inertes. Algunos sensores son menos finos o menos especializados que los de ciertos animales, pero su creatividad ha inventado sensores artificiales para captar longitudes de onda, olores o sabores que sus órganos sensoriales no captan. Sin embargo, como describo más adelante, la enorme diferencia con los demás animales está en su mente, en las ideas y sentimientos que ha aprendido de su entorno social y de su experiencia particular. La inmensa mayoría de fuerzas y elementos que reciben las personas del exterior está mediada por su medio social y cultural.

Si bien es cierto que algunos animales superiores responden a señales o signos sustitutivos   de   otras   realidades   físicas gracias a su memoria, es preciso distinguir los signos de los símbolos, estos últimos exclusivos del pensamiento humano. También algunos animales muestran conductas inteligentes, imaginativas y creativas, pero siempre referidas a situaciones del mundo corporal; solo la inteligencia, la imaginación y la creatividad humanas se desarrollan en el mundo simbólico.

El ser humano, morfológicamente considerado, es un caso excepcional entre los mamíferos: mientras los progresos de la naturaleza consisten en la especialización orgánica de sus especies, en la formación de adaptaciones naturales, cada vez más eficaces a determinados ambientes, el ser humano no está adaptado a ningún ambiente natural, carece de instintos y de órganos especializados y para poder sobrevivir requiere de protección completa en los primeros años de vida.

Esto hace que la discrepancia con otras especies no sea simplemente de grado en sus potencialidades sino de estructura: existe una manera particularmente humana de percibir, de moverse y sobre todo de orientar la propia conducta, distinta a la manera instintiva, sin ensayos previos y sin equivocaciones de los animales.

De manera semejante, existen notables diferencias entre las maneras como asumen el espacio y el tiempo los animales superiores, por un lado, y las culturas primitivas y las avanzadas, por otro. El tiempo del animal es orgánico, perceptivo, casi innato y ligado a la actividad funcional, mientras que el humano es ideacional, simbólico, aprendido en su entorno cultural durante una larga infancia y, en el caso de las civilizaciones avanzadas, se convierte en espacio geométrico con el cual se piensan mapas del entorno y del universo, dentro de un esquema que permite pasar de la astrología mítica a la astronomía.

Cada ser humano tiene un período desproporcionadamente largo de desarrollo, una prolongada etapa de desvalimiento del niño y una maduración sexual tardía, características biológicas que predisponen al aprendizaje y explican la expansión humana por todos los ambientes naturales, a pesar de su falta de herramientas naturales como órganos de ataque, defensa o huida especializados, agudeza sensorial o piel protectora. Biológicamente, el desarrollo del ser humano depende en enorme proporción de su experiencia como individuo y como grupo; de aquello que se apropie a lo largo de su vida individual y de aquello que la sociedad en la que vive se haya apropiado a lo largo de su historia.

En cierta manera podríamos decir que el ser humano nace, literalmente, para aprender y su vida se desarrolla mediante la permanente incorporación de nuevas maneras de ver, de sentir y de actuar en la modificación y ampliación del medio en el que vive, que a la postre significa modificación y ampliación de sí mismo.

Desde el punto de vista de las fuerzas que impulsan la conducta humana, están caracterizadas por su variabilidad, flexibilidad e imprevisibilidad en muchos casos, dado que dependen en enorme medida de los universos simbólicos en los cuales se desarrollan y adquieren sentido.

La plasticidad del ser humano se muestra también en sus motivaciones, síntesis de muchas uniones de impulsos, combinaciones de ideas y realidades mediadas por el lenguaje y por el trato con los demás hombres, fruto del juego ininterrumpido y silencioso de adaptaciones, mezclas, uniones y sugestiones.

Lejos está el hombre de la conducta instintiva de los animales, a pesar de que algunos biólogos, psicólogos y economistas hayan intentado describir “impulsos instintivos”.  Como aclara algún autor, solo podemos calificar como instintivo un comportamiento que participe de varias características: Innato (no modificado por el aprendizaje), Estereotipado (con pautas fijas en su forma y orden de ejecución), Compartido por toda la especie, Dependiente de estímulos externos desencadenantes, Continuo hasta su finalización, con mayor Complejidad que el simple reflejo mecánico y Orientado a la supervivencia.

Ningún comportamiento humano reúne todas estas características y es muy posible que la atribución de instintos (agresivos, sexuales o de cualquier otra índole) a los seres humanos obedezca a un mecanismo propio de la cultura, las denominadas “cadenas de acción‟, por las cuales las comunidades humanas establecen libretos de actuación para sus miembros con el fin de disminuir la incertidumbre y simplificar la interacción, haciendo previsibles las acciones ajenas.

Una comprensión más amplia del papel que juega lo biológico en la vida humana brota de su interacción con lo simbólico de la mente, expresado en estas situaciones concretas cuyo significado lo provee la cultura. Esto nos lleva al componente central de lo humano: Toda nuestra existencia está impregnada de símbolos, ideas, imágenes y teorías aprendidas y, en muchos casos, creadas o recreadas por nosotros mismos.

Dimensión simbólica del ser humano (Lenguaje)
Como lo mencioné al inicio, una de las características estructurales de lo humano es la capacidad creadora, el potencial para transformarlo todo y muy particularmente en aquellos ámbitos o situaciones en los que es más débil o menos dotado para la supervivencia que los otros seres. Toda construcción humana evidencia lo que algún autor denomina “Ley estructural‟, según la cual toda persona ha de transformar los condicionamientos que le impiden o dificultan vivir como desea.

Entre el sistema receptor y el efector, común a todos los seres orgánicos, en los humanos hay un sistema simbólico que se añade a su estructura biológica, constituido por el lenguaje, el mito, el arte, la religión, las costumbres y todos los mensajes recibidos del entorno social en el que hayamos vivido. No nos es posible relacionarnos directamente con las personas, los animales o las cosas con las que interactuamos: dependemos de los universos simbólicos aprendidos, eventualmente modificados por nuestra propia creatividad. Aunque nos cueste aceptar esta realidad, insisto en afirmar que la mayor parte de nuestro tiempo vivimos en mundos imaginarios.

El adulto común no es muy consciente de los procesos de simbolización por medio de los cuales se ha formado su experiencia. Con un mundo ya construido como resultado de ella, cree que es original, y procede ingenuamente sin percatarse de que la percepción inmediata del mundo es ya un producto de la actividad humana: supone que la percepción es pasiva, que su actividad se reduce a los actos cotidianos, que las cosas son monofacéticas, conocibles sólo por los órganos de los sentidos y los conceptos.

A espaldas de su conciencia, ha construido formas simbólicas, abreviadas y aliviadoras de la percepción, con las cuales se ahorra innumerables experiencias, simplificándolas. Por ejemplo, percibe el peso, dureza, blandura, humedad de las cosas, sin tener que tocarlas ni ejercer fuerza sobre ellas; puede proyectar acciones nunca realizadas porque posee una imaginación motriz muy desarrollada a partir de la experiencia, abreviada simbólicamente.

La no especialización de los sentidos y la carencia de instintos hacen de las personas seres abiertos a muchos mundos, sometidos a un exceso de información que el lenguaje se encarga de simplificar mediante la síntesis que unifica experiencias múltiples. El lenguaje separa el hecho concreto de la reacción total e inmediata propia del animal; crea distancia entre lo percibido y la reacción corporal. La vía de la imaginación es autónoma, muchas veces sin ningún efecto práctico inmediato.

El tiempo del animal es funcional y ligado a sus necesidades o deseos, mientras que el humano es simbólico, ideal y se transforma en ético (los profetas no sólo predicen, sino que prometen un mundo aún no existente). Algún autor hace notar la insensatez de la supuesta observación “objetiva” como ideal del conocimiento propuesto por el positivismo, dado que el espacio y el tiempo humanos son simbólicos, mediados por el lenguaje y por la capacidad de asumir una distinción imposible para el animal: lo real y lo posible, el ser y el deber, el presente y el futuro posible por la acción humana. Todas las utopías éticas y políticas, todas las propuestas morales y religiosas están basadas en tal distinción.

También podríamos analizar la relativa fijación del lenguaje de las sociedades primitivas a objetos o a ideas designadas (el nombre del dios ha de ser pronunciado siempre de la misma manera o la palabra invocatoria es inmodificable para que surta su efecto mágico) Sin embargo esto es solo aplicable a ciertos usos rituales; por el contrario, una característica de todo lenguaje humano es su modificabilidad, variabilidad y flexibilidad, según las circunstancias y las situaciones que determinan el sentido.

El ser humano desarrolla su capacidad de creador de mundos en doble movimiento, paradójicamente opuesto, como expresé anteriormente: en una dirección, marcada por la apertura y la creatividad, inventa teorías, formas de ver, lenguajes con vocabularios y gramáticas originales. Así construye las religiones, las disciplinas, las artes y las ciencias, entre otras producciones culturales. En la dirección opuesta, por pura economía de supervivencia, cierra su mirada y la dirige en unas pocas direcciones, clausurando la infinita posibilidad de interpretaciones del entorno y limitando su propia condición creadora.

Esta actitud de cierre, como lo hacen notar algunos autores, nos defiende da la inmensa apertura a universos e interpretaciones, una carga imposible de llevar por la superabundancia de estímulos no animales. Este peso lo alivia mediante recursos también mentales que simplifican las interpretaciones, bien sean puntos de vista tomados como verdades o también como costumbres y hábitos de acción que no encierran dudas.

Esta necesidad de supervivencia explica plenamente una tendencia mesurada de los seres humanos (en aparente contradicción con la apertura creativa hacia variados universos) a mantenerse en determinada perspectiva, aquella en la que se han sentido cómodos y en la que han desarrollado partes de su vida, rechazando y temiendo nuevas miradas, potencialmente desestabilizadoras: somos generalmente conservadores.

La acción humana, en cualquier esfera, tiene la necesidad imperiosa de abrir una puerta cerrando las demás; esto es, cada acción tiene sentido en un determinado contexto simbólico, dentro de un mundo, bien sea familiar, laboral, científico, religioso, artístico, filosófico, económico o de cualquier otra índole, cada uno de los cuales tiene su propio lenguaje y su propia gramática, a pesar de que la persona sea una sola y pretenda de alguna manera unificar todos sus mundos. Abrirse y Cerrarse a los mundos son disposiciones recurrentes y en continua tensión.

Pero, además de trascender el instante concreto de la experiencia, el lenguaje trasciende el yo individual para convertir la acción en algo conectado con los motivos y las ideas de otros. Por el lenguaje, necesariamente social, el individuo es simbólicamente parte de un grupo que existe más allá del espacio y el tiempo inmediatos, está vitalmente unido a una cultura de la cual es dependiente y dentro de la cual adquieren sentido las cosas.

El uso del lenguaje con el cual el ser humano logra que otros atiendan sus requerimientos es extrapolado en las ceremonias mágicas para alcanzar que la naturaleza proceda conforme a las necesidades humanas. La religión, solo aparentemente separada de la magia y de los mitos, eleva las decisiones morales de los individuos a la comunión con el universo. También los filósofos le dan sentido humano al mundo al explicar y asociar el “Arjé” o principio del universo con el “Logos” o razón: para muchos de ellos la clave del mundo no es material; es humana, es pensamiento.

El origen del lenguaje, cualquiera que sea su versión, no explica su esencia, que ha de buscarse en su estructura proposicional, más allá de su función emotiva. Todo parece indicar que la esencia del lenguaje es una capacidad simbólica para utilizar signos arbitrarios, desligados naturalmente de los fenómenos con los cuales fueron asociados.

En la medida en que el lenguaje expresa pensamiento uno podría inferir que lógica y gramática son de igual naturaleza, al menos en su estructura; sin embargo, esto no es tan sencillo, porque el pensamiento humano siempre está referido a su entorno social, del cual depende y al cual expresa, por lo que mucha de la lógica de cada gramática de alguna manera incluye la lógica de las relaciones sociales del grupo humano en el cual se desarrolla.

Paradójicamente, así como la religión promete unir a los seres humanos y de hecho los divide, muchas veces una antinomia semejante hace que las diferencias en las lenguas habladas conviertan al lenguaje, instrumento de comunicación, en uno de sus obstáculos. Si existiera alguna unidad universal en el lenguaje humano sería de orden funcional, no material.

Esto nos lleva a dos reflexiones: la primera, que lo universal del lenguaje humano es una especie de actitud teórica previa al pensamiento abstracto, por medio de la cual, desde los primeros contactos del niño con el lenguaje adulto se opera en él un verdadero cambio en su mundo interior, algo imposible en el animal, y la segunda, que ningún lenguaje es verdaderamente universal en cuanto siempre estará referido al mundo social en el cual se ha desarrollado. Esta limitación básica de todo lenguaje está anclada por una de las características de lo específicamente humano cual es la auto referencia.

Conocer un nuevo idioma es conocer el propio, por comparación, por cuanto cada uno hace sus clasificaciones (toda designación la supone) y asociaciones particulares (cada término se asocia a situaciones concretas, a los intereses desde los cuales se mira algo, como se evidencia, por ejemplo, en los numerosos nombres populares dados en las regiones de un mismo país como  Colombia a los órganos genitales o los más de 90 términos usados en árabe para denominar a dios) de suerte que realmente el lenguaje expresa el simbolismo de todo un mundo social particular. Las necesidades y condiciones de cada sociedad determinan el tipo de lenguaje que desarrolla y favorece.

Una de las dimensiones del lenguaje más interesantes es la que permite los juegos de cierre y apertura, de designación y connotación, de la información precisa (contenida en las palabras dichas) y al mismo tiempo el despliegue impreciso y vago de amplios mundos, no dichos sino apenas insinuados. En los lenguajes poético y metafórico se combinan plenamente estas dos funciones, que por una inveterada costumbre analítica occidental tendemos a separar y a excluir, cuando es preciso asumirlas en su compleja interrelación.

Cada persona está abierta a un número casi infinito de posibilidades por cuanto es ella quien crea las realidades que le dan sentido a su vida, bien sean realidades físicas y biológicas (logradas por la modificación de la naturaleza y la creación de herramientas como extensiones de su propio cuerpo); realidades psicológicas (configuraciones de representaciones y sentimientos que orientan su percepción y su acción) y realidades sociales (instituciones que configuran formas de ver y de sentir, de actuar y de relacionarse con los demás).

Este ser humano indeterminado biológicamente tiene que actuar, está compelido continuamente a decidir, a escoger una determinada forma de obrar, cosa que no podría hacer sin guía, sin criterio, sin norma, sin orientación. La apertura de la especie tiene que convertirse en clausura para el individuo.

Ser nodo de una red, por más libre que uno sea, jamás significará estar aislado ni independiente: Los fenómenos humanos más excelsos y abstractos encierran como parte de su constitución las dimensiones inferiores y concretas que los hacen viables. Los dioses, las virtudes, las verdades, las distintas formas de la belleza tienen, sin excepción, nexos precisos con las condiciones históricas en las que fueron creados. Esto porque toda instauración humana, toda producción, es una síntesis de los tres momentos de la sensibilidad: apertura a un mundo externo al sujeto, asimilación particular del mismo y expresión original, nueva o renovada, de lo que antes ya existía.

El dilema de la práctica – o si se prefiere, el ámbito de la libertad – trátese del terreno técnico, el moral o el político, consiste en que para actuar humanamente hay que detener la acción inmediata con el fin de considerar y sopesar las opciones, al menos las más notorias o evidentes, en su relación con los deseos de futuro más sólidos o significativos para quien actúa.

Para avanzar hay que detenerse en busca de algún criterio que oriente el ritmo y la dirección del propio movimiento. Y en el fondo permanece, como motor y disolvente a la vez, la incertidumbre de tener que actuar sin contar con la información suficiente, pues siempre serán posibles nuevas interpretaciones y nuevos datos, así como serán dables deseos y aspiraciones inéditos. Sabemos que no sabemos lo suficiente y pretendemos actuar sabiendo.

Para disminuir el efecto paralizante de la incertidumbre, el ser humano cultiva en sí mismo y en los otros la formación de cauces de acción en forma de hábitos que, en su conjunto, configuran el carácter. En eso consiste todo el proceso educativo y formativo: en hacer previsible para sí y para los demás el comportamiento futuro, según unos patrones considerados como los mejores por cada sociedad. Es posible asumir la tarea educativa, así como la vida toda, en un interesante juego en el que el esfuerzo se tiñe de placer.

Dimensión Social de los seres humanos (Afectividad y Cultura)
Existen dos grandes efectos de la vida social entre los seres humanos que nos constituyen como tales, con diferencias de lo que sucede con otros animales: la formación, en cada individuo, de los sentimientos relativos a sí mismo y hacia los demás congéneres (tema tradicionalmente explorado por la Psicología y la Filosofía Moral) y la formación de la Cultura como horizonte de significación (tradicionalmente estudiado por la Antropología y la Historia).

El primer proceso proviene de las relaciones directas del niño con quienes le rodean en sus primeros años de vida y el segundo se realiza de manera más amplia, inicialmente mediado por los parientes más cercanos y luego por todos los demás ambientes sociales en los que el sujeto va incursionando.

El hogar forma directamente el núcleo de la vida afectiva y las demás instituciones sociales, unas veces de manera directa y otras indirecta, el marco general del sentido de la vida humana, en una red que opera de manera semejante a la dada entre el medio ambiente, las especies y los individuos de una determinada biota: en la mayor parte del tiempo, con cierta preeminencia del conjunto que evoluciona lentamente, y en determinados momentos con pequeñas o grandes rupturas o saltos promovidos al inicio por individuos, si se trata de cambios internos, o por la llegada de elementos o condiciones externas que alteran las costumbres anteriores.

La formación de los sentimientos de aprecio hacia sí mismo, la conciencia de ser digno y la confianza en las propias capacidades para alcanzar los propósitos escogidos por el sujeto están íntimamente ligadas a la formación del aprecio hacia los demás, el respeto por la dignidad de todo ser humano y a la confianza en ellos, proceso que se desarrolla en el interior de la familia, cualquiera que sea la forma cultural que adopte. Grosso modo, son los fundamentos de la ulterior vida social sana (en oposición a la vida antisocial) y de la llamada buena vida o vida feliz (en oposición a la vida desgraciada).

El sentimiento básico que requiere idealmente la constitución de una familia es el de amor, entendido como la necesidad de estar cerca del otro, a quien no solo se acepta tal cual es, sino que se desea ver progresar. En palabras de Erich Fromm, el amor implica cuatro actividades de quien ama hacia el ser amado, trátese de uno mismo (inicio   y condición   de   cualquier otra forma) o de otras personas: Conocimiento, Respeto, Responsabilidad y Cuidado. En la familia, el amor es la emoción que sustenta las relaciones entre padres e hijos y entre los integrantes de la pareja y allí se recibe y se aprende a darlo a los demás.

Esta es una situación ideal; sin embargo, este aprendizaje no siempre se da adecuadamente en las familias, no solo porque la calidad de las relaciones que los adultos puedan propiciar depende de su propio aprendizaje y del camino recorrido en su historia personal, siempre limitado, sino porque el tipo de relación que se va construyendo entre la pareja de adultos que se han unido determina el clima en el que se desarrollarán las relaciones con los niños.

Todas las experiencias infantiles de maltrato, violencia, irrespeto o abandono van a incidir negativamente en las relaciones que se establezcan con los demás; por el contrario, quien aprende a ser aceptado y se siente querido por sus padres y hermanos, será capaz de aprender de ellos a aceptar a los demás y a expresarles sus sentimientos.

Los seres humanos tenemos un mecanismo natural para sobreponernos a las frustraciones y al dolor: el desahogo emocional, indispensable para nuestro bienestar anímico. Cuando un niño es herido en una situación angustiante o muy molesta para él y no puede expresar abiertamente la rabia, la impotencia y la frustración porque los adultos se lo impiden, se realiza una especie de congelamiento y fijación, el aprendizaje de la conducta odiada que se repetirá en situaciones semejantes a lo largo de la vida, hasta el punto de hacer creer a la persona “…Es que yo soy así”, lo cual no es cierto.

Desahogos emocionales hay muchos: llantos, bostezos, gritos, risas, movimientos rápidos de brazos o piernas, entre otros.  Pero para que funcione como curación de la herida sufrida se requieren dos condiciones: tener completa libertad para expresarlos y disponer la cercanía comprensiva de otra persona que lo facilite. Creo que todos recordamos la escena de algún niño pequeño que, peleando con otro, sale llorando en busca de su madre. Si ella lo abraza y lo deja llorar, muy rápidamente el llanto deja paso al suspiro y a la sonrisa y el niño puede volver a jugar con el que peleó, como si no hubiera pasado nada. Si, por el contrario, la madre lo regaña y no lo deja llorar, el niño guardará la herida y aprenderá a huir o a agredir al niño con el cual estaba riñendo.

De ahí la importancia de los modelos de persona puestos a consideración de los menores en los espacios de su formación, en el hogar, el jardín infantil, el vecindario, la escuela y el grupo de sus pares, sabiendo que, como en todo aprendizaje, las primeras imágenes y las primeras experiencias, de cualquier índole que sean, tienen el carácter de impronta sobre la cual se construyen las posteriores. El aprendizaje de las expresiones emocionales y de los valores sociales se realiza por imitación de los modelos más cercanos de manera compleja y, con mucha frecuencia contradictoria, como en el caso de los desahogos prohibidos.

Es muy importante considerar con atención este punto porque una parte de la educación occidental ha consistido en reprimir la expresión emocional, con el doble efecto negativo de dificultar claridad en las relaciones interpersonales y prohibir los desahogos. Y esa represión se proyecta en varios campos como la separación por géneros (desde un supuesto falso, hay emociones masculinas como la ira o el orgullo y femeninas como la tristeza o la ternura) o por edades y grados de educación (solo los niños y las mujeres las pueden expresar y jamás en forma de desahogo abierto)

Si bien toda cultura es más o menos excluyente, más o menos autoritaria, más o menos sexista, más o menos opresora de los débiles, en todas es posible alcanzar un cierto grado de madurez emocional cuando se ha disfrutado del auténtico afecto familiar en la primera infancia.

Paradójicamente y de forma recursiva, esa auto imagen primera será el marco desde el que se leerán las costumbres y normas culturales, las cuales a su vez constituyen el marco de valores dentro del cual se leen muchas de las actitudes de los padres y adultos. Qué sea humillante o qué sea enaltecedor, qué sea ridículo o digno de alabanza, dependen parcialmente de los valores sociales. Igualmente, una determinada situación puede ser percibida como corriente o como intolerable, según la madurez emocional de los sujetos que participan en ella, nacida de las relaciones con sus mayores.

Solamente  cuando ambos padres muestran  equilibrio en sus reacciones emocionales podrán brindar ternura, comprensión y afecto cuando sus hijos expresen sus sentimientos y emociones, bien sea de alegría, de rabia, de tristeza, de  placer o de dolor, y al mismo tiempo podrán hacer exigencias razonables, mostrar confianza en las capacidades crecientes de sus hijos y presionar para que asuman las consecuencias de sus actos, sin que necesariamente unas de estas manifestaciones sean propias de la madre y otras del padre.

Todas estas actitudes de los adultos son indispensables para que la identidad de los niños se forme de manera  armoniosa, con seguridad en sí mismos y una sólida  autoestima, sintiéndose queridos y al mismo tiempo admirados por sus capacidades en desarrollo, dándose cuenta de cuándo y por qué actúan de manera inconveniente, lo cual los hará capaces de enfrentar los problemas y frustraciones de la vida con la confianza requerida en sí mismos y en las demás personas, viviendo su vida como algo  positivo y reconociendo que  todos  los  seres  humanos,  ellos  incluidos, tendemos a actuar de manera inteligente, aunque muchas veces nos equivoquemos.

Pasando a otro tema, las formas culturales y las diferentes esferas de la vida social no son igualmente susceptibles de conformación. Los modelos difieren en su complejidad y en su especie: hay modelos sencillos que corresponden a formas explícitas de comportamiento en cuanto al vestido, la comida, los utensilios, el trabajo y cosas por el estilo, o mucho más complejos, subyacentes a la organización social, política y económica tales como el lenguaje, la religión, el derecho, la filosofía, la ciencia o el arte.

De cierta manera la cultura es el sustituto simbólico de la memoria genética, cuya función central es la de preservar la experiencia de la especie para facilitar su adaptación al entorno y favorecer la supervivencia. Así la cultura ocupa el papel de los instintos animales cuando induce respuestas automáticas frente a situaciones complejas, ante las cuales el individuo no puede estar considerando alternativas en cada momento.

Jugando con la paradoja, el ser humano es, “por naturaleza”, “cultural”. O dicho de mejor manera, todo lo humano está impregnado de cultura como expresión de la memoria colectiva, como síntesis de las formas exitosas de ver, sentir, imaginar y obrar de generaciones anteriores. También de manera semejante a los instintos, la cultura abre y cierra posibilidades, libera y encarcela.

La expresión más general y sólida de la tendencia humana a organizar y prever su vida la constituyen sin duda las llamadas instituciones sociales, entendidas como conjuntos articulados de creencias, objetos, prácticas y procedimientos que regulan las relaciones entre los miembros de una determinada sociedad con el fin de satisfacer alguna de sus necesidades.

Así por ejemplo, la reproducción biológica y cultural la atienden la familia y otras instituciones educativas; la producción y reparto de la riqueza las instituciones económicas; la seguridad existencial y física las instituciones religiosas, policivas y militares; la salud las instituciones de bienestar social, y un largo etcétera, con enormes variaciones en cada sociedad, hasta llegar a la más fuerte de todas, el estado, que mantiene el monopolio de la fuerza para el mantenimiento de todas las demás. Todas ellas, incluidos sus artefactos, espacios y ritos, ideas y valores, son producto de la interacción humana y constituyen la red simbólica en la que se configura el sentido de la vida de los miembros de una colectividad.

Los seres humanos somos interdependientes, no podemos vivir aislados; necesariamente tenemos que relacionarnos con los demás. Por eso, para satisfacer nuestras necesidades y deseos intelectuales, afectivos y corporales, aumentamos nuestras propias capacidades con las ajenas, bien sea por las buenas, mediante alianzas mutuamente benéficas, o por las malas, mediante el sometimiento opresor.

En el primer caso damos afecto, prestamos ayuda, hacemos halagos y promesas o simplemente damos dinero; pero en el segundo, ejercemos el poder con violencia física o moral, amenazando e imponiendo relatos opresores que los hagan sentir inferiores. Quiero detenerme en esta última herramienta de violencia, una de las más solapadas y tramposas.

Daños en el entorno y opresión social
Como lo mencioné en el apartado anterior, a lo largo de la historia los seres humanos hemos generado dos problemas crecientes, que nos tienen al borde del colapso. El daño irresponsable al entorno natural y la desigualdad insostenible de oportunidades entre las personas. En ambos casos la causa del mal ha sido la ceguera humana para reconocer muchas de las cualidades que tienen los demás seres y, una vez creyéndose superiores, el invento del supuesto derecho de dominación sobre los demás.

La idea de superioridad o inferioridad absolutas, de las personas sobre la naturaleza y de algunas personas sobre otras, niega la gran enseñanza del mundo natural que evidencia las diferencias como fuente de riqueza. Por lo que conocemos del pasado de la vida en la tierra, la diversificación daba lugar a cada una de sus formas sin que ninguna se impusiera como la mejor, ni mucho menos con poder para dominar a todas las demás. Sin embargo, nuestra especie ha roto el equilibrio natural y con ello ha desencadenado fuerzas tendientes a descuartizar la solidaridad humana e impedir la vida sobre el planeta.  No es razonable ni compatible con la experiencia la idea de superioridad total. Para comprendernos y comprender lo que nos rodea es preciso abrir nuestras mentes a múltiples perspectivas. Somos diferentes y somos iguales. No se trata de superiores e inferiores. Todo ser es superior a otros en algunos sentidos y al mismo tiempo inferior en otros en diferentes sentidos. No existe el ser superior a todos en todo sentido.

¿Cómo entender esta creencia errónea? Todo parece indicar que cuando algunos seres humanos evidenciaron algunas de sus diferencias con los animales y los demás seres de su entorno, al considerar algunas ventajas propias sin apreciar la diversidad, se creyeron completamente superiores y dueños de toda la naturaleza. Pero esos hombres no se percataron de que la mayor riqueza del entorno depende precisamente de la enorme multiplicidad de seres y que, en muchos sentidos, hay minerales, animales y plantas superiores a los seres humanos: ¿Las personas tenemos más fuerza que un elefante o un ciclón? ¿Más agilidad que el viento, un mono o una gacela? ¿Más resistencia que una roca o un camello? ¿Más belleza que ciertos amaneceres, colibríes o caballos? Realmente tenemos condiciones muy superiores a cualquier otro ser vivo para crear los contenidos de la cultura, pero, lo repito, ni somos superiores en todo ni somos dueños de la naturaleza; tan solo miembros de ella en coexistencia con otros muchos.

Esas personas no fueron capaces de comprender que todo, todo lo que eran ellos, había sido recibido de fuera, de otros seres y que, luego de una vida más o menos larga, más o menos corta, según la mirada, lo tendrían que devolver al mundo exterior. Durante su existencia, cada ser humano recibe aire y lo devuelve después de transformarlo y quedarse con una parte; recibe alimentos e igualmente los devuelve después de transformarlos y quedarse con una parte; recibe ideas, sentimientos, narraciones, enseñanzas de variado tipo, objetos para su uso, y también los devuelve después de transformarlos quedarse con una parte, mientras le llega la muerte, cuando devuelve todo su cuerpo que se disuelve en el entorno y sus recuerdos que van desapareciendo fundidos con los recuerdos de otras personas. Cada ser humano es fruto de lo que recibe y transforma, nunca es creación total de sí mismo.

A diferencia de otras especies, los seres humanos hemos invadido el planeta sin límites de ninguna clase, multiplicándonos sin control. Transcurrieron 1800 años desde el año 1 de nuestra era para pasar de 200 a 1000 millones de personas; pero luego, para aumentar otros mil millones bastaron 123 años (1927); luego solo 33 años (1960); luego 14 (1974); después 13 (1987); luego 12 (1999) y hoy, 21 años después, somos 7.700 millones de seres humanos. Alrededor de un 40% de la producción fotosintética primaria de los ecosistemas terrestres es usado por la especie humana cada año, fundamentalmente para comer, obtener madera y leña, etc. Es decir, la especie humana está próxima a consumir tanto como el conjunto de las otras especies.

Los efectos de esta equivocación se han hecho sentir en el entorno natural con preocupantes daños que al poner en peligro la vida en el planeta terminan amenazando también a los seres humanos, y en el entorno social, repartiendo de la manera más e injusta las oportunidades del desarrollo de las personas.

En la opresión sobre la naturaleza, los instrumentos más nefastos han sido de carácter técnico, herramientas de siembra, cultivo, cría y caza de seres vivos o de explotación y uso de minerales.

La desaparición de bosques en manos de explotadores madereros, dueños de ganaderías extensivas o cultivadores industrializados ha herido gravemente los pulmones de la tierra disminuyendo la producción de oxígeno. A esto se le suma la contaminación de CO2 que hace irrespirable el aire. Actualmente entre industrias, transporte y productores de electricidad se arrojan a la atmósfera anualmente más de 27 mil millones de metros cúbicos de CO2. No nos hemos percatado que la mayor parte de la polución del aire producida por la economía de los países ricos es disminuida parcialmente por las selvas de países más pobres. Si se tuviera conciencia de ello, todos, ricos y pobres ayudaríamos a proteger y conservar las selvas.

La producción de basuras plásticas es aterradora: se calcula que en 2014 ya había 3.500 millones de toneladas invadiendo los campos y creando verdaderos continentes en el mar, que obviamente acaban con flora y fauna. Tan solo entre 1970 y 2012 había desaparecido el 58% de las especias de plantas y peces marinos.

El calentamiento del planeta está causando verdaderas catástrofes, inundaciones, sequías, disminución de la capa de hielo en los polos y amenaza de la desaparición de muchas poblaciones situadas al nivel actual del mar.

En la opresión social, los instrumentos primitivos fueron la fuerza y las armas, pero con el tiempo los opresores inventaron herramientas mentales con las cuales dominar desde el interior a las personas.

Sentirse completamente superiores ha desatado todo tipo de usos y abusos con el entorno natural y luego, por el apetito de poder que se fue alimentado cada vez más con su ejercicio, algunos poderosos también se confundieron al sentirse superiores a otros seres humanos y fueron exacerbando las opresiones sociales, adueñándose de casi todas las oportunidades de desarrollo, hasta llegar a los desequilibrios extremos que hoy padecemos en lo ambiental y en lo social. Se sintieron superiores como individuos, como familias o incluso como pueblos, dando lugar a fenómenos corrientes y desafortunados como autoritarismo, sexismo, clasismo, racismo o nacionalismo. Todos estos fenómenos, desde una base precaria y parcializada, han hecho y continúan produciendo desequilibrios y males en el desarrollo social.

El fenómeno del imperio de unos pueblos sobre otros nos ha llevado a creer que hay seres humanos y culturas superiores a otras y tal falsa creencia ha tenido en el pasado el respaldo de científicos que atribuyen a la cultura el fenómeno de la evolución, ignorando que el 99.9 % de los 3.000 millones de nucleótidos no varía de una persona a otra.

No existe una jerarquía de progreso en la historia de la cultura, ni una escala de darwinismo social hacia el éxito. Lo que ha cambiado significativamente, y no por evolución en la que sobreviven los más fuertes, ha sido la creación de imaginarios culturales y la adaptación a las regiones a donde fueron viajando los grupos de personas en su expansión, iniciada hace 60.000 años desde el centro de África hacia el sur del Asia (50.000 años) Medio Oriente y luego Asia central (40.000 años) Europa (30.000 años) América (12.000 años) con la participación de unas 2.500 generaciones.

Unas pocas cifras nos muestran que hoy en día las diferencias de oportunidades para las personas son escandalosas y eran impensables hace sólo unas cuantas décadas. La riqueza del uno por ciento de la población más pudiente del mundo asciende a ciento diez billones de dólares y las 85 personas más ricas tienen un monto de ingresos igual a la mitad más pobre de la población. Hoy en día tan solo mil personas multimillonarias tienen más ingresos que dos mil millones de personas pobres.

En Colombia, en 2018, el 53 % de la población era miserable o marginada (ingresos familiares de menos de $1´172.000 pesos) y el siguiente 33 % apenas podía satisfacer sus necesidades vitales (ingresos familiares de entre $ 1´200.000 y $ 4´600.000 pesos). Existe un grupo intermedio, entre menos pobre y menos acomodado, de apenas el 10.5% de la población (ingresos familiares entre $4´600.000 y $7´800.000 pesos). Y de ahí en adelante, muy pocas familias, el 3.30% de la población, es acomodada o rica (ingresos mensuales entre $17´000.000 y $150´000.000) para seguir con las poquísimas personas más ricas del país, 0.199 % (con ingresos entre $ 152´000.000 y $ 328´000.000) y culminar con los 498 potentados, el 0, 001 % de la población, con ingresos de hasta $ 884´000.000 mensuales por familia.

Relatos que favorecen la opresión social
Una mirada desprejuiciada sobre lo que conocemos como historia de las sociedades devela este mal universal de opresión de unos pocos poderosos sobre las mayorías de cada una de las poblaciones; práctica de la inequidad social, justificada de innumerables maneras y escondida de otras tantas.  En ninguna de las versiones históricas que conozco he encontrado una sociedad en la que todos sus miembros tengan igualdad de derechos o de oportunidades.

Con mucha frecuencia, cada vez que alguien denuncia la inequidad sistemática en su sociedad es atacado como revolucionario, subversivo, rebelde peligroso o desquiciado. Y es tal la tendencia a la opresión, que cuando esos subversivos se llenan de valor, toman las armas y asumen el poder, se olvidan de la equidad predicada y continúan concentrando en sus manos el control que se comprometieron a repartir con justicia. No conozco ninguna sociedad equitativa, tan solo variantes en el grado y en la concentración del poder.

Es cierto que, para poder funcionar y mantener el orden necesario para convivir, todas las sociedades requieren de relatos y discursos incuestionables acerca del gobierno, de las leyes y el fundamento de las buenas costumbres, que son aceptados por todos o por la mayoría de sus integrantes. Sin embargo, quiero destacar ahora algunos relatos que esconden otro propósito diferente a la buena convivencia y es mantener en el poder a las personas o los grupos que lo tienen. Es una herramienta disimulada, eficaz y mucho más barata que la fuerza de las armas y otras instituciones sociales que los poderosos han creado para mantenerse.

Son universos imaginarios, historias sagradas, historias de liberación, discursos sobre derechos y deberes, dignidades, clases sociales, grados de cultura, grados y calificaciones de conocimientos y competencias. Una vez se generaliza cualquiera de tales invenciones, se convierte en realidad para los involucrados. Las armas de poder mental operan como esa pequeña cuerda con la que algunos domadores amaestran a los elefantes desde que están recién nacidos, logrando su cooperación.

Algunos de estos relatos son especialmente fuertes y los muestro en dos épocas históricas de nuestra cultura occidental: la antigua o tradicional, fuertemente influenciada por la religión judía, y la moderna, surgida de la revolución burguesa y cuna del capitalismo, fuertemente influenciada por ciertas teorías económicas.

Los primeros son de corte religioso, con un dios creador celestial y referidos al origen de la existencia del universo y del pueblo judío; los segundos, de estilo laico y un discurso supuestamente científico con un poder supremo, el mercado, al cual todos debemos someternos.

Ambos relatos cumplen su función de sostener y aumentar la supremacía de unos pocos sobre la mayoría de seres humanos, generalizan ideas y valores que son usados como fundamento del orden social y funcionan como venenos o adormecedores para que los sometidos acepten su papel secundario como algo natural e incambiable.

Así fue como cada grupo dominante en cada sociedad ha justificado su poder, enseñando la superioridad de todo lo suyo sobre lo de los demás: creencias; forma, tamaño y color de sus cuerpos; idioma, tradiciones, vestimenta, herramientas; todo su bagaje biológico y cultural. Y los oprimidos aprendieron a sentir que todo lo suyo era inferior. No fue posible mostrar que cada persona y cada pueblo tienen cualidades propias que superan a las de otras personas y pueblos y que, simplemente somos diferentes.

Los relatos a los que hago referencia pasan por encima del bienestar de la mayoría de las personas reales para promover el bienestar de entidades irreales e imaginarias como Dios, la Patria, la Empresa, el Derecho, la Justicia, la Economía, la Verdad y otras parecidas, pero en realidad favorecer los intereses de personas y grupos que se benefician promocionándose a sí mismas como representantes, aliados y defensores de la historia en cuestión.

En la narración antigua, tal vez la primera enseñanza opresora se relaciona con la desobediencia como el origen del mal, mediante dos personajes antagónicos, presentados con tal ingenio, que su soberbia es mostrada como virtud o como vicio, según corresponda a los poderosos o a los sometidos.

Entre los principales postulados de este relato pongo a consideración los siguientes:

  • Existe un poder absoluto, inmaterial, sin principio ni fin, creador de todo lo que existe, al cual debemos someternos siempre. Es la máxima soberbia pensable, la de un ser todopoderoso.
  • El espíritu es superior y origen de la materia. Los seres humanos, mezcla de cuerpo y espíritu, ocupamos un lugar relativamente inferior en la escala de valor de la creación, por debajo de ángeles, arcángeles, tronos, dominaciones y otras jerarquías espirituales.
  • Respecto al género, el ser más poderoso es representado como varón; debajo de él hay seres espirituales sin género y debajo de ellos hay seres humanos. Solo entre estos últimos, sacada de una costilla, parte secundaria del cuerpo del hombre, aparece la primera mujer. Ella será su compañera y le estará sometida.
  • El todopoderoso tiene mensajeros materiales, personas a quienes debemos creerles y someternos a sus enseñanzas. Son sus representantes, son los poderosos de la tierra.
  • El deber más importante de cualquier creatura es la obediencia a su superior. El mayor mal imaginable es la desobediencia y el poderoso puede hacer todo el mal que desee al desobediente, de manera arbitraria, sin importar el tipo de desobediencia, para castigar su comportamiento. Puede incluso producir la desgracia eterna al castigado. El primer desobediente es el más malvado de los seres y hay que evitarlo y cuidarse de él.
  • La primera mujer, aliada del Mal, fue causante de la desobediencia del primer hombre, al invitarlo a deleitarse con un fruto del lugar donde convivían como mantenidos. Ambos recibieron un doble castigo: todos sus descendientes estarían orientados a la maldad, a sentirse culpables y recibir castigos más fuertes, incluso eternos y, como no merecen que dios los siga manteniendo, deberán someterse al trabajo para sobrevivir.
  • El trabajo entonces es un castigo, es desagradable y odioso, pero se debe buscar como sufrimiento en esta vida para gozar el descanso eterno. El trabajo no es expresión de la creatividad y del poder de quien lo realiza; no es factor de liberación sino condición desagradable para la supervivencia.
  • A pesar de nacer ya con el mal en su interior, cada ser humano es el principal responsable de su propia desgracia.
  • En la escala de los seres materiales, el ser humano es superior a cualquier otro ser de la naturaleza y como dueño puede disponer de todos ellos, según su voluntad.
  • Como el poder se ejerce haciendo que los desobedientes sufran mediante el castigo y su mejor herramienta es el miedo, el desobediente en potencia facilita las cosas al poderoso cuando se castiga de antemano al considerarse malo y merecedor de castigo: nace así la Culpa, herramienta interna que le ahorra policías y torturadores al señor.
  • Porque dios ama mucho a los seres humanos, les envía a su hijo amado – no viene él – para salvarlos del castigo que él mismo les había impuesto, haciéndole sufrir por una culpa ajena el mayor dolor corporal posible, hasta morir. Será el ejemplo de vida para sus creyentes. Así, dios enseña que el amor puede significar castigo, dolor y muerte.
  • A la Obediencia como suprema virtud se añade la búsqueda del Sufrimiento: Una de las verdades proclamadas por el hijo de dios llegado a la tierra es la superioridad del dolor y la maldad del placer, pues nada terreno tiene valor en sí mismo y aún las cosas más agradables son, en el mejor de los casos, tan solo medio para lograr algo diferente, como la supervivencia. Venimos a pasar una temporada de sufrimiento para disfrutar de felicidad después de la muerte. Para seguir al maestro la persona debe seguir su consejo: “Quien quiera ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, coja su cruz y sígame…”
  • Al seguir las enseñanzas de los ascetas ejemplares, los placeres derivados de la satisfacción de necesidades corporales como comer, beber o descansar deben restringirse al mínimo para sobrevivir, adoptando el ayuno, la penitencia y la abstención sexual. Como lo muestran el hijo de dios encarnado y su madre, las únicas personas nacidas sin pecado, el placer sexual es omitido por completo por las almas más buenas, dando ejemplo con su virginidad.
  • Quienes aceptan la escogencia de dios tienen la verdad y deben lograr que todos la conozcan por cualquier medio, incluso utilizando la violencia en conquistas, despojos y guerras santas. Dios premia a sus guerreros triunfantes con las riquezas de los perdedores sometidos.

Con el paso del tiempo y las transformaciones de los grupos humanos, las sociedades en occidente pasaron de la organización esclavista a la feudal y de ésta a la capitalista. La modernidad surge del predominio social de la burguesía, cuyo poder ya no está ligado directamente a la tierra sino al dinero.

Al sobreponerse a los terratenientes, el mayor de los cuales era la iglesia católica, la burguesía se asume como laica y considera la producción de bienes materiales como motor del desarrollo. Luego, fuertemente impresionada por la revolución industrial y el desarrollo científico y tecnológico, ensalza estos conocimientos como superiores a los demás. A continuación, señalo algunos de los postulados propios de la nueva sociedad, supuestamente racional, que resultan falsos e inconvenientes, pero tan indiscutibles como los antiguos dogmas de fe:

  • Tras su máscara libertaria y laica, la modernidad crea un nuevo dios, el Dinero, y una nueva religión, el Mercado, haciendo que en sus nuevos templos, los centros comerciales, se avive el apetito insaciable de comprar cualquier cosa, muchas veces recibiendo onerosos préstamos de los nuevos pastores bancarios, personajes que cuidan muy bien a sus ovejas ofreciéndoles créditos para poderlas esquilar cada cierto tiempo con el pago de intereses y eventualmente venderlas o quedarse con sus bienes.
  • El precio monetario es el máximo criterio para distinguir el valor real de las personas y las cosas. La felicidad, sueño de cualquier persona, es muy sencilla de lograr: basta con tener éxito en los negocios y tener riquezas superiores a los demás, oportunidad que supuestamente tienen por igual todos los ciudadanos.
  • En abierta contradicción con su funcionamiento, la sociedad de mercado verbaliza la igualdad de mil maneras, pero esconde y promueve la inequidad hasta niveles inauditos, con el argumento de que la vida social es una continua lucha en la cual solo triunfan los mejores.
  • La verdadera relación entre los participantes en la sociedad de mercado es la competencia, que otorga a unos pocos el derecho de triunfar ante la mayoría de perdedores. Se difumina así el odio y el desprecio por los competidores, representados antiguamente por Satanás y sus seguidores.
  • En contra del funcionamiento conocido de la naturaleza, la sociedad moderna valida un nuevo principio: el crecimiento ilimitado de la riqueza, entendida pobremente como posesión de dinero y poder sobre los demás. En consecuencia, confundiendo crecimiento con desarrollo, promueve o esconde la ambición desmedida como motor del avance social, ahonda el desequilibrio con el entorno natural y social y en nombre del progreso aviva la ambición por poseer riquezas. Esto ha generado una estructura social opresora, inequitativa y discriminante en todos los ámbitos y por consiguiente en el sistema educativo. Con los fenómenos de la globalización, la inequidad extendida por todo el planeta ha generado unas pocas sociedades dominantes y una gran mayoría de sociedades dependientes, como la nuestra.
  • El modelo de producción industrial es paradigma de la acción humana, incluida la educación. Se pretende construir un sistema en el que unos insumos previamente seleccionados sean transformados mediante determinados procesos para alcanzar productos con un mínimo de calidad aceptable, asimilada con los requerimientos del mercado. Se ha extendido esta lógica de manera inadecuada a las ‘empresas educativas’, concebidas como tales, tanto desde la óptica estatal (para la totalidad del sistema educativo) como desde la óptica particular (para cada una de las empresas del conjunto).
  • La modernidad, que se proclama laica, disfraza el dogmatismo de sus principios al cambiar el calificativo de “Sagrados” por el de “Verdades Científicamente Comprobadas” o “Probadas por el movimiento impersonal e incuestionable del Mercado”, regulador de la vida económica de la sociedad. Ciencia y Mercado se convierten en nuevos patrones del saber. Así demerita otras formas de conocimiento y profundiza el silencio y la no participación de la mayoría de ciudadanos en políticas sociales, al atribuirle a los científicos y al mercado el control “natural” del desarrollo.
  • La modernidad refuerza el valor del castigo como formador, disfrazando la justicia con un sistema carcelario en el que solo pagan penas los más desfavorecidos de la sociedad y encubriendo bajo el nombre de resocialización el aprendizaje de nuevas formas para delinquir, el fortalecimiento del miedo y la desconfianza hacia los demás.
  • La modernidad refuerza la confusión entre diferente y superior con sus ideales de patriotismo y democracia, alimento de guerras en las cuales mueren los débiles en beneficio de los poderosos de siempre. Así promueve el aislamiento y la intransigencia bajo el supuesto de que la nación, las creencias y costumbres propias son mejores que cualesquier otras y les da el derecho de someter a las personas que viven, piensan o sienten de manera diferente. El ideal es ser hombre (no mujer) de color rosado (no amarillento, cobrizo ni marrón) de cultura euroamericana (no asiática, hispanoamericana ni africana) de talla alta (no mediana ni pequeña), rico (no acomodado ni pobre), cristiano o judío (no musulmán, hinduista, budista ni ateo) de zona templada (no tórrida ni helada) de ciudad (no campesino), entre otras características dominantes.

Pero esta difusión de antivalores opresivos no solamente proviene de estos relatos de política económica sino de algunas ciencias humanas como la antropología que surgió del modelo evolucionista en el que las sociedades fueron vistas como momentos o etapas de una evolución que pasa siempre desde el salvajismo y la barbarie a la civilización: este es un engaño del siglo diecinueve, insostenible en la actualidad.

Cada cultura tiene dimensiones superiores e inferiores a otras y ninguna supera a las demás en todos los aspectos; así los españoles del siglo XVI y el más sabio navegante británico del siglo XVIII tenían menos conocimientos de las estrellas, los vientos, las corrientes marinas, los peces y habitantes del mar que los polinesios de la misma época, quienes con su saber diseñaron estrategias de navegación por la mayor parte del Océano Pacífico mucho antes del siglo XII. En el siglo XV ninguna ciudad española tenía la grandeza de Tenochtitlan o de Cuzco, ciudades conquistadas por ellos a la fuerza. Al mismo tiempo, a principios del siglo XX en los suburbios de Londres uno de cada cinco niños moría al nacer, los hijos de los pobres medían 15 centímetros y pesaban 11 libras menos que los hijos de las familias pudientes.

Nos hemos perdido la oportunidad de conocer y aprender de sus ideas y valores. ¿Qué tal aprender de los budistas del Tíbet? ¿Aprender de los esquimales de Canadá? ¿De los incas del Perú, los chibchas de Colombia, los aztecas de México? ¿De los hawaianos o maoríes de la Polinesia; los bakuna o barasana del Vaupés?

La falsa idea de la superioridad racial está ligada a enaltecer el poder, las costumbres, creencias y valores de un grupo social determinado hasta llegar a la absurda y hoy día rechazada conducta de los nazis en el siglo pasado, cuando promovieron el exterminio de “razas” supuestamente inferiores.

Falsa liberación
 Las experiencias revolucionarias del siglo pasado que buscaron abiertamente construir una sociedad igualitaria mediante la violencia, fracasaron estrepitosamente. Toda revolución y todo revolucionario se engañan cada vez que se toman el poder violentamente, creyendo acabar en poco tiempo las opresiones en lugar de favorecer y lograr el desarrollo de mejores condiciones sociales. No comprenden que el universo evoluciona a su propio ritmo y la complejidad de los procesos sociales no la puede simplificar un solo factor.

Por eso, cada vez que los revolucionarios han usado la violencia para tomarse el poder, el nuevo gobierno vencedor ha sido otra dictadura opresora, cualidad que engañosamente pretendieron acabar. ¿Por qué? El error más profundo para construir equidad es asumir una posición dictatorial. Si hay algo irracional e inaceptable es la libertad impuesta, sentimiento y actitud que solo pueden nacer desde lo profundo de la propia individualidad.

Configurando ese despropósito de autoritarismo, imagino tres fenómenos que rodearon las llamadas dictaduras del proletariado: El primero, relacionado con el pasado de los revolucionarios, no solo inexpertos en el manejo del poder sino resentidos socialmente. Como dicen dos aforismos de la sabiduría popular: “El que no ha visto a dios, cuando lo ve se asusta”: Tener poder es parecerse al todopoderoso, figura aterradora pero deseable para el opresor y ‘El poder corrompe; el poder absoluto corrompe absolutamente”: El miedo o pánico ante el peligro de perder el poder recién ganado enceguece para defenderlo a ultranza.

El segundo motivo del fracaso en la construcción del comunismo, creo yo, consistió en que sus dirigentes no sólo desconocieron cómo operan los cambios sociales, de manera compleja, con varios factores confluyentes y nunca por decreto de unos pocos. Cambiar ideas, sentimientos y costumbres relacionadas con el poder no depende de la voluntad ni el poderío de los actores subversivos sino del debilitamiento paulatino de las fuerzas que han sostenido el orden establecido.

La tercera causa del descalabro del sistema impuesto lo engendró el mismo gobierno supuestamente liberador. Como nos hemos enterado por testimonios conmovedores de personas que tuvieron que soportar los miedos permanentes en los paraísos comunistas, el peso de la dictadura va creando una oposición creciente al orden opresor y esa sociedad, más tarde o más temprano y más o menos resentida, tiende a volver a un orden cercano al que existía antes de la tiranía.

Resultan impresionantes los relatos de personas con temor permanente e insoportable a ser descubiertos por la autoridad, sintiendo la vigilancia cercana, estricta y omnipresente del sistema; cuidándose de cualquier mirada, oído, grabación o cámara espía; con la obligación continua de tener que aparentar acuerdo total con el sistema; forzadas a participar en manifestaciones públicas de agradecimiento a los gobernantes, gritar el orgullo por el país comunista y odio y desprecio por los que no lo son. Es desgastante el recelo insomne para juzgar cada detalle de las palabras, los gestos y las actitudes de todos los demás, incluidos los vecinos y parientes cercanos, no sea que sin saberlo se hayan convertido en espías. Y, al mismo tiempo, en un permanente estado de escasez y privación, el ciudadano está recibiendo las invitaciones veladas o abiertas para recibir beneficios y privilegios si acepta convertirse en aliado secreto del gobernante. Ningún grupo humano soporta mucho tiempo este cúmulo de tensiones sin reaccionar.

Es muy claro para mí que cuando el odio y la violencia se fusionan con los deseos de justicia y solidaridad, el resultado puede ser desastroso en los individuos y socialmente insostenible. Sin embargo, considero que es posible trabajar con éxito para ir disminuyendo la vergonzosa desigualdad de oportunidades que presentan muchas sociedades, empezando por la nuestra, utilizando la razón, el diálogo y el trabajo en equipo y haciendo pactos con la vida para preferir lo posible en cada momento, en lugar de obsesionarse con ideales que aún no tienen el terreno abonado.

Conclusión:
Si, como lo he presentado desde mi perspectiva, el origen de los dos mayores males que vivimos en el planeta radica en la tendencia a creer en verdades absolutas y la incapacidad para comprender que existen muchísimos puntos de vista desde los cuales observar y conocer algo, la salida obvia es una mente abierta que comprenda y valore las diferencias y busque conversar con otros para llegar a acuerdos.

En la vida personal es muy arduo escaparse de la opresión de las clases sociales dominantes.  Yo mismo, sin quererlo, me siento inferior a los que tienen más dinero y poder y eso me hace daño porque no sólo siento rabia contra algunas personas, sino que menosprecio mi propia condición. No hemos aprendido a sentir el orgullo de las propias competencias sin confundirlo con soberbia irracional. Es muy útil aprender de la naturaleza, de la riqueza contenida en las diferencias, de la variedad de puntos de vista:

Esta incapacidad para ver, esa confusión mental entre “superioridades parciales” y “superioridad total” o, con otras palabras, entre el pensamiento crítico y la soberbia y ha sido la principal fuente de conflictos, muertes y destrucción de especies y pueblos enteros.

Este “complejo de superioridad” de algunos de los primeros seres pensantes, que ignora los propios orígenes para sentirse “venidos del cielo”, tiene una explicación, a mi entender, en el miedo ante un medio percibido como peligroso. Es una torpeza que confunde la propia identidad y dificulta integrarse armónicamente con el entorno y entonces escoge luchar contra él para ganarle. Y en las peleas contra el mundo, a la larga terminamos perdiendo todos.

Como cualquier ser vivo, utilizamos a otros seres para nuestra supervivencia. El problema es haber utilizado más de lo que necesitamos, en ocasiones sin encontrar límites, dañando severamente el entorno, olvidando que, así como otros seres nos sirven, nosotros podemos servir a otros seres. El león caza y come de su víctima, pero una vez saciado su apetito deja de cazar; muchas personas son insaciables en su deseo de dominio y de poder. La única salida posible de este mal es el respeto hacia los demás y la búsqueda de términos intermedios para consumir tan solo lo que realmente requerimos y ofrecer a otros lo que podamos para que ellos consuman. Las soluciones radicales son inconvenientes precisamente por eso, por radicales. Es imposible sobrevivir sin matar otros seres vivos, plantas o animales. ¿Cuáles y cuántos? La naturaleza nos enseña y la inteligencia humana permite controlar racionalmente el consumo y la escogencia de fuentes de alimento, así como propiciar el alimento de otros seres.

Leí un breve cuento que me pareció altamente significativo: “Les voy a contar la historia de la Pequeña Tierra. No es muy larga, apenas unos cuantos millones de años. Como esta niña era muy caliente al principio, solo se movían en ella unas pequeñas figuras llamadas átomos que, al irse enfriando el clima se fueron casando entre sí para tener hijos llamados moléculas, las cuales también se sintieron mutuamente atraídas, también se casaron para tener más hijos, cada vez más desarrollados, como sustancias, plantas y animales. Uno de esos animales, la generación de los humanos, tenía inteligencia y capacidad de trabajar para hacer más placentero su entorno. Con el paso de los años, lograron tener ciertas comodidades y cierto poder sobre los demás y entonces se creyeron superiores, se olvidaron de sus ancestros y comenzaron a hacer cambios en el entorno, no importa dañando qué. Entonces la tierra comenzó a despoblarse de árboles, fueron muriendo especies de plantas y animales y el planeta se calentó tanto que todos los humanos fallecieron. Con ese calor creciente fueron desapareciendo luego todas las formas de vida, hasta borrarse por completo. Entonces los primeros átomos, con rabia por haber sido menospreciados durante tanto tiempo, decidieron jugar a fusionar y fisionar sus núcleos en serie, con lo cual la Pequeña Tierra se convirtió en una inmensa cadena de bombas atómicas que por unos instantes hizo palidecer al sol… hasta que desapareció.”

Pero como lo han hecho otros, yo puedo revisar la imagen que tengo de mí mismo, criticando las interpretaciones que otros me han enseñado. Puedo revisar los mensajes opresores, así los veo ahora, que han sometido a muchas personas, convirtiéndolas en seres sumisos, sin respeto por sí mismas, invadidas por sentimientos de impotencia, derrota, maldad y búsqueda del sufrimiento.

Finalmente, se podría pensar que, más allá de la actividad disciplinar de  las ciencias humanas, el asunto  más  significativo  que  impregna  toda  reflexión  contemporánea  acerca  del conocimiento y del hombre es el escepticismo, en algunos casos tan radical que niega la posibilidad de toda ciencia y en otros apenas cauto, pasando por diversas constataciones acerca de la parcialidad de las interpretaciones, dado que cada una de las ciencias sociales  asume su tarea desde un punto de vista particular (las estructuras sociales, la conducta humana, la producción y repartición de riqueza, el poder político, etc.), lo  cual  es  una  opción perfectamente válida, pero, por ello mismo no puede pretender dar cuenta por sí sola de la pregunta por el ser del hombre como especie.

Todo esto puede interpretarse como una creciente conciencia del papel protagónico del ser humano en la producción del conocimiento, proceso nunca individual, dado que cada persona es a su vez el producto de sus interacciones (principalmente con otras personas y de manera muy especial a través de un producto social, el lenguaje articulado, en el cual se condensan las realidades simbólicas de cada sociedad) y la elemental consecuencia  derivada  del  hecho  anterior,  cual  es  la  total  imposibilidad  de  una percepción pura, ingenua o inocente.

 Rodrigo Velasco Ortiz

Ver cuarta parte
La educación colombiana

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