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La agresividad humana y la pulsión de Muerte en la teoría social de Sigmund Freud.

por Sergio Palavecino
Artículo publicado el 20/12/2015

Resumen: En su obra El malestar en la cultura (1930) Freud dice: la agresividad humana es el obstáculo más importante en el desarrollo de la cultura. ¿Qué es la agresividad?, ¿Cuáles son sus manifestaciones?, ¿Es el Hombre naturalmente agresivo y cruel?, ¿Cómo elude la cultura el peligro de la agresividad y la destrucción? Este artículo puede considerarse una introducción a estos problemas y sus derivados en la teoría social freudiana.

Abstract: In his book Civilization and its Discontents (1930) Freud says human aggression is the most important obstacle in the development of culture. What is the aggressiveness?, What are its manifestations ?, Is naturally aggressive and cruel the Man?, How eludes culture danger of aggression and destruction? This article can be considered an introduction to these problems and their derivatives in Freud’s social theory.

La agresividad humana
El problema de la agresividad como elemento social había sido presentado en El porvenir de una ilusión (1927). En esa ocasión Freud sostuvo que la agresividad humana constituía una reacción en forma de rechazo a condiciones específicas del principio de la realidad dominante (específicamente, la sociedad del capitalismo industrial, cima de la enajenación; con la imposición coercitiva del trabajo y represión pulsional). En su obra de 1930, El malestar en la cultura Freud señala que la tendencia agresiva no representa necesariamente una respuesta a la coerción. (1) Generando un giro en su teoría, Freud afirma que la agresividad es una disposición pulsional, una tendencia intrínseca de la naturaleza humana, (2) a la par de la sexualidad, y como tal exige satisfacción.

En el sujeto, la pulsión agresiva surge en condiciones favorables, o sea, cuando desaparecen las fuerzas psíquicas y sociales antagónicas. También –dice Freud– la agresividad puede manifestarse espontáneamente “desenmascarando al hombre como una bestia salvaje que no conoce el menor respeto por los seres de su propia especie”. (3) La pulsión también aparece diluida en ciertos fenómenos sociales como en el “narcisismo de las pequeñas diferencias”, fenómeno psicológico de masas, donde el “grupo” recurre a la discriminación y persecución de un “enemigo” cercano -exterior o interior- contra el cual descargar la agresividad. Desde el psicoanálisis se le considera “un medio para satisfacer, cómoda y más o menos inofensivamente, las tendencias agresivas, facilitándose así la cohesión entre los miembros de la comunidad”. (4) No lejos de estas manifestaciones, está el desborde de la pulsión agresiva en la historia de la humanidad: La guerra. Tanto la organizada por un Estado (que monopoliza la violencia con Fuerzas armadas y del orden), como la guerra desorganizada, y derivada del mito antropológico de Hobbes: la guerra de todos contra todos.

Por estas circunstancias la cultura se ve obligada a realizar múltiples esfuerzos para poner barreras a las tendencias agresivas del hombre. (5) Freud señala que no basta con las comunidades de trabajo (que ligan fuertemente al individuo con la realidad). El éxito de Eros (mantener y profundizar la cohesión humana) frente a la agresividad del sujeto individual y de la masa, implica un fortalecimiento de la moral cultural. Hay que dominar la agresividad del individuo “[…] dominar sus manifestaciones mediante formaciones reactivas psíquicas (transformación en lo contrario). De ahí, pues, el despliegue de métodos destinados a que los hombres se identifiquen y entablen vínculos amorosos coartados en su fin; de ahí las restricciones de la vida sexual (moral sexual), y de ahí también el precepto ideal de amar al prójimo como a sí mismo, precepto que efectivamente se justifica, porque ningún otro es, como lo es él, tan contrario y antagónico a la primitiva naturaleza humana”. (5) No obstante -y como sabemos por experiencia histórica- este mandamiento es insuficiente. La mera imposición de preceptos y desvíos psicológicos no tienen la fuerza suficiente para abolir la parte de agresividad peligrosa para la cultura.

Freud dice: “Si la cultura impone tan pesados sacrificios, no solo a la sexualidad, sino también a las tendencias agresivas, comprenderemos mejor por qué al hombre le resulta tan difícil alcanzar en ella su felicidad. En efecto, el hombre primitivo (6) estaba menos agobiado en este sentido, pues no conocía restricción alguna de sus pulsiones […] el hombre civilizado ha trocado una parte de posible felicidad por una parte de seguridad”. (7)

La cuestión ahora reside en identificar cómo se elude efectivamente el problema de la agresividad en la evolución cultural, es decir, en que cosiste aquella seguridad que deriva de la represión del componente agresivo humano.

La pulsión de Muerte
En las últimas páginas del El malestar en la cultura se da un giro en la teoría de Freud, se pasa de una doctrina pulsional monista (8) a una dual. Esto sucede cuando interfiere «la existencia de un pulsión agresiva particular e independiente». Desde 1920 Freud señalo que “[desde] ciertas especulaciones sobre el origen de la vida y sobre determinados paralelismos biológicos, deduje que, además del instinto que tiende a conservar la sustancia viva y a condensarla en unidades cada vez mayores, debía existir otro, antagónico de aquel, que tendiese a disolver estas unidades y a retornarlas al estado más primitivo, inorgánico. De modo que además del Eros habría un pulsión de Muerte; (9) los fenómenos vitales podrían ser explicados por la interacción y el antagonismo entre ambos.”(10)

Freud hace patente el carácter hipotético de esta pulsión de Muerte. Lo que sabemos en primera instancia nos viene comunicado por vía negativa. Muerte es antítesis de Eros (pulsiones de vida o sexuales), como este último es «notable y conspicuo», bien puede aceptarse que tal pulsión de muerte “actuase silenciosamente en lo íntimo del ser vivo, persiguiendo su desintegración.” (11) Cuando una parte de esa pulsión se orienta contra el mundo exterior, se manifiesta como impulso de agresión y de destrucción. “De tal manera la propia pulsión de Muerte sería puesta al servicio del Eros, pues el ser vivo […] al cesar esta agresión contra el exterior tendría que aumentar por fuerza la autodestrucción, proceso que de todos modos actúa constantemente”. (12) ¿Es solo la fuerza del «amor» la que se impone? ¿Qué ha sucedido para que los deseos agresivos del hombre se tornen inofensivos? La clave está en el concepto de autodestrucción.

En la teoría de Freud hay autodestrucción cuando:
“la agresión es introyectada, internalizada de vuelta en realidad al lugar de donde procede: es dirigida contra el propio yo, incorporándose a una parte de éste, que en calidad de super-yo, se opone a la parte restante y asumiendo la función de «conciencia» [moral], despliega frente al yo la misma dura agresividad que el yo, de buen grado, habría satisfecho en individuos extraños”. (13)

Entre el riguroso super-yo y el yo se crea una tensión que Freud denomina sentimiento de culpabilidad y que se manifiesta en la necesidad de castigo. Por consiguiente, se concluye que la cultura domina la peligrosa inclinación agresiva del individuo

“[…] debilitando a éste, desarmándolo y haciéndalo vigilar por una instancia alojada en su interior, como una guarnición militar en la ciudad conquistada”. (14)

El sentimiento de culpabilidad atraviesa las fases evolutivas del ser humano. En su forma primitiva la pulsión de Muerte exteriorizada como agresividad encontraba satisfacción en diversas expresiones de naturaleza sádica (destrucción, violencia, crueldad), por obra de la administración cultural y sus intereses (15) la agresividad es transformada en la base de la autorregulación moral. La compulsión moral permite a la pulsión de Muerte seguir satisfaciendo sus exigencias sádicas a través del verdugo interno que es el super-yo, en este proceso el yo se torna masoquista (adquiere y perpetúa la necesidad de castigo), situación que genera una importante cuota de infelicidad general.

La doctrina psicoanalítica admite que el origen del super-yo se halla íntimamente enlazado a los destinos del complejo de Edipo, el super-yo -como dicen los psicoanalistas- es el heredero de este vínculo afectivo (16) (esto quiere decir que el niño renuncia a la agresión contra el padre y ulteriormente erige un super-yo por identificación con el padre. Luego, la agresión contenida transferida al super-yo fortalece el sentimiento de culpa y la necesidad de castigo). Freud dice que la conciencia de culpabilidad es inevitable, fatal como la tendencia agresiva contra el padre que “volvió a agitarse en cada generación sucesiva.” (17) Y efectivamente, sostiene Freud: “[…] no es decisivo si hemos matado al padre o si nos abstuvimos del hecho [aludiendo a la hipótesis del crimen primordial] en ambos casos nos sentiremos por fuerza culpables, dado que este sentimiento de culpabilidad es la expresión del conflicto de ambivalencia de la eterna lucha entre el Eros y la pulsión de destrucción o de muerte”. (18)

Este conflicto se exacerba en cuanto al hombre se le impone la tarea de vivir en comunidad:
a) En la familia: el conflicto se manifestará en el complejo de Edipo, instituyendo la conciencia moral y engendrando el primer sentimiento de culpabilidad.

b) En la cultura (comunidad amplia, civilización), el mismo conflicto permanece en formas que dependen del pasado, reforzándose y exaltando aún más el sentimiento de culpabilidad. Como la cultura obedece a Eros que obliga a unir a los hombres en una masa íntimamente amalgamada, solo puede alcanzar este objetivo mediante la constante acentuación del sentimiento de culpabilidad. El precio a pagar por el progreso cultural es: “la perdida de felicidad por aumento del sentimiento de culpabilidad”. (19)

En la teoría de Freud la cultura progresa como dominio, solo la multiplicación de sus normas refuerzan las estructuras represivas básicas y la renuncia. La civilización no admite superhombres, o si se quiere “la civilización tiene que defenderse a sí misma del fantasma de un mundo libre.” (20) Por esto hay que repetir con Freud: la «meta» del principio del placer, o sea «ser feliz», es inalcanzable. Ante esto hay que resignarse “[…] en último análisis, la pregunta es sólo cuánta resignación puede soportar el individuo sin explotar.” (21)

Este trágico escenario, esta aporía sociológica es -desde el punto de vista de Freud- insuperable. El carácter forzoso de la cultura para la humanidad (la restricción de la vida sexual mediante el carácter compulsivo de las exigencias morales, implantación del ideal humanitario a costa de la selección natural, etc.) perpetúa el conflicto. Los impulsos instintivos de naturaleza elemental –esto es la esencia más profunda del hombre– seguirán siendo inhibidos, dirigidos hacia otros sectores, amalgamados entre sí, cambiando de objeto, volviéndose contra la propia persona. Las condiciones de vida principalmente en los grandes centros urbanos seguirán siendo los factores decisivos en las neurosis. Para Freud no existe un sistema político que pueda eliminar el malestar específico derivado de la convivencia social. El objetivo del Eros de la cultura -formar una unidad amalgamada de humanos- podría ser logrado con mayor éxito “si se hiciera abstracción de la felicidad individual”. (22) En último análisis, el ideal de la cultura, es decir, la abolición del antagonismo pulsional, el ascenso de Eros sobre la pulsión de muerte es políticamente la fuente del totalitarismo.

No hay que desconocer que todo esto había sido expuesto “en medio del rápido crecimiento del fascismo europeo”. (23) Bastaron solo tres años para que las sombrías predicciones de esta obra resulten plenamente -históricamente- justificadas con el advenimiento del régimen nazi. En 1933 Adolf Hitler era elegido canciller de Alemania.

Citas
(1)     La tendencia agresiva tampoco es consecuencia de la propiedad privada de los bienes como sostienen los planteamientos e hipótesis psicológicas del comunismo. Véase: Freud, S. El malestar en la cultura y otros ensayos. Alianza Editorial, Madrid, 1992., p. 54.
(2)     Freud, S. El malestar en la cultura…, op. cit., p. 55.
(3)     Idem.
(4)     Ibidem., p. 56. Hemos averiguado que son dos cosas las que mantienen cohesionada a una comunidad: la compulsión de la violencia y las ligazones de sentimiento —técnicamente se las llama identificaciones— entre sus miembros. Véase las ideas de sobre la Identificación y el instinto gregario en Freud, S. Psicología de las masas. Alianza Editorial, Madrid, 2007., p. 42.
(5)     Freud, S. El malestar en la cultura…, op. cit., p. 55.
(6)     Ibidem., p. 54.
(7)     En la familia primitiva solo el jefe gozaba de semejante libertad de los instintos, mientras que los demás vivían oprimidos como esclavos. Véase: Freud, S. Tótem y tabú y otras obras (Obras completas Vol. XIII). Amorrortu Editores. Buenos Aires, 1992.; también en Psicología de las masas (epígrafe La masa y la Horda primitiva).
(8)     La doctrina de las pulsiones constaba inicialmente de dos elementos: los instintos del yo (que tienden a conservar al individuo) y los instintos libidinales dirigidos a los objetos (su función primordial, reside en la conservación de la especie) en la dinámica o el juego de estos elementos pulsionales surge la neurosis , que “viene a ser la solución de una lucha entre los intereses de autoconservación y las exigencias de la libido, una lucha en la que el yo, si bien triunfante, había pagado el precio de graves sufrimientos y renuncias”. En el desarrollo de la teoría de los instintos, pronto interviene la introducción del concepto del narcisismo, es decir el reconocimiento de que también el yo está impregnado de libido; “[…] esta libido narcisista se orienta hacia los objetos, convirtiéndose así en libido objetal; pero puede volver a transformarse en libido narcisista.” Como los instintos del yo resultaban ser libidinales, parecía que la teoría de los instintos se inclinaba por un monismo, es decir, parecía ser que todos los instintos eran de la misma especie. Freud, S. El malestar en la cultura…, op. cit., p. 59.
(9)     Fundada “sobre la base de consideraciones teóricas apoyadas por la biología”, la pulsión o instinto de muerte, es aquella silenciosa exigencia encargada de reconducir al ser vivo orgánico a su estado anterior –estado inerte, inorgánico-. Freud exhibió por primera vez esta hipótesis en su obra Más allá del principio de placer (1920), ahí la relacionó con la compulsión a la repetición de eventos traumáticos. Esta compulsión se presentaba en los sueños de soldados afectados por neurosis de guerra. Freud logro identificar en el juego infantil una situación similar, en la cual, el recuerdo penoso era revivido una y otra vez hasta construir posteriormente una defensa suficiente (elaboración de la angustia). La compulsión a la repetición exacerbada puede volverse contra el propio sujeto. Estos fenómenos dejaban entrever una pulsión independiente de la pulsión sexual. Véase: Freud, S. El yo y el ello y otras obras (Obras completas. Vol. XIX). Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1991., p. 41.
(10)  Ibidem., p. 60. “[…] La especulación teórica permite conjeturar la existencia de dos pulsiones básicas que se ocultan tras las pulsiones yoicas y de objeto, manifiestas: el Eros, que quiere alcanzar una unión cada vez más comprensiva, y la pulsión de destrucción, que lleva a la disolución del ser vivo.” Véase: Psicoanálisis (1926) en Freud, S. Presentación autobiográfica, y otras obras (Obras completas Vol. XX). Amorrortu editores, Buenos Aires, 1992., p. 253.
(11)  Freud, S. El malestar en la cultura…, op. cit., p. 60.
(12)  Idem.
(13)  Ibídem., p. 65. “El origen de esta instancia soberana de la personalidad –descrita por Freud explícitamente en el marco de la segunda teoría del aparato psíquico (aparato compuesto por el yo, el ello y el superyó)-, se remonta al periodo de la desaparición del complejo de Edipo, a los cinco años aproximadamente. En esta época, la interdicción de la realizar el deseo incestuoso que los padres imponen al niño edípico se transformara en el yo en un conjunto de exigencias morales y de prohibiciones que, de allí en más, el sujeto se impondrá a sí mismo. El psicoanálisis denomina superyó a esta autoridad parental internalizada en el momento del Edipo y diferenciada en el seno del yo en una de sus partes. Freud resumió en una única y muy conocida frase la esencia misma del superyó: «El superyó es el heredero del Edipo»” Véase: Nasio, J. –D. Enseñanza de 7 conceptos cruciales de psicoanálisis. Editorial Gedisa, Barcelona, 1996., p. 181.
(14)  Idem. La naturaleza del psiquismo es ilustrada en una obra posterior, como sigue: “Nuestra alma, ese precioso instrumento por medio del cual nos afirmamos en la vida, no es una unidad pacíficamente cerrada en el interior de sí, sino más bien comparable a un Estado moderno donde una masa ansiosa de gozar y destruir tiene que ser sofrenada por la violencia de un estrato superior juicioso.” Freud, S. Nuevas conferencias de Introducción al psicoanálisis y otras obras (Obras completas Vol. XXII). Amorrortu Editores. Buenos Aires, 1992., p. 205. Véase el artículo: Mi contacto con Josef Popper-Lynkeus (1932).
(15)  La influencia del mundo exterior en este proceso es de vital importancia, como dice Freud: “no es difícil convencerse que el rigor de la educación ejerce asimismo una influencia poderosa sobre la génesis del super-yo infantil. Sucede que a la formación del super-yo y al desarrollo de la conciencia moral concurren factores constitucionales innatos e influencias del medio, del ambiente real, dualidad que nada tiene de extraño pues representa la condición etiológica de todos estos procesos”. Ibidem., p. 72.
(16)  Volviendo sobre su hipótesis antropológica cultural en la explicación del fenómeno que nos ocupa, Freud señala: “No podemos eludir la suposición de que el sentimiento de culpabilidad de la especie humana procede del complejo de Edipo y fue adquirido al ser asesinado el padre por la coalición de los hermanos. En esa oportunidad la agresión no fue suprimida, sino ejecutada: la misma agresión que al ser coartada debe originar en el niño el sentimiento de culpabilidad.” Ibidem., p. 72.
(17)  Ibidem., p. 74.
(18)  Idem
(19)  Ibidem., p. 75.
(20)  Marcuse, H. Eros y civilización. Editorial Sarpe, México, 1983., p. 95.
(21)  Ibidem., p. 222.
(22)  Freud, S. El malestar en la cultura…, op. cit., p. 82.
(23)  Florenzano, R. Breve historia del psicoanálisis. Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 1999., p. 42.
Referencias
Freud, S. El malestar en la cultura y otros ensayos. Alianza Editorial, Madrid, 1992.
Freud, S. El yo y el ello y otras obras (Obras completas. Vol. XIX). Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1991.
Freud, S. Presentación autobiográfica, y otras obras (Obras completas Vol. XX). Amorrortu editores, Buenos Aires, 1992.
Freud, S. Nuevas conferencias de Introducción al psicoanálisis y otras obras (Obras completas Vol. XXII). Amorrortu Editores. Buenos Aires, 1992.
Freud, S. Tótem y tabú y otras obras (Obras completas Vol. XIII). Amorrortu Editores. Buenos Aires, 1992.
Florenzano, R. Breve historia del psicoanálisis. Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 1999.
Marcuse, H. Eros y civilización. Editorial Sarpe, México, 1983.
Nasio, J. –D. Enseñanza de 7 conceptos cruciales de psicoanálisis. Editorial Gedisa, Barcelona, 1996.
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2 comentarios

Esta muy guachi me lo leí entero en 3 horas solo

Por Pepito el día 15/11/2019 a las 09:33. Responder #

[…] PALAVECINO . S ( 2015).La agresividad humana y la pulsión de Muerte en la teoría social de Sigmund Freud.  Chile.  Recuperado de http://critica.cl/historia-de-la-ciencia/la-agresividad-humana-y-la-pulsion-de-muerte-en-la-teoria-s… […]

Por VIOLENCIA DE GÉNERO – FORENSE PSICOLOGIA el día 07/08/2017 a las 20:48. Responder #

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