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A propósito de la vida y la muerte de Francisco Brugnoli, artista plástico y ex Director del Museo de Arte Contemporáneo, de la Universidad de Chile

por Critica.cl
Artículo publicado el 31/07/2023

brugnoliFrancisco Brugnoli era ya una leyenda en la Escuela de Bellas Artes del Parque Forestal allá por 1967, y cuando en mi calidad de tímido y esperanzado alumno de primer año del maestro Iván Vial salí al corredor del segundo piso, lo vi enfrente acodado en la baranda que daba al hall central, y Felipe Martínez o Peto Urzúa me lo advirtieron: ese es Brugnoli. Palabras de Guillermo Tejeda tomadas de Facebook.

Era ayudante de Balmes y formaba parte de la generación que aparece en el catálogo ’20 young chilean painters’, editado por la Sociedad de Amigos del Arte y diseñado magníficamente por mi maestro y padrino Nelson Leiva. En el breve texto que antecede a las reproducciones de obras, Couve comenta burlón que ‘cuando acarreábamos los trabajos para fotografiarlos, pensé que quizá lo que sí tenían en común era el viaje que hacían en camión’. La obra de Pancho, un collage pop, se llama ‘las enfermedades merman al hombre’. Couve muestra ‘la playa de los muertos’, Nelson Leiva a ‘doña Paula’ y también recuerdo que aparecen obras de Pikina Errázuriz, Lucy Rosas, María Mohor, el flaco Samith y Wenceslao Bravo. Eran los jóvenes titanes que venían generacionalmente antes de nosotros. La foto muy horizontal la hizo Sergio Larraín.

Entretanto, en la zona más alta del firmamento celeste brillaban las estrellas artísticas de aquellos tiempos, que percibíamos como tiempos normales y fueron gloriosos, irrepetibles: Gracia Barrios, Balmes, Iván Vial, Alberto Pérez, Carlos Ortúzar, Guillermo Núñez, Marta Colvin, Matías Vial, Gregorio de la Fuente, Gustavo Carrasco, Matilde Pérez, Ramón Vergara Grez, Rodolfo Opazo. Brugnoli, como varios de ellos, desplegaba una pinta de estrella de cine europeo, y ese era un sello de glamour de nuestra escuela.

Me tocó asistir a la Reforma Universitaria, y ya allí era Brugnoli una voz, una actitud, que de alguna manera sintetizaba lo que muchos buscábamos en Bellas Artes: mantenernos fieles al llamado del arte, a lo que Lezama Lima denominaba con gracia ‘el veneno de sentirse artista’, seguir para siempre dentro de ese palacio dedicado a la belleza y a la verdad, comprometerse cada cual a su modo con los asuntos públicos, hacer de la docencia un modo de transmitir lo recibido de los maestros, amar a la Universidad de Chile por sobre todas las cosas de la vida.

Poquísimos lograron perseverar en ese camino, y Pancho fue uno de esos pocos. La militarización dictatorial del país, la destrucción de la república ilustrada, las vivió él en lo que se llamaba entonces ‘dentro’ y no ‘fuera’, una clasificación que nos destruyó como comunidad, y lo recuerdo en un viaje que hizo a Barcelona en la casa de Iván Vial y Angélica Quintana en Can Cuadras cerca de Sitges, casa que frecuenté mucho, nos contaba Brugnoli como durante un tiempo largo dormía vestido por si en la noche lo iban a buscar. Logró arreglárselas, inventó unos talleres de grabado, formó parte de ese mundo paralelo que fue el Arcis, y finalmente tras un largo tiempo en el exilio interno, logró reingresar a la Universidad de Chile.

Ya que nuestro palacio, nuestro buque insignia, que había sido la Escuela del Parque Forestal no era más la sede, sino el difuso campus o sede Las Encinas, no sé de qué manera logró Pancho reinventar el Museo de Arte Contemporáneo que antes había funcionado en la Quinta Normal, y ponerse a su cabeza en el viejo y querido edificio de siempre. Ahí nació el MAC, que fue nuestro museo propiamente digno y libre tras los destrozos institucionales del pinochetismo. Por otros caminos logré yo, tras regresar a Chile, regresar también en parte a la Universidad de Chile, y ahí volví a ver a Pancho en pasillos y reuniones académicas.

Una noche o una mañana al despertar en los años 90, se me apareció en la mente la amplia sala de la casa de Antonio Bellet donde vivía Nelson Leiva, que era mi maestro y al que visitaba yo reverencialmente, Nelson me hizo pasar y estaba ese salón que había sido probablemente un típico living comedor aunque casi no había muebles, sólo un piano de cola majestuoso, un sofá y quizá una o dos sillas, un breve autógrafo de Gabriela Mistral enmarcado en un rincón, al piano estaba Eduardo Lihn, que era hermano de Enrique y amigo de Nelson, de Couve y de Leiva, y se mandó una pieza de Bach, que era nuestro contacto con la eternidad. Habíamos visto asombrados la exposición ‘El Circo’ en la galería Carmen Waugh, con obras de Nelson, de Couve y de Sergio Larraín y le compré dos témperas a Nelson con plata de mi mamá.

Pues bien, esa imagen que regresó a mi cabeza décadas después, pensé que podía transformarse en una expo de homenaje a nuestros pintores intimistas, en este caso Couve y Nelson, y me fui entonces a hablar con Francisco Brugnoli, y él en sus oficinas del MAC me recibió cordialmente y sintonizó de inmediato con mi visión, había que recrear en el museo ese salón, ese piano, esas obras minimalistas y magistrales de Nelson y de Adolfo, me dio inmediatamente su apoyo. Como tenía yo mi empresa La Máquina del Arte me era fácil producir una expo y era factible reunir los fondos y auspicios necesarios, hablé con la Camila Couve hija de Adolfo que me prometió el acceso a las obras de su padre. Luego, como ocurre con tantos proyectos, algo se cruzó, quizá otras cosas más urgentes reclamaron mi atención, o quizá Nelson que estaba en Alemania se complicó más de la cuenta, el caso es que no hicimos nada, aunque siempre me queda pendiente una expo de los intimistas chilenos, ahí estarían Burchard, Couve, Nelson Leiva, Pedro Millar, Emilio Miguel.

Finalmente, más allá de vernos de tanto en tanto en inauguraciones, nos tocó sostener con Pancho una vaga relación de vecinos, para los obscuros tiempos del estallido y la pandemia coincidíamos en las vacunaciones que se hacían en el GAM, y manteniendo en todo momento la sonrisa, la tranquilidad y la dignidad en esos tiempos inciertos, a veces nos saludábamos cordialmente, cómo está maestro, bien maestro y usted, esas cosas, él iba con la Pikina, y alguna otra compartíamos trayecto por Lastarria, aprovechando para debatir en torno a las razones profundas del estallido así como sobre la vigorosa destrucción patrimonial a que se ha visto sometido el barrio.

Brugnoli fue de los pocos que se mantuvo fiel a lo que fue en los años sesenta el proyecto de vida de muchos de quienes íbamos cada día a la Escuela de Bellas Artes: hacer arte, formar parte de la Universidad de Chile, mantener una posición crítica y de colaboración en la vida republicana, no privatizarse, no alejarse ni de la belleza ni de la verdad.

Sobre el hecho de morir me comentó una vez Felipe que él pensaba que simplemente se iba a evaporar, que para qué aproblemarse tanto, y suscribo eso de la evaporación, es como suave. Probablemente se nos haya evaporado ahora el maestro Brugnoli, tal como se evaporaron ya Couve, Alberto Pérez, Carlos Ortúzar, Marta Colvin, Balmes y Gracia Barrios, Iván Vial, María Mohor y tantos otros. Quizá después de la evaporación venga aquello de resucitar en una vida eterna, en otro mundo, y ese otro mundo lo imagino yo, de ocurrir, que será en la misma y mágica Escuela de Bellas Artes de los sesenta, rodeada de un Parque Forestal infinito y ecológicamente muy cuidado donde tendrán sus cabañas o parcelas todos los o las artistas que en el mundo han sido, y ahí seremos felices para siempre mientras en el cuarto piso de la Escuela arden quizá algunos talleres, en el subterráneo se agita el conserje Moreno y en los talleres de dibujo, de pintura o escultura se cumplen nuevamente los eternos rituales de la belleza y la verdad, de la forma y el color, allí se mantendrán con vida la gran tradición y el siempre luminoso porvenir del arte. Un gran abrazo para Pancho y para los suyos.

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