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Valerie Solanas o disparen contra Warhol.

por Jaime Lizama
Artículo publicado el 14/06/2017

En el particular “sistema de estrellas” de Warhol y la Factory, donde destacaban las rutilantes féminas, Eddie Sidgwick y Nico (Christa Paffgen), parecía prácticamente improbable que Valerie Solanas pudiera haber llegado a tener siquiera un lugar o un espacio de producción en esa singular escena, que mezclaba Arte, glamour y transgresión casi en dosis alevosamente similares, en el mismo tiempo y en el mismo lugar. Por ello es que resulta casi paradojal que en un momento dado de la trayectoria de una subjetividad radicalizada y marginal del feminismo, se viera involucrada, aunque de manera tangencial, en la escena de una vanguardia platinada, casi al borde de lo frívolo y muy distanciada de compromisos políticos y sociales, los que se hallaban en estado de ebullición y a la orden del día en la mitad de los años sesenta, entre el descalabro de Vietnam y la producción contracultural desatada por donde se mirara.

Su marginalidad y, al mismo tiempo, su pasión y adscripción a una contingencia cultural radicalizada, la aproximó a un grupo de anarquistas y activistas culturales que inspirados en el rechazo Dadá llevaban a cabo el sabotaje del Arte y la “Alta cultura”, mediante lo que denominaban “banda callejera con análisis”. Ben Morea, un dadaísta consumado, junto a la fuerte impronta ideológica que imprimió a una modesta, pero intensa revista underground llamada “Mask”, era el líder del grupo anarco-radical que se conocería con el nombre de “Mothefuker”, tribu que sin contar con el despliegue mass-mediático de los “yuppies” o de la visibilidad de la incipiente comunidad Hippie, llegaría a ser unas de las tribus más radicalizadas de la escena callejera en el espacio barrial del “lower east side”.

En ese espacio, Valerie Solanas, pudo inicialmente mover sus textos y descargar su arrebato contestatario sin que nadie se sintiera que se hallaba frente a un sujeto descabellado o fuera de tono. Es más, el famoso editor del sello de origen francés “Olympia Press”, Maurice Girodias, quien había publicado a Burrouhgs, Miller, Genet, entre otros, tuvo el olfato tribal necesario para encontrarse con una radical sui generis y cuasi activista callejera como Solanas, que poco o nada le debía a la academia o a una decorosa e ilustrada militancia feminista, por cierto, muy políticamente correcta y, al mismo tiempo, muy distante de una subjetividad cruzada por una biografía particularmente dura, o maldita, según se trate o se inscriba desde el género con autoría masculina.

Girodias, como sabemos, terminó publicando “Manifiesto Scam” en 1968, a la postre el testamento biográfico, político y radical de una feminista más bien callejera y particularmente insumisa, pero según la opinión mayoritariamente “decente y cuerda” que todavía sigue imperando sobre ella, Solanas, no podía sino ser más bien un sujeto al borde del desequilibrio, suponiendo la ausencia de normas o de autoridad sobre sus propios escritos, y a su enfrentamiento sin límites contra el patriarcado.

Pues bien, su callejeo anárquico y su casi insensato sentido de la urgencia que demandaban el fragor de sus textos, es que Valerie vio una oportunidad precisamente allí, (más propia para su afán provocador), en la misma Meca de la vanguardia pop, es decir, al interior de la Factory platinada de Warhol, y no en la corrección política y contracultural encarnada en la protesta social de la nueva izquierda, donde por contigüidad ideológica Valerie Solanas podía adscribirse, para instalar su rebeldía o su desacato.

De un modo u otro, es probable que se sintiera mucho más cercana a la provocación Warhoniana, que al activismo pacifista a lo Ginsberg y el Hippismo, dado el cariz de una transgresión solitaria limítrofe, muy fuera de la norma contestataria en boga, en el corazón de los años sesenta.

Pues, para bien o para mal, también la practica warhoniana, se inscribía “en el sabotaje a la alta cultura”, por lo que la figura callejera por antonomasia de los sesenta, llegó hasta Warhol con el propósito de instalar y dejar en sus manos un guión propio, mucho más provocativo que todos los “juegos” y los malabares porno-gay de la filmografía y del estrellato de la Factory y toda su fauna que componían el reality vanguardista; nos referimos al escrito que Valerie Solanas llamó “Us yours ass” (den por el culo). El asunto es que el texto fue fatalmente extraviado por Warhol, no se sabe si después de leerlo o dejarlo tirado en medio de los flujos y la diversidad de los acontecimientos al interior de un verdadero set en movimiento perpetuo, como era el imperio del genio del pop. Como ella apreciaba el texto en cuestión, no entendía o no podía comprender que ese texto “Us yours ass”, Warhol lo hubiese perdido y no lo hubiera aquilatado en todo su espesor transgresivo.

Sabemos que en compensación Warhol le ofreció a Valerie unos papeles muy secundarios en su filmografía, más como premio de consuelo que una rehabilitación como la activista cultural radicalizada que ella pretendía ser.

Fue precisamente Ben Morea y su tribu anarquista los que vieron en los disparos de Valerie, en forma poco menos que instantánea, que ella había llevado a cabo y hasta las últimas consecuencias, lo que ellos mismos, con tu toda su fraseología anarco-revolucionaria no pudieron: la venganza final del Dadá.

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