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España bajo la casa de Austria

por Raúl Alfonso Simón Eléxpuru
Artículo publicado el 16/05/2025

El siglo XVI, y hasta cierto punto también el XVII, fue la época de oro de la nación española. Como ellos coinciden con el reinado en el país de la casa de Austria, se suele atribuir a estos soberanos méritos que pertenecen exclusivamente al pueblo español, en todos sus estamentos.

España llegó a ser potencia mundial por una concatenación fortuita de circunstancias externas, entre las cuales pesaron más dos: una ligazón dinástica con otras casas reales europeas, y algo totalmente inesperado: el descubrimiento de América. Este último fue patrocinado por los Reyes Católicos (al menos por Isabel); la otra circunstancia trajo a la casa de Habsburgo a reinar en España.

Es difícil afirmar que los reyes Habsburgo hayan visto la inmensa oportunidad que se abría a España en ese momento. El país acababa de consumar su unificación (en los términos en que ésta se concebía en aquellos tiempos), y se hallaba en un momento de gran vitalidad física e intelectual. Pese a esto, los Habsburgo no comprendieron nada. Carlos I, nada más llegar, rodeado de flamencos rapaces, suscita la cólera de la incipiente clase media o burguesía de la época ―formada por los llamados “hidalgos”―. En lugar de apreciar las posibilidades de esta clase emergente ―incluso como aliada política―, Carlos ahoga en sangre la rebelión de los comuneros. Este hecho anuló por siglos a la naciente burguesía española, la cual, en lugar de convertirse en levadura renovadora ―como en Francia, en Inglaterra, o aún en Alemania―, se dedicó a imitar el improductivo modo de vida de la nobleza.

Otro malentendido se produjo con el protestantismo. Lutero era súbdito de Carlos ―convertido ahora en Carlos V de Alemania― y, por ello, éste se creyó obligado a intervenir en el conflicto eclesial, inaugurando cien años de guerras de religión. Estas, si bien afectaron principalmente a la Europa central, constituyeron para España una gran sangría de dinero, población y energías. Además, algo de tolerancia religiosa habría beneficiado a la sociedad española, demasiado dominada por el clero católico. Los protestantes, con su mentalidad burguesa, democrática y respetuosa del trabajo cotidiano, habrían constituido un ejemplo positivo para la población, compenetrada de valores militares y clericales —es decir, no aptos para la modernidad que se avecinaba—. No olvidemos que la revolución científico-tecnológica que estaba por comenzar, lo haría sobre todo en los países protestantes.

Sabemos que, posteriormente, Felipe II cerró el país a esta modernidad, prohibiendo todo libro que no fuera una repetición del tomismo medieval. (Tan grave fue este fenómeno, que no faltan quienes dicen ¡que España no tuvo Renacimiento!) Con ello el país se privó de las novedades tecnológicas, con lo cual se condenó a la marginalidad, no sólo cultural, sino también política y económica.

Sin embargo, evidentemente después de la vuelta al mundo llevada a cabo por Sebastián Elcano, los dómines al menos no podían seguir pretendiendo que la tierra era plana… Precisamente en conexión con los descubrimientos geográficos se manifiesta más palmaria la incomprensión que impedía a los reyes Habsburgo ver su propio país y su oportunidad histórica. Estos monarcas utilizaron sus posesiones americanas como una cantera de donde extraer riquezas minerales y vegetales para financiar sus absurdas y costosas guerras europeas. El “oro de las Indias” no benefició ni a las Indias ni a España, pues fue a parar a las arcas de los usureros genoveses y holandeses (quienes estaban inventando el capitalismo a costa de España).

En cuanto a la sociedad americana, se intentó convertirla en una copia de la España feudal que se resistía a renovarse y a morir. El peonaje nativo y mestizo era una repetición de los antiguos siervos de la gleba; los “pueblos de indios” eran similares a las poblaciones fundadas por los reyes de Castilla en las tierras reconquistadas a los moros, etc. De hecho, la América colonial experimentó en tres siglos un proceso de aculturación similar al efectuado en la Europa medieval durante cinco. Al llegar el año 1800, sin embargo, era un gigante anquilosado, una especie de Imperio Bizantino, dormido sobre sí mismo (mas sin la espada de Damocles de los turcos), sin renovarse ni morir. De hecho, la renovación y la destrucción la trajeron (de fuera) sus propios hijos; pero ésta es otra historia…

Noviembre 2010

 

 Raúl Alfonso Simón Eléxpuru
Artículo publicado el 16/05/2025

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