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El atrevimiento de Adolfo Pardo.

por Juan Albornoz
Artículo publicado el 15/06/2007

la-silla-de-ruedasAcerca de la novela «La Silla de Ruedas», de Adolfo Pardo. Texto publicado, con algunas modificaciones, originalmente en la revista Mensaje (Chile), edición de Junio de 2007.

Cada diez años más o menos aparece una novela en Chile que en forma extraña, con  sutileza casi erótica,  esclaviza al lector, en la noche, en el trabajo, en el bus o en el baño.

La continuidad recta y liviana de su narrativa, las perplejidades que sugieren esa cuerda floja entre lo biográfico y la fantasía, y buenas porciones de humor bordeando la elegancia; éstos son los instrumentos solapados que usará Pardo para entregarnos un irónico hombre cualquiera, quien, aplanado por su circunstancia y ocasionalmente angustiado por lo  erótico, nos cuenta su historia. Sí, admitamos el secreto, Pardo  logra  que la ironía vuelva a la narración novelesca actual.

El narrador de “La Silla de Ruedas” (un título horrible en mi opinión) es Ernesto Valesien, inmigrante chileno en París. Roído por la preocupación de sobrevivir económicamente, empuja a un lado complicaciones, y como del brazo con el lector, describe su vida, acompañado de esposa, niños y un deseo de escribir que data de años, pero víctima consciente como tantos otros escritores, de esa maldición, de ese destino  triste, de no tener nada que contar.

Con rebeldía subraya: “No hay nada que contar.” Y agrega que los autores jóvenes deben evitar escribir autobiográficamente: “Lo que Uds. quieran, pero por favor, no más autobiografías. La vida nunca tuvo piedad con nosotros, ni con nadie, pero esa tragedia más vale mantenerla en privado.”

Pero hay una historia que contar, una historia de días planos, de pobreza, una historia que se “arranca” y nos entregará una visión de París, con personajes que el lector o el emigrante observador puede encontrar en tantas ciudades del mundo. Valesien, un observador malgre lui, un tipo que busca el entendimiento de su circunstancia, describe personajes y eventos, pero inevitablemente colisiona con la ironía, ese fenómeno que la cultura anglosajona describe tan bien como el desenlace que, desde un punto de vista lógico, ni el lector ni el personaje esperan.

La ironía hace de la novela de Pardo una obra atrayente, leíble, entretenida y sugerente, pero debo detenerme antes en el humor. Su humor es sugerente, y liviano, y hace reír,  especialmente cuando el sentimiento central, el ardor erótico, ese lujo inmerecido del inmigrante pobre  con pocas esperanzas,  es víctima  repentina de la ironía amorosa. Así, la empatía envuelve al lector; uno involuntariamente comparte con el protagonista y narrador su vergüenza, la vergüenza del hombre que inesperadamente termina en una acera de París, semi desnudo, engañado por aquella que  le ha negado besos y aromas.

Valesien arrinconado día a día por la pobreza, por una esposa cuya belleza y amor por el protagonista han disminuido como los fondos económicos de la familia, trata de enfrentar, de controlar tanto su circunstancia económica como su angustia erótica. Pero la novela, con su lenguaje directo, con su diálogo y ritmo personal nos insta a creer, como lo cree el personaje, que hay una esperanza de reestablecer no solamente cierta salud económica sino que también un mundo de fantasía y erotismo. Nos convence, me temo, en apostar por algo imposible, por una convergencia simultánea de familia, dinero, erotismo, imaginación y finalmente escape.

Pardo introduce otro elemento de diversión y humor en la novela: sus notas a pie de página, las cuales incluyen, en un acto casi de frescura editorial, el texto de un cuento escrito años atrás (“Incluyo el mentado cuento para que se entienda de que estoy hablando.”). Pero la inclusión del cuento trabaja y cae bien, como así varias otras notas/comentarios que ayudan a pintar con más definición, con más humanidad ese hombre cualquiera que mencionamos antes y que, página a página, nos simpatiza y preocupa.

Dos misterios rodean la narración, símbolos quizás de algo que el autor nos quiere decir, símbolos también del juego en que nos hallamos envueltos, un juego donde el lenguaje diario nos comunica tanta humanidad.

Uno, es el símbolo misterioso de la niña que no envejece; el otro es la dedicatoria que Pardo ofrece a Frederique Lemiturd, quien, al menos que tengamos un accidente tipográfico, no es exactamente el nombre de la antagonista erótica del narrador. Los cito para que futuros lectores los examinen y propongan explicaciones, prolongando así la discusión de ese mundo que cada novelista intenta crear a perpetuidad, en constante movimiento y fluidez.

Juan E. Albornoz  USA
Mayo 2, 2007

ver:
https://www.conoceralautor.es/libros/ver/la-silla-de-
ruedas-de-adolfo-pardo
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