EN EL MUNDO DE LAS LETRAS, LA PALABRA, LAS IDEAS Y LOS IDEALES
REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
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Epistemología de la escucha y construcción de sentido.

por Mateo Goycolea
Artículo publicado el 04/10/2017

Este ensayo se realizó en el marco del seminario: Antropología Fundamental. Curso dictado por Juan Ignacio Rodríguez para el Magister en Formación Docente Universitaria. Universidad Finis Terrae, Santiago, agosto-septiembre de 2017.
La imagen de abajo corresponde a la escultura sonora Fenomenología del entorno, obra presentada en la exposición colectiva del Taller Forma y sonido, Sala Juan Egenau. Facultad de Artes de la Universidad de Chile, Mateo Goycolea (2014).

 

Forma-y-sonido-secuencia2

 

Resumen
En el presente ensayo se ordenan y definen conceptos que delimitan el campo de la percepción aural en el marco interdisciplinario de los estudios del sonido y la antropología de los sentidos. Se organiza una reflexión en la que se propone que el fenómeno de la ‘escucha profunda’ es habilitada por una sensibilidad fundamental –la sensibilidad de lo intersubjetivo-. Esta dimensión estética de la experiencia sensorial se postula como núcleo potencial de la subjetividad, en términos de una capacidad de construcción de un ‘conocimiento otro’ del mundo. Que la ‘escucha profunda’, en suma, es apertura, experiencia reflexiva y construcción de sentido en la órbita de la autenticidad y el re-conocimiento de los espacios cotidianos. De esta forma se intentan problematizar diferentes matices del yo a la escucha de sí mismo en tanto posibilidad de resonancia vibratoria y teoría del conocimiento. Se postula finalmente que la percepción aural puede ser apertura legitimante, condición de posibilidad de una comprensión auténtica del yo-en-el-paisaje e intimidad del pensamiento.
Palabras clave: percepción aural, epistemología de la escucha, resonancia vibratoria, construcción de sentido.

 

Estudios del sonido y auralidad

El pensar es al mismo tiempo pensar del ser,
en la medida en que, al pertenecer al ser,
está a la escucha del ser.
Martin Heidegger

Los estudios del sonido -en inglés, sound studies- han venido a ocupar un lugar cada vez más extenso en la discusión que normalmente se asocia a la investigación en arquitectura, urbanismo sensible, estudios culturales o la antropología de los sentidos (Coronado, 2013), por nombrar algunos de los núcleos teóricos en los que se modela, por decir así, una ‘formación discursiva’(Foucault, 2003; Sautu, 2007) rica en estratos, alcances y nuevas reflexiones. En una de las publicaciones clave para comprender el extenso panorama, Trevor Pinch y Karin Bijsterveld (2004), ordenan y sistematizan ésta problemática definiendo los estudios del sonido como un área o sector emergente del conocimiento marcado por un carácter interdisciplinario, cuyo material y objeto de estudio es la producción y el consumo de música, sonidos, ruidos e incluso silencio. Investigaciones y proyectos que se circunscriben y se ocupan de la forma en que la circulación, producción y uso de recursos sonoros producen cambios considerados históricos en las diferentes sociedades. Los estudios del sonido, para estos autores, se concentran en procesos de interacción y diseño sónico en instancias acotadas que combinan información, significado y estética de las emociones en interacción con el medioambiente.

En coherencia con estas líneas de investigación la antropología de los sentidos se entiende como la disciplina encargada de estudiar la organización sensorial de la sociedad.Esta rama de la Antropología, estudia las percepciones sensoriales socioculturalmente compartidas en tanto representan y configuran la forma como los individuos toman posición simbólica del mundo al experimentar la realidad.

Estas percepciones no surgen solamente de una “fisiología”, sino ante todo de orientaciones culturales que forman un prisma de significados sobre el mundo, siendo modeladas por la educación y por la historia personal de cada individuo.(Coronado, 2013)

Desde esta perspectiva, se levanta todo un campo de estudio cuyo momento inaugural y decisivo se consolida alrededor de la gestión sostenible de la “sonoesfera”, de nuestros hábitos de escucha y de la forma en que nos educamos como oyentes en relación al medio ambiente.

La reflexión inaugural en torno a los estudios del sonido ha seguido los planteamientos del World Soundscape Project, alrededor de 1970 en la Universidad Simon Fraser de Vancouver y el World Forum for Acoustic Ecology (WFAE), que se funda en 1993. Estas dos instancias se concentran en los problemas vinculados a una sensibilidad ecoacústica atendiendolos procesos que vincula tanto al deterioro de los hábitats naturales como a la re-configuración de los espacios cotidianos, profundizando en la problemática de la “contaminación acústica”. (López Rodríguez, 2009)

Paisaje sonoro y nueva escucha
Nuestra deuda en este sentido es con el compositor Raymond Murray Schafer quien ha definido y particularizado el sonido como elemento fundamental del paisaje. Schafer a principio de los años setenta, funda en Canadá el World Soundscape Project (WSP) y propone el estudio de los entornos acústicos acuñando el concepto soundscape, concepto que se traduce al español como “paisaje sonoro”.

Para este singular compositor el concepto de “Paisaje Sonoro” se debe entender como una composición “Universal” en la que todos participamos o somos compositores, motivando de esta forma, una escucha inmersiva o atenta que hace del ruido un objeto de investigación y una dimensión fundamental de la experiencia de habitar-en-el-mundo.

El Paisaje Sonoro bien entendido es una manifestación perceptual de un entorno local específico que, a través de un proceso de atención dirigida, podemos transformar en unidad de sentido. Esta unidad de sentido –unidades de paisaje en arquitectura- a su vez puede ser de-construida en diferentes parteso unidades mínimas, siendo la cartografía sonora la encargada de establecer densidades sonoras, resonancias, vibraciones, nodos, fronteras, límites y zonas de silencio que caracterizan la identidad acústica de los espacios (Ipinza e Hidalgo, 2017).

Los paisajes sonoros se estudian y se crean con fines estéticos, documentales y científicos, poniendo en el centro de la atención un haz de relaciones posibles entre el individuo capaz de establecer una forma de comprensión profunda del medio ambiente y la distribución espacial de los objetos que integran contextos acústicos. De esta manera se va configurando con el tiempo una antropología del sonido en tanto la escucha se interpreta en función de la percepción humana y las condiciones de su habitar, en suma como un mecanismo complejo y a interrogarse sobre qué sonidos hay que mitigar, pero también sobre cuáles habría que potenciar o conservar con el fin de establecer un diseño sonoro que Murray Shafer ya reivindicó en 1977 y que retoman propuestas como el Positive Soundscape Project, con base en Londres, y, sobre todo, el CRESSON, constituido en la Escuela Nacional Superior de Arquitectura de Grenoble, donde trabaja en el desarrollo de estrategias para la configuración de un urbanismo sensible. (López Rodríguez, 2009)

En esta constelación de perspectivas y cruces disciplinarios se van articulando hasta nuestros días diferentes propuestas teóricas y metodológicas en torno a la necesidad de una nueva escucha. De una forma análoga como se ha estudiado el giro lingüístico, o el giro hermenéutico en filosofía hoy se discute sobre el ‘giro sonoro’, en este caso para poner de relieve un nuevo ámbito de reflexión, creación y experiencia estética. Se entiende por giro sonoro

la apertura de todas las artes, incluida la música, a una nueva actitud ante el sonido que aumenta las posibilidades de creación y de recepción. Ese proceso de apertura se ha producido escalonadamente. La primera etapa del giro sonoro de las artes y de la música se produjo, en mi opinión, en el movimiento interno del propio lenguaje musical. La lógica del tonalismo llevó a los códigos del encadenamiento armónico y, como consecuencia, de la construcción de melodías, a la crisis de su final. Esta se manifestó ya en las composiciones del último tercio del siglo XIX, pero cristalizó en varias direcciones una vez comenzado el siglo XX. Todos los códigos nuevos, más o menos alejados del tonalismo, facilitaron el acercamiento a una nueva escucha y a una nueva actitud frente al sonido. (Notario Ruiz, 2013:237)

Desde nuestra perspectiva el ‘giro sonoro’ en el marco de la historia de la cultura inserta una posibilidad de reflexión en torno a la ‘auralidad’, en términos de una epistemología de la escucha. Enfoque que asumimos para definir auralidad como una esfera o campo de escucha que implica a un sujeto sensible en su relación acústica con el mundo desde la resonancia de las cosas.

A través de la escucha profunda es posible indagar en la sensibilidad de lo perceptible la temporalidad como duración y el espacio como extensión y relación sensible. La dimensión aural de la escucha profunda potencia el sentido del habitar en el sentido de experimentar la racionalidad sensible en el acto de la comprensión del ser como ser-en-el-mundo-entre-las-cosas. La auralidad como intentamos demostrar es apertura del ser hacia la resonancia de las cosas y del ser en tanto (auto) comprensión resonante del mundo.

Subjetividad en estado de apertura significa, en suma, subjetividad comprehensiva, resonancia armónica, memoria en la que se reúnen los afectos. Construcción de sentido de pertenencia, (re)invención de espacios cotidianos. Escucha que pasa por la identificación de ciertos ruidos y canciones; ruidos cargados de sueños y de lugares secretos que la percepción es capaz de guardar como verdaderos tesoros del recuerdo:

Los sentidos del sonido se curvan y terminan plegándose. De esta manera, las calles desiertas y los gatos dormidos suenan tanto a rumor y sigilo como a atención latente. Suenan las bodegas y las páginas de los libros; a eco, misterio y paciencia. Las catedrales suenan a himnos, y los ejércitos a salmos, y ambos a respiración contenida. Suenan sin cesar los aeropuertos y las colmenas, a cuerpos en movimiento; las almohadas suenan suave, a cuerpos en reposo y a sueño. Las oficinas suenan a sillas con ruedas, y las sillas con ruedas a oficinas; los comerciales suenan a súplica y oración y mentira, como suenan los púlpitos, a lecciones e insulto. Suenan las cocinas, a tintineos y a apetito, a fuego y agua hirviendo. (Atembi et al, 2005:15)

Auralidad, apertura y comprensión auténtica

«lo abierto a lo cual todo ente está librado [ … ]
es el ser mismo»
Martin Heidegger

Definimos de esta forma, la ‘auralidad’, en el sentido de experiencia subjetiva y ‘escucha profunda’. Quien experimenta la escucha profunda tiene la posibilidad de realizar una inmersión y apertura de su ser-en-el-mundo. Escuchar es una modalidad del aprehender, de ponerse de-camino-a-la-percepción-del-mundo. Escuchar presupone una acción que devela y separa a un tiempo, discriminando la imaginación acústica de la ilusión visual, esto es separando modalidades de la intelección, lo que permite re-localizar la esfera de lo sensible y lo inteligible como resultados de un ejercicio de captación. En De Anima Aristóteles señala esta relación estrecha entre sensación y conocimiento que aquí citamos para relacionar la esfera de la contemplación acústica con un sentido primero que se da en la intimidad del pensamiento como sentido de la resonancia.

Y puesto que, a lo que parece, no existe cosa alguna separada y fuera de las magnitudes sensibles, los objetos inteligibles –tanto los denominados abstracciones como todos aquellos que constituyen estados y afecciones de las cosas sensibles– se encuentran en las formas sensibles. De ahí que careciendo de sensación, no sería posible ni aprender ni comprender. De ahí también que cuando se contempla intelectualmente, se contempla a la vez y necesariamente alguna imagen: es que las imágenes son como sensaciones sólo que sin materia. La imaginación es, por lo demás, algo distinto de la afirmación y la negación, ya que la verdad y la falsedad consisten en una composición de conceptos. En cuanto a los conceptos primeros, ¿en qué se distinguirán de las imágenes? No cabría decir que ni éstos ni los demás conceptos son imágenes, si bien nunca se dan sin imágenes (DA, III 8, 432a3-14).

Las imágenes acústicas bien comprendidas, es decir a través de la escucha profunda nos abren hacia el universo relacional de las formas sensibles, hacia el universo de los sentidos donde nuestra subjetividad está comprendida como voluntad “estar a la escucha” y posibilidad de resonancia vibratoria.

En este sentido, estar a la escucha como ha planteado Nancy:

consistió primero en estar situado en un lugar retirado desde donde poder interceptar una conversación o una confesión. “Estar a la escucha” fue una expresión de espionaje militar antes de corresponder, gracias a la radiofonía, al espacio público, no sin por ello dejar de mantenerse también, en el registro telefónico, como un asunto de confidencia o un secreto. Uno de los aspectos de mi cuestión será entonces: ¿de qué secreto se trata cuando propiamente se escucha, es decir, cuando uno se esfuerza por captar o interceptar la sonoridad antes que el mensaje? ¿Qué secreto se libera -y entonces se hace también público- cuando escuchamos por sí mismos una voz, un instrumento o un ruido? Y el otro aspecto, indisociable, será: ¿qué es entonces estar a la escucha, como quien dice “estar en el mundo”? ¿Qué es existir según la escucha, para ella y por ella, qué es lo que en ella se pone en juego respecto de la experiencia y la verdad? ¿Qué es lo que en ella se juega, lo que en ella resuena, cuál es el tono o el timbre de la escucha? ¿Sería la escucha ella misma sonora? (Nancy, 2008)

Postulamos entonces que ‘estar a la escucha’ nos abre a la experiencia del mundo a través de la resonancia del sentido –esto es, la resonancia secreta de las cosas. La conciencia aural nos integra de esta forma al entorno, poniendo a la subjetividad en la dimensión meta-cognitiva de la comprensión en tanto, el ser humano como individuo oyente, es resonancia interior que participa de la sonoridad del ser. Movimiento intelectivo que se traduce en capacidad de comprender la resonancia como intimidad del pensamiento y del sentido.

A esta experiencia queremos llamarla apertura y comprensión auténtica en tanto confirmación de la transferencia de sentido, en cuanto posibilidad de la potencia perceptiva, en la medida en que se produzca un desplazamiento que va desde la fuente formal de los procesos creadores –el sujeto que percibe y es capaz de comunicar- hacia el movimiento de la intención cognoscente, la que constata la presencia de las cosas, o la exterioridad que es espacio, fundamento y condición de la existencia sensible.

Para decirlo con Sloterdijk (1998) en la esfera de la escucha: los límites de mi capacidad de transferencia son los límites de mi mundo.

La comprensión auténtica como afirmamos aquí es movilizada por los sentidos, siendo el hombre en sociedad el que está determinado por esquemas o marcos de comprensión intersubjetivos donde la inmediatez y el entorno configuran un horizonte de posibilidades entre lo visible y lo invisible, lo sonoro y lo silente, lo táctil y lo intangible, lo olfativo y lo inodoro, el sabor y lo insípido.

Cada sociedad elabora un “modelo sensorial” particularizado por pertenencias de clases, grupo, generación, sexo, etc. Así comprendidos, los sentidos no sólo son medios de captar los fenómenos físicos sino además vías de transmisión de valores culturales. Los códigos sociales establecen la conducta sensorial admisible de toda persona en cualquier época y señalan el significado de las distintas experiencias sensoriales: experimentamos nuestros cuerpos y el mundo a través de los sentidos. Por ello, se pueden plantear los sentidos como “históricos”, porque son productos de un espacio determinado y sus asociaciones van cambiando con el paso del tiempo. (Coronado, 2013: 82)

Lo abierto, el estado de apertura que nos pone de camino a la comprensión auténtica es el resultado de una experiencia cultural y constituye, desde esta perspectiva la condición esencial de la subjetividad en tanto potencia de actuación y transformación histórica. Giorgio Agamben siguiendo la crítica de Heidegger a Rilke en torno a lo abierto ha dedicado un ensayo en el que expresa con claridad:

Lo que está en juego […] es la definición del concepto de «abierto» como uno de los nombres, incluso como el nombre [por antonomasia] del ser y del mundo. […] Heidegger vuelve sobre este concepto y traza al respecto una genealogía sumaria. Cabía dar por descontado en cierta medida que el concepto provenía de la octava Elegía de Duino; pero, al asumirlo como nombre del ser («lo abierto a lo cual todo ente está librado[ … ] es el ser mismo»: Heidegger 1993, 224), aquel término de Rilke sufre una transformación esencial, que Heidegger intenta por todos los medios subrayar. En la octava Elegía, en efecto, el que ve lo abierto «con todos los ojos» es el animal (die Kreatur), que se opone decididamente al hombre, cuyo ojos están, en cambio, «como invertidos» y puestos «como trampas» en torno a él. Mientras el hombre siempre tiene ante sí el mundo, está siempre y solamente «de frente» (gegenüber) y no accede nunca al «puro espacio» del afuera, el animal se mueve en cambio en lo abierto, en «ninguna parte sin no». Es precisamente esta inversión de la relación jerárquica entre el hombre y el animal lo que Heidegger pone en cuestión. Ante todo, escribe, si se piensa lo abierto como el nombre de aquello que la filosofía ha pensado como alétheia, es decir como la ilatencia-latencia del ser, la inversión no es aquí verdaderamente tal, porque lo abierto evocado por Rilke y lo abierto que la reflexión de Heidegger busca restituir al pensamiento no tienen nada en común. […] Sólo el hombre, es más, sólo la mirada esencial del pensamiento auténtico, puede ver lo abierto que nombra el develamiento del ente. El animal, por el contrario, no ve jamás este abierto. (Agamben, 2006: 107-108)

Nosotros por nuestra parte, asociamos la apertura en el sentido de reunión y convocatoria –el develamiento del ser y del mundo- la dimensión temporal de la experiencia comprensiva que la escucha le puede otorgar a la subjetividadno sólo para configurar nuestra realidad cotidiana sino también para establecer un fundamento: el reconocimiento de en un sistema de relaciones perceptuales.

“Todo lo que vemos, o que nuestra visión alcanza es el paisaje. Este puede definirse como el dominio de lo visible, lo que la vista abarca. No solo está formado por volúmenes, sino también por colores, movimientos, olores, sonidos”. […] La idea de un paisaje animado y dinamizado por una sensorialidad más amplia rompe el marco bidimensional de la representación tradicional y permite entenderlo como un sistema de complejas relaciones surgidas de la interacción entre el entorno y nuestros sentidos, incluyendo nuestra presencia. (Llorca, 2017: 16)

El espacio se constituye así como un conjunto de unidades, sistemas de objetos y sistemas de acciones y movimientos, siendo el paisaje una configuración territorial y cultural que puede ser comprendida desde la resonancia como eje articulador entre el sujeto que percibe y su forma potencial de experimentar el mundo. A esta esfera relacional y potencial la llamamos aquí ‘resonancia vibratoria’ en tanto posibilidad armónica de organizar nuestras relaciones con el prójimo y con el mundo.

Autenticidad y comprensión auténtica es, en este sentido, una forma de constatar la ‘resonancia vibratoria’ como presencia del ser-en-el-mundo. La escucha profunda-la escucha atenta y proyectada-configura la ‘resonancia vibratoria’ como experiencia subjetiva de la intimidad del pensamiento en tanto acceso a la sonoridad del sentido. En tanto movimiento volitivo, construye, dando forma y significado a lo que atiende: no hay una modalidad única de la resonancia, hay una posibilidad de ponerse a la escucha para comprender el sentido en sus variaciones vibratorias, esto es, en su resonancia que es presencia, duración y (dis)continuidad.

Nuestra comprensión de la resonancia sigue, en este sentido, la dirección del pensamiento de Heidegger (1927) cuando en Ser y Tiempo se refiere a la aprehensión del ente y la problemática de la ontología griega:

El ente es aprehendido en su ser como “presencia” e.d. queda comprendido por referencia a un determinado modo del tiempo —el “presente”. / La problemática de la ontología griega, como la de cualquier otra ontología, debe tomar su hilo conductor en el Dasein mismo. El Dasein, es decir, el ser del hombre, queda determinado en la “definición” vulgar, al igual que en la filosófica, como ζῷον λόγον ἔχον, como el viviente cuyo ser está esencialmente determinado por la capacidad de hablar. El λἑγειν (cf. § 7, B) es el hilo conductor para alcanzar las estructuras de ser del ente que comparece cuando en nuestro hablar nos referimos a algo [Ansprechen] o decimos algo de ello [Besprechen]. Por eso, la ontología antigua, que toma forma en Platón, se convierte en “dialéctica”. Con el progreso de la elaboración del hilo conductor ontológico mismo, e.d. de la “hermenéutica” del λόγος, crece la posibilidad de una comprensión más radical del problema del ser. La “dialéctica”, que era una auténtica perplejidad filosófica, se torna superflua. Por esto (Aristóteles) “no tenía ya comprensión” para ella [e.d no la aceptaba] justamente porque, al ponerla sobre un fundamento más radical, la había superado. El λἑγειν mismo y, correlativamente, el νοεῖν —e.d. la aprehensión simple de lo que está‐ahí en su puro estar‐ahí, que ya había sido tomada por Parménides como guía para la interpretación del ser— tiene la estructura temporaria de la pura “presentación” de algo. El ente que se muestra en y para ella, y es entendido como el ente propiamente dicho, recibe, por consiguiente, su interpretación por referencia al presente, es decir, es concebido como presencia (οὐσία). (Heidegger, 1997: 48-49)

Es en la dimensión propiamente hermenéutica de la comprensión armónica del entorno que la resonancia vibratoria puede transferir sentido, como aquello que reclama la atención y el acceso a la esfera de lo inteligible y lo reclama en tanto ‘transferencia subjetiva’ que va de la esfera sensible a la esfera inteligible, esto es como un acontecimiento de la percepción:

Inspiración, inhalación, insinuación, incursión vertical de una idea, apertura o asomo de lo nuevo: ese concepto designaba en otro tiempo, cuando aún se lo podía utilizar sin ironía, el hecho de que una fuerza informadora de naturaleza superior convirtiera una conciencia humana en su tubo o caja de resonancia. El cielo, dirían los metafísicos, sale a escena como informador de la tierra y le ofrece signos; algo extraño entra en lo propio por la puerta y se hace oír. (Sloterdijk, 1998: 84-85)

 

Escucha y construcción de sentido en el paisaje: a modo de conclusión

…digamos una vez más que el alma es en cierto modo todos los entes, ya que los entes son o inteligibles o sensibles y el conocimiento intelectual se identifica en cierto modo con lo inteligible, así como la sensación con lo sensible.
Aristóteles

 

En el presente ensayo se ha esbozado un marco conceptual a modo de instalar una reflexión en torno a la necesidad de una epistemología de la escucha. Para esto se han convocado lecturas diversas con el objeto de ordenar y delimitar el ‘campo de la percepción aural’ en relación a la subjetividad –y lo intersubjetivo- en estado de apertura. Se reconoce asimismo la riqueza de la reflexión interdisciplinaria de los estudios del sonido en relación a la antropología de los sentidos y la filosofía. En este sentido, se confirma la tesis planteada en la que se ha sostenido que el fenómeno de la escucha profunda es habilitada por una sensibilidad fundamental –denominada intimidad del pensamiento y sensibilidad de lo (inter)subjetivo-. A esta esfera de la experiencia sensible se la vincula aquí con el núcleo potencial de la percepción en términos de capacidad de construcción de sentido; de un ponerse de camino a un ‘conocimiento otro’ del mundo.

Que la escucha profunda, en suma, es experiencia reflexiva y construcción de sentido en la órbita de la autenticidad y el re-conocimiento de los espacios cotidianos a través de las imágenes acústicas. La imaginación acústica como ejercicio de la escucha profunda es acceso a la resonancia vibratoria de la presencia. En esta presencia esencial que es estado de apertura se puede reorientar la experiencia de la enseñanza-aprendizaje en tanto forma de colaborar y promover una apertura legitimante que hemos entendido como comprensión auténtica del sí mismo en-el-paisaje en tanto relación armómica con la intimidad auto-comprensiva del pensamiento.

 

Bibliografía
Agamben, Giorgio (2006). Lo abierto. El hombre y el animal. Buenos Aires: Adriana Hidalgo
Antenbi, Andrés; González, Pablo; Cambrón, Miguel Alonso; Ayats, Jaume; Berenguer, José Manuel; Delgado, Manuel; García López, Noel; Garí, Clara; López Gómez, Daniel (2005). ESPACIOS SONOROS, TECNOPOLÍTICA, Y VIDA COTIDIANA. Aproximaciones a una antropología sonora. Barcelona: Orquesta del Caos.
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Llorca, Joaquín (2017). Paisaje sonoro y territorio. El caso del barrio San Nicolás en Cali, Colombia. Revista INVI 32(89) : 9-59, mayo de 2017
Nancy, Jean-Luc (2008). A la escucha. Buenos Aires: Amorrortu.
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