EN EL MUNDO DE LAS LETRAS, LA PALABRA, LAS IDEAS Y LOS IDEALES
REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVI
PORTADA | PUBLICAR EN ESTE SITIO | AUTORES | ARCHIVO GENERAL | CONTACTO | ACERCA DE | ESTADISTICAS | HACER UN APORTE
— VER EXTRACTOS DE TODOS LOS ARTICULOS PUBLICADOS A LA FECHA —
Artículo Destacado

Memorias de un viejo condenado

por Adolfo Pardo
Artículo publicado el 08/05/2019

Cuando yo todavía estaba en la tierra a veces lograba pasar por un tipo enigmático, pero acá en el Infierno ya no tiene mucho sentido. No se gana nada. Lo que pasa es que aquí la mayoría somos personas mayores y, como decían antaño, no vamos a vernos la suerte entre gitanos. La gente más joven en su gran mayoría está en el Purgatorio o directamente los pasan al Cielo, donde termina gran parte de los mortales.

Este lugar, tan desprestigiado, en realidad no es mucho peor que un asilo de ancianos. Casi mejor diría yo. No te obligan a comer pero en la mañana cada uno tiene que hacer su cama, igual que en el Servicio Militar. Y aunque no tenemos que trabajar estamos obligados a levantarnos temprano. Eso es lo que único que me molesta. Para qué digo yo. Disciplina nada más.

Pero las escaleras son un tormento, cuando edificaron este lugar, que no es precisamente pequeño, todavía no se habían inventado los ascensores y por todos lados está lleno de interminables escaleras de piedra. Así que en la mañana y en la tarde, con la lengua afuera, los viejitos andamos para arriba y para abajo arrastrando las patas. El único consuelo, dicen, es que fortalece las piernas. Y que es bueno para el corazón, aunque por aquí nadie le teme a los ataques cardíacos porque hasta ahora solo se muere una vez.

Aunque la rutina es bastante tediosa, la estadía en el infierno no es tan horrible como advierten en la tierra. Yo creo que la mala fama que tiene el Infierno, don Sata incluido, es producto de creencias infundadas y desconocimiento. Yo no sé por qué predican tanto si nunca han estado aquí. Primero hay que conocer, digo yo. Además la comida es bastante buena. No vamos a decir que gozamos de una cocina gourmet, pero el menú es bien variado y saludable. Dicen que en el Cielo es harto más desabrido. No le ponen sal parece. Y no sé por qué. A lo mejor está muy cara y ahorran por ese lado.

En resumen, yo no podría decir que aquí lo he pasado mal. Sobre todo si lo comparo con mis 57 años de matrimonio. Eso sí que no se lo deseo a nadie. Nos levantan bien temprano por la mañana, domingos y festivos incluidos, pero por la noche nos dejan ver la tele hasta tarde. Y después de almuerzo todo el mundo duerme su sagrada siestecita, a calzón quitado, como acostumbran en Talca.

También he hecho buenos amigos, de todas partes del mundo. Chinos, belgas, turcos, rusos, mejicanos, de todo un poco. Entre otros el olvidado escritor austriaco Leopoldo von Sacher-Masoch, autor de La Venus del abrigo de piel y otros libros hoy ignorados. Un hombre modesto, fino y sencillo que verdaderamente no entiendo que hace aquí habiendo padecido tanto en vida. Igual que Raúl Shaw Moreno, el trovador boliviano que seguramente se ganó el infierno haciendo suspirar a las damas con su garganta prodigiosa y románticos boleros.

Con los viejos jugamos Brisca y Batalla Naval. Y lo más divertido es que nos entendemos perfectamente. Es como si aquí todo el mundo supiera hablar esperanto. Pero la verdad es que nadie sabe qué hablamos, aunque da lo mismo porque todo el mundo se entiende perfecto. Yo hablo en chileno común y corriente y todo el mundo me capta sin ningún inconveniente. Deben tener un sistema de traducción instantáneo sin que uno se dé cuenta. Tecnología de punta. Es que si no la cuestión sería un caos. Cada uno para su santo.

Además desde que estoy condenado no he sabido de nadie que caiga enfermo, hasta los más ancianos gozan de una salud envidiable. Yo mismo por ejemplo, cuando estaba en el mundo de los vivos sufría de cálculos renales, ataques a la vesícula, varicocele y me crujían las coyunturas. Ahora en cambio estoy como tuna. Con las piernas de 15 podría andar en zancos si quisiera, como cuando era un adolescente.

Yo no tengo de que quejarme, estoy acostumbrado e incluso los domingos nos dejan salir a dar una vuelta. Algunos van para el Cielo que nos queda bien cerquita y a veces también para el Purgatorio, también en el vecindario. Pero yo prefiero quedarme reposando o leyendo. Además, en el Cielo a uno lo miran como si fuera no se qué, como alguien inferior por el hecho de estar en el Infierno, aunque la gente aquí es como todo el mundo. Gente buena, gente mala. Igual que en todas partes. La única diferencia es que acá todos arrastramos por lo menos un pecado mortal que nos valió la condena, pero no por eso se va a juzgar a la gente. No seré yo el que tire la primera piedra.

Igual el Cielo lo he visitado varias veces. Es bien bonito y tiene un clima ideal. Ni frio ni calor. Y no llueve nunca, salvo unos chubascos en primavera que ayudan a limpiar el aire. Pero a mí me gusta más aquí, aunque puede hacer mucho calor y un frío que te cala en invierno, pero nunca tanto como advierten Las Escrituras.

Y a propósito, aquí en el Infierno tenemos a nuestra disposición una biblioteca maravillosa, la mejor y mayor biblioteca posible. Tiene todos los libros escritos a la fecha y los libros por escribir hasta el fin de los tiempos. Y dicen que si alguno de nosotros es capaz de leerse todos esos libros —lo cual es posible dado que tenemos tiempo ilimitado, pero improbable por la magnitud de la tarea— se abrirán las puertas del Cielo y del Infierno y la humanidad completa será perdonada y escusados de la muerte y del Juicio Final, justos y pecadores, seremos felices para siempre. Yo no sé si será cierto y no voy a intentarlo. Me queda grande ese poncho.

Hace unos años llegó por aquí una señorita bien agraciada. La habían condenado porque en vida trabajaba en la calle Copiapó después de la nueve de la noche. Todos estábamos encantados con ella. Cantaba muy bonito. Cuando se duchaba andábamos en punta de pies para poder escucharla mejor. Pero nos duró poco. No mucho tiempo después de su llegada la reubicaron en el Cielo. Parece que se habían equivocado con su expediente. Todavía la echamos de menos.

La otra muchacha encantadora que está aquí hace ya hartos años es la señorita Marilyn Monroe, que como todo el mundo sabe es una preciosura. No hay nadie que no esté enamorado de ella, si hasta los auxiliares suspiran por los pasillos. Sabe tocar la guitarra y aunque tiene poca voz canta con mucha gracia. Y es bien afinadita. A ella la tienen en una pieza individual, sino no la dejarían tranquila, pobrecita. Yo he conversado varias veces con ella, en mi rudimentario inglés y en el idioma universal que todo el mundo habla aquí. Pero nunca he querido preguntarle si es verdad que se tomó esas pastillas o la envenenaron. Ya no debe ni acordarse. Y a estas alturas a quién le importa.

Otra celebridad, compatriota de la dama, que deambula por este sector es don Richard Nixon. Dicen que lo condenaron por el caso Watergate. Bien raro lo encuentro. Yo creía que se había ganado el infierno por la guerra de Vietnam y por su intervención en Chile para hacerle la vida imposible al presidente Salvador Allende que, aunque se pegó un tiro, después de una temporada en el Purgatorio está de lo más tranquilo en el Cielo. Con sus dos señoras: la Tencha y la Payita. A él lo dejan.

En todo caso, volviendo al ex presidente norteamericano, yo diría que el caballero no escarmienta. De formación abogado, siempre está urdiendo algo para sacar ventajas. Que le cambien la cama, que lo dejen resucitar y un montón de cuestiones más. En fin, don Richard es más macuco que otro ex presidente chileno que tiene para rato en el Purgatorio y no para de comerse las uñas.

El otro que tampoco escarmienta es mi tocayo, don Adolfo Hitler. A él lo tienen en un sector apartado para que no atormente a los viejitos. Y llevan razón porque este caballero sí que es peligroso. Después de la embarrada que se mandó en Alemania, que le costó la vida a no se cuanta gente, ahora está con un proyecto similar. Dicen que estaría gestionando su reencarnación porque quiere instalar una cadena de crematorios en Chile para exterminar a toda la población. En su opinión los chilenos somos una raza miserable que lo único que sabe es tirar basura por todos lados y andar en auto el día entero.
Su proyecto contempla hacer charqui con chilenos y chilenas, mapuches e inmigrantes. No dejar títere con cabeza. Después hacer un buen aseo. Recoger todas las colillas, bolsas y botellas plásticas y envases de todo tipo. Limpiar el campo, la playa grande de Cartagena, los ríos, caminos y veredas. Y demoler varias ciudades. Santiago en primer lugar. Y cuando esté todo impecable vender el país a los israelitas. Parece que ya no tiene problemas con el pueblo judío que, según él, lo están pasando pésimo en el medio Oriente, donde no los quiere nadie. Si todo resulta Chile pasaría a llamarse Israel (ex Chile). Dice que los judíos podrán trasladar piedra por piedra el Muro de los Lamentos e instalarlo en Chiloé, o donde mejor les parezca. Está convencido que los israelitas sabrán mantener mucho mejor este territorio y que serán capaces de regar el desierto de Atacama con agua de mar para cultivar Quínoa a gran escala. Yo no creo que lo dejen en todo caso. Pero el sigue majadereando y ya tiene hartos seguidores aquí en el Infierno y en el Facebook.

La señorita Marilyn —no puedo dejar de pensar en ella— es una monada y cuando canta parece un angelito. Uno de estos días, cuando se haya quedado dormida, voy a acercarme a su camita para sentir el aroma que exhala su alma.

Y a propósito de alma, yo creo que en gran parte es por eso que nos sentimos tranquilos. En la tierra la inmortalidad del alma era la gran duda existencial. Unos decían que si, otros querían creer pero no creían y muchos también pensaban, entre otros yo, que era puro cuento. Y resulta que ahora que estamos bien muertitos comprobamos que es verdad. Prueba de ello es que aquí estamos y por lo visto seguiremos por estos lados quien sabe hasta cuándo. Lo que pasa es que, después de todo, la inmortalidad apenas se nota, uno se siente prácticamente igual que cuando era de carne y hueso, con la diferencia que en la eternidad estás mucho más tranquilo. No te sientes amenazado y no hay que preocuparse de nada. No se paga ninguna cuenta, ni créditos y por lo menos acá en el Infierno la comida es gratis. Locomoción no tenemos, pero tampoco la necesitamos. Y olvídate de la jubilación. Que la jubilación no me sale, que la jubilación no me alcanza. Tampoco hay que llevar la contabilidad, ni dar boletas de honorarios, pagar impuestos, ni sacar número para hacer trámites o diligencias. Cuando tú llegas aquí te sacan la foto y pasas de inmediato. Si se te olvidó la tabla del 9 no importa. Tampoco hay que asistir a reuniones de padres y apoderados, ni ir a misa los domingos. No te obligan. En realidad la semana entera es como un domingo extendido, muy largo. Los lunes prácticamente no existen. Tomas desayuno y quedas desocupado. Puedes dedicarte a lo que se te ocurra.
Por eso mismo yo me distraigo escribiendo estas memorias, que seguramente no leerá nadie. A quien podría interesarle las cuitas de un abuelito muerto y condenado que escribe para matar el tiempo. A nadie. Además, difícil que puedan editarse libros acá en el Infierno. Que yo sepa no hay ninguna editorial, ni imprentas ni nada por el estilo. Yo trabajo con un simple lápiz mina en un cuaderno que en realidad es un libro de contabilidad que me regalaron un día que fui a meterme al Purgatorio, donde la gente si tiene que trabajar montones para expiar sus pecadillos. Ahí sí que tienes que llevar las cuentas de todo, por escrito y a mano, porque no tienen ni calculadoras.

En el Purgatorio sí que se pasa mal. Yo no quisiera estar ahí. Aparte que está lleno de gente y tienen que hacer colas para todo, hasta para ir al baño. Un verdadero infierno.
Y los pobres no saben que si los pasaran para acá estarían mucho mejor. Y sufren como chinos haciendo méritos para que los manden de una vez por todas al Cielo. Y el tormento dura una eternidad. Por ejemplo, por un pecado venial cualquiera, sacarle la madre a un amigo, siete años pidiendo perdón de rodillas. Mirar por el ojo de la cerradura a la vecina cuando está pilucha, 17 años sin desayuno. Leer revistas picantes, un rosario todos los días después de comida. En fin. Es horrible. En todo caso ahí la gente tiene que llevar bien anotaditos sus pecados y sus penitencias en libros de contabilidad igual a este, a dos columnas. Los compadezco.

El consuelo de esos penitentes es que tarde o temprano terminarán de pagar sus faltas y accederán al Cielo. Y además hay gente que, estando en la tierra, puede mediante penitencias y oraciones interceder por las ánimas del Purgatorio. El mejor ejemplo es Santa  Lutgarda (1182–1246) que en un solo día podía liberar no sé cuantas almas. Muy devota y con un poder enorme, se le aparecía Cristo con frecuencia y según su biógrafo, el dominico Tomás de Cantimpré, una vez tuvo una visión de Santa Catalina y en otra ocasión vio a San Juan, el Evangelista, con el aspecto de un águila. A menudo, durante sus éxtasis, se alzaba un palmo del suelo e irradiaba luz de su cabeza y cuando meditaba sobre sus pasiones le aparecían en la frente y en el pelo minúsculas gotitas de sangre.

Pero pasando a otro tema, para mi gusto lo peor de todo es el Limbo. No lo había mencionado. En esa guardería infantil nadie tiene expectativas. He estado un par de veces y hablo con conocimiento de causa. Se puede visitar, pero nadie quiere ir para allá, es lo peor de lo peor. Millones de guagüitas que no tienen un calzón de goma gateando en unas colchonetas de lona —cuya higiene deja mucho que desear— llorando a coro día y noche. Por suerte yo, fumador empedernido, perdí el olfato mucho tiempo antes de pasar a mejor vida.

La pregunta es qué culpa tienen esas pobres creaturas si sus padres se olvidaron o no alcanzaron a bautizarlas. Son totalmente inocentes y están condenadas a permanecer ahí hasta la consumación de los siglos. Que Dios me perdone, pero yo encuentro que es una injusticia. Para mí que el Limbo nunca tuvo la administración ni el presupuesto que requiere. Para empezar no hay parvularias. Y se necesitaría por lo menos una por cada diez niños. Y no hay ninguna. Y siguen llegando los críos a cada rato. Es un caos. Lo que pasa, creo yo, es que cuando se implementó ese complejo no se planificó bien, pensando en el futuro. En esa época, allá por la Edad Media, la humanidad completa habría entrado en República Dominicana, no sé, pero en todo caso era bien poca gente. Y a los chinos yo creo que ni los contaron, vivían muy lejos, profesaban no se qué religión y, como siempre, estaban en otra cosa. La cuestión es que el Limbo hace tiempo que está colapsado. Los niños quedan a cargo de unos cuantos angelitos que trabajan de mala gana y no saben cambiar un pañal. Yo pienso que van a tener que hacer algo, contratar personal competente. No tengo idea. Y ahora que todo el mundo anda corriendo la cuestión se va agravar. Ya poca gente se preocupa de bautizar a los cabros chicos y va llegar un momento que la cuestión va explotar.
Para ser bien sincero yo creo que Dios mismo debería tomar cartas en el asunto, pero nadie se atreve a decírselo. La verdad no creo que le interese y seguro tiene cuestiones más urgentes que atender. Como él es una y tres personas al mismo tiempo debe tener poco tiempo. Acá en el infierno estamos bien, don Sata es bien ordenadito y se preocupa de que las cosas funcionen, pero en el Limbo mucho me temo que si no se hace algo la situación a corto plazo va ser insostenible.
Mi tocayo dice que tiene la solución. Usted sabe cuál. Sus célebres hornos, qué más va a ser. Yo no sé qué estarán esperando. El Apocalipsis supongo. Ahí se cierra definitivamente este capítulo.

Adolfo Pardo

Print Friendly, PDF & Email


Tweet



Un comentario

Su texto me llegó aquí al cielo. Lo leí y me gustó mucho. Pero luego, cuando iba a pasárselo al Marqués de Sade, lo requisaron. Si me puede mandar unas copias le podría sacar unos buenos pesos. Fifty fifty.

Por Severo Vernal el día 07/06/2021 a las 01:41. Responder #

Comentar

Requerido.

Requerido.




 


Critica.cl / subir ▴