EN EL MUNDO DE LAS LETRAS, LA PALABRA, LAS IDEAS Y LOS IDEALES
REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
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“LA OTRA” de Gabriela Mistral.

por María Elvira Luna Escudero-Alie
Artículo publicado el 23/03/2011

A mis estudiantes del curso SN-216 de Montgomery College, MD

Una en mí maté:
yo no la amaba.
Era la flor llameando
del cactus de montaña;
era aridez y fuego;
nunca se refrescaba.
Piedra y cielo tenía
a pies y a espadas
y no bajaba nunca
a buscar «ojos de agua»>

Donde hacía su siesta,
las hierbas se enroscaban
de aliento de su boca
y brasa de su cara.
En rápidas resinas
se endurecía su habla,
por no caer en linda
presa soltada.
Doblarse no sabía
la planta de montaña,
y al costado de ella,
yo me doblaba…
La dejé que muriese,
robándole mi entraña.
Se acabó como el águila
que no es alimentada.

Sosegó el aletazo,
se dobló, lacia,
y me cayó a la mano
su pavesa acabada…

Por ella todavía
me gimen sus hermanas,
y las gredas de fuego
al pasar me desgarran.
Cruzando yo les digo:

—Buscad por las quebradas
y haced con las arcillas
otra águila abrasada.

Si no podéis, entonces,
¡ay!, olvidadla.
Yo la maté. ¡Vosotras
también matadla.

Casi todos los versos de este poema son heptasílabos; es decir que el acento estrófico cae sobre la sexta sílaba, y el acento estrófico es el que marca el ritmo de intensidad de cada verso (A. Quilis, Métrica española, 2006). Cuando el acento estrófico cae en la sexta sílaba, el ritmo es yámbico. La rima es asonante a-a, en los versos pares.
Como se puede apreciar, el poema La otra, es de una extraordinaria uniformidad.
A continuación veamos otros textos que nos refieren al “otro”, aunque desde puntos de vista distintos:

De Pedro Salinas, “Para vivir no quiero”, de La voz a ti debida, 1933; la mujer amada debe, según el yo poético, dejar de ser otra, y por lo tanto tiene que despojarse de sus máscaras, sus disfraces, y así volver a su verdadera esencia, y sólo entonces accederá al amor en tanto espacio privilegiado. La voz poética le ofrece a la amada ese amor sublime parodiando a Descartes de una manera ontológica: “(Yo) te quiero, luego, soy/existo)”:

Para vivir no quiero
islas, palacios, torres,
¡qué alegría más alta:
vivir en los pronombres!

Quítate ya los trajes,
las señas, los retratos;
yo no te quiero así,
disfrazada de otra,
hija siempre de algo.
Te quiero pura, libre,
irreductible: tú.
Sé que cuando te llame
entre todas las gentes
del mundo,
sólo serás tú.

Y cuando me preguntes
quién es el que te llama,
el que te quiere suya,
enterraré los nombres,
los rótulos, la historia.
Iré rompiendo todo
lo que encima me echaron
desde antes de nacer.
Y vuelto ya al anónimo
eterno del desnudo,
de la piedra, del mundo,
te diré:
Yo te quiero, soy yo.

De José Emilio Pacheco. Carta a George B. Moore en defensa del anonimato (de Los trabajos del mar, 1983). El poeta se ha convertido en el otro; pero en un otro que entretiene y disipa:

(…)
Extraño mundo el nuestro: cada día
le interesan cada vez más los poetas;
la poesía cada vez menos.
El poeta dejó de ser la voz de la tribu,
aquel que habla por quienes no hablan.
Se ha vuelto nada más otro entretainer.
Sus borracheras, sus fornicaciones, su historia clínica,
sus alianzas o pleitos con los demás payasos del circo,
tienen asegurado el amplio público
a quien ya no hace falta leer poemas.

De Jorge Luis Borges, el poema El Otro. El otro es un dios guerrero, aquel que permitió o no evitó la muerte del entrañable amigo de Aquiles; el valiente Patroclo-aquel que murió la muerte de otro; justamente la de Aquiles.

EL OTRO
En el primero de sus largos miles
de hexámetros de bronce invoca el griego
a la ardua musa o a un arcano fuego
para cantar la cólera de Aquiles.
Sabía que otro –un Dios- es el que hiere
De brusca luz nuestra labor oscura;
Siglos después diría la Escritura
Que el Espíritu sopla donde quiere.
La cabal herramienta a su elegido
Da el despiadado dios que no se nombra:
A Milton las paredes de la sombra,
El destierro a Cervantes y el olvido.
Suyo es lo que perdura en la memoria
Del tiempo secular. Nuestra la escoria.

¿Fue acaso durante el Romanticismo cuando el mundo empezó a fragmentarse, cuando la realidad perceptible empezó a evocar realidades ocultas que, como sombras, perseguían y acechaban al poeta? O quizás todo empezó mucho antes, cuando la Reforma protestante separó a Dios del hombre, y le hizo saber a éste que los designios celestiales sobre la salvación nunca podrían ser realmente conocidos a cabalidad, sólo tal vez presentidos por los Signos de bienestar y abundancia, de conflicto y privación que Dios depositaba en los mortales. (Max Weber, La ética protestante y el espíritu del capitalismo).

Sea como fuere, la literatura del siglo XIX tuvo muchas razones para crear “mundos divididos” porque el mundo como tal había empezado a dividirse de manera irreversible:

La Revolución Industrial había empezado a incursionar en la división del trabajo (medición del tiempo y el aislamiento de las labores necesarias para elaborar un producto), el conocimiento humano a especializarse, y la racionalización a sistematizarse.

Entre finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX se crean las grandes teorías sistémicas: la teoría económica de Marx, la psicológica de Freud y la lingüística de Saussure. Son sistémicas por su organicidad, porque su objeto de estudio (el capital, la mente, el lenguaje) es un organismo regido por leyes propias y complejas; leyes de transformación de la materia y lo tangible en energía y concepto (y viceversa): el trabajo transforma la plusvalía, la cual se transforma en capital, el deseo reprimido en neurosis y ésta en civilización, el lenguaje que hablamos todos los días en Lengua; entidad abstracta y la mayor parte del tiempo, incomprensible, pero de la que sabemos que se regula por las oposiciones de las letras, que en la lengua ya no son letras sino fonemas.

Mundo difícil el nuestro, el forjado a finales del siglo XIX y XX. La literatura no odía simplificarlo; tampoco era esa su misión, desde luego.

Uno de los pocos escritores que poco antes de morir confesó haber sido un mortal inmensamente dichoso fue Robert Louis Stevenson (1850-1894). Nos legó muchas novelas fascinantes y una bastante breve y aterradora: Dr. Jekyll y Mr.Hyde. Es una novela de la división; la división del trabajo, porque un personaje construye lo que el otro destruye, la división de la mente, porque ambos personajes son una persona, y cada uno de ellos reprime las emociones y actitudes del otro, la división entre la ética y la ciencia, la división entre la civilización y la barbarie, la división, en fin, de todo. Una se pregunta, al leer la novela, qué había querido decir realmente Rimbaud cuando dijo: Yosoy el otro.

Quizás José Martí lo sabía. Tenía que saber mucho de particiones y sistemas porque Martí es el primer poeta que registra la división o escisión del sujeto —o del hablante de sus poemas. En los versos sencillos, algunos poemas aparentemente herméticos parecen surgir de la separación entre la muerte y la vida, o entre el que habita en las sombras y el oculto. Son los casos de Yo tengo un amigo muerto/que siempre me viene a ver/ , o aquél del paje, en donde el paje es una calavera. Inevitable la lectura de una personalidad escindida y una escisión que Martí lleva impresa como ningún poeta modernista, entre el hombre público y el privado. Ambos son uno, una misma sustancia, y como en un sistema, cada uno ocupa su lugar. La vida sentimental de Martí ha de reducirse y acallarse porque Martí es un hombre público, el intelectual de una causa, el líder de una revolución. También Darío está escindido, pero de otra forma. Sus tensiones entre lo muy antiguo y lo muy moderno, entre lo sensual y lo espiritual, entre el mundo y la torre de marfil son conocidas; su sistema, sin embargo, está impreso sólo entre lo sagrado y lo profano, que cohabitan en la selva sagrada, y en la rosa sexual, transformada siempre en flujo espiritual. El modernismo fue una literatura de divisiones y también de sistemas; porque las divisiones seguían queriéndose remitir y de hecho lo hicieron, a una unidad, una armonía, un espacio en donde las cargas opuestas convergían o se transformaban las unas en las otras: yo soy el otro, yo soy lo otro.

Casi un siglo más tarde, la propuesta de José Emilio Pacheco es diferente: yo no soy el otro. Entre los seres humanos hay una relación de otredad: todos somos extranjeros (ley de extranjería), la moneda tiene dos caras que nunca se encuentran ni se llegan a ver (adversidad), Tim y Tom comparten el mismo cuerpo aunque tienen dos cabezas pensantes y se odian (Circo de noche). El sistema está roto; no importa que compartamos la misma sustancia, nunca nos entenderemos ni nunca nos amaremos como Martí amó a su paje y a su amigo muerto, ni viviremos en armonía como los habitantes de la selva sagrada de Darío. Pero Pacheco ha sacado la otredad al mundo; ya no es un dispositivo que habita en la persona, en el alma, en el intelecto, en el Yo.

Entre unos y otro, entre el modernismo y la poesía contemporánea hispanoamericanas, está La Otra de Mistral. También está La Otra de Julia de Burgos (1914-1953). A continuación extractos del poema de Burgos titulado: A Julia de Burgos:

“[…]
Tú eres como tu mundo, egoísta;
yo no; que en todo me lo juego a ser lo que soy yo.
Tú eres sólo la grave señora señorona; yo no,
yo soy la vida, la fuerza, la mujer.[…]”

“Tú, flor de aristocracia; y yo, la flor del pueblo.
Tú en ti lo tienes todo y a todos se
lo debes, mientras que yo, mi nada a nadie se la debo. […]”

Lo más sintomático de ambos poemas es que La Otra y la Una emanan de la misma sustancia, del yo, como en el modernismo. Lo sintomático y preocupante es que en este sistema ya no se puedan acomodar las funciones, las actitudes y los roles que dividen al yo. Lo sintomático es que haya que matar a alguien, a alguna, lo sintomático es que sea justamente la poesía femenina la que mate a su otro yo. ¿Acaso esto indica que estamos de nuevo ante la presencia del Dr. Jekyll y Mr. Hyde? ¿Cómo se justifica la muerte de la otra? ¿Quién es la otra? Cuáles son los hechos terribles que caracterizan su conducta? El poema es una exposición de conceptos, pero de conceptos afectivos. El concepto es la otredad (el sentir al otro como diferente y contrario) ¿Cuál es la diferencia entre un yo dividido y un par de amantes; acaso cuando se pierde a alguien que verdaderamente se ama, no se ha perdido un yo? Ese es el mensaje poético del poema, que no hay diferencia entre una parte de la personalidad y un ser amado.

Es interesante observar que en su poema “Palpar”, Octavio Paz parece decirnos que el erotismo es la búsqueda-y quizás también el hallazgo-de la otredad:

Mis manos
abren las cortinas de tu ser
te visten con otra desnudez
descubren los cuerpos de tu cuerpo.
Mis manos
inventan otro cuerpo a tu cuerpo.
En otro poema, Paz alude a la imagen del espejo, y con ella a la del doble:
Amar es perderse en el tiempo,
ser espejo entre espejos.
Platón en su teoría del amor, se refiere al mito del andrógino; buscamos nuestra mitad
escindida, y Paz nos dice:

El Uno
Es el prisionero de sí mismo.
Y luego, nuevamente como dialogando con la otredad, Octavio Paz nos regala estos
versos:
amar es dos,
siempre dos,
abrazo y pelea,
dos es querer ser uno mismo.

El poema de Mistral por otra parte, está planteando la unidad TOTAL, y luego la separación TOTAL infinitamente dramática, tanto, que esta mujer que ha perdido a alguien todavía se quema con las gredas de lo que están ya siendo cenizas. Y aún así, les pide a otros y otras que hagan lo mismo que ella. Ya lo había planteado antes Hegel: “Lo verdadero es el Todo”.

El yo poético lo plantea desde sí misma, desde el Yo. Es lo mismo, ya sea un aspecto de la personalidad lo que se desee cambiar, ya a una persona de quien nos despidamos, para los efectos humanos y quizás sociológicos es lo mismo. El marxismo acuñó o más bien dio forma a la idea de alienación. El trabajador moderno, no puede tener idea del conjunto de la obra que construye. Él no hace los blue jeans, sino que les pone las cremalleras. Así, el campesino de la antigüedad supuestamente estaba en contacto con una obra que hacía de principio a fin, plantar trigo, recogerlo, hacer el pan. El trabajador vivía en un ciclo natural del que era agente y sujeto.

El mundo moderno obliga a dividir los trabajos, pero nos desentiende de la obra global; así también con el conocimiento. Esto es muy bueno para el patrón, porque el trabajador hace un trabajo parcial y nunca podrá volverse patrón porque no tiene idea del ciclo.

En la novela Mano de obra (2002), de Diamela Eltit hay una representación muy elocuente de la alienación en tanto la resultante de la explotación que el trabajo ocasiona en los obreros.

Pero alienación es entre otras cosas también, un término médico. Y Freud especificó que en la mente, algunas partes no se hallan en contacto con las otras, debido, más que nada a la represión. Y la represión es parte constituyente de todo aquél que aspire a vivir en sociedad. En el complejo psíquico hay partes enemigas que habitan.

Si es o no cierto, la cosa es que nosotros lo vivimos como cierto; sentimos que la personalidad vive fragmentada y que el otro está adentro o fuera, pero siempre marcando una diferencia, una distancia. O sea, somos muy sensibles a las discontinuidades.

En algún momento las religiones servían para unificarlas; las bacanales griegas, por ejemplo, unificaban lo salvaje y lo espiritual, y el sentido de comunidad cristiano era tan fuerte y tenía tanta disciplina en eso, que no percibía la fragmentación. Mistral está hablando del modo en que siente el mundo contemporáneo.

Es relevante destacar lo que Cirlot nos dice en su Diccionario de Símbolos sobre la flor:

“[…] la flor es una imagen del <<centro>>, y por consiguiente, una imagen arquetípica del alma […]”. Y Mistral en su poema presenta a La otra así:

[…] Era la flor llameando
del cactus de montaña […].
(Cirlot, Juan-Eduardo. Diccionario de símbolos. (pp.205-206) Barcelona: Colección Labor. 1992.)

Sin duda La otra representada por la flor del cactus, y el águila, con atributos de piedra (flor de cactus) y cielo (el espacio del águila; la reina de las aves) es una parte crucial de la voz poética, aunque ésta al parecer, no la ame e incluso la haya matado.

Si la flor de acuerdo a Cirlot, en tanto ‘centro’, tiene la connotación de alma, veremos lo que Cirlot nos informa sobre el águila:

“Símbolo de la altura, del espíritu identificado con el sol, y del principio espiritual”.

(Cirlot, Juan-Eduardo. Diccionario de símbolos. (pp.57-58) Barcelona: Colección Labor. 1992.)

Siempre siguiendo a Cirlot, notemos que el águila por ser un ave cuya vida transcurre a pleno sol, es considerada ave luminosa, vinculada a los elementos aire y fuego.

Significa el origen, el día, el calor vital y por eso la primera letra del sistema jeroglífico egipcio está representada por la figura de un águila. (Cirlot). Y no obstante que el simbolismo principal del águila es su poder de volar desde lo alto hasta lo inferior para “dominar y destruir” (Cirlot), es sumamente interesante entonces, comentar que Mistral en su poema hace que la Una sea la que destruya a la Otra, que es la fuerte, el águila, y la flor de cactus. ¿La que mata a La otra, quizás la mató por miedo a ser muerta por ella si no lo hacía ella antes? Mistral nos dice: “[…] Se acabó como el águila que no es alimentada”, y luego: […]” y luego; “[…] y haced con las arcillas otra águila abrasada”.

En el poema La otra de Mistral, todo sucede (refiriéndose a la muerte de la otra) en heptasílabos, en un formato llamado cuarteta asonantada, excepto por los primeros dos versos (de cinco sílabas cada uno y el que dice yo me doblaba. Los versos de cinco sílabas dan una información vital. No sólo anuncian el “crimen” sino que además hablan de la única actitud que el Yo adoptaba frente a la Otra. Yo me doblaba, como queriendo decir, yo cedía, accedía, me postergaba ante ella. La Una era seguramente la víctima, de ahí quizás que su verso no sea solemne, como lo suelen ser los versos de arte mayor, sino un verso ligero, suave, de escasas oclusivas, marcado por una rima asonante en “a”.

El uso del Modo Imperativo en este poema de Mistral merece un párrafo aparte, y quizás el imperativo pueda ser tema de la estilística a la hora de considerar su uso en el discurso poético femenino. Lo cierto es que el discurso masculino sólo lo ofrece con abundancia y diversidad en la lírica o en los discursos de arengas clásicas; por ejemplo en La Ilíada de Homero. En el lenguaje intimista, el discurso masculino sólo posee mandatos muy sencillos: “Oh, ven, ven tú,” o “Pues amémonos hoy mucho y mañana digámonos adiós”, o incluso:“¡Llora! no te avergüences de confesar que me has querido un poco, ¡Llora! Nadie nos mira” (Bécquer).

El imperativo atrapa y acota el segundo Yo la maté, en el poema de Mistral, por lo tanto, le otorga otro valor semántico. Ya no es una confesión sino un ejemplo, un modelo o un paradigma de conducta para las hermanas. El Yo pasa no sólo a ser activo, sino a ser ejemplar; aunque el sistema sigue cargándole el valor semántico del primer yo la maté.

La ruptura, un acto que se convierte en modelo, no puede darse sin la culpa, dentro del esquema que usa Mistral.

Pero el uso del Imperativo, su seca e indiscutible autoridad también es cuestionable, porque reconstruye la rigidez de la Otra, a quien se ha matado. En este sentido, es posible que el calor (el fuego) que perdura del águila muerta, en el muy vago al pasar me desgarran sea la materia transferida al Yo, la sequedad de la Otra y su fuego, depositados en el Yo, quien seguramente y a pesar de su extraordinaria decisión, de haberse convertido en ejemplo tras cargar con la culpa, no puede realmente deshacerse de la otra.

A las posibilidades de escisión del Yo que ofreció el discurso masculino modernista, le sucede este discurso de Mistral que también organiza, y crea los espacios de acción de la conciencia fragmentada. El suyo es, sin embargo, un discurso de escisión sumamente trágico; la organización de los espacios está acompañada por la necesidad, no ya de represión, como en Martí, sino de aniquilación, y el sacrificio y la culpa que el proceso implica no garantizan, en nuestra opinión, una resolución menos alienante que la masculina; por el contrario, es mucho más alienante, pues la organización del yo escindido supone un problema y una decisión de tipo moral.

El poema está gobernado por dos ejes semánticos: 1)Yo y Otra., y 2) la oración/verso yo la maté que apropia connotaciones diferentes.

YO es la hablante; refiere muy poco de sí, a través de:
Dos acciones en verbos conjugados: yo la maté, la dejé que muriese. Una acción descrita o complementaria en gerundio: robándole mi entraña. Una relación afectiva: Yo no la amaba. Una descripción de su interacción con la otra en el pasado: yo me doblaba. Esta última es una expresión metafórica que el Yo usa sobre sí misma, aunque es una metáfora común: doblarse, doblegarse, auto-reducirse. A este tipo de metáforas se las denomina metáforas de uso ( Jean Cohen, Estructura del lenguaje poético), propias del lenguaje común o llano.

Robándole mi entraña es, desde luego, lenguaje metafórico, pero el verbo no está conjugado; la acción no informa directamente sobre el yo, sino de su forma de matar; una forma pasiva o indirecta, privándole de alimento y/o protección a la otra; es decir, negándose a continuar un pacto, un intercambio o un acuerdo existente entre ambas.

En cuanto a la acción de matar, la primera expresión, Yo la maté puede ser informativa o confesional; el Yo confiesa un crimen, una falta, o hamartía, y dentro del esquema cristiano, un pecado. La ruptura del pacto, del patrón de conducta del Yo, a través de su negación a seguir proveyendo a la otra de su entraña, puede o no ser éticamente reprochable, pero no es un pecado. Sin embargo, el Yo asume una culpa: Yo la maté, y también asume una actitud activa; es decir, es sujeto de una acción, no sólo recipiente. La oración Yo la maté abre y cierra el poema. Sin embargo, su segunda formulación es diferente.

LA OTRA
El lenguaje lírico está volcado sobre la otra. Los primeros 5 cuartetos, sobre todo hasta el verso 20 describen la actitud y las acciones de la otra en lenguaje altamente metafórico. A partir del verso 21, las metáforas siguen sucediéndose pero no ininterrumpidamente, como entre los versos 3 y 20. Ahora se alternan con metáforas de uso y un símil. Hay versos que pueden leerse de manera casi literal o diserta: Cruzando, yo les digo/ Buscad por las quebradas. La intensidad metafórica, obviamente, surge para describir a la otra y para extender la connotación, quizás confesional o de culpa, del primer yo la maté.

Llegado este punto es evidente que el sistema rítmico, bastante constante, de acentos en las sílabas pares (trocaico) y dactílico (en la tercera y la sexta) crea uniformidad en un texto que está fuertemente marcado por metáforas a veces un poco sorpresivas, del tipo vanguardista (7-10,) y por secuencias metafóricas que sólo empiezan a alterarse a partir del verso 21.A partir de este verso también, cambia la imaginería, lo que era tierra, vegetación, cielo y roca converge en la imagen única del águila y el fuego que crepita antes de convertirse en ceniza. Puestos a buscar simbolismos, no directamente inferidos en el texto, puede pensarse en la fabulosa Ave Fénix, que renacía cada cierto tiempo de sus cenizas. No sabemos si el águila volverá a renacer, pero todavía el Yo se quema en las “gredas” calientes, la ceniza del águila muerta; todavía duele, ya el crimen, o la presencia aún tangible de la enemiga.

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Un comentario

Interesante el texto y sobre todo una lectura que amplía el horizonte de expectativa!

Por maría del pilar el día 11/04/2012 a las 12:07. Responder #

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Requerido.

Requerido.




 


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