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A propósito del “Premio Cervantes”: Gonzalo Rojas (2003) / Nicanor Parra (2011).

por Marcelo Coddou
Artículo publicado el 05/12/2011

En la importante antología de Hugo Zambelli 13 Poetas Chilenos (Imprenta Roma, Valparaíso, 1948), se recogen textos y breves poéticas de Gonzalo Rojas y Nicanor Parra. En el caso de este último es trascendental esta publicación, pues en ella se incluyen, por vez primera, tres de los que mucho después su autor denominaría antipoemas: “La trampa”, “Los vicios del mundo moderno” y “La víbora”, que en 1954 formarían parte de la última sección de Poemas y antipoemas. De Gonzalo Rojas el antologador selecciona “El sol es la única semilla”, “La eternidad”, “Naturaleza del fastidio”, “El dinero” y “A quien vela todo se le revela”, todos aparecidos en el primer libro del autor, La miseria del hombre, del mismo 1948.

En su ars poética, en prosa y sin título, que precede a los textos escogidos, Parra ofrece una explicación teórica de la antipoesía que los editores de sus Obras completas & algo + (1935-1972) acertadamente relacionan con una carta enviada por Parra desde Oxford a Tomás Lago, posterior  tan sólo unos meses al texto de la antología. En ambos casos insiste en las que en ese momento el autor tiene como concepciones básicas suyas. Cito de la antología: “huyo instintivamente del juego de palabras. Mi mayor esfuerzo está permanentemente dirigido a reducirlas a un mínimo. Busco una poesía a base de hechos y no de combinaciones o figuras literarias(…)Estoy en contra de la forma afectada del lenguaje tradicional poético(…)En cuanto a contenido también estoy en contra de un romanticismo exclusivista. La angustia, la desesperación, la nostalgia, son algunos aspectos parciales del alma humana. Personalmente preferiría trabajar a base de elementos menos usados: la frustración y la histeria, factores determinantes de la vida moderna, me atraen con una fuerza especial”.

Leamos ahora parte de lo afirmado por Parra en su misiva a Tomás Lago: “la poesía egocéntrica de nuestros antepasados (,,,) debe ceder el paso a una poesía más objetiva y de simple descripción de la naturaleza del hombre (…)Estoy en contra de los tristes y angustiados (…)También me rebelo en contra de los profetas y en contra de los pensadores proféticos”.

Frente a estas formulaciones fuertemente rupturistas, y manifiestamente agresivas con las concepciones entonces vigentes, la poética de Rojas propuesta en la antología resulta ser absolutamente “tradicional”. En el párrafo final de la presentación de sus textos postula: “cuando no se puede vivir sin dar un testimonio, hay que escribir aunque todo se oponga, aunque la Poesía se vuelva contra nuestro cuerpo efímero y lo devore. ¿No es esto ya una prueba de que ella es más grande que el hombre?

En fecha tan temprana como el año 48, entonces, es posible establecer ya la distancia que separaría el quehacer creador de los dos poetas con presencia más gravitante en la poesía chilena después de esos “volcanes” que fueron Huidobro, la Mistral, Neruda y de Rokha. La discrepancia entre ellos se da en el carácter de lírica sacralizadora que ofrece la poesía de Gonzalo Rojas, centradamente en la concepción de profetismo, aspiración trascendentalista, temática prestigiosa y sacralización del sujeto poético, todo aquello perteneciente a una tradición frente a la que reacciona, en gesto cabalmente rupturista, como decíamos, la antipoesía. Se ha dicho que Parra es el mayor trasgresor de una poesía integrada por grandes figuras de las que Rojas es extraordinario continuador. Rojas ofrece la imagen del vate, el alumbrado, el vidente. Parra la del generador de linaje, el que es voz de la tribu, del energúmeno. Rojas no devalúa el sujeto, como lo hace el antipoeta, ni se margina de los discursos trascendentalistas: metafísicos, sociales y los plasmados por su potente imaginación materializante.

No hay equivocación alguna en tales apreciaciones, fundamentadas en hechos evidentes y apoyados por el decir explícito y el quehacer de ambos poetas. Veamos, a modo de ejemplo, sus posturas frente a la tradición literaria. Rojas nos da en “Concierto” (el poema que se abre con el verso entre todos escribieron el libro) la enumeración, caótica, no jerarquizante, de voces que forman parte del coro en que él mismo pone lo suyo: Rimbaud, Lautréamont, Kafka, Vallejo, Shakespeare, Pound, San Juan, Kavafis, Holderlin, Celán… Y observemos que esta larga nómina no incluye a todos a los que la poesía de Rojas persistentemente refiere. Léase, por ejemplo, su poema “No haya corrupción”, en el que el “reparto de las aguas” —las de las literaturas hispanoamericanas— participan Neruda, Vallejo, Huidobro, Borges, Rulfo.

Lo que en Gonzalo Rojas es respeto, reconocimiento de la genealogía del espíritu, en Parra se ofrece en las antípodas. Sabido es que en su “Manifiesto”, tras declarar que los poetas bajaron del Olimpo, condena “la poesía del pequeño dios” [Huidobro], “la poesía de vaca sagrada” [Neruda] y “la poesía de toro furioso” {de Rokha]. Y en “La montaña rusa”, el sujeto antipoético sencillamente desprecia toda la poesía anterior a su libro Poemas y antipoemas.

–II—

Si el proyecto parriano es cortar con lo que le parece la normativa de la poesía lírica moderna y contemporánea, Gonzalo Rojas acepta complacido, en las antípodas suyas, que Julio Cortázar lo haya llamado “poeta del rescate”, que “le devuelve a la poesía tantas cosas que le habían quitado”. Lenguaje poético el del autor de Oscuro heredero de la tradición de la clasicidad y la modernidad. Si Parra busca y emplea la “coloquialidad”, Rojas plasma con maestría el ritmo y todos los constituyentes del estrato fónico, eso que celebrara Octavio Paz en él: “el arrebato suntuoso, la material verbal rica y densa”. Mas todo lector de Rojas sabe muy bien, sin embargo, que su discurso también incorpora giros familiares, populares, rescatados del lenguaje cotidiano de Chile, ese que el poeta de la generación del 60, Waldo Rojas,describe como “el lenguaje chileno de todos los días”.

No es de extrañar, así, la apreciación efectiva, pero cautelosa, que Gonzalo Rojas hiciera de los Poemas y antipoemas, que él reseñara a pocas semanas de aparecido el libro (Diario La Patria, Concepción, 15 agosto 1954). Reconoce en tal reseña que ya en el volumen Cancionero sin nombre (de 1937) se daban las, para él,  características fundamentales de la poética de Parra: “visión múltiple, vertiginosa, pero unitaria de la realidad, gracia popular, encanto humorístico, claridad, búsqueda de la precisión a toda costa”. Recalcando las diferencias de procedimientos –es decir, aclara él, de intenciones—que hay entre los “poemas” y los “antipoemas” del nuevo libro, le parece que en estos últimos “campean los alardes de originalidad hasta el escándalo”. Luego adelanta algunas observaciones generales antes de indagar en lo que aprecia como “los poemas más significativos”. Reconoce que Nicanor Parra “pertenece a la falange de los libertadores en poesía que buscan la renovación de la expresividad”. A continuación puntualiza que el antipoeta “practica una técnica curiosa, llena de ingenio y de gracia, pero que encierra el peligro de la frivolidad, si se insiste mucho en ella: combina el ingrediente del humor, de extracción romántica(…) con un sistema descriptivo  semejante al que emplean los buenos novelistas actuales en sus análisis”.

El poeta crítico del antipoeta formula sus reservas, según se puede apreciar, con la misma claridad con que ha hecho sus reconocimientos. Es así como dice que Parra, al rehuir el virtuosismo literario ‘llega a una valoración extrema de lo concreto, hasta sacar al yo de su altar tradicional en la lírica. Pero acaso va demasiado lejos en este propósito de hacer poesía a base de hechos”. Y le recuerda que la poesía se hace con palabras y procedimientos Cito, por último, el párrafo de cierre de esta inteligente reseña, por lo mucho que él indica tanto de lo que el comentarista aprecia del proyecto de su compañero generacional como de lo que estima limitación en él: “el libro de Parra es algo vivo, que resuelve muchos problemas y plantea muchos otros en nuestra pequeña tradición poética”.

Cincuenta años después Rojas seguiría pensando de la misma manera. En entrevista que yo le hiciera en en el 2003 (Revista Chilena de Literatura, Núm. 63, Santiago, noviembre 2003 ), recordaría que en 1947, vale decir bastante antes de la publicación de Poemas y antipoemas, tras leer textos que Parra le mostrara, le dijo a su autor: “fíjate que por este camino tú puedes hacer efectivamente un trabajo muy buena, muy bello, coloquial, de lenguaje fresco. Pero tiene sus riesgos. Y el riesgo es que puedas tú repetirte fácilmente, porque son unos esquemas peligrosos y podrías caer en la otra retórica, la retórica de la antiretórica”.

Rojas sostuvo siempre que él no le tenía ninguna objeción al Parra de Poemas y antipoemas y daba como prueba su reseña que recién recordábamos. Pero cuando aparecen otros libros suyos, con mayor presencia del gracejo –después de La cueca larga—reconoció haber pensado: “aquí está hacienda un humorismo barato”. Rojas, después de celebrar la operación inicial de Parra, reconocía haber sentido desdén por lo que le parecía dársele como facilismo en el autor de los Artefactos: “¡Lata! —nos diría en la entrevista mencionada— Sí, él quiso acabar con la música, con los matices, con lo que el simbolismo había entregado, pero…!

Es muy significativo que, a pesar de sus diferencias, o precisamente por ellas, ambos tuvieran conciencia, desde muy temprano —hacia 1947-48— que eran los que inauguraban —“porque se había acabado el baile anterior” nos sostuvo Rojas—, otro ciclo de la poesía chilena. Nos imaginamos que mucho de esto tuvieron presente los jurados que les otorgaran a ambos, merecidamente, el Premio Cervantes.

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