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Bucarest 187.

por Juan Albornoz
Artículo publicado el 20/07/2006

Artículo publicado originalmente en la revista Mensaje.

No es lo que construyeron. Es lo que botaron. No son las casas. Son los espacios entre las casas. No son las calles que existen. Son las que ya no existen. No son los recuerdos que te persiguen. No es lo que tú anotaste en un papel. Es lo que olvidaste, lo que debes olvidar. Lo que debes seguir olvidando toda tu vida. A German Requiem (James Fenton)

La horrible obsesión de la dictadura militar por alcanzar un control absoluto sobre la sociedad chilena no podrá jamás ser explicada por estudios históricos únicamente. Su violencia, en multiples variedades, nos dice que no todas las muertes ni todas las torturas fueron iguales; común a todas ellas solamente encontramos una persistente inexplicabilidad moral. Esta inexplicabilidad y la progenie de esa obsesión –el terror y la traición diaria– han nutrido por largo tiempo un hambre natural por reconstruir el origen de sus actos.

Así, en el invierno de 1976, cuando la hija de un supervisor de una oficina estatal es notificada que el cuerpo de su padre, quien ha desaparecido de su hogar, ha sido encontrado en el rio que da esa fea cicatriz lodosa a Santiago de Chile, una trama compleja, sórdida en su ilogicidad, alcanza su cima emocional. La investigación de este asesinato, oscurecido por intereses y miedos familiares insospechables y dolorosos, es llevada a cabo por la hija, una distinguida y activa periodista chilena, Patricia Verdugo, quien nos entrega, un cuarto de siglo más tarde, una de las visiones más iluminantes y detalladas de la anarquía moral que esa violencia generó.

Bucarest 187, por su detalle, su profundidad humana, y un fuerte fair play histórico (expresado por las abiertas descripciones de las actividades políticas de la autora) se instala con propiedad al frente de la literatura de la dictadura.

La biblioteca de la dictadura. Tal como España cuenta con una literatura de la guerra civil que aún hoy crece, Chile cuenta ya con una literatura semejante cuyos ejes emocionales están constituídos por el golpe militar y su increíble violencia posterior.

¿Qué libros de autores actuales leerán los chilenos en 50 o 100 años más?

Las páginas que se abrirán en estudios históricos y relatos personales –si la experiencia universal se duplica en Chile– serán aquellas cuyas cualidades de estilo, contenido, y actitud crítica iluminen con vitalidad ese período donde no sólo cambió la forma de gobierno, pero también paralelamente envolvió a la sociedad chilena en una penumbra moral. (1)

Hoy la variedad de calidad y riqueza descriptiva y crítica de los libros disponibles deja al lector vacilante e insatisfecho. Pareciera ser que la ausencia de una crítica sólida y perceptiva de esta literatura, que nos dé cierta guía, nos hace buscar la historia o la verdad a tientas. Así, cuando buscamos calidad y crítica iluminante en las memorias de Luis Corvalán, secretario del Partido Comunista de Chile por décadas — un personaje pivote y fundamental en el proceso político chileno hasta el año 1973 — desenterramos, en vez, un panfleto histórico estéril, desfalleciente, y encubridor. (2)

Otros, como Sergio Bitar en su Isla 10, iluminan ciertos eventos centrales, (la muerte de Allende, por ejemplo, y la vida diaria de algunos líderes prisioneros en campos de presos políticos). Pero, cuando tratamos de controvertir y examinar, por ejemplo, cuáles fueron las tensiones entre los prisioneros, qué conflictos surgieron, cuáles eran sus discusiones serias, substanciales, las críticas al actuar del gobierno derrocado, nada de esto emerge. Bitar nos cuenta lo que pasó, pero no todo lo que pasó. Lo conflictivo de la relación social y política, las dinámicas que nos conectan y desconectan momentáneamente a otros seres humanos, eso no emerge en estos libros. Son relatos serios, pero distantes.

Pero esta literatura cuenta también con trabajos cortos y penetrantes, como el cuento «Tienes que Llegar Silbando,» de Franklin Quevedo, que describen a los prisioneros pobres, de «pueblo,» (que fueron la mayoría) para quienes no hubieron becas en universidades extranjeras sino el retorno al exilio permanente de la pobreza. Quevedo describe en su relato a un hombre de pueblo, quien al volver a su casa encuentra a otro hombre humilde como él, que se preocupó por el mantenimiento de ese hogar y esos niños durante los meses o años de encarcelamiento. El desenlace nos sugiere que en realidad no hubo traición por parte de la mujer; fue una necesidad de sobrevivir. El hombre entiende las razones dolorosas de la decisión de su mujer; pero…es mejor llegar silbando para dar tiempo al otro hombre a desaparecer discretamente.

Bucarest 187 sobrevirá por por exigir al lector una lectura cuidadosa de hechos y personajes cuyas vacilaciones y falsedades aun hoy oscurecen el trasfondo de su suceso central, la aparición del cuerpo violentado de un hombre que no fue juzgado ni acusado.

Verdugo entrega mucho pero exige también; la razón es simple: ella entrega los hechos con mínimo ordenamiento, tal como se presentaron en la vida de los afectados. Sin embargo, una vez ubicados dentro de su narrativa nos damos cuenta que la autora es una malabarista maravillosa y delicada. Lo que nos entrega de ella –sentimientos, dudas, miedos– es íntimo y personal, a veces ligeramente chocante; pero éste no es un libro confesional. La calidad de Verdugo como escritora se manifiesta en un equilibrio estílistico y narrativo admirable que lleva al lector desde lo central del drama personal de Verdugo y su madre, a los círculos exteriores de la realidad familiar y de la dinámica político-delictual de la dictadura. Allí estilo y ritmo narrativo cambian; las páginas se tornan más periodísticas, de tono claro, pero no menos engagé. Es esta Verdugo, la que la publicación inglesa The Guardian llama ‘historian’, la investigadora infatigable, quien dibuja con detalles claros e incontrovertibles los rasgos diarios de la dictadura, su censura, su distorsión de la realidad a través de la distorción del lenguaje, la agonía de las mujeres cuyos hijos y maridos han desaparecido, las pequeñas traiciones y los grandes beneficios, dándonos, finalmente, una vision panóramica de esa penumbra moral que vició a tantos por casi dos décadas.

Bucarest 197 satisface el interés histórico, al mismo tiempo que tácitamente sugiere otra dinámica dentro del horror de la dictadura. Verdugo, al investigar sin descanso la muerte de su padre, delinea un nuevo aspecto de la dictadura militar. Contradiciendo la percepción común nos dice que los elementos represivos de la dictadura no actuaron con la organización que se les ha atribuído tradicionalmente. Si bien aumentar el miedo y destruir la oposición eran los objetivos principales, al compartimentar y hacer secretas tanto las identidades como las decisiones que guiaban las acciones de terror y violencia –en un intento simplista de eliminar responsabilidades legales y morales– el régimen militar produce en la práctica es una anarquía del terror.

La simbiosis entre el anónimato y la penumbra moral es una especie de caldo de cultivo para grupos y pandillas represivas: en secreto, y anónimos pueden atacar, torturar y matar. Y, ocasionalmente atacan y matan, como le informa a la autora su hermano, oficial militar del régimen, «por errores de inteligencia.» Pero, Sergio Verdugo no fue muerto por error. Su posición de ejecutivo en la empresa estatal se había transformado en botín de bucanero para los que eventualmente lo asesinan. Y hasta hoy, los culpables del asesinato de su padre, identificados en este libro con nombre y rango, no han respondido.

Más importante todavía, Verdugo nos prueba –a través de testimonios oficiales y familiares (durante la dictadura un hermano del asesinado ha llegado a general y un hijo a coronel) -que, a una década de la salida de los militares del poder, un miedo activo e interesado impedimenta a muchos hoy revelar la identidad de victimarios y torturadores, como así el destino de los que desaparecieron. Y consecuentemente, son los victimarios y sus cómplices ideológicos quienes nos urgen más a menudo y en voz alta a olvidar. Pero, al cerrar el libro Bucarest 187 nos damos cuenta que olvidar es pervertir el dolor, es rendirse a la complicidad por el resto de nuestras vidas. La otra opción, la de Patricia Verdugo, es recordar con claridad, y hacer así del auto-perdón una ficción.

Notas
(1) Irónicamente, Bucarest y los otros trabajos que enriquecen la visión histórica y humana del período dictatorial deben sufrir bajo el rótulo [etiqueta] de «literatura de la dictadura» (nombre agrio, pero preferible a «literatura de la transición» si los identificamos por su fecha de aparición). Sus temas centrales, estructurados por los recuerdos de los autores y sus descripciones de sucesos, son intentos personales y directos de explicar y describir esos ejes históricos y vivenciales; pero, estos escritos se separan cualitativamente en categorías inevitables.
(2) Un estilo y contenido similares encontramos en las memorias de Gabriel Valdés, ex Canciller chileno y lider de la DC. Esta biografía «autorizada,» (escrita por Elizabeth Subercaseaux), ahoga al lector en vanalidades y lugares comunes dándole más el sabor de un libreto de conversaciones de cocktail entre «gente fina» que el de un recuento histórico. Sorprende fuertemente la conclusión de Valdés en 1998 sobre el régimen de Pinochet: «Yo no voy a juzgar los actos ni el gobierno de Pinochet, poque todavía no hay perpectiva suficiente.» [Gabriel Valdés: Señales de Historia. Santiago, Aguilar. Nov. 1998. Pag. 208]
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Un comentario

Me encanto esto que leí, espero poder leer sus libros.

Por Mirena Gutierrez el día 18/07/2013 a las 13:51. Responder #

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Requerido.

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