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Cuerpos al límite: Enfermedad y subjetividad en Fruta podrida y Sangre en el ojo de Lina Meruane

por Jessenia Chamorro Salas
Artículo publicado el 09/11/2024

Este artículo corresponde a una ponencia reciente de la autora en el marco de las Jornadas Doctorales realizadas por la Universidad de Playa Ancha (UPLA),Chile, sobre un ensayo basado en uno de los capítulos de su investigación doctoral. Se trata de un análisis reflexivo en torno a la representación de la enfermedad en las novelas Sangre en el ojo y Fruta podrida de la escritora chilena Lina Meruane.

En las novelas Fruta podrida (2007) y Sangre en el ojo (2012), Lina Meruane configura una representación compleja de la enfermedad y el cuerpo femenino, explorando cómo estos pueden ser sitios de resistencia y subversión frente a las imposiciones patriarcales y neoliberales. Lejos de reducir la enfermedad a una condición debilitante, Meruane utiliza la patología de sus protagonistas para cuestionar el control normativo sobre sus cuerpos y construir subjetividades que desafían las convenciones de género y las normas de salud. Por ello, este ensayo se centra precisamente en analizar cómo, en ambas novelas, la representación de la enfermedad se convierte en una herramienta de resistencia y transformación de los cuerpos femeninos ante los dispositivos de control de la medicina y las expectativas socioeconómicas. En cuanto al análisis, éste se sustenta en la teoría biopolítica de Michel Foucault y el sistema sexo-género de Judith Butler, marcos que resultan útiles para explorar cómo la sociedad regula y norma los cuerpos, especialmente el de las mujeres. Además, me baso en el concepto de la “mirada oblicua” de Laura Mulvey, aplicado particular a la ceguera que experimenta la protagonista de Sangre en el ojo, el cual permite interpretar el cuerpo enfermo como un símbolo de rechazo a la mirada patriarcal, promoviendo así una autonomía femenina que desafía los marcos de control establecidos sobre los cuerpos y la sexualidad.

Por una parte, en Fruta podrida, Meruane aborda, a través del cuerpo enfermo y las relaciones familiares que despliega, una crítica al neoliberalismo y las estructuras de poder en Chile. La historia sigue a dos hermanas: Zoila, quien padece diabetes avanzada, y María, trabajadora de una empresa frutícola, mientras viven en el espacio rural de “Ojo seco” – interesante alusión, por lo demás -. Zoila, en lugar de aceptar la asistencia de su hermana, se niega al control médico y se entrega a una obsesión autodestructiva con los dulces prohibidos. Esta desobediencia deviene de alguna manera en un acto de resistencia personal que desafía tanto la visión médica como el sistema socioeconómico que intenta rehabilitar su cuerpo enfermo. Así, Zoila, va haciendo propia en la novela la metáfora de la “fruta podrida”, al encarnar un cuerpo patológico que rechaza la normatividad en distintos niveles: sintomático, médico e interpersonal, tal como explico a continuación:

Por un lado, a nivel sintomático, su relación con la comida está marcada por un deseo insaciable que simboliza la rebeldía ante el control que ejercen sobre ella. Aunque sabe que el azúcar pone en peligro su salud, Zoila va transformando este impulso incontrolable en una forma de sublevación frente a la normatividad médica que pretende mantenerla subyugada. Por otro lado, a nivel médico, dado que la vigilancia constante a la que ha estado sometida Zoila desde niña revela cómo el sistema médico ha aprovechado su enfermedad como un recurso económico y opresivo del cual valerse. Veremos entonces que la novela expone, de esta forma, la lógica mercantil de la medicina, donde el cuerpo de Zoila es visto como objeto de un sistema que se beneficia de su padecimiento bajo la promesa de una sanación inalcanzable. Asimismo, respecto a María, ésta queda atrapada en una cadena de explotación al gestar y entregar neonatos al médico a cambio de tratamientos que nunca logran el objetivo prometido para Zoila. De este modo, ambas hermanas resultan instrumentalizadas por un sistema médico que las utiliza y convierte en mercancía sus cuerpos y sus vidas.

Por último, en el plano interpersonal, la relación fraterna entre Zoila y María se estructura como una codependencia que reproduce la dinámica de madre e hija. A pesar de que María cuestiona a menudo el sacrificio de cuidar a Zoila, su vínculo es irrompible y se basa en una jerarquía que la coloca en una posición dominante. Además, la narración traza un paralelismo entre el sistema hospitalario y la empresa frutícola, exponiendo cómo ambas estructuras operan bajo una lógica de control en la que Zoila y María alternan entre roles de subordinación y dominación, aunque ambas se encuentran en una posición de vulnerabilidad ante el poder heteronormativo y patriarcal imperante.

Otro aspecto simbólico central en la novela es la figura de la “fruta podrida”, que se despliega como una metáfora de la resistencia. Tanto la amenaza de la mosca que ataca la cosecha como la negativa de Zoila a recibir tratamiento representan la vulnerabilidad de un sistema que pretende imponer una «salud» funcional a los cuerpos – la joven y la uva, en este caso -.. La resistencia de Zoila ante el control que ejercen contra ella desestabiliza el orden, y su negativa a medicarse operaría de alguna manera como un boicot al sistema que controla tanto la producción de frutas como el bienestar físico. De este modo, la obra de Meruane denuncia cómo el orden neoliberal margina lo anormal o defectuoso, situando a Zoila como un agente «contaminante» que expone la disfuncionalidad del sistema.

No es Zoila la única representante de la subversión, María también elabora una estrategia de resistencia contrahegemónica que desestabiliza el orden establecido. Así, la rebelión de las hermanas alcanza su clímax en dos actos subversivos finales: Zoila coloca una bomba en el hospital y María contamina la fruta de exportación con cianuro. Estos actos de sabotaje enfatizan el rechazo a un sistema socioeconómico que ha explotado a las hermanas y las ha reducido a objetos. Así, en Fruta podrida, la enfermedad se convierte en una metáfora de la rebelión ante un sistema que intenta estandarizar el cuerpo y la salud en beneficio del capital.

En segundo lugar, Sangre en el ojo continúa esta crítica desde la experiencia de Lina, su protagonista autoficcional que enfrenta una retinopatía diabética que amenaza con dejarla ciega. Desde el “estallido” inicial, Lina va experimentando la ceguera como una ruptura que transforma su vida, revelando la vulnerabilidad de su cuerpo frágil necesitado de asistencia. Esta fragilidad, sin embargo, Meruane la va transformando en símbolo de resistencia contrahegemónica, pues Lina desafía el control médico y la compasión de quienes la rodean, defendiendo una autonomía que se aparta de la visión estereotipada y clásica de la mujer enferma como víctima pasiva de sus circunstancias.

Además, la relación de Lina con el sistema médico se caracteriza por su rebeldía ante un aparato que intenta disciplinar su cuerpo. La intervención de Lekz, su médico, tiene como consecuencia que ella deba adoptar una postura obligatoria para evitar complicaciones, lo cual simboliza la imposición de una normatividad médica que ella rechaza. Además, al resistirse a la compasión ajena ―de su madre y su pareja especialmente― Lina se aferra a la idea de preservar su autonomía, negándose a ser vista desde el prisma de la victimización.

Ahora bien, en cuanto a la relación entre cuerpo y deseo, Lina durante su experiencia patológica va desafiando las restricciones impuestas e incluso los límites de lo esperado al apropiarse del cuerpo de su pareja, Ignacio. Este vínculo revela cómo la enfermedad se convierte para Lina en una herramienta que le sirve para disputar el poder en las relaciones personales e incluso sexuales, en las cuales Lina asume el rol de manipuladora y dominadora. Asimismo, la ceguera permite que Lina experimente una forma paradójica de liberación, en tanto, aunque esta condición limita y establece nuevas normas para su cuerpo, la protagonista convierte esta restricción en un proceso de autoexploración que desestabiliza la percepción tradicional de la feminidad, redefine su relación con su entorno y situándose ya no desde la posición de víctima ante su experiencia patológica, sino por el contrario, de victimaria de su entorno, a un punto que limita con lo monstruoso en el caso de Ignacio.

Ambas novelas configuran así una “ética y estética de resistencia” ante un orden neoliberal que explota y disciplina el cuerpo. En Fruta podrida, el sistema capitalista es cuestionado mediante la rebelión patológica y simbólica de Zoila, quien denuncia el sistema médico y agrícola que percibe el cuerpo como una herramienta de producción. En Sangre en el ojo, la ceguera de Lina reconfigura su identidad y desafía los límites de la normatividad, convirtiendo su cuerpo en un espacio de resistencia ante las imposiciones de género y medicina.

De este modo, Lina Meruane por medio de los imaginarios patológicos desplegados en ambas novelas – tema también que ha abordado recientemente en Sistema Nervioso –  convierte la enfermedad y el cuerpo femenino en espacios de resistencia frente al control patriarcal y neoliberal. Zoila y Lina, mediante la diabetes y la ceguera, cuestionan las normas que intentan regular sus cuerpos y construyen subjetividades libres de los mandatos de género y salud normativa. En ambas obras, el cuerpo femenino se rebela ante su rol pasivo, mientras la teoría de Judith Butler muestra cómo ambas protagonistas transforman el cuerpo enfermo en un espacio de desafío ante las normas patriarcales. Finalmente, la “mirada oblicua” de Mulvey, aplicada a la ceguera de Lina, refuerza este rechazo a la objetivación patriarcal redefiniendo la percepción del propio cuerpo. Así, en las figuras de Zoila y Lina, Meruane traza un acto de liberación que denuncia las imposiciones patriarcales y neoliberales sobre el cuerpo femenino, transformando la enfermedad en un vehículo de subversión y autonomía.

Jessenia Chamorro Salas
Artículo publicado el 09/11/2024

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