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REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
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El Eterno Regreso a los Orígenes: Aproximación Hermenéutica A Tres Poemas de Jorge Teillier.

por Oscar Rosales Neira
Artículo publicado el 18/09/2004

Resumen
En este trabajo se aborda la relación intertextual que establece el poeta chileno Jorge Teillier (1935-1996), con la creación del escritor ruso Serguéi Esenin (1895-1925) y el pintor Marc Chagall (1887-1985), de la misma nacionalidad. Analizando tres poemas del vate chileno desde la perspectiva de la hermenéutica, el autor del artículo señala cómo el elemento fundamental de la poética teillieriana, el motivo de lo Lárico, se refleja en la obra de los autores antes mencionados, a través de un diálogo Poesía-Poesía, con el primero, y Poesía-Pintura, con el segundo.

Palabras claves
Intertextualidad – Hermenéutica – El Motivo Lárico – Teillier – Esenein – Chagall.

 

INTRODUCCIÓN
Hans-Georg Gadamer, en su libro Verdad y Método (1977), utiliza el concepto de formatio – formación -, para acuñar la idea de que el ser humano se apropia de aquello  en lo cual y a través de lo cual se forma. La formatio tiene que ver con la tradición cultural, vista no como un ente monolítico, sino como una constante reinterpretación y reactulización del lenguaje configurado a través de los más diversos textos. Es el eterno devenir del espíritu; la articulación de la visión de mundo que teje el ser humano al incorporar a su “saco cultural” los símbolos, la historia, los mitos, los referentes artísticos y otros elementos que anidarán en su inconsciente.  La característica esencial de la formatio consiste en mantenerse abierto hacia el otro, hacia puntos de vista diferentes y más generales. Al tener la capacidad de reflejar el alma propia en la de los demás, la conciencia es capaz de operar en todas direcciones, integrándose así al devenir universal, en un sentido general y comunitario.

De esta misma forma se podría definir la experiencia artística del poeta chileno Jorge Teillier (1935-1996), considerado por la crítica como uno de los escritores más influyentes de la poesía chilena de los últimos cuarenta años. Teillier se apoderó del simbolismo de la Tierra como elemento fundacional y conservador de las virtudes intrínsecas del ser humano, y construyó su universo poético sobre la base de la sabiduría ancestral y las experiencias cotidianas de su aldea natal. La cristalización de sus evocaciones poéticas tomó el nombre de lo Lárico, es decir, una vuelta a los orígenes, a la edad de oro de la infancia, en busca del sagrado orden que llenaba de sentido la vida del hombre.

Además, el poeta de Lautaro fue un lector informado. En el ámbito estrictamente literario, la formación de Teillier comenzó a registrarse cuando él era aún muy niño, con las lecturas de Julio Verne y los recitados escolares de García Lorca. Tiempo después, al erigirse ya como poeta, él mismo reconocería que “Nunca he pensado en escribir una poesía original, ni me tengo por un ser sin antepasados poéticos. Cada poeta tiene una línea. Es la mía la de Francis Jammes, Milocz en alguna de sus etapas, René-Guy Cadou – un poeta con cuya visión de mundo creo tener afinidad -, Antonio Machado, para citar a los poetas principales, y en las lenguas que puedo leer en versiones originales, lo que me parece fundamental. (Por esto considero que sería pretencioso nombrar a otros que admiro, como Esenin, George Trakl, George Heyn).” [1]

El artista chileno dejó constancia de está influencia a través de muchos poemas inspirados o dedicados a sus mentores poéticos, con quienes se sintió identificado al momento de evaluar su arte y su posición en el mundo. Por esto, para comprender la complejidad del universo del autor lárico y el sentido total de su mensaje, es necesario abordar sus poemas a partir de las competencias que los originaron, indagar en los testimonios que dejaron sus formadores artístico-espirituales.

El presente trabajo tiene por objetivo interpretar desde la perspectiva de la hermeneútica tres poemas de Jorge Teillier, utilizando como punto de partida del análisis la relación intertextual que el autor establece con la obra del poeta ruso Serguéi Esenin (1895-1925) y el pintor Marc Chagall (1887-1985), de la misma nacionalidad. La metodología a utilizar será de tipo comparativa, sondeando aquellas analogías que permitan elaborar una interpretación de las creaciones seleccionadas al descubrir los fundamentos y/o motivaciones comunes que las originaron.

Para llevar a cabo el estudio, se expondrán en una primera parte la figura de Teillier y su contexto histórico-literario: La Generación del ’50. Luego se analizarán los elementos esenciales de la poesía teilleriana, poniendo especial énfasis en loLárico; este subtítulo se sustentará en dos ensayos escritos por el poeta a tratar, los cuales pueden considerarse como una suerte de artes poéticas para entender su obra; estos son “Los poetas de los lares” (1965) y “Sobre el mundo donde verdaderamente habito o la experiencia poética” (1968). En un tercer apartado se realizará el análisis mismo de los poemas, intercalando datos específicos sobre la vida, las convicciones y las inclinaciones de los autores con quienes dialoga el escritor chileno. Finalmente, se anotarán las conclusiones y la bibliografía que sirvió de base al ejercicio desarrollado en este ensayo.

JORGE TEILLIER: HABITANTE DE UN PEQUEÑO MUNDO
Jorge Teillier nació en 1935, en Lautaro, un pequeño pueblo rural de la VIII región que con el tiempo el autor llegó a amar y añorar con todas sus fuerzas. En una crónica dedicada a su tierra natal afirmaba que “todo pueblo tiene su ritmo, y el ritmo de Lautaro es el que le da el río y los trenes. Sí, Lautaro es en verdad un pueblo de ríos, de trenes, de campanas (…) En su viaje desde la cordillera, el río Cautín pasa cortando en dos al pueblo, separándolo del barrio Guacolda (…) (Cautín en lengua mapuche quiere decir pato silvestre; Guacolda, choclo rojo; Lautaro, halcón ligero… no es acaso todo esto un poema)” [2]

El valor de las cosas sencillas, la infancia feliz y el ritmo constante del paso de los trenes junto a  la casa paterna, desarrollaron en el poeta un sentimiento de seguridad y armonía en lo que se refiere a la manifestación y la sucesión de las cosas en el mundo.

Sin embargo, llegó un momento en que ese mundo lógico e ideal se hizo añicos. Esto comienza a acontecer cuando Teillier se traslada a la ciudad, a Santiago, para cursar sus estudios universitarios en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. Durante un corto tiempo ejerció como profesor de historia, y por varios años fue director del Boletín de la Universidad de Chile. El autor ingresó a la Sociedad de escritores de Chile en 1957 y comenzó a publicar sus poemas en la revista literaria S.E.C.H. Posteriormente, en 1963, fundó la revista literaria Orfeo, que publicaba escritos de autores nacionales y extranjeros.

El caos de la urbe, el término de su trabajo como director del Boletín de la Universidad de Chile, en 1973, el fracaso de dos relaciones conyugales (con Sybilla Arredondo y Beatriz Zárate) y el repentino alejamiento de su familia, sumergieron al poeta en una grave crisis que sobrellevó con poesía y alcohol. Respecto a este período de su vida, el crítico Iván Quezada señala que “lo más amargo de la tragedia es que Teillier era incapaz de convencerse de que el mundo ordenado y mágico de su infancia en Lautaro se había muerto a perpetuidad”[3].

El creador lárico se sume en un período de silencio literario que sólo rompería con el poemario Para un pueblo fantasma (1978), escrito que delata tristeza, nostalgia y un desencanto con el proyecto al que había dedicado la mayor parte de su obra: la reconstrucción del paraíso perdido, el retorno a la edad de oro de la infancia.

Jorge Teillier falleció el 22 de abril de 1996, en Viña del Mar. En un principio, sus restos descansaban el cementerio de La Ligua, pero posteriormente fueron trasladados a su tierra natal.

LA GENERACIÓN DEL ’50
Al intentar contextualizar la obra de Jorge Teillier dentro de la generación de poetas chilenos de la década del ’50, se hace con un  criterio más bien histórico que literario. Esta hornada integra a los creadores líricos nacidos alrededor de 1930, y por su diversidad constituye un fenómeno especial dentro de la poesía nacional.

Esta generación surge a finales de 1950 y principios de 1960. Se caracteriza porque sus ejes fundadores y de irradiación poética vienen desde el sur de chile, superando el centralismo y la supremacía artística que hasta entonces tenían Santiago y Valparaíso. Su principal característica consiste en que sus representantes fueron capaces de afrontar las obras de los grandes de la poesía chilena (especialmente la de Neruda y de Rokha), incluso asimilándola e incorporándola a su propia creación. La generación del ’50 trató de dar respuesta a las inquietudes del ser humano desde una perspectiva muy íntima, sin abanderar la poesía con ningún credo político o religioso. “Se trata de un grupo que, si bien no parece propiamente una generación, constituye un estadio de consolidación de lo que durante la primera mitad del siglo venía articulándose como nuestra tradición poética y que, en buenas cuentas, es una especie de antitradición:  un espacio amplio y libertario en que diversos poetas, de concepciones y actitudes a veces contrapuestas, practican una coexistencia más o menos pacífica y, sobre todo, productiva.”[4]

Los principales exponentes de la generación del ‘50 son Miguel Arteche (1926), Enrique Lihn (1929-1988), Alberto Rubio (1928), Efraín Barquero (1931), Armando Uribe (1933), Pedro Lastra (1931), Hernán Valdés (1934) y Jorge Teillier (1935-1996).

Sin embargo, Teillier se distancia del grupo de creadores de esta década, especialmente de los novelistas, a quienes criticaba por renegar de la tradición cultural de Chile y por  asumir lo que él consideraba una actitud burguesa y arrogante. El poeta de Lautaro afirmaría más tarde que la llamada Generación del ´50 fue un invento del escritor Enrique Lafourcade para publicar artículos y antologías y echar en un mismo cajón a toda una camada de escritores que se caracterizaba por su diversidad y pluralidad de voces. En uno de sus trabajos puede leerse lo siguiente: “La actitud de niños mimados es bien propia de muchos intelectuales. Piensan que por el hecho de serlo son seres superiores, y casi en forma inconsciente desean todas las oportunidades y pleitesías  posibles. (…) Sí, la actitud cínica o desesperanzada no es total. Caracteriza sólo a  la mayor parte de los escritores de la generación del ’50, representantes de un a pequeña burguesía citadina, o de una burguesía venida a menos.”[5].

Esta clasificación es sólo un intento por ubicar la obra de Jorge Teillier dentro del panorama histórico de la literatura chilena, sin embargo, este criterio no corresponde necesariamente a  la realidad literaria del poeta analizado en este trabajo.

LO LÁRICO O EL ETERNO REGRESO A LOS ORÍGENES
El universo poético de Jorge Teillier puede representarse como una estructura de gran complejidad levantada con materiales simples. En sus versos se mezclan matices, temas, mitos y tradiciones con un objetivo esencial: recuperar el paraíso perdido o el reino de la infancia. Este regreso al orden sagrado de las cosas en su estado original, es lo que el autor llamó la Poesía Lárica; tema que abordó en numerosos artículos y entrevistas, pero principalmente en dos ensayos titulados Los poetas de los lares y Sobre el mundo donde verdaderamente habito o la experiencia poética.

Teillier señala que el poeta de los lares, al reconocer la realidad como una existencia caótica se distancia de ella y emprende el regreso simbólico al hogar, al pueblo natal, el único lugar donde la felicidad se sustenta en cosas puras y honestas que no han perdido su significación. “Se empiezan a recuperar los sentidos, que se iban perdiendo en estos últimos años, ahogados por la hojarasca de una poesía no nacida espontáneamente, por el contacto del hombre con el mundo, sino resultante de una experiencia meramente literaria, confeccionada sobre al medida de otra poesía. Esto es importante en un país como el nuestro en donde el peso de la tierra es tan decisivo como lo fuera (y tal vez sigue siéndolo) ‘el peso de la noche’, en donde el hombre antes de lanzarse a los reinos de las ideas debe primero dar cuenta del mundo que le rodea, a trueque de convertirse en un desarraigado. (…) Los poetas nuevos han regresado a la tierra, sacan su fuerza de ella.”[6]

El poeta realiza esta reconstrucción de ensueño para sobrevivir al caos de un mundo en el que se siente rechazado y, por lo tanto, para sentirse perteneciente a una comunidad originaria que conserva el recuerdo de la pureza e inocencia de su persona. En ese otro mundo busca el orden y los valores que han abandonado el escenario de la realidad, pues “Frente al caos de la existencia social y ciudadana, los poetas de los lares (sin ponerse de acuerdo entre ellos) pretenden afirmarse en un mundo bien hecho, sobre todo en el mundo del orden inmemorial de las aldeas y los campos, en donde siempre se produce la misma segura rotación de las siembras y cosechas, de sepultación y resurrección, tan similares a la gestación de los dioses (recordemos a Dionisos) y de los poemas.”[7].

El poeta lárico es un cronista, un observador. Se hermana con todas las cosas y deja de ser el centro del universo, como lo postulaba Huidobro. Como consecuencia de esto, le canta a lo cotidiano utilizando palabras cotidianas; un lenguaje simple, que no desprecia los juegos y las experiencias de renovación verbal. Su objetivo tiene un sentido social, pues busca cambiar el mundo conservando los valores que el hombre ha perdido en un ambiente caótico y competitivo; como decía el propio Teillier “(…) todo poeta en esta sociedad se suele considerar un sobreviviente de una perdida edad, un ente arcaico. (…) El poeta tiende a  alcanzar su antigua ‘conexión con el dínamo de las estrellas’, en su inconsciente está su recuerdo de la edad de oro a la cual acude con la inocencia de la poesía. (…) El poeta es el guardián del mito y de la imagen hasta que lleguen tiempos mejores.”[8]

Con el paso de los años, el poeta de Lautaro jamás se aleja de los rasgos constitutivos de su poética. Siempre anheló la reconstrucción de la Edad de Oro, y este rasgo, que se hace evidente en toda la obra de Teillier, llevó a la crítica a acusarlo de ser repetitivo y poco original. Sin embargo, al revisar con detenimiento su producción literaria y su visión de mundo, se descubre en esta tendencia una coherencia secreta que pone en evidencia el alto compromiso que tenía el autor con su poesía. Sólo se pueden apreciar dos variantes en la totalidad de su creación: El intento fallido de un poema épico, en Crónica del forastero (1968), y la melancolía y el desencanto que rodeó su escritura a partir de Para un pueblo fantasma (1978). Él mismo aseguraría lo siguiente: “Creo que todos mis libros forman un solo libro, publicado de forma fragmentaria, a excepción de Crónica del forastero. Difícilmente uno tiene más de un  poema que escribir en su vida.”[9].

Esta constante lírica hace posible apreciar que Teillier era un poeta convencido de sus ideas, consecuente con sus principios. Es por esto que el autor jamás se interesó por otras tendencias poéticas que estaban en boga durante su generación: nunca flirteó con la poesía del realismo socialista (más por que se sentía incapacitado para escribirla que porque no la apreciara) y no se dejó seducir por los movimientos vanguardistas.

A pesar de lo anterior, Teillier no fue un creador ermitaño y autosuficiente. Supo ver reflejada su obra en la de otros artistas y, en la mayoría de los casos, su poética se alzaba sólo como una voz más que se integraba a un coro de hombres que a lo largo de la historia a cantado a una sola cosa: el regreso a la aldea, a la tierra natal. Él mismo reconocía que su poesía era el eco de los antepasados, pero también de los contemporáneos.

En la totalidad del legado artístico del poeta lárico, se aprecia un amplio abanico de influencias que conviven de manera armónica. Sin embargo, es posible hallar una suerte de alma gemela, un reflejo casi idéntico de sus postulados, en la vida y obra de dos rusos: El poeta Serguéi Esenin (1895-1925) y el pintor Marc Chagall (1887-1985), con cuyas creaciones el autor aquí analizado se relacionó de manera directa, ya fuera estableciendo relaciones o dialogando con ellas, o bien comentándolas para darlas a  conocer al público.

SERGUÉI ESENIN: LA ETERNA EVOCACIÓN DE LA ALDEA
Aleksandrovich Serguéi Esenin nace el 21 de setiembre de 1825, en la aldea de Konstantinovo, en el centro de Rusia. Influenciado por sus padres, estudia para convertirse en profesor primario, sin embargo, rehusó continuar con su preparación para dedicarse a la poesía, para la cual desde la infancia había mostrado la más viva disposición. Desde pequeño se acostumbra a escuchar a los poetas errantes y repetía sus versos, a la vez que componía los suyos propios. En su obra se reflejan las cosas vistas en la aldea, a través de un lenguaje sencillo y asociativo. Su expresión poética “proviene del sentimiento ancestral del campesino que ignora las comparaciones abstractas y para el cual todo objeto es definido en comparación con otro objeto. Así, para Esenin los sauces son ancianos, el sol una rueda, la aurora una gata que se lava en el tejado, la tierra una nodriza, la luna una miga o una oveja.”[10]

Cuando cumple 18 años se traslada a Petesburgo, luego de que numerosas revistas  rechazaran publicar sus composiciones. En marzo de 1915 conoció a Alexander Blok (1880-1921), uno de los mayores simbolistas de su país, quien reconoce talento en sus poemas.

El primer libro de Esenin, Rádunitsa, aparece en el año 1916 y se reedita en 1918.  Los títulos que lo componían, entre los que se contaban La vaca, Cantan las labradas carretas, Derrama el cerezo nieve y He aquí la ingenua felicidad, entre otros, perfilaban la imagen del poeta como un portador de las genuinas tradiciones rusas.

En 1919, en Moscú, funda el grupo de los Imaginistas, junto a Anatoly Marienhof y otros poetas. En ese mismo año publican el Manifiesto del Imaginismo, sin embargo, Esenin abandona posteriormente el movimiento reconociendo que “El imaginismo era una escuela formal que quisimos consolidar. Pero no tenía base propia y murió por sí misma al abandonar la verdad por la imagen orgánica.” [11]

Al llegar la revolución de octubre, el poeta no permanece ajeno a los acontecimientos y los bolcheviques esperan de él un fuerte compromiso por la causa. El se adhiere con algunos poemas revolucionarios, como Balada de los 26 y Lenin,pero siempre bajo una óptica campesina. Esenin soñaba con que la revolución reivindicaría a los hombres de la tierra, lo que permitiría instalar en la realidad el paraíso que él quería para los vivos: un mundo poblado de carretas, trigales y aldeas rurales.  Pero como la revolución fue fundamentalmente obra del proletariado industrial guiado por los bolcheviques, el despertar del coloso ruso requirió edificar y ‘modernizar’ el estado. Esenin experimentó un desajuste con la realidad, lo que le llevó a proclamar el individualismo anárquico. Su poesía comienza a reflejar el conflicto entre el pasado patriarcal aldeano y la civilización contemporánea.

En 1921 se relaciona con la bailarina Isadora Duncan. Ella lo lleva consigo para darlo a conocer en Occidente. Pasan por Alemania, Francia, Bélgica y Estados Unidos. Esenin experimenta una fuerte angustia en el extranjero; se siente desarraigado y sólo el amor y la admiración que sentía por Isadora lo motivan a permanecer en esas tierras que le eran desconocidas. Luego de varios incidentes y escándalos, rompe con todo y huye de París en 1923. Sobre Occidente, escribe en una de sus cartas que “es el reino del dollar, del fox trot, de la espantosa pequeña burguesía, siempre vecina a la idiotez. Aquí hasta los pájaros se posan sólo donde les está permitido.” [12]

Retorna a Moscú. Cuando el poeta partió de su tierra natal, Rusia comenzaba a reponerse de las heridas de la guerra civil. A su regreso habían comenzado a sentarse las bases de la nueva política económica. En el campo se había procedido a reemplazar el sistema de la contingentación por el impuesto en especie. La agricultura tomaba nuevos impulsos y en las ciudades se reanudaba la producción industrial.

Se casa con la nieta de León Tolstoi, Sofía, pero este matrimonio duró apenas algunos meses. El desconcierto y los fracasos sentimentales lo sumergen en una grave crisis alcohólica.

Antes de la Navidad de 1925, Esenin se aloja en el Hotel Angleterre de Leningrado. Permanece tres días encerrado, hasta que en un acceso de locura decide ahorcarse. Murió a los 30 años de edad, dejando como testamento un poema tituladoHasta pronto amigo mío, el cual escribió con su propia sangre.

En 1973 aparece en Chile la primera antología del poeta, titulada La confesión de un granuja; traducida del idioma ruso al castellano por Gabriel Barra y Jorge Teillier.

RELACIÓN INTERTEXTUAL TEILLIER – ESENIN:
UNA CONVERSACIÓN AUTOBIOGRÁFICA SOBRE LOS PECADOS Y EL DESARRAIGO
Como ya se mencionó anteriormente, a partir del poemario Para un pueblo fantasma, Teillier comienza  a registrar en versos la peor etapa de su vida. Ana Traverso, estudiosa que recogió las crónicas más importantes del poeta y las editó en forma de libro, anota respecto a ese período que “El poeta lárico, sensible a la decadencia del mundo amado, abandona desde Para un pueblo fantasma el proyecto de representar un tiempo feliz. Instalado poéticamente en la ciudad asume su fracaso. La preocupación por la aldea y esa búsqueda de la inocencia se convierte en una profana muestra de obsesión personal, contaminada de alcoholismo, tedio, indiferencia.”[13] El creador lírico reconoce que su ideal poético es imposible y se reprocha por haber morado tanto tiempo en la irrealidad.

Sin embargo, Teillier es incapaz de renunciar a los recuerdos de la aldea, aunque ahora los evoque desde una perspectiva más realista y amargada. El título del libro es bastante explícito: Para un pueblo fantasma; aún persiste en su memoria la imagen de la tierra natal, pero ya no como algo vivo que guarda los más valiosos tesoros del ser humano, sino como un lugar muerto, abandonado por todos sus habitantes (nadie puede quedarse para siempre en el reino dorado de la infancia), y que aparece de vez en cuando en las meditaciones de Teillier a recriminarle su condición actual de hombre solitario, fracasado en el amor y dependiente del alcohol.

Un hecho curioso es que en este libro se encuentran la mayor cantidad de citas y dedicatorias a los autores que el poeta lárico siempre reconoció como una influencia clave en su obra: hay versos para Rosamel del Valle (El retorno de Orfeo), Rolando Cárdenas (Paisaje de clínica), Jorge Edwards y Galvarino Plaza (Un día en Madrid), Antonio Machado (Para Antonio Machado al leer de nuevo sus poemas), Marc Chagal (El poeta en el campo), y, por supuesto, Serguéi Esenin (Pequeña confesión). Es como un intento desesperado del autor por aferrase a sus antepasados poéticos en un momento de crisis.

El poema que mejor refleja el estado de ánimo y la decadente situación de Teillier en ese entonces es Pequeña Confesión, con un epígrafe dedicatorio a Serguéi Esenin. El escrito en cuestión, es el siguiente:

Pequeña confesión
En memoria de Serguéi Esenin

Sí, es cierto, gasté mis codos en todos los mesones
Me amaron las doncellas y preferí a las putas.
Tal vez nunca debiera haber dejado
El país de techos de zinc y cercos de madera.
En medio del camino de la vida
Vago por las afueras del pueblo
Y ni siquiera aquí se oyen las carretas
Cuya música he amado desde niño.
Desperté con ganas de hacer un testamento
– ese deseo que le viene a todo el mundo –
Pero preferí mirar una pistola
La única amiga que no nos abandona.
Todo lo que se diga de mí es verdadero
Y la verdad es que no importa mucho.
Me importa soñar con caminos de barro
Y gastar mis codos en todos los mesones.

“Es mejor morir de vino que de tedio”
Sin pensar que pueda haber nuevas cosechas.
Dan lo mismo que las amadas vayan de mano en mano
Cuando se gastan los codos en todos los mesones.

Tal vez nunca debí salir del pueblo
Donde cualquiera puede ser mi amigo.
Donde crecen mis iniciales grabadas
En el árbol de la tumba de mi hermana.

El aire de la mañana es siempre nuevo
Y lo saludo como a un viejo conocido,
Pero aunque sea un boxeador golpeado
Voy a dar mis últimas peleas.
Y con el orgullo de siempre
Digo que las amadas pueden ir de mano en mano
Pues siempre fue mío el primer vino que ofrecieron
Y yo gasto mis codos en todos los mesones.

Como de costumbre volveré a la ciudad
Escuchando un perdido rechinar de carretas
Y soñaré techos de zinc y cercos  de madera
Mientras gasto mis codos en todos los mesones.

Siguiendo los preceptos de la estética de la recepción, se puede apreciar que el poema ofrece una puerta de entrada para su interpretación: la dedicatoria puesta a modo de epígrafe. Esta señal remite a la obra del poeta ruso, específicamente a una creación suya que lleva por título La confesión de un granuja, la cual se transcribe a continuación.

La confesión de un granuja

No todos saben cantar,
no todos pueden ser manzana
y rodar a los pies de los demás.
Esta es la suprema confesión
que puede hacer un granuja.

Ando intencionalmente despeinado
con la cabeza como una lámpara a petróleo.
Me gusta iluminar entre tinieblas
el deshojado otoño de vuestras almas.

Me gusta cuando las piedras de los insultos
vuelan hacia mí, como el granizo de una eructante tempestad.
Entonces sólo oprimo con más fuerzas
la pompa oscilante de mis cabellos.

Con cuánto cariño recuerdo
el estanque invadido por la hierba y el ronco tañido del aliso,
y que en algún lugar viven mi padre y mi madre,
a quienes todos mis versos no les importan un comino,
pero que me aman como al campo y a su propia sangre,
como a la llovizna que en primavera mulle los brotes.

Ellos les clavarían a ustedes sus horquetas
Por cada injuria que lanzan sobre mí.

¡Pobres, pobres campesinos!
Seguramente ya están feos y viejos
y aún temen a Dios y a las ánimas del pantano.

¡Oh, si pudieran entender
que su hijo
es el mejor poeta de Rusia!
¿Acaso sus corazones no se helaban
cuando sus pies desnudos tocaban los charcos del otoño?
Ahora anda con sombrero de copa
y zapatos de charol.

Pero vive en él, con ímpetus de antaño,
el mismo aldeano travieso.

Desde lejos saluda con reverencias
a las vacas pintadas en los letreros de las carnicerías
ý cuando se cruza con los coches de la plaza
recuerda el olor del  estiércol en los campos natales
y está dispuesto a levantar  la cola de cada caballo
como la cola de un traje de novia.

Amo mi patria.
¡Amo inmensamente a mi patria!
Aunque exista en ella la tristeza y la herrumbre de los sauces.

Me gustan los hocicos fangosos de los cerdos
y las voces estridentes de los sapos en el silencio nocturno.
Estoy enfermo de recuerdos de infancia.

Sueño con la humedad y la niebla de las tardes de abril.

Como queriendo entibiarse
nuestro arce se encuclilló ante la fogata del ocaso.

¡Cuántos huevos robé de los nidos de las comadrejas
trepando de rama en rama!
¿Será el mismo con su cima verde!
¿Será como antes tan dura su corteza!
¿Y tú, mi querido,
mi fiel perro overo?
La  vejez te ha puesto gruñón y ciego
y vagas por el patio arrastrando tu cola caída,
tu olfato ya no distingue el establo de la casa.

Cuán queridas me son aquellas travesuras
cuando hurtaba pan a mi madre
y lo mordíamos por turno
sin sentir asco uno del otro.

Soy el mismo de antes
y mi corazón es el mismo.
Los ojos florecen en el rostro como azulíes en el centeno,
y al extender las esteras doradas de mis versos
quisiera decirles mis palabras más tiernas.
¡Buenas noches!
¡Buenas noches a todos!
La guadaña de la aurora ha enmudecido
sobre la hierba del crepúsculo…

Siento unas ganas enormes
de mear la luna desde la ventana.

¡Luz azul! ¡Es tan azul la luz!
En este azul ni siquiera morir importa.
¡Qué me importa parecer un cínico
con un farol colgando del trasero!
Mi viejo, buen y derrengado Pegaso,
¿acaso necesito de tu trote apacible?
He llegado como un amo severo
a cantar y glorificar las ratas.
Mi cabezota, como agosto,
vierte el vino burbujeante de los cabellos.
Quiero ser el velero amarillo
que va hacia el país adonde todos navegamos. [15]

Al analizar ambos poemas, se percibe una gran similitud en la composición y la problemática planteada. Los dos son de tipo autobiográfico y denotan un tono melancólico; una mirada retrospectiva a la niñez, a la vida en el pueblo natal, para contrastarla con el presente citadino que vivían los poetas al momento de plasmar esos versos.

Teillier y Esenin realizan su confesión sin rodeos ni temores, en los primeros párrafos de sus escritos. El poeta chileno dice que “Sí, es cierto, gasté mis codos en todos los mesones / Me amaron las doncellas y preferí a las putas.”; el ruso confiesa que “No todos saben cantar, / no todos pueden ser manzana  / y rodar a los pies de los demás.” Teillier pone en evidencia sus fracasos amorosos y su problema con el alcohol, al reconocer que gastó sus codos en todos lo mesones; Esenin admite su condición de poeta con la rebeldía y soledad que esa postura involucra; él no pertenece al montón, no es como una manzana que rueda hacia los pies de los demás.

Ambos autores se encontraban instalados en la ciudad, alejados de la aldea rural. Eso se evidencia cuando el poeta de Lautaro dice “En medio del camino de la vida / Vago por las afueras del pueblo / Y ni siquiera aquí se oyen las carretas / Cuya música he amado desde niño.”; el hijo de Konstantinovo lo grafica al escribir: “Desde lejos saluda con reverencias / a las vacas pintadas en los letreros de las carnicerías / y cuando se cruza con los coches en la plaza / recuerda el olor del estiércol en los campos natales / y está dispuesto a levantar la cola de cada caballo / como la cola de un traje de novia.” En los versos de Teillier la figura de la carreta es importante, pues es un medio de transporte arcaico, propiamente rural, que el poeta lárico contrapone a los tecnologizados vehículos de la ciudad; es una imagen de un tiempo pasado que hace concreto el sentimiento del recuerdo. Y no sólo por eso llama la atención, sino porque también es otro diálogo intertextual que el chileno establece con Esenin, pues al decir la música de las carretas, alude a un poema del autor ruso titulado Cantan las labradas carretas…(“Cantan las labradas carretas, / corren las planicies y arbustos.” [16])

Mientras Esenin dibuja su estadía en la urbe con un humor irónico, Teillier lo hace con un tono que delata gravedad y desconcierto; de hecho, el artista chileno jamás se sintió a gusto en estos sitios que veía como al figura antagónica de la aldea. En uno de sus ensayos aseguraba que “En la ciudad el yo está pulverizado y perdido (…)” [17], y en otro que “Yo debía transformarme en una especie de médium para que a través de mí llegara una historia, y una voz de la tierra que es la mía, y que se opone a la de esta civilización cuyo sentido rechazo y cuyo símbolo es la ciudad en donde vivo desterrado, sólo para ganarme la vida, sin integrarme a ella, en el repudio hacia ella.”[18] Esenin sentía de igual forma; el contraste aldea/ciudad se le hizo patente con mayor fuerza luego de su viaje a Occidente (ver cita Nº 12) y cuando tuvo que enfrentar la modernización del estado ruso. Es por esto que ambos poetas se auto reprochan el hecho de encontrarse fuera de su ambiente, y es que ¿qué hacen en medio del caos citadino?. Teillier reconoce que “Tal vez nunca debí salir del pueblo / Donde cualquiera puede ser mi amigo / Donde crecen mis iniciales grabadas / En el árbol de la tumba de mi hermana.”; y Esenin admite: “Con cuánto cariño recuerdo / el estanque invadido por la hierba y el ronco tañido del aliso / y que en algún lugar viven mi madre y mi padre / a quienes todos mis versos les importan un comino, / pero que aman como al campo y a su propia sangre”. Aquí está la evocación de todo lo perdido: el pueblo donde anidan los instantes de felicidad motivados por las cosas simples. Hay una fuerte carga emotiva en el anhelo de ambos autores, pues añoran el único lugar en el cual se sienten queridos y parte de una hermandad que los acepta tal como son. Teillier dice que en su tierra natalcualquiera puede ser su amigo, y Esenin que sus padres lo aman por sobre todas las cosas.  Las iniciales que crecen en el árbol de la tumba de la hermana y los progenitores capaces de amar al hijo como al campo y a su propia sangre, señalan el vínculo indisoluble que une a las personas en el Paraíso Perdido. Los poetas se proyectan a través de la fuerza que les inyectan sus antepasados, los únicos seres en el mundo con quienes mantienen lazos indisolubles, algo que ellos no consiguieron ni con amistades ni esposas.

Pese a todo, asumen su tragedia con una tranquilidad rayana en la indiferencia. Teillier dice “Todo lo que se diga de mí es verdadero / Y la verdad es que no importa mucho”; y Esenin agrega “¡Qué me importa parecer un cínico / con un farol colgando del trasero!”. Para sobrevivir en medio del caos, no les queda más que la evocación incomprendida de aquellas cosas cotidianas en las cuales sólo ellos son capaces de desentrañar/recuperar un sentido. Eso es lo único que importa, y así lo confirman el poeta lárico, “Me importa soñar con caminos de barro”; y el fundador delImaginismo, “Me gustan los hocicos fangosos de los cerdos / y las voces estridentes de los sapos en el silencio nocturno. / Estoy enfermo de recuerdos de infancia. / Sueño con la humedad y la niebla de las tardes de abril.”

Ambos supieron estimular esa evocación con la fiel compañía del vino; un elixir que degustaron en exceso. Teillier reconoce este pecado argumentando que después de todo “Es mejor morir de vino que de tedio”; y Esenin hace lo mismo comentando que “Mi cabezota, como agosto, / vierte el vino burbujeante de los cabellos.”

Al final, ambos cierran sus confesiones manifestando su intención de seguir soñando con lo todo lo que ya está perdido. Teillier se resigna a eso como lo único que le va quedando en medio de su irremediable tragedia, “Como de costumbre volveré a la ciudad / Escuchando un perdido rechinar de carretas / Y soñaré techos de zinc y cercos de madera / Mientras gasto mis codos en todos los mesones.”; y Esenin también concluye anhelando, de manera más simple y poética, el deseo de soñar: “Quiero ser el velero amarillo / que va hacia el país hacia donde todos navegamos.”

Las vidas de ambos poetas se tocaron en muchos aspectos: la infancia feliz en un pueblo rural, la exaltación de la tierra natal a través de la poesía, el traslado y posterior rechazo a la ciudad, los fracasos conyugales, el vicio del alcohol, el desarraigo y la triste nostalgia de los últimos días. Es por esto que Teillier dialoga con Esenin desde una perspectiva autobiográfica, rindiéndole como homenaje una melancólica reseña de su tragedia personal. Incluso, sus biografías personales podrían haberse emparentado hasta su desenlace final, a través del suicidio, pues el poeta lárico reconoce haber incubado esa idea en algún momento, “desperté con ganas de hacer un testamento / – ese deseo que le viene a todo el mundo – / Pero preferí mirar una pistola / La única amiga que no nos abandona.”; pero luego la rechaza afirmando que aunque le duelan las heridas, enfrentará su destino día tras día, hasta el final de su existencia, “El aire de la mañana es siempre nuevo / Y lo saludo  como a un viejo conocido, / pero aunque sea un boxeador golpeado / Voy a dar mis últimas peleas.”

Antes de analizar la relación intertextual poesía-pintura, entre Jorge Teillier y Marc Chagall, conviene consignar otro texto en el cual el poeta lárico dialoga con su homólogo ruso. Se trata de Bajo los astros, aparecido en su libro póstumo En el mudo corazón del bosque (1988). Esta vez el juego es más sutil y complejo, pues se presenta bajo la forma de un texto situado a un lado del poema, a modo de reflejo, en el cual se citan unos versos de Esenin.

Bajo los astros
Es así que en mi memoria en la tarde resuena de pronto
como el viento en cordaje de un barco
la casa deshabitada.
Vibran a solas cristales de armarios vacíos, la penumbra
quisiera conmovernos.

Es aquí donde decíamos: qué tiempo maldito hacía   Sólo me queda una diversión:
debajo                                     los dedos en los labios y un alegre silbido.
de los pinos, por suerte que vino usted a tiempo,
buenas tardes
SERGUÉI ESENIN

tío, qué mala noche, no importa habrá un buen día
de sol.
Aquí en el umbral alguno de nosotros debe vestir
los ropajes de sacrificio para decir:
una visita cosía misteriosas telas de luto,
aquí entró un tímido caracol, se ovilló blanco un gato,
aquí estuvo la sombra, el agua, el fuego.
Es preciso que alguno de nosotros venga y diga:
los cubiertos de la casa, qué se hicieron,
sin duda los robaron.
Grave silencio, ven a  reposar sobre mis hombros
como el peso conmovedor de una muchacha lejana,
sollozando.

Es así como ahora todo nos falta. Si alguien nos ofreciera
un poco de sidra del abuelo tal vez
nos salvaríamos. [19]

La señal intertextual nuevamente remite al legado del antepasado poético de Jorge Teillier; en esta ocasión, al poema Sólo me queda una diversión…

Sólo me queda una diversión…
Sólo me queda una diversión:
los dedos en los labios y un alegre silbido.
Ya se ha esparcido mi mala fama
de peleador y escandaloso.
¡Qué ridícula mala fama!
Hay muchas caídas tontas en la vida.
Me avergüenzo de haber creído en Dios,
y me entristezco de no creer ahora.
¡Remotas lejanías doradas!
Todo arde en la rutina cotidiana.
Si blasfemé y fui escandaloso
fue para arder con mayor fulgor.

Acariciar y fustigar es el don del poeta
lleva sobre sí un signo fatal.
Yo quise enlazar sobre este mundo
a la rosa blanca y el sapo negro.
¡Qué importa no se hayan realizado
estos designios de los días buenos!
Si los demonios anidaron en mi espíritu
es porque los ángeles vivían en él.

Por estos alegres desvaríos,
yo quisiera en el postrer instante
antes de partir hacia otras comarcas
pedir a todos los que me acompañen
que por mis pecados mortales,
por no creer en el paraíso,
con mi camisa rusa me amortajen
y bajo los astros me dejen expiar. [20]

En estos textos son interesantes las consideraciones que ambos autores hacen sobre el rol y la posición del poeta en el mundo. El creador lírico es un ser diferente del resto, que nace con la misión de guardar el simbolismo de los elementos y las cosas cotidianas. Esto queda de manifiesto en cuando Teillier escribe: “Aquí en el umbral alguno de nosotros debe vestir / los ropajes del sacrificio para decir: /  una visita cosía misteriosas telas de luto, / aquí entró un tímido caracol, se ovilló un blanco gato / aquí estuvo la sombra, el agua, el fuego.”; y Esenin corrobora, “Acariciar y fustigar es el don del poeta / lleva sobre sí un signo fatal. / Yo quise enlazar sobre este mundo / a la rosa y el sapo negro.” El poeta carga con un signo fatal, pues al ser guardián de los valores que ya se han perdido está consciente de la decadente situación en que vive el ser humano; al cantar y añorar la aldea natal es para hacer explícito el desarraigo que ellos mismos sufren. La conexión con los antepasados también se ha perdido, así lo hace saber Teillier recurriendo a la imagen de los cubiertos robados; es sabido que en algunas familias se hereda de generación en generación el servicio de plata, y al no estar significa que el legado de los ancestros se ha perdido, ha sido hurtado por la existencia caótica que lleva el ser humano. El poeta es el triste cronista que debe hacer explícita esta situación: “Es preciso que alguno de nosotros venga y diga: / los cubiertos de plata, qué se hicieron, sin duda los robaron.”

En un principio, Teillier creía que el poeta podía cambiar el mundo al conservar las tradiciones puras y crear un universo lírico que permitiera al hombre conectarse con su infancia y así tomar conciencia de sus errores. El siguiente paso sería instalar ese paraíso perdido en la tierra. Sin embargo, y para cuando escribe este poema, ya había asumido el fracaso de su proyecto poético; la esperanza se quedó en el pasado lejano, y por eso recuerda que “Es aquí donde decíamos: qué tiempo maldito hacía debajo / de los pinos, por suerte que vino usted a tiempo, buenas tardes/ tío, qué mala noche, no importa habrá un buen día de sol.”; pero ese día de sol jamás llegará para la humanidad, por lo que Esenin se resigna exclamando “¡Qué importa que no se hayan realizado / estos designios de los días buenos! Si los demonios anidaron en mi espíritu es porque los ángeles vivían en él.”

Al ver derrumbarse el propósito de todos sus esfuerzos físicos e intelectuales, la vida pierde sentido y ambos presienten e invocan la cercanía de la muerte. El poeta chileno pide: “Grave silencio, ven a  reposar sobre mis hombros / como el peso conmovedor de una muchacha lejana, sollozando.”; y Esenin, “yo quisiera en el postrer instante / antes de partir hacia otras comarcas.”

En los últimos instantes del poema, Teillier escribe: “Es así como ahora todo nos falta. Si alguien nos ofreciera / un poco de sidra del abuelo tal vez nos salvaríamos.”; el artista ruso, por su parte, concluye así: “que por mis pecados mortales, / por no creer en el paraíso, / con mi camisa rusa me amortajen / y bajo los astros me dejen expiar.” Al utilizar las palabras nos salvaría y que por mis pecados, ambos aceptan su condena y añoran un símbolo que recuerda la tierra natal (el chileno la sidra del abuelo y Esenin su camisa rusa), lo único que le sirve de consuelo y que tal vez salve sus almas.

El último verso de Esenin, “y bajo los astros me dejen expiar”, es el que inspiró el título del poema de Teillier. Al vivir Bajo los astros, los dos creadores reconocen que su destino está predeterminando, la condena está escrita desde antes de su nacimiento en la configuración de las estrellas; que sus existencias se manifestarán de esa forma era algo inevitable.

RELACIÓN INTERTEXTUAL TEILLIER – CHAGALL: CUANDO LA POESÍA SE HACE PINTURA

Marc Chagall nació el 7 de julio de 1887, en la aldea de Vitebsk, en Rusia. Hijo de una familia judía pobre, desde pequeño mostró inclinación por el mundo de la pintura. En 1910 se traslada a París y recibe la influencia de los surrealistas. Muchos artistas alaban su obra destacando una singularidad, riqueza y estilo que no es propio de ninguna escuela; Bretón asegura que sus pinturas son la cristalización de motivos literarios. Mientras estuvo en París experimentó una de sus etapas más fructíferas. A pesar de que estaba encandilado por la cantidad de tendencias y artistas que pululaban por la urbe cosmopolita, su pensamiento volvía constantemente hacia Vitebsk y su amada Bella, a quien había dejado en la aldea natal. Eso se refleja en sus obras: “El santo carretero, Yo y el pueblo, El mercader de ganado, El rabino amarillo y La mujer embarazada, las cuales dicen bastante de la obsesión, la nostalgia del mundo familiar, abandonado, tan cercano al corazón del exiliado.” [21] De hecho, mientras el artista permanece en París sólo le dedica un cuadro a la ciudad, en el cual sintetiza todas las experiencias vividas en ese lugar. En la pintura aparece el pintor aterrizando sobre la urbe, como viniendo de otro mundo; también hay un hombre con doble faz y un gato con cara de hombre; el caos se simboliza en un tren que va marchando al revés y lo banal de las relaciones afectivas en dos amantes, ataviados con trajes formales, arrastrándose  por debajo de la ciudad (incapaces de volar, como sí lo hacían Chagall y Bella siempre que aparecían retratados en algunos de sus cuadros).

Luego de su estadía en la capital francesa, Chagall regresa a la aldea natal antes de que estalle la Primera Guerra Mundial. “Con la alegría del retorno, su pintura no refleja la angustia de las hostilidades. Se entrega a la dulzura de la vida recobrada, reconocida. Pinta a su madre, a sus hermanas; (…) Pero su alegría se desborda cuando se casa con Bella (1915). La arrastra a través de sus cuadros en una loca zarabanda por encima de las nubes, sobre sus hombros. Rompe a reír. Revolotea en torno a ella.” [22]

Luego de la revolución Rusa, Chagall es nombrado Comisario de las Bellas Artes y funda una Academia. Posteriormente, es removido de su cargo, pues las autoridades en sus cuadros sólo veían campesinos, vacas y asnos; nada que sirviera a la causa. Después de numerosos viajes y exposiciones, el pintor ruso murió el 28 de marzo de 1985.

En la obra de Chagall siempre intervinieron los motivos de la aldea, los personajes típicos, los animales (especialmente el caballo), el folklore ruso, la cábala y, por supuesto, la amada.

Jorge Teillier hace referencia al artista ruso a través del siguiente poema:

El poeta en el campo

(Pintura de Marc Chagall)

También podríamos estar tendidos
en el primer plano del cuadro
con la chaqueta manchada de pasto
y de nuestro sueño
quizás surgirían
un caballo indiferente
una vaca de lento rumiar
una choza de techo de paja.
Pero
el asunto
es que las cosas sueñen con nosotros,
y al final no se sepa
si somos nosotros quienes soñamos con el poeta
que sueña este paisaje,
o es el paisaje quien sueña con nosotros
y el poeta
y el pintor. [23]

A través del epígrafe, Teillier señala que se va a referir a una pintura de Marc Chagall. Sin esta señal, el primer párrafo se haría incomprensible, pues es una clara descripción de lo que ofrece la obra pictórica citada por el poeta. Es un discurso de tipo referencial. El cuadro al que se hace alusión, es éste:

El poeta estirado, de Marc Chagall

Muchos críticos coinciden en señalar que esta pintura es una síntesis de toda la filosofía artística de Chagall y Teillier la escoge porque en ella ve también reflejada la condensación de su propia producción poética.

De partida, el personaje es un poeta. Aparece situado en un primer plano del cuadro en una actitud de estar dormido, soñando. El hecho de que esté en un primer plano no deja de ser significativo, y eso Teillier lo pone en evidencia al principio del poema (“También podríamos estar tendidos / en el primer plano del cuadro”), pues simboliza que el personaje está alejado del paisaje representado, no pertenece a él. El mundo retratado en el cuadro es una escena rural, que aparece porque el poeta la evoca a través de su sueño. Esto es muy propio de la poesía lárica, el anhelo de la aldea natal, y por eso el autor chileno versifica ese detalle: “y de nuestro sueño / quizás surgirían / un caballo indiferente / una vaca de lento rumiar / una choza de paja.” La composición del cuadro es como una composición poética de Teillier; basta con enumerar los elementos:  una pradera, una choza de paja, un caballo, una vaca (oveja o cerdo); todo situado en un espacio circular, algo así como una loma, que  presenta el paisaje como un universo coherente, ordenado, donde todo está en su lugar.

Es importante la actitud del soñador: Para evocar la aldea a través del sueño, debe despojarse de su sombrero y de su chaqueta (de evidente diseño urbano) y tenderse a dormir. En este gesto hay un evidente paralelo con lo que Teillier llamaba el método de creación de los poetas láricos: “Lo he dicho entre líneas, pero ahora quiero hacerlo explícito; el personaje que escribe no soy necesariamente yo mismo, en un punto estoy yo como un ser consciente, en otro la creación que nace del choque mío contra mi doble, ese personaje que es quien yo quisiera ser tal vez. Por eso el poeta es quizás uno de los menos indicados para decir cómo crea. Cuando el poeta quiere encontrar algo se echa a dormir. Habitualmente el poema nace en mí como un vago ruido que debe organizarse alrededor de la palabra o la frase clave o una imagen visual que ese mismo ruido o ritmo concita. 24  Es importante no olvidar esta idea, pues es de gran utilidad para comprender el segundo párrafo del poema. En este punto de la composición, el creador lírico dialoga  desde su perspectiva con la obra y la interpreta, la reactualiza agregándole un nuevo sentido. Él asegura que el asunto está en que las cosas sueñen con nosotros y, al final, todo se confunda: “Pero / el asunto / es que las cosas sueñen con nosotros, / y al final no se sepa / si somos nosotros quienes soñamos con el poeta / que sueña este paisaje, / o es el paisaje quien sueña con nosotros / y el poeta / y el pintor.” El autor se vale de este juego textual entre la palabra e imagen para entregar su mensaje: La tierra nos añora. Es momento de volver a la aldea natal para fusionarse con ella y así integrarse al orden cósmico original.

CONCLUSIÓN
Desde la perspectiva de la estética de la recepción, para interpretar adecuadamente un texto, es necesario convertirse en un lector informado, capaz de percibir e investigar las competencias que generan una obra determinada. En eso consiste el trabajo del hermeneuta. En este trabajo se realizó un ejercicio de estas características sobre tres poemas de Jorge Teillier. A través de las marcas textuales que deja el autor en esas composiciones, se analizó la intertextualidad que establece con los artistas rusos Serguéi Esenin y Marc Chagall.

Teillier dialoga con la obra de Esenin porque encuentra en la tragedia de su vida una analogía con la suya propia. Por otro lado, en Chagall ve la síntesis de sus postulados poéticos y su método de creación sintetizado en una pintura.

Podría decirse que la existencia de los tres artistas es el nexo común que hermana el sentido de sus creaciones y el propósito de sus vidas. Es por eso que en esta investigación se hizo necesaria una perspectiva historiográfica que permitiera sondear los momentos esenciales de las biografías de los creadores analizados. Los tres desarrollaron una especial sensibilidad por la tierra natal y la evocaron a través de sus creaciones, concretando así su vínculo artístico a través del motivo Lárico.

Al acercarse a la obra de Teillier desde la perspectiva de la hermeneútica, es posible reconocer que su poesía es un lugar habitado por una serie de elementos (personajes, lugares, mitos, historias, tradiciones, artistas, etc.), que son fruto de la formación del autor y que conforman su ‘saco cultural’, el cual al representarse bajo el prisma personal de su visión de mundo, dota del aura de la originalidad a su poesía.

 

CITAS __________
1 Teillier, Jorge. Sobre el mundo donde verdaderamente habito o la experiencia poética. En: Teillier, Jorge. Prosas. Chile: Editorial Sudamericana. 1999. P. 64.
2 Teillier, Jorge. Lautaro: Éste es mi pueblo. En:  Teillier, Jorge. Prosas. Chile: Editorial Sudamericana. 1999. P. 404.
3 Quezada, Iván. Rescatando al Teillier Universal. Chile: En: Suplemento Estreno del diario La Tercera, 13-01-2000.
4 Llanos Melusa. Jorge Teillier, poeta fronterizo. En: Teillier, Jorge. Los Dominios Perdidos. Chile: Fondo de Cultura Económica. 1998. P. 9.
5 Teillier, Jorge. Por un tiempo de arraigo. En: Teillier, Jorge. Prosas. Chile: Editorial Sudamericana. 1999. P. 41.
6 Teillier, Jorge. Los poetas de los lares. En: Teillier, Jorge. Prosas. Chile: Editorial Sudamericana. 1999. P. 22.
7 Teillier, Jorge. Los poetas de los lares. En: Teillier, Jorge. Prosas. Chile: Editorial Sudamericana. 1999. P. 25.
8 Teillier, Jorge. Sobre el mundo donde verdaderamente habito o la experiencia poética. En: Teillier, Jorge. Prosas. Chile: Editorial Sudamericana. 1999. P. 61-62.
9 Teillier, Jorge. Sobre el mundo donde verdaderamente habito o la experiencia poética. En: Teillier, Jorge. Prosas. Chile: Editorial Sudamericana. 1999. P. 62.
10 Teillier, Jorge. El último poeta de la aldea; En: Esenin, Serguéi: La confesión de un granuja. Chile: Editorial Universitaria. 1973. P. 10.
11 Esenin, Serguéi. Sobre mí mismo. En: Esenin, Serguéi. La confesión de un granuja. Chile: Editorial Universitaria. 1973. P. 17.
12 Esenin, Serguéi. Citado por Jorge Teillier en El último poeta de la aldea; En: Esenin, Serguéi: La confesión de un granuja. Chile: Editorial Universitaria. 1973. P. 10.
13 Traverso, Ana. Prólogo. En: Teillier, Jorge. Prosas. Chile: Editorial Sudamericana. 1999. P. 14.
14 Teillier, Jorge. Pequeña confesión. En: Los Dominios Perdidos. Chile: Fondo de Cultura Económica. 1998. P. 122-123.
15 Esenin, Serguéi. La confesión de un granuja. En: Esenin, Serguéi. La confesión de un granuja. Chile: Editorial Universitaria. 1973. P. 20.
16 Esenin, Serguéi. Cantan las labradas carretas… En: Esenin, Serguéi: La confesión de un granuja. Chile: Editorial Universitaria. 1973. P. 32.
17 Teillier, Jorge. Los poetas de los lares. En: Teillier, Jorge. Prosas. Chile: Editorial Sudamericana. 1999. P. 23.
18 Teillier, Jorge. Sobre el mundo donde verdaderamente habito o la experiencia poética. En: Teillier, Jorge. Prosas. Chile: Editorial Sudamericana. 1999. P. 63.
19 Teillier, Jorge. Bajo los astros. En: Teillier, Jorge. En el mudo corazón del bosque. Chile: Fondo de Cultura Económica. 1998. P. 18.
20 Esenin, Serguéi. Sólo me queda una diversión… En: Esenin, Serguéi: La confesión de un granuja. Chile: Editorial Universitaria. 1973. P. 37.
21 Mathey, Francis. CHAGALL. España: Editorial Gustavo Gili. 1959. P. 12-13.
22 Mathey, Francis. CHAGALL. España: Editorial Gustavo Gili. 1959. P. 14.
23 Teillier, Jorge. El poeta en el campo. En: Teillier, Jorge. El árbol de la memoria y otros poemas.Chile: LOM Ediciones. 2000. P. 56.
24 Teillier, Jorge. Sobre el mundo donde verdaderamente habito o la experiencia poética. En: Teillier, Jorge. Prosas. Chile: Editorial Sudamericana. 1999. P. 65-66.
BIBLIOGRAFÍA __________
1. Serguéi: La confesión de un granuja. Chile: Editorial Universitaria. 1973.
2.MATHEY, Francis. CHAGALL. España: Editorial Gustavo Gili. 1959.
3.QUEZADA, Iván. Rescatando al Teillier Universal. Chile: En: Suplemento Estreno del diario La Tercera, 13-01-2000.
4.TEILLIER, Jorge. El árbol de la memoria y otros poemas. Chile: LOM Ediciones. 2000.
5. TEILLIER, Jorge. En el mudo corazón del bosque. Chile: Fondo de Cultura Económica. 1998.
6. TEILLIER, Jorge. Los Dominios Perdidos. Chile: Fondo de Cultura Económica. 1998.
7. TEILLIER, Jorge. Prosas. Chile: Editorial Sudamericana. 1999.
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