En abril de 1979 publiqué por mi cuenta con un mimeógrafo que teníamos en el departamento que compartía con mi cuñado Ulises Gómez —quien era el editor de El Rebelde, órgano “oficial” del Movimiento de Izquierda Revolucionario, Mir— el tercer y último número de un panfleto literario que, aprovechando esa máquina, se me había ocurrido hacer, imprimir y publicar en la clandestinidad.
Tengo el documento aquí a mi lado, quizás el único que exista aún en este planeta agónico. En la portada aparece un ave remontando el vuelo con una flecha atravesada en el cuello. Una alusión ecológica hoy aun más vigente que entonces. “El Chamullo” se llamaba esta publicación. Chamullo es una palabra, término o expresión del habla popular chileno-argentino, que vendría del Caló (dialecto gitano), que significa algo así como discurso sin mayor sostén o sin mucha base, como para convencer sin argumentos sólidos. Ese nombre le había dado yo a esa publicación. Después inventé “Cuadernos Marginales”, luego (en Francia) “Emergencia” y finalmente, de regreso a Chile, Critica.cl, donde usted está leyendo ahora.
La cuestión es que cuando publique ese opúsculo, que incluía, entre otros, el cuento “El Trasnochador”, de mi autoría —cuyo tema es la posibilidad de “sacarle el cuerpo a la muerte”, mismo tema que años después abordé nuevamente en mi novela La Silla de Ruedas— alguien le hizo llegar El Chamullo 3 al laureado poeta Nicanor Parra, quién manifestó interés en conocerme y a raíz de eso puedo decir, modestamente, que cultivé durante algún tiempo su amistad. Lo que actualmente considero un honor.
Lo visitaba yo con cierta frecuencia en su casa de La Reina, en su casa de Isla Negra y luego en la casa que entonces comprara en Conchalí, del otro lado del cerro San Cristóbal, en Santiago.
Él era un gran comprador de casas, no se mucho cómo ni con qué objetivo. Incluso después compraría la casa de Las Cruces, donde pasaría sus últimos años y moriría, a los 104 años; casa que yo no alcancé a conocer porque ya me había ido a Francia.
El asunto es que en una de mis visitas, a la casa de Conchalí, y a poco de mi llegada, Nicanor me dijo que había escrito un poema, que lo tenía muy contento y que a continuación me leyó: El hombre imaginario.
Han pasado 41 años desde ese día, Nicanor “ya no está con nosotros”, como se dice ahora —igual que “vulnerables” en lugar de pobres y otros eufemismos por el estilo — y ayer en mi pequeña biblioteca encontré el libro titulado «Hojas de Parra», de ediciones Ganímides, editado, anotado y prologado brevemente por David Turkeltaub, publicado en Santiago de Chile en 1985, donde entre muchos “antipoemas”, como el mismo Nicanor llamó a su humorística poesía, aparece en la página 102 este poema que yo diría se aparta de la “antipoesía” y, en cambio, tiene un “tono” absolutamente lírico o clásicamente poético. Corríjanme los expertos, no soy yo un estudioso, investigador o como se llame a esas personas capaces de analizar los textos literarios con la inteligencia, técnicas o metodologías disponibles para estos fines.
Pues bien, ayer, cuando encontré este libro, que también tengo aquí al alcance de la mano, se me ocurrió transcribir El hombre imaginario y plantearle al lector una pregunta que pondré al pie de la página. Lea atentamente el poema, tanto si ya lo conoce como si aun no lo conoce. Le aseguro que vale la pena. Es muy bonito, por decir lo menos.
Después lea y vea si puede responder a mi pregunta. Creo que Nicanor dejó una suerte de trampita escondida entre los versos.
El hombre imaginario
vive en una mansión imaginaria
rodeada de árboles imaginarios
a la orilla de un río imaginario
De los muros que son imaginarios
penden antiguos cuadros imaginarios
irreparables grietas imaginarias
que representan hechos imaginarios
ocurridos en mundos imaginarios
Todas las tardes imaginarias
sube las escaleras imaginarias
y se asoma al balcón imaginario
a mirar el paisaje imaginario
que consiste en un valle imaginario
circundado de cerros imaginarios
Sombras imaginarias
vienen por el camino imaginario
entonando canciones imaginarias
a la muerte del sol imaginario
Y en las noches de luna imaginaria
sueña con la mujer imaginaria
que le brindó su amor imaginario
vuelve a sentir ese mismo dolor
ese mismo placer imaginario
y vuelve a palpitar
el corazón del hombre imaginario.
Ahora la pregunta (imaginaria) anunciada.
Si usted se considera un lector o una lectora atenta… ¿dónde está la trampita de este poema? ¿Cuál es la única cuestión que no es imaginaria?
Envié su respuesta mediante el formulario para agregar comentarios que aparece abajo.
Que tenga usted muy buen día o buena noche.
Adolfo Pardo
6 comentarios
Verónica Rebolledo la pilló.
Ahí está la trampita: el dolor no es imaginario.
Después de releer cuidadosamente el poema, yo respondería que la trampita oculta está en el inicio con las palabras: «El hombre imaginario vive…», pues a continuación describe la vida imaginaria en un lugar y tiempo imaginario, o sea, en una realidad imaginaria que no es otra cosa que una idea inexistente en la realidad pero posible en la imaginación. Por lo tanto, la respuesta corta y directa a la pregunta (imaginaria) es simplemente la vida o existencia del hombre imaginario y que cada lector imagina en su mente que no es imaginaria.
Un comentario adicional que merece la pena advertir es que el protagonista sueña especialmente con una mujer en las noches de luna pero no dice y omite lo que sucede en las otras noches, por lo tanto así uno puede añadir como lector ingenioso que en esas otras noches el hombre imaginario escapa de lo imaginario a lo real. ¡Eso es!
Estimado Cristian,
No, la trampita no está donde tu dices, aunque esa podría ser otra, pero a la que me refiero es otra. Y creo que es la gran trampita.
Adolfo Pardo
Ulises Gómez, estudió Sociología por el año 1972, o cursó algunos ramos en esa carrera; no tuve contacto con él, sólo lo recuerdo como una persona muy delgada, y que pololeaba con una niña de apellido Pardo, ¿pelirroja?; la que tenía una hermana inseparable.
Tengo buen recuerdo de ellos aunque enteramente vago.
vuelve a sentir el mismo dolor
Y vuelve a palpitar.
Ambos reales
Vuelve a sentir ese mismo dolor…y vuelve a palpitar.
Porque son reales ambos