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REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
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Estereotipos femeninos en la novela Martín Rivas de Alberto Blest Gana.

por Liliana Gutiérrez Mansilla
Artículo publicado el 08/06/2015

1.- Respecto a la literatura chilena del siglo XIX
A mediados del siglo XIX, Chile vivía la influencia de un poderoso movimiento intelectual cuya encarnación estuvo en la Sociedad Literaria de 1842, que posteriormente, le daría el nombre al grupo de escritores que durante esos años enarbolaron las banderas del liberalismo en todas sus expresiones. Políticamente, el gobierno de Manuel Bulnes otorgó la estabilidad necesaria para que surgiera en el país esta generación de literatos y, al mismo tiempo, sirvió de refugio para muchos hombres de letras latinoamericanos que buscaron asilo escapando de las dictaduras que en esos momentos habían tomado el poder. Es en está época cuando comienza a escribir Alberto Blest Gana, considerado uno de los fundadores de la novela chilena. Si bien inició su trayectoria con creaciones líricas, su gran aporte a la narrativa nacional lo constituyen sus obras de carácter costumbrista en las que destacan la prolijidad de las descripciones y el fuerte contenido histórico que entrelaza a la ficción de sus relatos. Un ejemplo de este tipo de creaciones es la novela que será objeto de este trabajo; “Martín Rivas”. Publicada originalmente en 1862, cuenta la historia de un joven provinciano de clase media que llega a Santiago y su paulatino ascenso social en medio de los acontecimientos políticos y sociales de la época.(1) Como reflejo de la realidad del Chile decimonónico, “Martín Rivas” ha sido analizado desde diferentes puntos de vista, pero siempre haciendo énfasis en el protagonista, en sus experiencias o en las distintas clases sociales cuya relación Blest Gana relata como plagada de conflictos. En esta oportunidad, se fijará la atención en los personajes femeninos que intervienen en la trama, describiendo la forma en que la división y pertenencia a un determinado segmento social determina y orienta su comportamiento dentro del contexto de la novela. Para esto, se considerará la descripción de los principales personajes femeninos así como el contexto social que los rodea con el fin de identificar situaciones de conflicto en que se expresen las variables de género y la condición social en forma articulada.(2)

Para realizar análisis de los personajes se recurrió a textos que abordan la teoría de género y los estereotipos. Así, se hace evidente la dificultad que comparten las diferentes disciplinas, entre ellas la antropología y la literatura, para dar cuenta de la mujer, es decir, para expresarla y situarla en un mundo que ha sido construido por hombres. En el caso de Martín Rivas, este “hombre creador” aparece en la forma de su autor, Alberto Blest Gana lo cual resulta significativo en la medida que en la literatura lo importante no es si los personajes o los temas femeninos están o no presentes, sino la manera como aparecen. “Salvo excepciones (y éstas habría que discutirlas) los personajes femeninos son inquilinos de una visión masculina del mundo, y lo mismo vale para los temas” (Lauer, 1995, p.118).

Una vez caracterizados los personajes en términos de sus rasgos físicos y psicológicos –tal como las atribuye el autor-, se procede a entenderlos como “estereotipos”, el que definiremos como “el molde rígido conceptual que se aplica de modo uniforme a todos los individuos de una sociedad o grupo, desconociendo sus matices y divergencias” (Enciclopedia Hispánica, 1995; citado por Berrios, 1997). Estos estereotipos se instalan en la cultura como referentes de comportamiento y ejes articuladores de los individuos ya que se trata de figuras conceptuales de conocimiento y uso público. Finalmente, se establecerán las relaciones que existen entre estos personajes, con especial atención a las oposiciones que es posible identificar, considerando las variables de clase social y tipos de personalidad.

2.- Lo femenino y lo masculino
Existen dos grandes corrientes que abordan la construcción de la categoría de género: la simbólica y la social. La primera, como su nombre lo indica, se mueve en el plano de los símbolos, es decir, de las imágenes a las cuales se asocia lo femenino y que sustentarían la subordinación frente a lo masculino. Desde esta perspectiva, el origen de la desigualdad es la relación “hombre/cultura : mujer/naturaleza”. En esta ecuación, se identifica al hombre con la cultura y a la mujer con la naturaleza; como el progreso y evolución de la humanidad está marcado por la dominación de la naturaleza por parte de la cultura (situación que nos separaría del reino animal), la dominación del hombre sobre la mujer estaría justificada. Del mismo modo, la naturaleza sería un elemento universalmente desvalorizado ya que todos los grupos humanos intentan dominarla hecho que explicaría la extendida condición sometida de las mujeres. La asociación entre mujer y naturaleza estaría basada en las características propias de la condición femenina, a saber, los ciclos menstruales, la capacidad reproductora, todas funciones que la acercarían a los procesos del mundo natural. Por lo tanto, la analogía se mueve en el plano de lo simbólico, de lo que la mujer representa.

Por otra parte, podemos considerar la perspectiva de la construcción social del género que pone el acento en los contextos histórico-culturales y en las condiciones materiales de existencia. Teóricamente, esta mirada es una síntesis crítica entre marxismo y feminismo, y sostiene que la categoría de género está determinada por las estructuras sociales, específicamente, por las relaciones de producción. Bajo esta perspectiva el énfasis está puesto en el estudio de aspectos como la división sexual del trabajo y los diferentes tipos de producción relacionándolos con las formas de sociedades que construyen –sociedades cazadoras-recolectoras, sociedades horticultoras, sociedades agrícolas, sociedades pastoriles y sociedades industriales-. Entendiendo los tipos de sociedades como los contextos en los que se mueven y construyen las mujeres y los cambios en las condiciones materiales de existencia –por ejemplo, el surgimiento de una propiedad privada en manos de los hombres pero no de las mujeres- puede explicarse la desigualdad entre ambos géneros.

Si bien ambas posturas teóricas presentan ventajas e inconvenientes, para los efectos de este trabajo se adoptará la mirada de la construcción social del género, esencialmente por el rescate de los contextos histórico-sociales como determinantes de la identidad de género.

3.- Las mujeres en la novela “Martín Rivas”
La siguiente corresponde a la caracterización de los personajes femeninos que intervienen en la novela en base a la posición social y rasgos de personalidad que el propio autor atribuye a los personajes.

Leonor Encina: es la segunda hija del matrimonio compuesto por Dámaso y Engracia Encina. Tiene diecinueve años y pertenece a una de las familias más acaudaladas de Santiago. Su belleza y temperamento la convierten en la niña mimada de sus padres y en el objeto de afecto muchos jóvenes de alta sociedad. Este exceso de atención la presentan como una mujer exigente y poco impresionable, que se transforma en el tormento amoroso del protagonista, Martín Rivas.

“Leonor resplandecía rodeada de ese lujo como un brillante entre el oro y pedrerías de un rico aderezo. El color un poco moreno de su cutis y la fuerza de expresión de sus grandes ojos verdes, guarnecidos de largas pestañas; los labios húmedos y rosados, la frente pequeña, limitada por abundantes y bien plantados cabellos negros; las arqueadas cejas, y los dientes, para los cuales parecía hecha a propósito la comparación tan usada con las perlas; todas sus facciones, en fin, con el óvalo delicado del rostro, formaban en su conjunto una belleza ideal, de las que hacen bullir la imaginación de los jóvenes y revivir el cuadro de pasadas dichas en la de los viejos”. (Alberto Blest Gana, “Martin Rivas”)

Matilde Elías: es la prima de Leonor, pertenecen al mismo sector social, pero su temperamento y apariencia física se presentan como opuestos. La belleza de Matilde es diferente a la de Leonor y su carácter está marcado por la debilidad y sumisión a la voluntad de su padre, siendo este hecho el detonante de su tragedia amorosa en la novela.

“Al ver su rubio cabello, su blanca tez y sus ojos azules, un extranjero habría creído que no podía pertenecer a la misma raza que la joven algo morena y de negros cabellos que se hallaba a su lado, y muchos menos que entre Leonor y su prima, Matilde Elías, existiese tan estrecho parentesco. La fisonomía de esta niña revelaba, además cierta languidez melancólica, que contrastaba con la orgullosa altivez de Leonor, y, aunque la elegancia de su vestido no era menos que la del de ésta, la belleza de Matilde se veía apagada a primera vista al lado de la de su prima”. (Alberto Blest Gana, “Martín Rivas”)

Adelaida Molina: es la hija mayor de Bernarda Molina. Aparece definida como perteneciente a una familia de “medio pelo”, tal vez una clase media baja con constantes aspiraciones de emparentarse con alguien de la aristocracia y ascender en la escala social. Estos intentos se expresan en el estilo de vida de su familia, que se mueve entre la libertad propia de las clases populares, libre de aparentar, y la presencia de símiles aristocráticos, como la existencia de una criada pero que no obedece a las formalidades que imperan en los hogares pudientes. La relación de Adelaida hacia los hombres está atravesada por un afán reivindicativo; busca casarse con un hombre de clase alta para compensar la experiencia de una maternidad consumada fuera del vínculo del matrimonio, resultado de una relación informal con Rafael San Luís. El constante prejucio del “honor mancillado” la transformó en una mujer fría, alejada de las cavilaciones románticas.

Adelaida cultiva en su pecho una ambición digna de una aventurera de drama: quiere casarse con un caballero. Para las gentes de medio pelo, que no conocen nuestros salones, un caballero o, como ellas dicen, un hijo de familia es el tipo de la perfección, porque juzgan al monje por el hábito. (Alberto Blest Gana, “Martín Rivas”)

Edelmira Molina: es la hija menor de Bernarda Molina, hermana de Adelaida. Su personalidad contrasta con la de su hermana mayor ya que alimenta la esperanza de casarse con un hombre que la ame sin importar su condición económica. Sin embargo, pese a las diferencias, las hermanas comparten un sufrimiento. Resienten su clase social, aunque desde distintas perspectivas; mientras para la mayor se trata de una posición que la expuso al abuso, para Edelmira es la imposibilidad de ser amada como una mujer de la aristocracia. Este convencimiento la lleva a mirar su entorno con desdichada melancolía, vergüenza y tristeza.

Edelmira es una niña suave y romántica como una heroína de algunas novelas de las que ha leído en folletines de periódicos que le presta un tendero aficionado a las letras (…) El corazón de ésta es, como ha dicho Balzac de una de sus heroínas, una esponja a la que haría dilatarse la menor gota de sentimiento. (Alberto Blest Gana, “Martín Rivas”)

Bernarda Cordero de Molina: es la madre de Adelaida y Edelmira. Viuda de aproximadamente cincuenta años, tiene la obsesión de emparentarse con la clase alta a través del matrimonio de sus hijas. Pese a esta aspiración, no escatima en evidenciar su afición a ciertos pasatiempos que no son bien vistos por los sectores acomodados, por ejemplo su debilidad por el juego. De personalidad fuerte y autoritaria, está consciente de su lugar en la escala social y las limitaciones que esto le significa, pero se encuentra dispuesta a sortear el mal destino con los enlaces estratégicamente coordinados de sus hijas. De esta forma, se muestra pragmática y poco dada a considerar los sentimientos de las niñas pero, resguarda celosamente su reputación como una ventaja para atraer a un hombre de “buena familia”.

Las frecuentes libaciones comenzaron por fin a desarrollar su maléfica influencia en el cerebro del oficial, que quiso probar su amor dando un beso a Edelmira, que lanzó un grito. A esta voz, la dignidad maternal de doña Bernarda la hizo levantarse de su silla y lanzar al agresor una reprimenda en la que figuraba la abuela del oficial, que en este caso era tuerta, como bien puede pensarse. (Alberto Blest Gana, “Martín Rivas”)

Engracia Núñez de Encina: es la esposa de don Dámaso y madre de Leonor. Es la responsable de gran parte de la fortuna de la familia a la que contribuyó mediante su dote matrimonial. No tiene otra preocupación que su perra Diamela, de la que no se separa. Poco dada a indagar en la vida de su familia, está absolutamente consciente de su ventajosa posición social y siente un profundo desprecio por las clases más bajas. Con sus hijos la relación es dispar; mientras a su hijo mayor Agustín trata poco excepto cuando éste habla de su estadía en París, a Leonor le guarda una suerte de respeto pues sabe que ante su carácter no puede imponerse. En general, doña Engracia se mueve en un mundo despreocupado, tanto de su realidad familiar directa como de los acontecimientos sociales que la rodean.

Doña Engracia, en ese tiempo, carecía de belleza, pero poseía una herencia de treinta mil pesos, que inflamó la pasión del joven Encina hasta el punto de hacerle solicitar su mano. (Alberto Blest Gana, “Martín Rivas”)

Francisca Encina: es la hermana de don Dámaso, esposa de Fidel Elías y madre de Matilde. Se trata de una mujer que contrasta con la personalidad de su cuñada ya que se inclina por la lectura y disfruta de las conversaciones políticas en las tertulias a las que asiste, pese a la oposición de su marido. Posee un temperamento romántico y se queja constantemente por el sentido pragmático y lucrativo que guía la vida de su esposo. Comulga con las causas liberales y en sus dichos se nota cierta crítica hacia el mundo masculino.

Doña Francisca Encina, su mujer, había leído algunos libros y pretendía pensar por sí sola, violando así los principios sociales de su marido, que miraba todo libro como inútil, cuando no como pernicioso. En su calidad de letrada, doña Francisca era liberal en política y fomentaba esta tendencia en su hermano, a quien don Fidel y don Simón no habían aún podido conquistar enteramente para el partido del orden. (Alberto Blest Gana, “Martín Rivas”)

4.- Los estereotipos tras los personajes
Sobre la base de las caracterizaciones, es posible determinar ciertos rasgos estereotipados que surgen tanto de la descripción de los personajes como de los entornos en los que se mueven. Se seguirá el mismo orden anterior en la presentación de los personajes pero esta vez exponiendo aquellas características que pueden asociarse a imágenes estereotipadas.

Leonor Encina: mujer/belleza/dinero/poder

En la figura de la muchacha encontramos, en primer lugar, la idea de la belleza. Esta última aparece casi como un arma, un elemento la joven sabe que posee y usa en forma racional. Al considerar el desenlace de la obra –en la que ella consigue quedarse con el hombre que verdaderamente ama- se demuestra que lo bello en el mundo femenino está asociado al triunfo. Una variable poderosa que se encarna en Leonor es su condición social; ella pertenece a una acaudalada familia, por lo tanto está validada ante la sociedad –en virtud de su fortuna- y ante la naturaleza –en virtud de su belleza. Como expusimos anteriormente a través de un fragmento de la novela, no habría sido lo mismo si la muchacha poseyera la misma perfección física en el seno de un hogar humilde. La belleza de Leonor es virginal; al ser parte de la clase alta, se entiende que su matrimonio debe ser con un hombre a su altura. En su caso, no existe, como se verá más adelante con las hermanas Molina, la necesidad de casarse para cambiar su situación. En la novela no aparece con ninguna relación previa, ni siquiera el sentirse enamorada. Es lo que Lagarde denomina una “señorita” una mujer que, “en cumplimiento de su deber existencial, transita como crisálida que se metamorfosea, a su estado pleno; se mantiene a la espera del novio (cónyuge prematrimonial) o, en caso de tenerlo, vive ese proceso de preparación para el matrimonio que se llama noviazgo. La mujer es señorita por no estar casada en el grupo de edad para el casamiento. Debido a la prohibición del erotismo coital prematrimonial, ser señorita implica, además de ser célibe, ser virgen” (Lagarde, 1990, p.428).

Este proceso, en el caso del personaje de Leonor, se vive como una extensa presentación de jóvenes adinerados que la muchacha contempla sin prestarles demasiada atención. Su relación con el mundo de los hombres se da a través de las coordenadas de su belleza, su dinero y su fuerte temperamento y a pesar de no orientar sus acciones hacia la búsqueda de un marido, se presenta en la novela en constante interacción con el sexo opuesto en las tertulias familiares en las que se dedica a conversar con ellos bajo la atenta mirada de sus padres.

Matilde Elías: mujer/sumisión/dinero

En el caso de la prima de Leonor, también bella y de clase alta, estos elementos no parecen jugar un gran rol en la motivación de sus acciones. Al igual que su prima aparece envuelta en una estela virginal, sin embargo, la joven tiene un pasado amoroso que la llena de melancolía en el presente. Es la heroína trágica marcada por la desgracia amorosa que se mueve en un mundo rígidamente controlado por su padre, es la princesa del castillo incapaz de enfrentar al rey y condenada, debido a esta debilidad de carácter, a vivir encerrada en el torreón.

Adelaida Molina: mujer/popular/madre soltera.

La imagen de Adelaida está marcada por su maternidad oculta. Este hecho se transforma en un referente significativo que marca su relación con el sexo opuesto en una búsqueda constante por la reivindicación. Adelaida es, la mujer “chingada”, la que sostuvo relaciones sexuales con un hombre sin casarse y fue despojada de su virginidad, por lo que se presenta en desventaja ante el universo masculino. La sensación de pérdida queda explícita en la confesión que Rafael San Luis hace a Martín;

Muchas veces quise retroceder ante la villanía de mi conducta; pero cedí a la fatal aberración que hace divisar la venganza de los engaños de una mujer en el sacrificio de otra. (Alberto Blest Gana, “Martín Rivas”)

La variante de clase social se traduce en el caso de Adelaida en la medida que es su condición de “medio pelo” lo que la convierte en una mujer vulnerable de ser despojada de su condición de virgen. Este personaje tiene una connotación ambigua; por un lado, se presenta como la mujer fría que resiente su condición social por su maternidad “bastarda” y, por otro lado, es este mismo episodio el que la convierte en víctima, en el chivo expiatorio de un desengaño amoroso ajeno a su voluntad. Resulta, dentro de los personajes que intervienen en la obra, de los más interesantes –en virtud de sus matices psicológicos- y de los que aparecen mencionados con imágenes estereotipadas más claras, por ejemplo, cuando doña Engracia se entera de su falso enlace con su hijo Agustín:

Al oír la relación del caso, doña Engracia estuvo en peligro de accidentarse. Su orgullo aristocrático le arrancó una exclamación que pintaba la rabia y la sorpresa que en oleadas de fuego envío la sangre a sus mejillas.

-¡Casado con una china! –dijo con voz ahogada, apretando convulsivamente a Diamela entre sus brazos. (Alberto Blest Gana, “Martín Rivas”)

El adjetivo de “china” pronunciado espontáneamente por doña Engracia ejemplifica como los estereotipos pertenecen al dominio de lo cotidiano y tienen una fuerte fijación afectiva que hace difícil que se puedan eliminar a través del razonamiento, se arraigan en las personas y son duraderos en el tiempo (Berrios, 1997, p.11).

Edelmira Molina: mujer/popular/sumisa

La menor de las hermanas Molina está marcada por el romanticismo con que concibe la vida, su condición social y el mundo masculino. Al contrario de su hermana Adelaida, la joven conserva la ilusión de casarse con un hombre que la ame y su resentimiento hacia su clase social pasa por el temor de ser burlada en el amor. Es también una “señorita”, pero su condición de “medio pelo” la obliga a privilegiar un matrimonio económicamente conveniente.

Bernarda Cordero de Molina: mujer/popular/madre

En la figura de doña Bernarda se encarna la mujer del pueblo que debe luchar para salir adelante con sus hijos. Esta afirmación debe tomarse con cautela pero, al mismo tiempo, proyectándola. Si bien la novela nos muestra a esta mujer como viuda, su presencia remite a la eterna imagen de la madre con sus “huachos”. Tal vez esta sea la razón por la que Blest Gana la incluyó en la obra, para dar cuenta de esta madre solitaria. Algunos estudios históricos nos conducen a pensar que la figura de la madre sola con sus hijos se encuentra en la génesis de la sociedad chilena. Tanto los trabajos de Rolando Mellafe, Gabriel Salazar y Jorge Pinto expresan la dificultad de referirnos a nuestro “núcleo básico” (la familia) desde el modelo patriarcal. “La figura de la madre sola es una sombra que cubre nuestra historia con un manto denso y poderoso.” (Montecino, 1994, p.19). Las principales coordenadas para entender a este personaje están dadas por su condición social y sus escasos recursos económicos, situaciones que busca revertir.

Una de las características más singulares de esta mujer es su afición al juego y a la “mistela”.(3) En este sentido, su comportamiento es muy varonil y su relación con el mundo de los hombres está fuera de toda sofisticación femenina; trata a los varones de igual a igual y sólo tiene cierta consideración en virtud de la fortuna de su interlocutor. Para ella, su posición social es un problema que debe solucionar, al contrario de sus hijas que se sienten avergonzadas y heridas de ser de “medio pelo”, manteniendo una actitud más pasiva ante su estrato social, manteniendo latente su anhelo de modificarlo. Para doña Bernarda, en cambio, no existe nada que esconder pero si muchas medidas que adoptar, razón por la cual gran parte de sus cavilaciones se concentran en como concertar enlaces convenientes para sus hijas. Prima, por sobre todo, su espíritu pragmático y su deseo de tener un mejor estándar de vida.

Engracia Nuñez de Encina: madre/dinero/clase

La madre de Leonor se define a partir de su fortuna, de ésta se desprende su elevada posición social a la que se hace continua referencia a lo largo de la obra como el referente que le da orden a su vida. Se trata de un personaje absolutamente orientado hacia el mundo privado; su falta de opinión política es la expresión máxima del rol femenino decimonónico que, liberado de las tareas domésticas, se dedica a ser un sujeto pasivo en relación al mundo masculino, sin mayor incidencia en los asuntos del hogar pese a ser el origen de la riqueza familiar. Este hecho resulta importante al considerar que la trama de la novela gira en torno a las diferencias sociales resultante de la posesión de mayor o menor patrimonio y, en este sentido, quien aporte a dicha fortuna debiese ser fundamental dentro de las dinámicas familiares. Sin embargo, doña Engracia mantiene un papel absolutamente secundario, delegando todo su poder –derivado de su dinero- en las manos de su marido, anulando siquiera la búsqueda de mayor protagonismo.

Francisca Encina: madre/dinero/conocimiento

Doña Francisca es una mujer atrapada en los convencionalismos que la época imponía a las mujeres, especialmente en cuanto al acceso al conocimiento, pero que busca constantemente superar esta barrera. De espíritu transgresor, no logra saltar las normas sociales que, finalmente, con resignación, acepta.

5.- Análisis de oposiciones
Considerando las descripciones anteriores, podemos construir el siguiente cuadro resumen:

Personaje
Clase Social
Parentesco
Atributos Físicos/ Personalidad
Motivación
Leonor Encina
Clase alta
Hija Engracia/Prima Matilde
Belleza/Temperamento fuerte
Matrimonio por amor
Matilde Elías
Clase alta
Hija Francisca/Prima Leonor
Belleza/temperamento débil
Matrimonio por amor
Adelaida Molina
Clase baja
Hija Bernarda/Hermana Edelmira
Belleza/temperamento fuerte
Matrimonio por compensación
Edelmira Molina
Clase baja
Hija Bernarda/Hermana Edelmira
Belleza/Temperamento débil
Matrimonio por amor
Bernarda Cordero de Molina
Clase baja
Madre Adelaida
Madre/carácter fuerte
Cambiar condición social
Engracia Nuñez
Clase alta
Madre Leonor
Madre/carácter débil
Mantener condición social
Francisca Encina
Clase alta
Madre Matilde
Madre/carácter reinvindicativo
Aspiraciones intelectuales

El cuadro precedente nos permite establecer algunas oposiciones. Por un lado, Leonor y Matilde, comparten una clase social y un grado de parentesco estrecho. La primera joven, altanera, resuelta y de carácter fuerte. La segunda, de temperamento débil, sumiso y melancólico. Por otro lado, las hermanas Molina, la mayor decidida y fría, mientras su hermana menor vive bajo las reprimendas de su madre y sus sueños amorosos. Leonor y Adelaida comparten el mismo tipo de temperamento, pero la inexperiencia sentimental de hija de don Dámaso se sustenta en su belleza y posición social, inalcanzables para muchos de sus pretendientes. Por su parte la maternidad clandestina de Adelaida y su condición social –la que puede considerarse la causa de su embarazo, ya que al ser de “medio pelo” sería una mujer disponible para “sacrificar”- determina su actuar frente a los hombres quedando ella en posición desventajosa en relación al mundo masculino. Se trata, por tanto, de una mujer sin pasado amoroso –Leonor- y otra con un pasado turbulento –Adelaida-, siendo el dinero y el contexto social que rodea a cada una los factores que determinan su situación como mujeres y sus expectativas amorosas.

Por su parte, Matilde y Edelmira, comparten un espíritu romántico y, nuevamente, se da la oposición de mujer con y sin pasado amoroso, pero esta vez con las clases sociales invertidas. Matilde sufre por un amor al que debió renunciar (Rafael San Luís) ya que éste no contaba con los requisitos pecuniarios para aspirar a su mano mientras Edelmira padece porque asume que, su condición social y su falta de dinero le impiden establecer un enlace por amor debiendo privilegiar la conveniencia. El sufrimiento de una está anclado en el pasado, mientras el de la otra se ve en las perspectivas de futuro.

Finalmente, los hombres en los que éstas mujeres fijan su atención, oscilan entre personalidades femeninas opuestas, a un lado una mujer de carácter fuerte y al otro un espíritu sumiso y romántico: Leonor y Edelmira comparten su amor por Martín Rivas, mientras el objeto de venganza de Adelaida, es decir, Rafael San Luis, es el hombre porque el que sufre Matilde.

Luego, podemos considerar la relación entre Engracia Núñez y Francisca Encina. Unidas por el parentesco político y la clase social, la principal diferencia de estas mujeres se da en sus intereses. Mientras doña Francisca está en permanente cuestionamiento de la autoridad masculina –aunque sin llegar a desafiarla- doña Engracia se entrega sin problemas al orden creado por y para los hombres. Asimismo, la primera es simpatizante de las ideas liberales como resultado de su afición a la lectura, la segunda mantiene un implícito grado de conservadurismo ya que desea conservar el estado de la sociedad con los privilegios que en ella se le otorgan en virtud no de su género, sino de su fortuna. Considerando esto, es posible sostener que el personaje de doña Francisca sí resiente la desigualdad que el ser mujer le significa, especialmente dentro del universo conservador de su marido. Frente a estas dos mujeres de la alta sociedad podemos ubicar a Bernarda Cordero como la mujer de sacrificio que debe jugar estratégicamente sus cartas para sobrevivir considerando siempre su delicada situación económica. Al igual que doña Engracia, tiene absoluta claridad de posición en la escala social pero, al contrario de aquella, desea, por sobre todas las cosas, modificarla.

6.- Conclusiones
En la novela “Martín Rivas” de Alberto Blest Gana podemos identificar varios estereotipos que dan cuenta de la realidad de las mujeres en el Chile del siglo XIX. Sus destinos, aunque desarrollados en la ficción literaria, nos muestran como los factores económicos y sociales fueron determinantes, en algunos casos, más allá de sus voluntades.

Uno de los aspectos más interesantes que presenta el análisis de esta novela es la presencia de rasgos de carácter similares en los personajes femeninos pero que se desarrollan de diferente manera dependiendo de la situación social en la que se desenvuelven estas mujeres. De alguna manera, el desarrollo de los diferentes temperamentos está supeditado a las posibilidades que entrega al lugar que las mujeres ocupan en la estructura social, a las mayores o menores restricciones que se les presenten para expresar sus posturas.

Por otra parte, el sistema de oposiciones utilizado para analizar a los personajes da cuenta de una inversión en los personajes masculinos con respecto a los intereses femeninos. De esta forma, Martin Rivas es el interés amoroso de Leonor Encina  y Edelmira Molina, personajes  opuestos en cuanto a sus temperamentos y posición social, mientras, por su parte, Rafael San Luís es el hombre que comparten en el pasado Matilde Elías y Adelaida Molina, mujeres entre las cuales se presenta la misma oposición señalada anteriormente.

Finalmente, la conclusión más evidente de la novela “Martín Rivas” radica en la determinación casi inapelable que las posiciones sociales ejercen sobre las mujeres del siglo XIX, estando sus voluntades continuamente supeditadas a la estructura en la que se insertan.

Referencias
(1)   La novela refuerza su carácter de “retrato social” en la medida que fue escrita, prácticamente, en la misma época en la que se insertan los hechos narrados, con una diferencia aproximada de 10 años. De hecho, el texto se inicia con las palabras “A principios del mes de julio de 1850(…)”.
(2)   La edición de “Martín Rivas” que se utilizó para este trabajo corresponde a la Editorial Andrés Bello del año 1986.
(3)   Bebida alcohólica.
Bibliografía
–         Berrios, Alicia. (1997) “Presencia de estereotipos de géneros en libros de cuentos para párvulos. Un estudio descriptivo”. Tesis para optar al grado de Magíster en Educación. Programa de Post Grado, Departamento de Educación. Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile.
–         De Barbieri, Teresita. (1992) “Sobre la categoría de género. Una introducción teórico-metodológica”. En: Fin de siglo y cambio civilizatorio. Ediciones de las mujeres n°17. Isis, Santiago.
–         Montecino, Sonia. (1995)  “La conquista de las mujeres”. En: “Otras pieles. Género, historia y cultura”. Maruja Barrig, Narda Henríquez (comp.) Pontificia Universidad Católica del Perú.
–         Lagarde, Marcela. (1990) “Cautiverio de las mujeres: madres, esposas, monjas, putas, presas y locas”. Universidad Nacional Autónoma de México. Facultad de Filosofía y Letras. Centro de Estudios sobre la Universidad. México.
Lauer, Mirko. (1995) “Plumas. Relaciones de género en la literatura peruana”. En: Otras pieles. Género, historia y cultura”. Maruja Barrig, Narda Henríquez (comp.) Pontificia Universidad Católica del Perú.
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