EN EL MUNDO DE LAS LETRAS, LA PALABRA, LAS IDEAS Y LOS IDEALES
REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
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Ideología liberal desgarrada en Don Guillermo de Lastarria.

por Pedro Maino
Artículo publicado el 22/04/2008

Apostaría que no hay un habitante de Espelunco que no desee ser extranjero…
Don Guillermo

Resumen
En este artículo se realiza un análisis ideológico del discurso sobre la novela Don Guillermo de Lastarria, donde se ponen de manifiesto los distintos procedimientos discursivos empleados por el autor para expresar ciertos principios de una ideología liberal criolla caracterizada por el desencanto y  una visión desgarrada del mundo.

I
Este artículo tiene por objeto determinar los procedimientos discursivos a través de los cuales Lastarria expresa las principales premisas del liberalismo criollo en su novela Don Guillermo. Para alcanzar dicho objetivo, es preciso describir el marco conceptual en el cual se inscriben los planteamientos ideológicos lastarrianos, el concepto y función que se tiene de la literatura durante la época en que es publicada la novela (1860) y las herramientas conceptuales a emplear para determinar dichos procedimientos.

No representa ningún descubrimiento el hecho de destacar la contundente carga ideológica que posee la novela Don Guillermo. Tanto Goic (1976) como  Subercaseaux (1981) y Guerra (1987), autores de los estudios más acabados de la obra recién citada, abordan el contenido ideológico  con distintos énfasis y distintas perspectivas. Lo que se busca con este artículo es intentar determinar la operatividad de las herramientas de análisis ideológico del discurso desplegadas por Van Dijk (2003)  en el campo del discurso literario.

José Victorino Lastarria nace en 1817, período de transición en el que se vive el paso entre la Colonia y la República. Latinoamérica aún no se sacude del todo del yugo español y la suerte del continente aún se juega en los campos de batalla. Los criollos pondrán fin al dominio español en Sudamérica con el triunfo de Ayacucho cuando Lastarria recién cumplía los siete años.

Hombre de letras, José Victorino hará de la palabra su mejor arma y con ella por delante, acometerá una tarea igual o más difícil que la realizada por los héroes de la Independencia, alcanzar la emancipación de las costumbres, la anhelada independencia cultural. Como «guía espiritual de su generación» (Goic, 1976), Lastarria liderará los intentos por apurar el derrumbe del mundo vetusto que representaba la Colonia, respaldado en una ideología muy difundida en aquella época: el liberalismo.

Subercaseaux (1981) señala la existencia de una tradición liberal autóctona desde los años de la Independencia, la cual estaría integrada por destacados personajes como Manuel de Salas, Camilo Henríquez y Bernardo O`Higgins, entre otros. La fe en la educación, el relativismo histórico, la creencia de que había que reformar al hombre reformando su conciencia y los principios de igualdad ante la ley y la libertad de pensamiento eran algunos de los postulados que constituían el sustrato ideológico en que se sustentaba el liberalismo político en las primeras décadas del siglo XIX en Chile. Postulados que durante el corto gobierno de Francisco Antonio Pinto serán difundidos como doctrina. Y precisamente durante el mandato de Pinto es cuando arriba al país uno de los personajes que habrá de marcar a fuego la personalidad de Lastarria, José Joaquín de Mora.

La génesis de la conciencia liberal de Lastarria ha sido dividida en tres etapas o tres peldaños por Subercaseaux. La primera es cuando Lastarria siendo aún niño deja la casa paterna en Rancagua para  radicarse en la capital, donde recibe una educación tradicional bajo la tutela de un sacerdote. El segundo peldaño es cuando ingresa al Liceo de Chile, fundado por Mora en 1828. Allí es donde entra en contacto con las ideas de Rousseau, Bentham, Saint Simon y Jovellanos, entre otros. Su fugaz paso por el Liceo (que será cerrado poco tiempo después, tras la caída de Pinto) señalará una influencia profunda y definitiva en la formación de Lastarria. Y la tercera etapa es cuando se inscribe en el Instituto Nacional (especie de isla cultural durante la época que siguió a la derrota liberal en Lircay y que consagró a los conservadores en el poder) donde producto de su destacada participación es invitado por Andrés Bello a integrar su grupo de estudio. Contrario a lo que se postula habitualmente, Subercaseaux considera que la influencia de Bello es igualmente decidora en la formación de Lastarria, por cuanto significó un canal de continuidad y moderación del pensamiento liberal e introdujo una ideología artística y literaria afín a los intereses liberales, que el joven Lastarria recogió y asimiló.

El carácter de la ideología liberal criolla está determinado por una profunda disociación entre sus planteamientos y la existencia social del país. Durante el gobierno de Pinto, parte importante de sus postulados fueron difundidos de manera oficial, sin embargo, tales ideas no alcanzaron la consagración, producto del amplio rechazo que obtuvieron de parte de la aristocracia terrateniente y el clero, que jugaban un papel preponderante en el ámbito político, económico y social del país. Por esto, la ideología liberal criolla adopta una postura combativa frente al sistema de valores  imperantes. El triunfo del liberalismo en Europa estuvo en relación directa con el grado de industrialización y con el desarrollo de la burguesía de cada nación. En Chile, en cambio, las ideas liberales no expresaban la situación histórica del país. Sumido en un ambiente rural, Chile vivía bajo la tutela del patrón y el sacerdote, y la burguesía casi inexistente no representaba una amenaza ni para la oligarquía ni para el clero.  Este contexto pone en evidencia que en el Chile de 1830 no existía un sustrato apropiado para la incorporación orgánica de las ideas liberales. Y los jóvenes chilenos que adoptan la ideología liberal en ese período, entre ellos Lastarria, se van a caracterizar por un marcado voluntarismo, que Subercaseaux define como:

«La creencia de que las ideas son el motor del progreso y de que basta educar en ellas a la mayoría para que cambie no sólo la realidad de la conciencia sino también la sociedad y la vida política del país»(Subercaseaux, 1981, 21)

Las características propias del liberalismo criollo, su condición de ideología en pugna y marcado por un voluntarismo idealista, alcanzarán en Lastarria su máxima expresión. Desde que inicia su labor docente hasta pocos días antes de su muerte, la actividad literaria, pedagógica, parlamentaria y diplomática  de Lastarria estará orientada por la causa liberal. El modo en que intenta difundir su ideología es siempre de una índole enseñadora, de un estilo concientemente predicador. Posee una concepción casi religiosa del liberalismo y la asume como una causa absoluta e ideal. Su intransigencia liberal lo predispone a un liberalismo que hace hincapié en el desarrollo del individuo y en el carácter absoluto de la libertad, más bien que en el aspecto económico o en la democratización efectiva de la sociedad.

En suma, podemos definir el liberalismo lastarriano como una ideología idealista, que centra su atención en la regeneración de las conciencias y en la emancipación espiritual como punto de partida para reformar las instituciones en un sentido liberal. Y para alcanzar la emancipación es preciso derrotar la nociva influencia que ejerce la Colonia en las costumbres e instituciones de la sociedad chilena. Una de las armas con que Lastarria enfrentará su desafío es la literatura.

Una vez descrito el marco conceptual e histórico en el cual se inscriben los planteamientos ideológicos lastarrianos, vamos a dar paso a la definición del concepto y de la función de la literatura con que Lastarria realiza su labor de escritor.  Considerado por la crítica especializada como perteneciente al movimiento romántico hispanoamericano que dominó la escena literaria desde 1845 a 1890, Goic lo incluye dentro de la segunda generación romántica junto a Manuel Bilbao, Guillermo Blest Gana y Martín Palma, entre otros. Las características propias del romanticismo literario latinoamericano son esbozadas por el mismo Lastarria en su manifiesto programático leído para la Sesión Inaugural de la Sociedad Literaria de Santiago en 1842. Allí Lastarria no sólo se propone fundar una literatura netamente nacional, sino también fijar los caminos a seguir por esa literatura. Tras desechar más de tres siglos de literatura espuria y restringir la herencia española nada más que a su lengua, Lastarria hace un llamado a inspirarse en lo propio, “en el pueblo, en la historia patria, en las peculiaridades sociales, en el paisaje y en la naturaleza americana” (Subercaseaux, 1981, 62) con el objeto de constituirse en la expresión auténtica de la nacionalidad. Precisamente, porque la literatura para Lastarria, así como para Victor Hugo, José Joaquín de Mora y Echeverría, debe ser «la expresión de la sociedad». Ahora bien, el discurso evidencia una posición ideológica liberal, en cuanto define la función de la literatura como edificante, “como guía en el combate a la ignorancia y los abusos del sistema conservador imperante” (Guerra, 1987, 14). Con esto, la literatura adquiere un carácter manifiestamente político y democrático.

La primera obra en la cual Lastarria pretende llevar a cabo el programa diseñado en su discurso es El Mendigo (1843). De difícil clasificación como casi toda su obra, este cuento, como ha sido finalmente denominado, se ciñe a los requerimientos por él mismo establecidos, pero adolece de escasa elaboración artística. Crítica que se volverá una constante, por cuanto Lastarria privilegiará en la configuración narrativa de sus relatos la función utilitarista por sobre la función estética. A El Mendigo le siguió el pequeño cuento Rosa (1847), El alférez Alonso Díaz de Guzmán (1848), El manuscrito del diablo (1849) y Peregrinación de una vinchuca(1858). Don Guillermo aparece a mediados de 1860, y esos diecisiete años que lo separan de su primera creación demuestran un mejor manejo de la técnica literaria, que Goic (1976) destaca al grado de considerar a  Lastarria como el primer escritor chileno en asumir efectivamente las normas de la novela moderna, siendo éste su principal mérito. Ahora bien, el interés que representa Don Guillermo para este artículo no radica en el hecho de haberse apropiado de las formas de la novela moderna, punto problemático, en cuanto la novela de Lastarria se construye a partir de diversos elementos, dentro de los cuales se encuentra, por cierto, las formas de la novela moderna, pero el principio totalizador de la novela no es otro que  el de la alegoría (Subercaseaux, 1981). Hemos fijado nuestra atención en Don Guillermo por cuanto un análisis ideológico del discurso nos permitirá penetrar en la visión de mundo de uno de los intelectuales que inauguró nuestra nacionalidad y que a partir, precisamente, de su obra literaria contribuyó a la configuración de nuestro imaginario nacional.

Van Dijk (2003) define el concepto de ideología como «las creencias fundamentales de un grupo y de sus miembros» (Van Dijk, 2003, 14) que dan sentido al mundo y que fundamentan las prácticas sociales de los miembros del grupo, siendo una de las prácticas más importantes, el discurso. Son, asimismo, «formas de autorrepresentación y representación de los Otros, que resumen las creencias colectivas y los criterios de identificación de los miembros» (Van Dijk, 2003, 27). Y para explicar cómo las ideologías se expresan realmente en el discurso propone una suerte de «heurística» práctica por medio de la cual se volverá más fácil determinar los distintos mecanismos empleados en el discurso para expresar las distintas ideologías. Y siguiendo esta estrategia práctica es como vamos a desarrollar el análisis de Don Guillermo.

La novela Don Guillermo trata, a grandes rasgos, de la travesía que debe hacer el ciudadano británico Mr. Livingstone, por el submundo llamado Espelunco al cual entra a través de «La Cueva del Chivato».  En este submundo debe enfrentarse, para alcanzar su libertad, al poder de la Mentira, la Ignorancia, el Fanatismo y la Ambición. Tarea que emprende ayudado por Lucero, el hada del patriotismo, de la cual se enamora perdidamente. Lamentablemente, durante la travesía, Lucero es apresada y Don Guillermo se ve en la obligación, para rescatarla y con ello conseguir también el talismán del patriotismo, hacer tres mil viajes entre Valparaíso y Santiago. Sin embargo, cuando el protagonista se aprontaba a culminar su tarea muere al ser despeñado en una cuesta del camino de Valparaíso por una carreta.

Compuesta por XXIII capítulos y una Postdata añadida el año 1868, la novela puede subdividirse en tres segmentos. El primero (I – III), que trata acerca del encuentro entre el narrador y don Guillermo, y donde el primero le pide al segundo que le narre su historia,  corresponde a la narración del marco y está caracterizado por cierto aire costumbrista. El segundo segmento y el más extenso (IV – XXI), constituye la narración enmarcada, donde el narrador reproduce y contribuye por medio de largas disgresiones, la aventura de Mr. Livingstone en Espelunco. Su configuración es alegórica. Y el tercer segmento (XXII, XIII y Postdata), es cuando Don Guillermo logra salir de Espelunco y el narrador da cuenta de su destino y explicita los vínculos ideológicos que lo hacían simpatizar con él.

Las ideologías organizan a la gente y a la sociedad en términos polarizados. Y quien mejor que los románticos, quienes dividían al mundo entre ángeles y demonios, para ejemplificar tal categorización.  Y la estrategia básica del discurso ideológico consiste, precisamente, en cuatro posibilidades que forman un cuadrado conceptual que Van Dijk denomina «cuadrado ideológico».

1) Poner énfasis en Nuestros aspectos positivos
2) Poner énfasis en Sus aspectos negativos.
3) Quitar énfasis de Nuestros aspectos negativos.
4) Quitar énfasis de Sus aspectos positivos.

Este cuadrado ideológico es posible aplicarlo en el análisis de todas las estructuras del discurso, pero el uso de las parejas opuestas “poner énfasis” y “quitar énfasis” permite muchos tipos de variación estructural. Para precisar los múltiples procedimientos que dispone el discurso para marcar los énfasis es necesario analizar la expresión de la ideología en los diferentes niveles del discurso. Para ello es que  la «heurística» propuesta por Van Dijk (2003), que establece distintos niveles del discurso susceptibles de ser analizados ideológicamente. El primero y más importante de ellos es el Significado. En este nivel nos preocuparemos de los aspectos que resulten más operativos para nuestro análisis, como los Temas, el nivel de descripción y grado de detalle y el contraste. En el nivel de las estructuras proposicionales abordaremos los Actores y los Topoi. En el plano de la argumentación sólo nos ocuparemos de las Falacias y en el nivel de la Retórica revisaremos todas las «figuras de estilo» presentes en el texto.

El primer elemento a señalar como fundamental en la configuración narrativa del texto y que contribuye notablemente en la distinción Nosotros / Ellos, propia de toda ideología, es El Narrador personal. Como señalaba Goic (1976), en Don Guillermo se asumen las formas de la Novela Moderna, siendo uno de sus elementos más importantes su narrador personal. Y el rol que ejerce este narrador es el de mantener una constante interacción con el lector, al cual busca hacer partícipe de su causa, por medio de estrategias inclusivas como la utilización del Nosotros: «Falto ya de ciencia y de coraje, nuestro héroe se declaró vencido» (Lastarria, 1972, 58); «Esa era la suerte a que estaba sentenciado nuestro valiente Don Guillermo» (Lastarria, 1972, 72), etc. Y la causa del narrador no es otra que la del liberalismo criollo tan defendido por Lastarria. Por lo tanto, accedemos a los hechos a través de una perspectiva absolutamente parcial y restrictiva. En adelante, intentaremos develar las estrategias discursivas desplegadas por este narrador al momento de expresar su ideología.

Como apuntábamos más arriba, la forma totalizadora de la novela es la de la alegoría. Esto quiere decir que «el mundo que crea Lastarria obedece a un esquema trascendente, en que los hechos y personajes narrados además de su sentido literal apuntan a un segundo orden de significación. El mundo imaginario es sólo una piel, una superficie que está allí invocando otra realidad, una realidad extratextual» (Subercaseaux, 1981,198). Y esa realidad extratextual no es otra que la historia de Chile durante los gobiernos conservadores (1830 – 1860). Esta es una estrategia retórica que le permite a Lastarria desplegar y absolutizar sus ideas con entera libertad.

El mundo imaginario representado en la novela es el país de Espelunco, anagrama que esconde la palabra pelucones,  rivales políticos de los liberales. Y Espelunco, según el escribano que recibe a Don Guillermo, deriva de la voz latina Spelunca, que significa cueva. Vemos de esta forma, que Chile bajo el gobierno de los conservadores es, a los ojos de Lastarria, una cueva. Y peor aún, el infierno. Esta analogía se establece a través de la consigna que Don Guillermo alcanzó a descifrar en una de las paredes de su celda: «lasciate ogni speranza, voi che entrate» (Lastarria, 1972, 56) que es la misma que se encontraba en las puertas del infierno de Dante. Dentro de este mundo infernal, que se subraya en cuanto se lo denomina en oposición con el mundo «de arriba», se encuentran metaforizadas todas las instituciones del Chile de la época. La casa de gobierno es «El Alcázar de los genios»: «espacio inconmensurable, infinito, sin luz, porque no eran sus habitantes los Genios de la luz (sino los Genios de la Colonia, es decir, de la oscuridad), tenuemente alumbrado por un claror parecido (…) al que alumbraba el infierno cuando el poeta lo visitó» (Lastarria, 1972, 81). Y los Genios son «sombras diáfanas, pero opacas» que circulan lentamente. De este modo se hace alusión de manera irónica al poder impersonal que se intentó establecer con la Constitución portaliana y se reafirman las características infernales del submundo. Y en este caso es posible analizar también un aspecto del nivel del significado como es el grado de detalle con que el narrador describe el alcázar.  Como la tarea consiste en poner énfasis en los aspectos negativos de los Otros, el narrador se detiene y reproduce literalmente numerosas intervenciones de los genios enfrascados en un debate constitucional. Expondremos como ejemplo sólo una:

«Aquella es la mejor de las constituciones políticas, que fácilmente puede ser desobedecida y burlada por los que mandan, mediante una sabia interpretación, o merced a alguna cláusula que destruya las garantías que ella concede» (Lastarria, 1972, 82).

Otra de las instituciones que aparece metaforizada es la policía, quienes son denominados simplemente como brujos y cuya tarea es imbunchar a todos aquellos que atesoren el ideal de libertad. El proceso de imbunchaje es definido también muy detalladamente, esta vez, por el escribano:

«Imbunchar se llama coserle al paciente con hilo fuerte y buena aguja todos los agujeros, salidas y entradas de su cuerpo; teniéndole así cierto tiempo de noviciado, privado de los cuatro sentidos más peligrosos (…) hasta que, olvidado del uso de sus sentidos, se le puede imprimir el carácter e inclinaciones de un buen Espelunco» (Lastarria, 1972, 64).

La última institución a la que vamos hacer alusión y que cumple un rol esencial en el funcionamiento de Espelunco es el clero, quienes son representados con rasgos similares a la secta de los Esenios.  «A ellos les pertenecía, mucho más que a los Genios, la sociedad entera de Espelunco» (Lastarria, 1972, 123). Pero lo que indigna al narrador no es tanto el poder del cual disponen sino la indiferencia con que observan el devenir desastroso del mundo en el cual habitan. «Pero lo que no podía soportar era que hombres que se daban el aire de tales, reconociendo aquella invasión y condenándola en secreto, se abstuviesen de elevar su voz y su poder contra ella» (Lastarria, 1972, 124).

Permaneciendo en el nivel retórico, junto a la alegoría y la metáfora, emerge la ironía y la hipérbole. Una voluntad alegórica – satírica es la que guía la composición de la novela. Por esto es que la ironía no deja un solo momento de aparecer en la voz del narrador con el objeto de ridiculizar y extremar los aspectos negativos de los Otros. «¡Que orden tan admirable reinaba en el país de Espelunco! Allí estaba el modelo del buen gobierno» (Lastarria, 1972, 73); «Nosotros los hombres prácticos, los vividores, (…), no debemos incomodarnos por mejorar el mundo: si somos súbditos, bien nos viene el obedecer y callar» (Lastarria, 1972, 86). De este modo no solo caracteriza negativamente a los Otros, sino también reafirma Nuestros valores.  El caso de la hipérbole la relacionaremos con otro aspecto del nivel de la argumentación, que es la Falacia. Van Dijk define las falacias argumentativas como incumplimientos de las normas y de los principios de la argumentación» (Van Dijk, 2003, 73). Y se recurre a ellas cuando se sobregeneraliza o se usan analogías falsas. Y las hipérboles son, precisamente, exageraciones que cuando se emplean en una argumentación pueden ser consideradas como falacias. El narrador, adopta a menudo un tono sentencioso y engolado donde expresa ideas como esta: «La gran mayoría de los seres humanos nace para la esclavitud, o por lo menos para servir de pasto o de sostén a los tiranos» (Lastarria, 1972, 70). Así demarca el reducido número de hombres que puede considerarse dentro del Nosotros, por cuanto ni él ni Don Guillermo y Lucero forman parte de la gran mayoría de los hombres, porque son «espíritus fuertes, (…) que conciben la verdad, que la aman y la proclaman, que la sirven y se hacen crucificar por ella» (Lastarria, 1972, 70). La particular concepción del liberalismo que poseía Lastarria, su fuerte idealismo y su intransigencia doctrinaria hacían posible este tipo de afirmaciones, que no pueden ser interpretadas de otra manera que como falacias. Y casi al final del viaje por Espelunco, una vez que Don Guillermo ha conocido a los Genios, al pueblo y a los Esenios, llega a reflexiones catastróficas como la siguiente: «En todas las clases notaba la misma indolencia, el mismo egoísmo, el mismo descontento y malestar moral; la misma falta de principios, la misma carencia de amor y de fe por alguna idea o sistema» (Lastarria, 1972, 125). De nuevo la visión lapidaria y sentenciosa, y de nuevo el idealismo a ultranzas, expresado en aquella «carencia de amor y de fe por alguna idea o sistema». Se podrá objetar en este punto, que las afirmaciones expresadas por el narrador hacen alusión sólo al mundo ficticio, y que por lo tanto deben ser interpretadas dentro del marco de la narración. Sin embargo, es preciso recordar que el mundo de «arriba» y el mundo de «abajo» están estrechamente ligados y son análogos como lo explicita el mismo narrador en varias ocasiones «En esto estaban perfectamente de acuerdo los usos de la Cueva con los del mundo que habitamos» (Lastarria, 1972, 70); «Allá en la Cueva se hacía esto fácilmente imbunchando a los rebeldes: acá, al aire libre, se puede también imbuncharlos, sin coserlos, pues basta agotarles el espíritu por medio de una perpetua hostilidad» (Lastarria, 1972, 72). El allá y el acá son casi idénticos y esta similitud es precisamente el impacto que pretende generar el narrador en sus lectores. Y como señalamos al principio, el mundo textual invoca a través de la alegoría a un mundo extratextual, que es Chile durante el período de 1830 a 1860, donde a pesar de la dura represión y el empobrecimiento de la vida cultural, el país sí progresó y eso es un punto que parece escapársele a Lastarria, porque aparece como a trasmano, cuando Don Guillermo al salir, después de pasar trece años en Espelunco le cuesta reconocer a Valparaíso: «desde allí descubrieron sus ojos una ciudad extensa, cuyas calles se prolongaban a la orilla del mar, formadas por edificios elegantes, limpios y de variados colores. (…) -No -exclamó tristemente-, no!; Valparaíso no es ése, no es tan grande, no es así. ¡Adónde estoy!» (Lastarria, 1972, 147).

En el nivel del significado es de suma utilidad para el análisis determinar la función ideológica que cumplen los temas, que según Van Dijk (2003), son los significados más globales del discurso y que pueden ser representados por proposiciones completas o ser formulados específicamente en el propio texto, como, por ejemplo, en los titulares o subtítulos. En nuestro caso particular, el título de la novela, Don Guillermo, no tipifica información, tan sólo nos entrega el nombre del protagonista. Sin embargo, el subtítulo, a pesar de su amplitud, «Historia Contemporánea», expresa parte de las aspiraciones del autor, por cuanto se propone dar cuenta de un amplio espectro de la historia nacional desde los últimos meses del mandato de Pinto (1828) hasta el final del gobierno de Montt (1860). Pero lo que consideramos como temas, por el hecho de ser los puntos que se desarrollan más ampliamente en el relato y que configuran de manera global la representación del Otro son aquellos cuatro poderes que gobiernan en Espelunco: La Mentira, la Ignorancia, el Fanatismo y la Ambición.

En el capítulo X, cuando se realiza el interrogatorio en el cual don Guillermo se rehúsa a participar en los planes propuestos para él en Espelunco, es decir, «seguir la causa del orden, como sus paisanos y combatir enérgicamente todas las innovaciones que se hace en nombre de la libertad y todas las pretensiones que se dirigen contra el espíritu antiguo de nuestra madre patria» (Lastarria, 1972, 66), el juez socarronamente le hace ver que la libertad a la cual aspira, se encuentra bien salvaguardada: «no hay peligro de que los locos de la libertad logren desencantarla del poder de la Mentira, de la Ignorancia, del Fanatismo y de la Ambición, que son los cuatro poderosos monstruos que la guardan» (Lastarria, 1972, 68). No obstante eso, don Guillermo replica: «Yo deseo hacerlo (…) y sin hierro ni fuego venceré a esos monstruos y les arrebataré su presa» (Lastarria, 1972, 68).

Así es como quedan de manifiesto los temas a desarrollar a lo largo de la novela, por cuanto Don Guillermo deberá enfrentarse a ellos, con la esperanza de derrotarlos. Sin embargo, el inglés toma conciencia de la enorme dificultad de su tarea en el momento en que Lucero, su guía en Espelunco, le explica que aquellos monstruos no son sino alegorías de la verdad. «Esos monstruos existen en la sociedad misma, porque en ella está la ignorancia, la mentira, el fanatismo y la ambición: circulan en su sangre» (Lastarria, 1972, 100).Y su paso por Espelunco irá progresivamente explicitando cada uno de esos vicios en el actuar de los distintos personajes. Ahora bien, la función ideológica de los temas recién expuestos consisten en poner énfasis en sus aspectos negativos y por medio del contraste, enfatizar los aspectos positivos de Don Guillermo.

Sin salir del nivel del significado, se vuelve preciso detallar el contraste que se constituye en la caracterización de Nosotros y Ellos. Como apuntábamos anteriormente, quienes pertenecen al Nosotros son muy pocos, y esto se explica por el hecho de que la ideología liberal no era una visión consagrada, sino una ideología en pugna con el sistema de valores imperantes, y esa lucha, en el momento en que se produce la novela, era dominada por la ideología conservadora. Por lo tanto, los héroes que representan el amor a la libertad, la fe en el progreso y en la naturaleza esencialmente buena del hombre, adquieren en el texto las características de proscritos. Esto es una constante en la narrativa de Lastarria. Tanto el personaje central del cuento El Mendigo como el de Rosa, y Don Guillermo son fugitivos, seres perseguidos por defender el ideal de libertad

Para determinar la función ideológica del contraste entre el Nosotros y Ellos, se debe también analizar un aspecto del nivel de las estructuras proposicionales: los actores, es decir el modo de representación de los respectivos integrantes de los grupos. El narrador, manifiesta claramente la distancias que mantiene con los distintos actores que participan en la novela, siendo él mismo uno de ellos. Lo que nos permite agrupar a Don Guillermo, Lucero y el Narrador, en el grupo de Nosotros, y al resto de los habitantes de Espelunco, en el grupo de Ellos. La adjetivación es una forma de especificar las diferencias. Mientras el Narrador define a Don Guillermo como: noble, bello, reflexivo, honesto; en oposición al escribano, a quien denomina como acomodaticio, cobarde y simplón; a Lucero la describe como bella, hermosa, cautivadora, graciosa; en oposición a las brujas, a quienes designa como engañadoras, embusteras, rabiosas, envidiosas, cobardes y aleves. Y retomando lo expuesto con relación a los temas, se pueden contrastar señalando que Don Guillermo y Lucero carecen de los antivalores que buscan combatir. Otro punto que explicita los contrastes son las asociaciones que el narrador hace. Mientras a Don Guillermo lo vincula con Adán en el momento en va a caer en manos de las brujas imbunchadoras: «Un enjambre de brujas se echó sobre don Guillermo cuando le vieron como llovido y en la misma situación en que debió encontrarse el padre Adán, cuando se halló de repente en el Paraíso» (Lastarria, 1972, 72). A las brujas las asocia con los moros: «Las brujas se lo arrebataron y disputaron con una algazara propia de moros encarnizados en un combate» (Lastarria, 1972, 74). A los espeluquenses los asocia también con Sancho Panza, quien les serviría de modelo. Visiones más generales expresadas por el Narrador pueden también dar luces acerca del contrate maniqueo que se establece  entre estos grupos. Cuando resalta el carácter de mártires de los defensores de la libertad, hace una alusión directa tanto a Don Guillermo y a Lucero como a sí mismo: ¡Ay del que tiene espíritu fuerte para proclamar la verdad! La persecución y el sacrificio son su lote, y si tiene bastante fortuna para escapar con vida, el desencanto y el cansancio completan la obra, agotando su fe (…): son raros los que se salvan de ese naufragio» (Lastarria, 1972, 71). Los brujos de la Colonia son caracterizados como sombras y sus dichos son reproducidos para ironizarlos, el pueblo se muestra sumido en la ignorancia y el desencanto y los esenios son juzgados como indolentes y cobardes. La visión del mundo expresada por el  narrador, y a la cual nosotros acusamos de falaz, por sobregeneralizar en extremo y exagerar en su agudo desencanto sirve para fijar los nefastos atributos del mundo y para resaltar, por contraste, la extraordinaria virtud de los que defienden los principios liberales.

Como último punto, se analizará un aspecto de la estructura proposicional, los topoi. Muy parecidos a los temas, los topoi se diferencian porque su uso habitual los ha convertido en «estándares del dominio público, de manera que se usan como argumentos preparados» (Van Dijk, 2003, 68). Una de las definiciones más generales del liberalismo es la «incitación a romper las relaciones sociales características de la sociedad estamental en favor de nuevas relaciones típicamente burguesas» (Subercaseaux, 1981, 19). Y lo que caracteriza al liberalismo criollo es el deseo de acabar con los residuos coloniales que aún permanecen en las costumbres y el espíritu de la época. Y ese es, justamente, el topoi que sirve de «argumento preparado» en Don Guillermo. La asociación directa que se establece entre los gobiernos conservadores y la Colonia, la visión oscurantista que se muestra de su institucionalidad y de sus costumbres. Ese es el fundamento sobre el cual se erige la alegoría, porque a pesar de la apertura económica y el progresivo posicionamiento de Chile en lugares de importancia en el marco de las naciones latinoamericanas, del desarrollo de las ciudades y el crecimiento demográfico, Lastarria estaba convencido de que la asociación sería directa y casi automática.

CONCLUSIÓN

El análisis ideológico del discurso nos obliga a iniciar cualquier reflexión a partir del texto. Impide la especulación anodina que sobrevuela la superficie textual y que al poco andar naufraga, como también la proyección de visiones totalizantes que mutilan o encubren los múltiples significados que posee cada una de las obras literarias. El objetivo de este análisis expuesto en un principio no consistía en el descubrimiento de la fuerte presencia del contenido ideológico en la obra lastarriana, sino en evidenciar los procedimientos a través de los cuales la ideología se expresaba en el discurso, la operatividad de las herramientas conceptuales formuladas por Van Dijk en el campo del discurso literario, y también, las particularidades del contenido ideológico expresado. Los resultados obtenidos permiten dar cuenta de las enormes posibilidades que representa para los estudios literarios la aplicación de la «heurística» de Van Dijk y el carácter especialísimo de la ideología liberal criolla desarrollada por Lastarria. Voluntarista, idealista e intransigente, la visión de mundo expresada por Lastarria no podía ser menos que desgarradora y agobiada por un extremismo propio de un ego exacerbado.

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Lastarria, Victorino (1972). Don Guillermo. Santiago: Nascimento.
Subercaseaux, Bernardo (1981). Cultura y Sociedad Liberal en el Siglo XIX: Lastarria, ideología y literatura. Santiago: Aconcagua.
Goic, Cedomil (1976).  “Don Guillermo” en La Novela Chilena: Los mitos degradados. Santiago: Universitaria.
Guerra Cuningham, Lucía (1987). Texto e ideología en la narrativa chilena. Minneapolis: The Prisma Institute.
Van Dijk, Teun Adrianus (2003). Ideología: una aproximación multidisciplinaria. Barcelona: Gedisa.
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