RESUMEN
El siguiente artículo tiene como propósito indagar en el modo en que Giaconi lleva adelante su gesto rupturista en la colección de cuentos La difícil juventud. A partir de un análisis del plano temático, se buscará dar cuenta de la manera en que el autor marca distancias con respecto a la tradición y cómo, de manera simbólica, sus cuentos se proponen como una lectura crítica de la historia literaria chilena de la primera mitad del siglo XX.
I
La generación del 50 se inscribe en la paradójica tradición moderna, según la cual, la ruptura, entendida como la “destrucción del vínculo que nos une al pasado, negación de la continuidad entre una generación y otra” es la forma privilegiada del cambio (Paz: 1990, 17). Y sus integrantes se mostraron convencidos de poseer la doble carga explosiva que caracteriza a la modernidad: negación del pasado y afirmación de algo nuevo, la capacidad de fundar su propia tradición (Paz). “Hemos nacido por generación espontánea, no hemos nacido de una tradición, y en caso de que esta exista -ya en lo literario, en lo político, en lo jurídico- no la acatamos” (Giaconi: 1970, 16).
A pesar de que su proyecto renovador y fundacional no suponía ninguna novedad en el marco de la historia literaria chilena, en la medida en que formaba parte de la paradojal tradición rupturista moderna, parecía necesario para la salida definitiva del criollismo. En palabras de Promis, los miembros de la generación del 50 “iniciaron su proyecto narrativo sobre el entendimiento previo de que la ruptura definitiva con el naturalismo heredado de la tradición nacional tenía que darse tanto a nivel del discurso literario como del discurso social” (Promis: 1993, 147). En esta ocasión no nos detendremos en el discurso social que acompañó y colaboró activamente en la difusión de la generación, sino en el discurso literario de uno de sus mayores exponentes: Claudio Giaconi.
El primer libro de Giaconi, La difícil juventud, aparecido en 1954, coincidió con la publicación de la polémica Antología del Nuevo Cuento Chilenopreparada por Lafourcade, lo que contribuyó a que se transformase velozmente en un texto clave en la formación de la nueva generación en curso. Su carácter trasgresor, sumado a las singulares circunstancias en que fue publicado, su autor se encontraba preso por una acusación de injurias por parte de un militar en retiro, batalla provocada, según Jorge Edwards, “por confusas relaciones de vecindario y discusiones de familia” (Edwards: 80), le otorgaron, además, la condición de libro “maldito”, volviéndolo aún más atractivo para el público.
La recepción por parte de la crítica fue dispar. Mientras algunos enfatizaban en el carácter morboso y decadente de sus historias, sumado a un experimentalismo formal que “desvirtuaba gran parte del valor relativo de sus cuentos” (Goic: 1955, 24), otros reconocían en Giaconi la profundidad de su exploración psicológica, “su estilo directo y funcional, además de correcto” (Concha: 1955, 516), y la capacidad de “asimilar influencias, al margen de toda soberbia, [sin evitar] que admiremos su arte en la medida en que sus maestros le han enseñado los difíciles caminos de la expresión exacta (Droguett: 1958, 2). Este punto destacado por Droguett da cuenta de los esfuerzos de Giaconi por superar los estrechos márgenes de la literatura de la época, apropiándose de las innovaciones formales y temáticas de la nueva novela europea y norteamericana. El mismo Giaconi se refiere a la crítica de su obra, señalando el interés que despertaron sus cuentos “como cambio radical, en lo que a técnica, estilo y procedimientos narrativos se refiere” (Sainz: 1963). Pero más allá de las polémicas suscitadas, de las acaloradas diatribas que se sucedieron durante toda la década del cincuenta, siendo el año 59 el momento más álgido, La difícil juventud se consolidó como un texto inaugural, que propició una ruptura necesaria y extraordinariamente sugestiva, en el campo literario chileno de la época.
II
La difícil juventud surge a partir de una aguda crisis interna, de un estado de sobrecogimiento, producto, no sólo de la edad, sino también de un contexto histórico marcado por la posguerra y las duras contingencias de la vida nacional. “[Hemos] nacido con una herencia desastrosa; (…) un mundo en descomposición, atemorizado, amenazado, acobardado” (Giaconi: 1970, 16). Su trabajo creativo supuso una suerte de regresión, un retorno a aquellas escenas límites o traumáticas, en donde se forjó el sentimiento de extrañeza, de otredad, que habría de desembocar en su total aislamiento. La representación ficcional de aquellas escenas parecía buscar el esclarecimiento de imaginarios empañados, de hacer justicia, y en último término, tomar conciencia. La catarsis pretendida por Giaconi se desata a partir de la experimentación, en el plano de la literatura, de las durísimas condiciones en que la juventud va configurando su propio espacio, “la experiencia de un joven que recién se enfrenta a la vida: sus choques, su profundo desconcierto, su rebeldía, la comprobación de que no era cierto todo cuanto se le había enseñado” (Sainz, 1963). Y el aislamiento se instituye en una especie de código, de esquema rector de la configuración de sus cuentos. Se trata de breves historias protagonizadas por jóvenes y sus vacíos, sus fracturas, los abismos que los separan de la tradición, sus distancias.
En el texto de Giaconi se lleva adelante un proceso de desterritorialización, de abandono del territorio para crear una nueva tierra, un nuevo universo. Supone la búsqueda de un centro intenso en lo más profundo de sí mismo. (Deleuze y Guattari: 2000).Y esto se logra a partir de una línea de fuga, que “no es una huída del mundo sino un fluir hacia una territorialización” (Catalán: 2003, 97). Eso es lo que busca Giaconi a través de la publicación de La difícil juventud en el marco de la tradición literaria chilena, y también sus personajes, por medio de la ruptura de los estratos que los aprisionan. Las líneas duras, que segmentarizan y estratifican están determinadas por las corrientes aún vigentes en la narrativa chilena: el criollismo y el realismo socialista, y se ven representadas en los cuentos a través de las rígidas normas establecidas por la urbanidad, el sentido común, la ética adulta que no comprende, que se muestra insensible frente a la sensibilidad juvenil, que pretende aplastarla. Y las líneas de fuga, de ruptura, se forman por medio de la experimentación formal y temática, por la búsqueda de la catarsis, de la expansión liberadora. Este primer libro de Giaconi se instala en un nuevo territorio, en una distancia crítica que lo separa del resto, en donde marca sus distancias.
Y por otro lado, La difícil juventud representa un paso importantísimo en el proceso de gestación de Giaconi como escritor: su posicionamiento en un campo estrecho y rígidamente compartimentado. El gesto parricida supone un esfuerzo considerable en la búsqueda de ser él mismo, de constituirse en una personalidad creadora, que intenta proponer un nuevo orden simbólico.
III
Antes de entrar directamente en los cuentos, vale detenerse en los umbrales del texto, en aquella “zona indecisa” que es “el lugar privilegiado de una pragmática y de una estrategia, de una acción sobre el público, al servicio, más o menos comprendido y cumplido, de una lectura más pertinente” (Genette: 2001: 8). Lo que entraña una cierta dificultad, por cuanto las distintas ediciones de La difícil juventud van evidenciando los avatares del texto. Y el cambio más significativo que se da entre la primera y las siguientes ediciones es la incorporación de un prólogo, que es la ponencia que Giaconi presentó en el Segundo Encuentro de Escritores Chilenos, realizado en Chillán a mediados de 1958. Precisamente, una de aquellas dos oportunidades particularmente favorecedoras para la propaganda rupturista de la “generación del 50” de las cuales hablaba Promis (Promis, 148). Y que supuso para Giaconi una suerte de consagración, en la medida en que buscaba precisar su lugar dentro de la tradición, en el momento en que ya nadie le podía negar su pertenencia. Además, esta ponencia, titulada “Una experiencia literaria”, no sólo tiene el valor de deslindar elementos esenciales de la poética en curso de Giaconi, sino también, la de constituirse en una especie de manifiesto programático de la generación, desplazando los desafortunados prólogos de Lafourcade. Las equivalencias entre este paratexto y el texto al cual acompaña, estriban, fundamentalmente, en la profundización del “aislamiento irremediable” que caracteriza a su generación. El prólogo argumenta, desarrolla, fundamenta, mientras los cuentos representan con creatividad y agudeza.
Pero el paratexto que estuvo desde el principio y que cobró vital importancia en la lectura, fue el epígrafe extraído del “Soliloquio de un individuo” de Parra:
“Me preguntaron que de dónde venía.
Contesté que sí, que no tenía planes determinados.
Contesté que no, que de ahí en adelante.
Jorge Edwards lo considera especialmente relevante, sobre todo en un texto donde la literatura y la reflexión literaria van de la mano, porque “era todo un programa, pero un programa sin imposiciones programáticas, que ponía en tela de juicio los viejos principios de la lógica formal” (Edwards: 1998, 14), y con ellos, el regionalismo literario y los realismos de todo orden, incluido el realismo socialista. Pero también pone al descubierto el rol que venía desempeñando la poesía para los nuevos narradores. Mientras la narrativa chilena aún no despegaba del todo, la poesía parecía haber alcanzado una madurez y una proyección sólida en el marco internacional. Este tema es tratado intensamente durante los Encuentros de Escritores, llegando a través de distintos caminos, a un consenso casi total. El durísimo diagnóstico hecho por los escritores de la “generación del 50” parecía ir ganando adherentes. (Godoy, 1991). Poetas como Huidobro, Neruda y Parra ejercían un poderoso influjo sobre los jóvenes prosistas, les abrían caminos, les revelaban nuevos horizontes.
Aquellos versos dan cuenta de una arremetida impetuosa, que desconoce aún sus móviles, pero que parece no querer detenerse más. Una fuerza que parece surgir de la nada, que brota espontáneamente de un origen arcano. Puede llegar a representar incluso, un grito de batalla, un ariete para romper las sólidas murallas de la tradición. Las expectativas despertadas son enormes y lo suficientemente amplias como para que quepan toda clase de conjeturas.
El primer cuento es precisamente el que le da el título a la colección y que contiene los elementos esenciales que la dan unidad al texto. Se narra el proceso psicológico a través del cual el joven protagonista busca librarse de los males metafísicos que lo aquejan. La llegada de un nuevo párroco al pequeño poblado de San Roque remece la rutinaria existencia de la familia Álvarez, que está constituida por Afrodisio, “serio y rollizo muchacho”, que ocupa el lugar de un padre ausente; la viuda, mujer demasiado absorta en las nimiedades domésticas, y Gabriel, un joven intelectual, enfermo de hastío. Las esperanzas que despiertan en Gabriel el pragmatismo clerical y el pasado de artista del nuevo padre, van progresivamente deteriorándose hasta llegar a la más absoluta desilusión, al constatar el conformismo derrotista de este “burgués con sotana”. Gabriel pretende desentrañar esa “extraña presencia” que lo agobia, aplacando su soberbia, y poniéndose en manos de la autoridad, pero la redención anhelada no se concreta. La distancia que media entre ambos es abismal. El enfrentamiento con la ética adulta, con el pesado sentido común que enarbola el sacerdote deviene en ruptura, en catarsis. En el cuento “La muerte del pintor” ocurre algo muy similar. El pintor Gálvez también busca la redención, la superación del aislamiento, recurriendo a fuentes autorizadas, pero esta vez se trata de un escritor con algunos conocimientos de pintura, cuya pedantería y suficiencia acaban por derrumbarlo. La liberación, para Gálvez, fue el suicidio. Gabriel, en una suerte de epifanía, descubre la aridez irrevocable que separa a los seres. Buscando desdoblarse, para observar su propio llanto, para darse él mismo esa íntima compañía que deseaba, lo lleva a acceder a ese conocimiento, que lo envejece, pero que no lo tumba. El deseo de verse llorar, de escucharse, de sentir el retorno de su llanto como un alivio, una liberación, también se da en el niño del último de los cuentos, “Aquí no ha pasado nada”:
“Él lloraba; (…), gritaba con gran sonoridad, como si esta sonoridad fuese a expandirse y volver hacia él de otra manera, transfigurada o convertida en alguna forma concreta después y caer sobre su dolor -a modo de esencia, incienso o bálsamo- aliviándolo de él, de ese mismo dolor que lo había hecho gritar” (Giaconi, 123).
Esa es la experiencia de la catarsis que expurga y desencadena a los protagonistas de los cuentos, y que se gatilla tras el choque frontal contra el mundo. Es también la finalidad de toda obra literaria, a los ojos de Giaconi. Se describe el desgarro, se reproduce el llanto, pero no para producir lástima ni alarma, sino para que ese llanto, “transfigurado” en arte, constituido en valor estético, nos haga libres.
Las líneas duras que habrán de combatir los personajes de los cuentos, están representados por la ética adulta, como apuntamos anteriormente. Y la figura del sacerdote alcanza una significación específica, si pensamos en la literatura chilena del siglo XX. El primer crítico oficial, y quien, además, habría de dar un importante impulso al criollismo, fue Emilio Vaïsse, sacerdote francés que lideró sin grandes contrapesos la crítica literaria durante las primeras décadas del siglo. Al cual sucedió Alone, quien parecía pretender un estatuto semejante. Y ambos parecen verse reflejados en el cura de San Roque, investido de una solemne sabiduría, que no era más que fórmulas establecidas “para la defensa de un patrimonio” y no para su expansión. Por otro lado, está el anciano que protagoniza el cuento “La mujer, el viejo y los trofeos”. Representa al escritor de oficio, que interpreta su profesión como un respeto irrestricto a las formalidades y cuya máxima aspiración es la acumulación de trofeos inútiles. El escritor como funcionario público, deseoso de ascender en una estructura jerárquicamente corrompida.
El resto de los adultos que aparecen en los cuentos reciben una caracterización estereotipada. Son todos gordos, obesos o rollizos, absolutamente vulgares y completamente ignorantes. El gordo ruidoso del cuento “El conferenciante”, el flatulento padre de Matilde en “Desde la ventana”, los dos detectives incapaces de penetrar en los misterios de la sensibilidad atormentada de los jóvenes en “La muerte del pintor” y “Ojo de vidrio” y el grupo familiar que acompaña el féretro en “Aquí no ha pasado nada”, discutiendo acciones y reprochando el llanto exaltado del pequeño huérfano como “desagradable”. Estos personajes explicitan la imposibilidad del aprendizaje, de la continuidad entre las generaciones, la necesidad imperiosa de la ruptura. En el caso de los personajes femeninos pasa algo curioso. Todas, incluso las jóvenes, como la mujer del conferencista, se muestran como torpes, vanas y algo regordetas. El caso de las dos niñas en el cuento “Desde la ventana”, es decidor, por cuanto ambas se muestran extraordinariamente porosas ante los dictámenes del mundo adulto. Mientras Matilde reproduce con naturalidad las órdenes irreflexivas de su padre, Fanny aprende rápidamente a descargar su frustración sobre los menores. Ninguna mujer ofrece resistencia, sólo amor, en ocasiones, el resto del tiempo, simple pasividad.
Por otro lado, el choque contra el mundo, es representado en la mayoría de los casos, por medio de aventuras grotescas. “En una pobre época que abanderiza la derrota de la sensibilidad”, las únicas aventuras posibles son las grotescas. Y lo grotesco en los cuentos, siempre asociado a la risa, contiene rasgos que buscan glorificar su fuerza liberadora y regeneradora (Bajtin: 2000), en la medida en que tras la aventura, sin importar lo trágico o doloroso que pueda ocurrir, siempre deviene en ruptura, en liberación. La ridícula abnegación por el cumplimiento del deber del conferenciante, el flirteo imaginario en “El paseo” y las imposibles relaciones de una puta grosera y un exfuncionario relamido en “La mujer, el viejo y los trofeos” grafican los tortuosos caminos del encuentro y su ineludible final degradado y chistoso.
Pero la condición de extranjeros que manifiestan los jóvenes no se debe exclusivamente a la deliberada incapacidad de los adultos por comprenderlos, sino también por esa “extraña presencia” de la cual hablaba Gabriel, de aquel saber ominoso que los aliena. La sobrevaloración del intelecto pareciera alejarlos de la vida, hacerlos titubear entre la realidad y la ficción. El contrapunto de “El Bruto” busca enfatizar ese elemento, en la medida la naturaleza ingenua y salvaje de Policarpo sólo se manifiesta a través de la fuerza y la violencia, lo que lo imposibilita para acceder al otro orden, el de la lectura. El niño Andresito, al sentir su mano triturada, le increpa sin descanso: “¡Animal!… ¿Y tú, tú quieres aprender a leer?… ¡Tú, nunca, nunca!… (Giaconi, 91). A Gabriel, le duelen las ideas, a el paseante y el conferencista, sin importar lo que pase a su alrededor, le resulta imposible abandonar la lectura, creyendo que en ello se juegan la existencia, mientras que para Gálvez la pintura lo es todo. Pero ese saber que los atormenta, es también el que los impulsa hacia la ruptura.
IV
Los protagonistas de La difícil juventud se muestran dispuestos a salir del hastío y enfrentar al mundo. La pelea es durísima y no se puede afirmar su triunfo, pero al menos se ha abierto un boquete por el cual proyectar su línea de fuga. “Las líneas de fuga no consisten nunca en huir del mundo, sino más bien en hacer que ese mundo huya, como cuando se agujerea un tubo, y no hay sistema social que no huya de todas las metas” (Deleuze y Guattari, 208). Se anuncia la liberación sin que se expliciten sus consecuencias, cosa improbable para quienes recién comienzan. Sin embargo, las heridas de la lucha no habrán de borrarse en la madurez, lo que debería prefigurar un destino abierto para nuevas e interminables rupturas.
Tal vez el esfuerzo que representó para Giaconi liderar la comitiva de avanzada en la evolución de la narrativa chilena acabó por llevarlo hacia el silencio. Tal vez las altísimas expectativas que despertó éste, su primer triunfo, y la responsabilidad de continuar con la destrucción del muro. O quizás Giaconi llevó adelante, no una línea de fuga, sino una línea abstracta, “como una flecha que atraviesa el vacío”. Pero lo cierto es que sobre esa distancia, en ese espacio abierto que dejó su ruptura todavía transitamos.
BIBLIOGRAFÍA
Bajtin, Mijail: La Cultura Popular en la Edad Media y el Renacimiento. Madrid, Alianza, 2000.
Catalán, Pablo: “Los territorios en Roberto Bolaño” en Espinosa, Patricia: Territorios en fuga. Estudios críticos sobre la obra de Roberto Bolaño. Santiago, Frasis Ediciones, 2003. pp. 95 – 102.
Concha, Edmundo: “La difícil juventud de Claudio Giaconi” en Atenea, Nº 360, junio de 1955, pp. 515 – 519.
Edwards, Jorge: “La difícil juventud” en Revista Paula Nº 335, 4 de noviembre de 1980.
——————: “Los años de la difícil juventud” en El Mercurio, 11 de enero de 1998, p. 14.
Genette, Gérard: Umbrales. México, Siglo XXI Editores, 2001.
Giaconi, Claudio: La difícil juventud. Santiago, Editorial Universitaria, 1970.
Goic, Cedomil: “La difícil juventud de Claudio Giaconi” en Extremo Sur Nº 2, abril de 1955, pp. 23 – 24.
Paz, Octavio: Los hijos del limo. Barcelona, Seix Barral, 1990.
Promis, José: La novela chilena del último siglo. Santiago, Editorial La Noria, 1993.
Sainz, Gustavo: “Entrevista a Claudio Giaconi” en La Nación, 6 de enero de 1963.
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