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La Manuela y Pancho Vega: el devenir y el enmascaramiento homosexual en El lugar sin límites de José Donoso.

por Juvenal Romero
Artículo publicado el 12/08/2012

1. Palabras preliminares
En este artículo se estudia la construcción de un devenir mujer y homosexual por parte de la Manuela, travesti del pueblo El Olivo, y cómo este reconocerse “otro” entra en discusión con el enmascaramiento de la homosexualidad de Pancho Vega, es decir, se analizarán dos formas de vivir la sexualidad. Además se relacionarán estas masculinidades con el sujeto masculino hegemónico del pueblo: Don Alejo Cruz.

La hipótesis de trabajo que sustenta este artículo es cómo la violencia física y simbólica ejercida sobre la Manuela, por parte de Pancho Vega, representa una forma de purificar la sexualidad de este último; una expiación del placer homoerótico que despierta en él el cuerpo travestido de su víctima.

El lugar sin límites, novela publicada en 1966, muestra un quiebre con la narrativa tradicional, la desarticulación de un narrador único: omnisciente; la intromisión de los personajes como narradores, focalizando la perspectiva del relato; buscan “en el discurso el intento de superar la distancia entre el narrador y el personaje” (Náter, 2007:48). La novela se caracteriza por ser un relato recargado de imágenes, contaminado. En esta obra “asistimos a un caos mediante el lenguaje barroco e inestable” (2007: 48), que al mismo tiempo es el caos constante en que viven los habitantes de El Olivo.

2. Masculinidad hegemónica en disputa: el devenir mujer de la Manuela
La construcción de una identidad masculina “otra”, focalizada en el personaje travesti de la Manuela, cuestiona las nociones binarias de sexualidad (masculino/femenino- hombre/mujer) constituyendo en la Manuela un devenir homosexual. Este devenir, basado en la teoría del argentino Néstor Perlongher, se define como un “entrar en alianza (aberrante), en contagio, en inmistión con el (lo) diferente. El devenir no va de un punto a otro, sino que entra en el “entre” del medio en ese “entre”. (1997:68)

Al entender la sexualidad como “el conjunto de atributos [biológicos y sicológicos] que identifican a un ser según esta distinción binaria [masculino/femenino], cultural, social, científica, y lingüísticamente impuesta” (Kalawik, 2009:91) no se reconoce la sexualidad de la Manuela, cuestionándose aquellas prácticas sexuales que no se encasillan dentro de la heteronormatividad.

Sin embargo la noción de devenir quiebra la binaridad, relaciona y conecta masculinidad y feminidad, los hace interactuar en un solo cuerpo. No despoja de su identidad a hombres y mujeres, sino que reconoce en el “yo” lo que hay del otro. Se construye, desde esta perspectiva, el cuerpo de la Manuela como una proyección del erotismo y no como una construcción basada en las estructuras fisiológicas que definen y diferencian, comúnmente, lo masculino de lo femenino.

[…] en primer lugar el cuerpo en sí, en su realidad biológica: es el que construye la diferencia entre los sexos biológicos de acuerdo con los principios de una visión mítica del mundo arraigada en la relación arbitraria de de dominación de los hombres sobre las mujeres. (Bourdieu, 2000: 24)

El devenir interactúa con los cuerpos marginados: mujeres, homosexuales, travestis, entre otros. Pero no se “deviene hombre”; porque el rol de dominación y poder que éstos ejercen sobre los cuerpos, culturalmente aceptados, no les permite situarse al margen. Al sujeto masculino heterosexual le está prohibido el “entre”, el cuestionamiento de su poder; no debe dudar de su condición de macho, de padre de familia, de dominador.

La Manuela, en cambio, está permanentemente experimentando su alteridad, escenificando su diferencia, renunciando a su masculinidad, a su paternidad, a ser hombre. Niega la utilidad y el poder que su pene pudiera darle en una sociedad dominada por el falo.

—¡Qué burro!
—Mira que está bien armado…
—Psstt, si éste no parece maricón.
—Que no te vean las mujeres, que se van a enamorar.
La manuela, tiritando, contestó con una carcajada…
—Si este aparato no me sirve nada más que para hacer pipí. (Donoso, 2005: 78)

Se construye un modo alternativo, disidente de ser, de vivir su identidad, su sexualidad; lanzándose “a la deriva por los bordes del patrón de comportamiento convencional” (Perlongher, 1997: 68), poniendo en jaque la jerarquía impuesta socialmente al cuerpo masculino. Su gran pene la hace digna de la admiración de los hombres, le confiere características de una masculinidad hegemónica que ella, mediante una carcajada y la aclaración de la única función de éste, niega.

Su hija la Japonesita, también le pide a su padre que actúe como macho ante la inminente visita de Pancho Vega.

La manuela tiró las horquillas al suelo. Ya estaba bueno. ¿Para qué seguía haciéndose tonta? ¿Quería que ella, la Manuela, se enfrentara a un machote como Pancho Vega? Que se diera cuenta de una vez por todas y que no siguiera contándose el cuento… sabes muy bien que soy loca perdida, nunca nadie trató de ocultártelo. Y tú pidiéndome que te proteja […] (Donoso, 2005: 48)

Este vivir en el devenir de la Manuela, negación del poder que le otorga el ser macho, y la construcción de la “loca” como una forma de ser homosexual, nos interroga a lo largo de la novela sobre el rol de los sujetos masculinos en la narración. A pesar de la ausencia de personajes femeninos dominantes, tampoco los sujetos masculinos se dejan ver en pureza: Manuela es un travesti; Pancho Vega un “macho” que enmascara su homosexualidad y don Alejo representa la masculinidad hegemónica decadente, tratando de mantener su dominio y poder en la figura de sus perros, pero frente a una inminente muerte.

3. La dominación masculina: don Alejo Cruz, el dios infernal
El travestismo identitario de la protagonista, despierta el placer sexual de los hombres que asisten al burdel. La capacidad de incitar el deseo erótico en el otro es lo que vuelve a la Manuela un sujeto sacrificable, ya que desarticula el patrón hegemónico del placer heterosexual y, por lo tanto, del poder y la dominación masculina; a través de su violencia erótica, la que será mitigada con otro acto de violencia. Desde esta perspectiva, la Manuela sería un Homo sacer moderno según la teoría de Giorgio Agamben, ya que su cuerpo es aquel que “cualquiera podría matar impunemente” (2003:94). Cuerpo impuro y sagrado al mismo tiempo. No puede ser muerto bajo las formas sacrificiales del rito, puesto que es un cuerpo sagrado y:

[…] está ya en posesión de los dioses y es originariamente y de manera particular posesión de los dioses y de manera particular posesión de los dioses infernales. (Agamben, 2003:94)

El dios protector de la Manuela, el dios infernal que sacraliza la imagen de este cuerpo travestido es don Alejo Cruz.

—Ah. Se me olvidaba decirte. Me contaron que andas hablando de la Manuela por ahí, que se la tienes jurada o qué se yo qué. Que no sepa yo que te has ido a meter donde la Japonesita a molestar a esa gente, es gente buena. Ya sabes. (Donoso, 2005: 40)

La imagen de don Alejo Cruz, como dios del pueblo es una figura ambivalente. Es el dios creador y el dios destructor de El Olivo. Mantiene viva la ilusión en la gente de que llegará la luz eléctrica al pueblo. Él es el retrato de la masculina hegemónica y del poder.

[…] pero su hegemonía se irá resquebrajando, por ello aparece siempre rodeado de sus cuatro perros negros. De esta forma se asegura el respeto y a la vez mantiene su “aura divina” pues pone en los canes la brutalidad de la amenaza para quien se atreva a contradecirlo. (Morcillo, s/a)

Don Alejo y el poder que representa junto a sus cuatro perros negros: Negus, Sultán, Moro y Otelo, naturaliza la violencia que ejerce sobre los cuerpos de El Olivo: violencia simbólica.

La violencia simbólica se instituye a través de la adhesión que el dominado se siente obligado a conceder al dominador (por consiguiente, a la dominación) cuando no dispone, para imaginarla o para imaginarse a sí mismo o, mejor dicho, para imaginar la relación que tiene con él, de otro instrumento de conocimiento que aquel que comparte con el dominador y que, al no ser más que la forma asimilada de la relación de dominación, hacen que esa relación parezca natural ((Bourdieu, 2000: 24)

Así aceptan con naturalidad las órdenes impuestas por don Alejo. La promesa de la luz eléctrica, así como antes creyeron en que la carretera longitudinal pasaría por el pueblo.

Don Alejo es la imagen del gran patriarca, posible padre de todos en el pueblo. El auge de su carrera política significo el auge del pueblo, el fin de su carrera y la inminente muerte es el fin de El Olivo. Así lo entiende la Manuela:

—¿Por qué no le hacemos caso a don Alejo?

Lo dijo porque de pronto vio claro que don Alejo, tal como había creado este pueblo, tenía ahora otros designios y para llevarlos a cabo necesitaba eliminar la estación El olivo. (Donoso, 2005: 58)

La Manuela percibe los intereses de don Alejo, por ello insta a la Japonesita vender la casa e irse a Talca. Pero cuestiona en silencio. Su voz es un apoyo a don Alejo, su silencio, aquello que dice sin decir: un cuestionamiento.

El otro que cuestiona la dominación de don Alejo es Pancho Vega: “este pueblo que don alejo va a echar abajo y que va a arar, rodeado de las viñas que van a tragárselo”. (Donoso, 2005: 117)

Este cuestionamiento al poder hegemónico de don Alejo lo despierta su cuñado. Octavio es el único que no teme a don Alejo, justifica este actuar el no ser natural de El Olivo. Discute la supremacía y los intereses del señor del pueblo, como nadie lo hace, ya que Pancho solo reproduce el discurso que escucha de su cuñado. Y la Manuela dice sin pronunciar palabra.

—No me dejaste decirle en su cara que es un fresco.
—Si es buena gente el futre.

Pero fresco. Octavio se lo había venido contando cuando venían al pueblo […]. Que no fuera idiota, que el viejo jamás se había preocupado de la electricidad del pueblo, que era puro cuento, […]. Las veces que había ido a hablar con el Intendente el asunto era para distraerlo, para que no electrificara el pueblo, yo se lo digo porque sé, porque el chofer del intendente es amigo mío y me contó, no sea leso compadre. Claro. Piénselo. (Donoso, 2005: 95-96)

Ahora que Pancho no le debe dinero a don Alejo y nada lo ata a El Olivo, ni a las órdenes de este dios protector y destructor, no volverá al pueblo pero antes, debe arreglar cuentas con la Manuela.

4. Los devenires del hombre: Pancho Vega y el enmascaramiento de su identidad
Aun cuando no se “deviene hombre”, existen “devenires del hombre”. Así lo refleja esta performance de Pacho. La feminización de su cuerpo, el acopamiento de su masculinidad frente a un “otro” superior lo deviene en un “otro” minoritario. Esto se lee a través de las relaciones de poder implicadas en su trato con don Alejo.

Como hombre es parte de la mayoría y no podría devenir en una minoría, al menos que reconociera su homosexualidad, situación que nunca ocurre. Por el contrario mancha de sangre sus puños para purificar su condición masculina heterosexual y hegemónica.

El despliegue de significaciones que interroguen y cuestionen la construcción binaria de la sexualidad es permanente en El lugar sin límites. Pancho vega, el prototipo del “macho” campesino, es un personaje que a lo largo de la novela busca la reconciliación con la masculinidad hegemónica, puesta en disputa, incluso, antes de su atracción por la Manuela: desde sus juegos de infancia con la Moniquita, la hija de don Alejo.

[…] marica, marica, jugando a las muñecas como las mujeres y no quiero volver nunca más pero me obligan porque me dan de comer y me visten y yo prefiero pasar hambre y espío desde el cerco de ligustros porque quisiera ir de nuevo pero no quiero que me digan […] marica , marica por lo de las muñecas. (Donoso, 2005: 93)

Aunque Pancho Vega es un “machote”, como lo caracteriza la Manuela, también representa a un sujeto subordinado ante el poder masculino hegemónico. Este subordinación feminiza su cuerpo.

Por un lado, cuando niño, está el deseo de jugar con las muñecas de la Moniquita, pero la mirada incisiva de los “otros pequeños machos” cuestionando su deseo, acusándolo de marica lo reprime. Él desea ser parte del juego, mas se conforma con solo espiar, con mirar escondido entre los ligustros.

Por otro lado, de adulto, el placer que despierta en él la Manuela también se ve reprimido. Adulto, macho, casado, padre de familia, se ve obligado a disfrazar entre risas y e ironías su deseo.

—Sí, pero yo no estoy enamorado de ella…
La señorita lila lo miró turbada.
—¿De quién, entonces?
—De la Manuela, pues…
Todos se rieron, hasta ella.
—Hombres cochinos, degenerados. Vergüenza debía darles.
—Es que es tan preciosa… (Donoso, 2005: 33)

La construcción de una masculinidad “otra” es enmascarada por Pancho Vega. La violencia y el poder, prácticas normativas de la masculinidad heterosexual hegemónica son un elemento de equilibrio identitario para este sujeto.

El cuerpo travestido de la Manuela, despierta un deseo violento en Pancho Vega. Se acerca a ella para besarla, pero enmascara este deseo entre risas y apelativos que refieren a la condición sexual de la Manuela: loca, maricón. Ironiza con la feminidad grotesca de la Manuela, para contener el deseo sexual que despierta en él este cuerpo.

Con el talle quebrado, un brazo en alto, chasqueando los dedos, circuló en el espacio vacío del centro, perseguida por su cola colorada hecha jirones y salpicada de barro. Aplaudiendo, Pancho se acercó para tratar de besarla y abrazarla riéndose a carcajadas de esta loca patuleca, de este maricón arrugado como una pasa, gritando que sí, mi alma, que ahora sí que iba a comenzar la fiesta de veras… (Donoso, 2005: 119)

Deseo que también despierta el cuerpo masculino de su cuñado. Ante la ausencia de su mujer e hija, personajes que no participan activamente de la narración, que no viven en El Olivo, quien siempre acompaña a Pancho Vega es el hermano de su mujer: Octavio.

—Compadre.
—¿Qué le pasa?
No supo que decir. Era solo para oír su voz.

Pancho proyecta en Octavio el prototipo del “macho”, la relación con su cuñado linda entre el deseo y la admiración. Lo respeta por la relación que tiene con su mujer, por su situación económica. El propio Pancho dice: “Octavio era un gran hombre, gran, gran. Era una suerte haberse casado con su hermana. Uno sentía las espaldas cubiertas” (Donoso, 2005: 97)

La violencia ejercida sobre la Manuela, por parte de Pancho vega y su cuñado Octavio. Es un mecanismo de expiación, un acto de purificación de la masculinidad hegemónica del victimario, con la finalidad de invalidad el deseo homoerótico que produce en él el cuerpo travesti de su víctima.

Ya saldó cuentas con don Alejo. Le canceló la deuda. La superioridad del dueño del fundo frente a él, feminiza su cuerpo y no le permite ejercer un acto violento. Se vuelve un macho pasivo frente al macho activo.

Sin embargo, también tiene que saldar cuentas con la Manuela. Y en este acto el macho será él.

5. Violencia y erotismo: el sacrificio de la Manuela
El placer erotizado de los personajes es castigado, deviene en violencia que es ejercida sobre el cuerpo de quien ha negado su masculinidad hegemónica, para construir una masculinidad “otra”. Aun cuando Pancho oculta una homosexualidad reprimida, es su figura de macho frente a los ojos del mundo la que lo protege de ser castigado. La visión binaria de la sexualidad, donde él es el hombre dominante, salvaguarda su integridad.

Esta imagen solo es puesta en duda por los niños, cuando él jugaba con las muñecas de la Moniquita, y al final de la narración, cuando su cuñado lo interpela:

—Ya pues compadre, no sea maricón usted también…
Pancho soltó a la Manuela.
—Si no hice nada…
—No me venga con cuestiones, yo lo vi…
Pancho tuvo miedo.
—Qué me voy a dejar besar por este maricón asqueroso, está loco, compadre, que me voy a dejar hacer una cosa así. (Donoso, 2005:124)

Este último acto de negación de Pancho y el acto de violencia, la muerte de la Manuela, le aseguran el enmascaramiento total de su sexualidad. Paga la deuda a don Alejo, muerta la Manuela, puede vivir fuera de El Olivo escapar definitivamente de la inminente destrucción del pueblo, escapar de los deseos erotizados que en él despierta la Manuela.

Pero en medio de la violencia final el acto erótico más sublime:

[…] los cuerpos calientes retorciéndose sobre la Manuela que ya no podía ni gritar, los cuerpos pesados, rígidos, los tres en una sola masa viscosa como un animal fantástico de tres cabezas y múltiples extremidades […]quien es el culpable, castigándolo, castigándola, castigándose deleitados hasta en el fondo de la confusión dolorosa […] bocas calientes, manos calientes, cuerpos babientos y duros hirviendo el suyo y que ríen y que se insultan (Donoso, 2005: 126-127)

La erotización del sacrificio de la Manuela, espacio donde los cuerpos carecen de las imposiciones sociales. Se han vuelto los tres una sola masa viscosa, un animal fantástico de tres cabezas. Sus cuerpos dan calor, se endurecen, ríen e insultan para mitigar el deseo y el placer. La violencia y el erotismo se funden en uno. La pasión la da la muerte de la Manuela y su cuerpo hirviendo.

El sacrificio de la Manuela cumple entonces un doble rol. Primero permite a Pancho enmascarar definitivamente su homosexualidad frente al mundo y particularmente frente a Octavio que es quien lo cuestiona, es este un acto de expiación de purificación de su sexualidad contaminada.

Segundo, es un acto que lo asemeja a la imagen hegemónica de don Alejo Cruz. Una vez cancelada la deuda económica no es preciso hacer caso a las advertencias de no acercarse a la Manuela o a la Japonesita.

 

6. Bibliografía
Agamben, G. (2003). Homo sacer. El poder soberano y la nuda vida. Valencia: Pretextos.
Bourdieu, P. (2000). La dominación masculina. Barcelona: Anagrama.
Donoso, J. (2005). El lugar sin límites. Santiago: Alfaguara.
Kulawik, K. (2009). Travestismo lingüístico. El enmascaramiento de la identidad sexual en la narrativa latinoamericana neobarroca. Madrid: Iberoamericana/ Vervuert.
Morcillo, S. (s/a). Despliegues de violencia y formas de territorialización de las sexualidades. Artículo disponible en:
http://www.perio.unlp.edu.ar/ojs/index.php/question/article/viewArticle/899
Nátar, M. (2007). José Donoso: entre la Esfinge y la Quimera. Santiago: Cuarto Propio.
Perlongher, N. (1997). Prosa Plebeya. Buenos Aires: Ediciones Colihue.
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