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REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
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Notas sobre la recepción de textos poéticos chilenos en un país de acogida.

por Jorge Etcheverry
Artículo publicado el 06/03/2007

En este trabajo me propongo apuntar hacia algunas instancias de la recepción por parte de la crítica canadiense en idioma inglés de los trabajos de literatura chilena producida en Canadá, publicados por las editoriales Cordillera y Split/Quotation.  Si hemos delimitado el corpus de trabajos publicados a estas editoriales es porque las dos ofrecen una continuidad de publicación de obras de literatura exilada chilena, por parte de editores y autores también chilenos y exilados. Esta tarea se inicia desde fines de los 70 con Ediciones Cordillera, en ese entonces la única editorial chilena de exilados que publica y difunde la obra en inglés de los primeros autores chilenos exilados en Canadá, y en cuyo trabajo se advierte lo que Leandro Urbina, uno de los fundadores y actual editor de Cordillera, llama “la primera mirada” sobre el nuevo espacio de Canadá.

Las circunstancias generales que provocaron el exilio chileno a otras partes del mundo se vieron matizadas en el caso canadiense con la alianza de jóvenes escritores sancionados, o en vías de serlo, por el mainstream de la izquierda chilena y los poetas de la Escuela de Santiago, también izquierdistas pero disidentes respecto a la institución literaria del país, todos escritores políticamente activos de una manera u otra en Canadá en solidaridad y que contaron con el apoyo de la comunidad exilada chilena, que veía en la cultura una manera de expresar solidaridad, difundir la situación en Chile y mantener la cohesión de la comunidad.

Esto tuvo como resultado en primera instancia Ediciones Cordillera, en Ottawa, con un consejo editorial formado básicamente por escritores que eran delegados de sus partidos en la editorial, y cuyas primeras publicaciones fueron financiadas por una combinación de actividad comunitaria solidaria (peñas), los sueldos de los profesores de la Escuela Chilena de Ottawa de ese entonces, financiada por un organismo gubernamental, y fondos gubernamentales obtenidos por el intermedio del Latin American Children’s Fund, organismo de solidaridad básicamente con América Central.

Otro resultado de estas circunstancias particulares fue la peculiar mezcla de “surrealismo y política”, que marcó sus primeras publicaciones bilingües en español e inglés, que habría de dejar cierta huella en la literatura chilena exilada en Canadá y que fue percibida por el comentario crítico inicial canadiense:

“…most are political refugees…Their sophisticated poetry, which draws on both European and Chilean traditions of surrealism, is both political and personal”.

Canadian Encyclopedia, second edition, volume II, p. 728.

A lo anterior habría quizás que agregar como un factor una cierta libertad, por llamarla de alguna manera, de que gozó el exilio literario chileno en Canadá respecto a las instancias de la institución metafórico-compensatoria del poder perdido que constituyó el exilio literario y cultural chileno, con una política cultural populista y de la simpleza implícitas, y con sus roles ya asignados. De manera distinta a Francia, Estados Unidos, México o España por ejemplo, Canadá no fue un lugar elegido por las elites culturales chilena para su exilio, debido a su falta de relieve mundial como centro cultural.  Se crea así en el país una atmósfera de ‘chipe libre’ ayudada por las facilidades materiales relativas de publicación, la ausencia de un centro normativo o sancionador operando en la comunidad cultural chilena y la ausencia o indeterminación de una estimativa de la sociedad canadiense respecto a este nuevo fenómeno que representaba la irrupción de una oleada de escritores chilenos. Estos aparecían como portadores de un discurso que era, y podemos suponer que es, percibido como polivalente y contradictorio, difícil:

“These pieces, and the wide variety of styles and approaches in the others–from filmic metafiction to estream/of consciousnesss to magic realism to marriages of parody and parable-make this collection more of a schizophrenic sampler.. “

Paragraph 27-28 fall 1994. Kevin Connolly, comentando Northern Cronopios, mi antología de prosistas chilenos en Canadá, de 1992.

En ese sentido, la crítica canadiense ha ido ejerciendo con el correr de los años una instancia del esfuerzo de lo que podríamos denominar la normalización de la literatura chilena producida en Canadá, proceso por el que suponemos atraviesa toda literatura transplantada a un cuerpo social anfitrión preexistente, y que de alguna manera envuelve la incrustación de un mini mercado literario en el mercado literario global de la sociedad anfitriona. Este proceso de normalización es efectuado generalmente a través de instancias intermediarias; cierta actividad editorial y crítica especializada o semiespecializada, organismos o programas de financiamiento que posibilitan la publicación y difusión de los textos que más posiblemente parezcan ajustarse a los parámetros sugeridos o impuestos por las instancias institucionales de la sociedad anfitriona.  Lo que obliga a los receptores potenciales de fondos o difusión a, (dicho entre paréntesis) adoptar estrategias variadas de encubrimiento y simulación, a la vez que hace a otros hipertrofiar las demandas explícitas o implícitas que perciben como viniendo de la sociedad de ‘corriente principal’, expectativas que por supuesto se manifiestan en la crítica.  En algunos casos, y frente a la presencia, por ejemplo, del componente del exilio, el autor o el medio entrevistador tenderá a acentuar en diversa medida los rasgos pertinentes:

“Urbina’s father and two brothers were arrested in the coup and imprisoned for three months”

Escribía Paul Luke en una de las primeras entrevistas en la prensa y concordantemente con la combinación mencionada anteriormente de expectativas surrealistas/políticas, calificaba al autor del presente trabajo como teniendo:

“dark, cadaverous features and a black teeshirt hanging from his emaciated body, Jorge Etcheverry looks every inch an other-wordly bard”

(The Ottawa Citizen, Monday, August 17, 1981)

Si bien la literatura nacional más conocida de un país (En el caso chileno Neruda, Isabel Allende, Bolaño, la Mistral, un poco menos Huidobro, y Parra y Donoso) siempre será más o menos conocida en los ambientes culturales de un país desarrollado o alfabetizado, no pasará lo mismo con la literatura hecha por el elemento transplantado proveniente de ese un país, y que tiende a convertirse en una comunidad residente.  Proyecta una imagen distinta: estos autores nuevos, los chilenos trasplantados, por una parte despiertan escaso interés, ya que son marginales o absolutamente desconocidos en la literatura canadiense, y además  no forman parte del conjunto de autores extranjeros, de otros idiomas y otras culturas, cuyos nombres conoce el ciudadano culto. No aparecen en la lista de los autores conocidos.  Pero por otro lado están presentes aquí, instalándose y acampando a las puertas de la literatura nacional, como el peregrino de Ante la ley de Kafka. La entrada dependerá en última instancia de la sanción de la cultura hegemónica, que pasará a aprobar el producto de acuerdo a sus propias tensiones y resoluciones internas, a sus propios parámetros.

En un comienzo, esta literatura chilena made in Canada, que consistió en general en los primeros libros publicados en inglés, aparece primordialmente como una literatura exiliada y no como literatura inmigrante o étnica inserta en el marco multicultural, como quedaba de manifiesto en la nota de la enciclopedia canadiense. Esta literatura parecía preocupada sólo secundariamente con las circunstancias del entorno “the émigres also address Canadian experience”.  Fijémonos en el also, que indica la percepción por el comentario crítico canadiense del carácter secundario de los así llamados “experiencia canadiense” y/o “contenido canadiense” para estos escritores.

Esta percepción del entorno inmediato debe esperarse de parte de escritores transplantados por el exilio, lo que quizás los diferencie de las literaturas propiamente inmigrantes, si es que cabe la distinción, empeñadas en un proceso de aculturación, la contraposición de espacios y el ajuste de una identidad fracturada por ese trasplante muchas veces difícil pero en última instancia voluntario. En estos escritores exilados, se produce más bien un “no querer mirar, mirar sin mirar que se cuenta entre los elementos más interesantes de la poesía que se produce a partir del encuentro primero”, según Urbina, ya que incluso de las actividades culturales de este grupo inicial, continúa la cita, “Podría decirse que era…el principio de un proceso de integración por inercia que no mucho antes parecía improbable, pues todos consideraban la residencia en Canadá estrictamente provisoria, un lapso de espera antes de volver a Chile”.

Podría afirmarse que quizás la recepción del vanguardismo en los escritores exilados chilenos haya sido preparada en parte en ciertos medios críticos por el surrealismo más puro y lúdico, quizás más inofensivo de Ludwig Zeller, por entonces figura reconocida en algunos medios literarios canadienses.  Pero el componente principal de esta percepción era el antecedente de la vanguardia europea, cuya recepción es ambivalente, ya que puede ser sinónimo de sofisticación y complejidad, características vistas como negativas frente a la comunicación directa, relación dedouble binding arraigada en literaturas de América y muy especialmente de Norteamérica frente a lo “continental”.  En momentos en que la literatura canadiense se debatía en una suerte de complejo de inferioridad, la percibida complejidad de esos textos noveles tuvo una recepción ambivalente. Hubo elementos de mirada autocrítica de parte de cierto comentario crítico canadiense actualmente: “Are our writers mediocre? ” se preguntaba hace ya bastantes años el crítico George Jonas, en un artículo de The Citizen,, periódico de Ottawa, la capital de Canadá, refiriéndose a Phillip Marchand y su afirmación de que “nadie familiarizado con los clásicos de la literatura mundial puede dejar de reconocer que los iconos canadienses como la Atwood, o digamos Margaret Lawrence o Robertson Davies “are, when all is said, minor writers”.

Se puede decir que la complejidad es y continúa siendo percibida como negativa y se enaltece el valor de la simplicidad o la comunicabilidad, siendo repudiables las complicaciones metatextuales o autorreferenciales en tanto constituyen:

“…verbal trickery and neurotic exotica seemingly unrelated to anything but itself”
Patrick White, The Citizen, Sunday July 30, 1995

Sin embargo, la primera entrada del elemento así llamado ‘surrealista’, siguió proporcionando claves para la crítica de la poesía chileno canadiense:

“Chilean poetry’s frequent prosaic quality, particularly suited to surrealistic, magical, narrative or anthropomorphic material, leaves an effect of loneliness, withdrawal from the real world, escape into fantasy that may or may not be comforting”.
Chilean poets go beyond the coup, Sylvia Adams, The Ottawa Citizen, Sunday June 30, 1996

Esa crítica a veces se tiñe con un escándalo tácito, como en la nota sobre The History Teacher In Ecstasy, de Luis Lama, titulada Surrealism suffused with erotic, manic del conocido crítico Robert Colombo, o Chilean avant garde poems laced with bravado, sex,  título de una nota sobre otro libro del autor, pero frente a ciertos textos se hermana con una mirada crítica que aprecia que en la disrupción ‘surrealista’ se puede encontrar también la vitalidad:

“Ideas and images contend on a gargantuan scale, a tumbling maelstrom or creative conflict…This book is on fire…Surrealistic juxtaposition is injected into an sf framework”
Zimergy n. 8 Autum 1990, Steve Lehman , también comentando a Luis Lama.

Así podemos ver que se va dibujando el tema de la vitalidad vs. la forma. Pero al hacerlas entrechocar y desordenarlas el texto ‘vanguardista’  también se instaura como vitalidad, proclamando a su vez su validez junto a la comunicación directa y la simpleza, que en la percepción general se une indisolublemente a un contenidismo. Se puede afirmar en la crítica canadiense de estos autores ‘foráneos’ la presencia de elementos valorizados como de un polo positivo: el compromiso político/simplicidad en la comunicación/exotismo/etnicidad/potencia vital/valores humanos/tópico del buen salvaje, indicadores de las asunciones de la sociedad de algo que perciben como polo ausente y originario, en tanto sociedad urbana ‘desarrollada’. La presencia plena y evidente de estos elementos  en los textos chilenos transplantados les daría el visto bueno, una aceptación parcial por parte de la cultura anfitriona. Pero estos componentes no parecen encontrarse o encarnarse en estos anfibológicos textos.  La difusión de los autores latinoamericano- canadienses en el medio cultural predominante se hará a condición de que ciertos parámetros sean respetados: el predominio del contenido y comunicación directa (entendiendo por esto la mayor ausencia posible de mediaciones y distanciamiento), y la tematización de la historia no resuelta del proceso de aculturación, que no puede concluir, ya que siempre existirá la necesidad de volver a representar las temáticas del tránsito de los espacios, la aculturación y la adquisición de una nueva identidad que negocie de manera aceptable la existencia de una colectividad recién llegada.  Identidad que por fuerza tiene que plantearse ‘cosificada’ en la lengua y las tradición del diario vivir (comida, vestimenta, rituales, música etc.), y que en términos esenciales hace retroceder al trasfondo la problemática de la estructura de poder, sustituyéndola por el de la representación del grupo de que se trata y por la obtención de un espacio al interior de las estructuras existentes. Elementos que pensamos están pasando a sustituir, desde la dimensión migratoria,  el proyecto todavía modernista de la literatura chilena exilada, basado en el reconocimiento de luchas de clases y relaciones de dependencia, y que tendía como ideal a definir la identidad más bien en términos de roles funcionales.

Para concluir habría que afirmar que siempre en este contexto canadiense, o quizás a nivel global en sociedades similares, habrá una necesidad de reinventar estas temáticas con cada nueva oleada de comunidades inmigrantes/refugiadas que llegan con sus escritores, que tienen que testimoniar nuevamente esta situación, proponiendo a la sociedad canadiense, desarrollada y multilingüe, el desafío de otra tarea de normalización.

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