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REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
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Al correr de la pluma. La escritura de Herman Melville

por Adolfo Pardo
Artículo publicado el 26/12/2004


Mi pequeña colleción de libros de Herman Melville.

 

La hipótesis es que Herman Melville debió corregir muy poco. Si tomamos en cuenta el volumen de su obra y el breve período en que la escribió sencillamente no pudo tener tiempo para corregir demasiado. Salvo sus últimos textos –Battle Pieces, Clarel, John Marr an other sailor y Billy Bud– el grueso de su trabajo lo realizó en un período de sólo once años. Que no es mucho considerando el número y extensión de sus libros.

Hace un par de años encontré al interior de un volumen de Taipi —el primer libro de Melville, edición publicada en Chile por Zig-Zag, en 1968— un listado con su bibliografía, escrito a mano, muchísimo tiempo atrás, con mi propia letra. En alguna parte debí hallar esa preciosa información cuando por los ochenta vivía del entusiasmo por la literatura y deliraba con Melville, al punto de que leí y releí Moby Dick una y otra vez, durante unos cinco años seguidos. Cerraba la última página y volvía a comenzar. Su lectura me parecía fascinante. Y estaba maravillado con la ballena. No sólo la mítica de Melville, sino la de carne y hueso y su relación con el problema ecológico. Siempre andaba a la búsqueda de alguna imagen: la cola de la ballena por sobre el agua. Recién comenzaba la década de 1980 y por la televisión, al menos en Santiago de Chile, no era habitual, como ahora, ver documentales sobre la vida animal. Y era difícil encontrar un mísera fotografía. La internet aun no asomaba ni en la imaginación. Por lo menos en la nuestra, seguramente en el Pentágono ya estaban tramando algo por el estilo «para controlar el universo».

Pero vayamos a mi hipótesis. Lo que yo sostengo es que Melville debió escribir «al correr de la pluma», como decían antiguamente, y para poner a prueba mi teoría me propongo reproducir la lista que yo encontrara y transcribiera en mi juventud, agregando algunos comentarios cuando corresponda. Veamos entonces:

1846, publica Taipi. El primer libro. Tengo aquí a la mano el volumen. Suma 380 páginas, en una letra cuerpo nueve o inferior.

1847, publica Omoo. También lo tengo sobre mi escritorio. Ambientado igual que el anterior en las Islas Marquesas, es un libro de 456 páginas, en letra minúscula. Esta es una edición de Flamarion, en Francés, editado en Paris en 1990. Incluye un largo prólogo sin firma de más de 40 páginas y una introducción del autor de una carilla.

1849, publica Mardí. Mismo tema que los dos anteriores: los caníbales de los mares del sur. No lo tengo en mi poder actualmente y no estoy seguro de haberlo tenido alguna vez. Pero ese libro cierra la trilogía que forma con Taipi y Omoo y debería tener más o menos la misma extensión. Estos tres primeros libros, inspirados en sus viajes a bordo de un ballenero por el Pacífico, fueron los que dieron celebridad a Melville, para después caer hasta el día de su muerte en el olvido.

1849, publica Redburn, basado en su primer viaje por mar, que entiendo lo llevó a Inglaterra. No conozco este libro y en consecuencia no se que extensión pueda tener. Pero conociendo al autor, me extrañaría que fuera un texto breve.

1850, publica White Jacquet, donde relata sus experiencias en el ejército. Tampoco he tenido la suerte de leer este libro.

Hasta aquí cinco libros en cuatro años. Solamente en 1948 no habría publicado. Pero en 1849 publicó dos libros. De manera que durante los años 48, 49 y 50 debió estar muy ocupado como para que estuviera escribiendo un tercer libro. Sin embargo, al año siguiente, en 1851, publicó nada más y nada menos que Moby Dick, libro ampliamente conocido, que tiene alrededor de 700 páginas en una letra minúscula. Me refiero, por supuesto, a las ediciones completas, puesto que hay muchas versiones resumidas para adolescentes y niños.

La única edición que yo poseo, publicada por Bruguera en 1970, en Barcelona, en realidad tiene exactamente 784 páginas, incluido un prólogo de Julio C. Acerete, que tiene 27. El libro está impreso en papel imprenta con una letra tan pequeña que me es imposible leerlo sin lentes de aumento. Y no tengo tan mala vista.

Huelga decir que esta sola obra le habría bastado a nuestro autor para alcanzar la justa gloria que obtuvo. Post mortem, por supuesto. He leido que habría sido John Huston, el cineasta, quien lo habría rescatado del olvido cuando en 1956 hiciera su versión cinematográfica de «La Ballena Blanca», protagonizada por Gregory Peck. Película que yo personalmente no aprecio demasiado, aunque según el académico y crítico argentino Jaime Rest (1927-1979) ya en octubre de 1899, Archibald McMechan —en un juicio que todavía resultaba aislado e inusual— puntualizó en un artículo publicado en el Queen’s Quarterly que esta creación era «la mejor historia marítima jamás escrita». La película de Huston la vi en el cine años atrás y la he visto por televisión un par de veces en el curso de mi vida y a mi juicio no alcanza las profundidades del libro.

Según Borges —en un prólogo de una edición de Bartleby, el escribiente, traducida por el mismo y editada por Bruguera en Barcelona en 1980— veinte años después de la muerte de Melville, la undécima edición de la Enciclopedia Británica lo considera un mero cronista de la vida marítima y que Lang y George Saintsbury, en 1912 y en 1914, lo ignoraron en sus historias de la literatura inglesa. Y que después lo vindicaron (típica palabra de Borges) Lawrence de Arabia y D. H. Lawrence, Waldo Frank y Lewis Munford. Y que Raymond Weaver, en 1921, publicó la primera monografía americana: Herman Melville, mariner and mystic, y John Freeman, en 1926, la biografía crítica de Herman Melville.

Pero sigamos con nuestra lista: al año siguiente, en 1852, Melville publica un nuevo libro, titulado Pierre o las ambigüedades, libro que personalmente desconozco. Encuentro la siguiente información en la página web de Alfaguara: «novela psicológica de enorme vivacidad, … es un tratado sobre la verdad y la decepción que conlleva. Asombra no sólo por su fuerza dramática sino también por la maestría de su prosa». Número de páginas, ojo, 552. Se trata de una edición publicada en 2002. En otra página web, «El poder de la palabra» dice: «una oscura exploración alegórica sobre la naturaleza del mal, fue un estrepitoso fracaso. Hoy, sin embargo, esta obra goza de cierta aceptación entre la crítica y el público».

En 1855 Melville publica Israel Potter, una historia romántica, al parecer, que habría corrido la misma suerte de Pierre y Moby Dick. Nunca he visto dicho libro, ni siquiera en la nutrida biblioteca de mi cuñado Hugo Aldunate, que en paz descance. En la página «agapea.com» («librería urgente a domicilio»), ofrecen a la venta este libro por 7,50 €, se trata de una primera edición de marzo de 1997, ISBN: 84-245-0210-8 que tiene 272 páginas. Lo compraría si pudiera.

En 1856 Melville publica The Piazza Tales, traducido al español como Los cuentos de la veranda, que incluyen algunas de sus piezas más conocidas, como «Benito Cereno», «Bartleby» y «Las Encantadas».

Aquí la cosa se me complica, porque a lo largo del tiempo las editoriales han publicado distintos volúmenes que reúnen un cierto número de historias que también pueden encontrarse publicados en forma individual.

Por ejemplo existe y tengo un volumen titulado «Las encantadas» (editado por Seix Barral en Barcelona en 1970) que contiene once de relatos de corte ensayístico, que en este volumen se les llama «notas», todos situados en las ecuatoriales islas Galápagos. Y poseo también un librito publicado en Santiago de Chile por Zig-Zag en 1946, que sólo incluye la historia de Billy Budd. En este ya anticuado volumen, traducido por Agathe F. Greene, a quien no tengo el gusto de conocer ni de nombre, viene un curioso párrafo al reverso de la portadilla que apunto: «Empezó el viernes 16 de noviembre de 1888. La revisión principió el 2 de marzo de 1889. Terminó el 19 de abril de 1891».

Este curioso párrafo me viene como anillo al dedo para probar mi tesis, cual es que Melville debió corregir muy poco, puesto que Billy Budd —al menos de acuerdo a lo que yo he leído— es considerado el texto más elaborado de este autor, el texto en el que habría invertido más tiempo y si este párrafo que acabo de citar es de él o del editor original, quiere decir que Melville empleó menos de dos años en la escritura y revisión de esta obra que, aunque no tiene la extensión de sus libros mayores, tampoco es breve.


Facsímil del párrafo que ocupa la cuarta página de la edición
de Billy Budd, publicada en Santiago de Chile por Zig-Zag en 1946.

 

A propósito, anoche me dediqué a ojear la introducción que hace el nunca bien ponderado Julio C. Acerete en la edición que poseo y citada más arriba de un volumen que incluye Benito Cereno y Billy Budd, de editorial Bruguera, impreso en Barcelona en 1971, donde afirma que este texto es tan perfecto como gratuito porque no agrega nada nuevo respecto de su producción anterior. «… una obra maestra perfectamente inútil, un alarde de exquisitez que no le hacía falta al mundo, una maravillosa demostración de cómo el arte puede llegar a ser algo tan gratuito como bello».

Preocupante comentario. En todo caso yo prefiero no pronunciarme para dejar la tarea a los tantos que han escrito y tratado de explicar la sorprendente creación de Melville y a los muchos que en el futuro seguirán intentando interpretar sus palabras. Por mi parte, prefiero limitarme a reiterar mi devoción por el autor y la admiración que me produce el darme cuenta que, cuando se puso a escribir, trabajó como si su deber fuera advertirnos de algo horrible e inminente, para lo cual disponía de muy poco tiempo, y sin embargo fue capaz de producir como si dispusiera de la eternidad una obra tan admirable que parece inspirada por una inteligencia superior.

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Requerido.

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