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REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
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Alfonso Reyes y Félix Martínez Bonati. El deslinde y La estructura de la obra literaria. Dos teorías literarias pensadas en Latinoamérica

por Sebastián Pineda Buitrago
Artículo publicado el 19/10/2005

Resumen ____________
Este ensayo se acerca a un género nuevo que puede llamarse teoría literaria comparada, en cuanto hablaremos de las afinidades y diferencias de la teoría literaria de Martínez Bonati, «La estructura de la obra literaria» (1960), con la teoría literaria de Alfonso Reyes, «El deslinde» (1944). Alrededor del cuadro comparativo hablaremos también de la importancia y la necesidad de estudiar las teorías literarias y en general el pensamiento hispanomericano.
Preludio I

Neruda ponderó en sus memorias que Chile y México son los países antípodas de América.

«No resto nada a México, el país amado, poniéndolo en lo más lejano a nuestro país oceánico y cereal, sino que elevo sus diferencias, para que nuestra América ostente todas sus capas, sus alturas y sus profundidades. Y no hay en América, ni tal vez en el planeta, país de mayor profundidad humana que México y sus hombres». (Confieso que he vivido, Cap. 7).

Acaso al lector no le resulta forzoso que Reyes represente esa profundidad humana de México; sí, en cambio, que Martínez Bonati refleje algo de lo cereal y oceánico de Chile. Por supuesto que nuestro tema será hablar de teoría literaria; la comparación de los respectivos países de ambos teóricos es sólo una manera de comenzar, que no debe quedarse en alarde estilístico. Acercarnos a la teoría literaria, como en general a toda teoría, conlleva a ciertos niveles de abstracción; éstos pueden tornarse peligrosos si se quedan en la región del aire, en lo meramente conceptual. Convengamos que la importancia de toda teoría radica en su servicio para la práctica. De suerte que si la materia de este ensayo es la teoría literaria, aquí no nos quedaremos tan sólo en el frío plano abstracto sino que lo relacionaremos con los problemas actuales en el campo de los estudios sociales y literarios.

Por fortuna hablaremos de El deslinde. Prolegómenos a la teoría literaria (1944), texto de Alfonso Reyes, y de La estructura de la obra literaria: una investigación del lenguaje y estética (primera edición, 1960; última edición corregida y ampliada, 1983), de Félix Martínez Bonati. Se trata, pues, de dos teorías literarias pensadas en Latinoamérica. Pensadas allí para todo el universo mundo de la literatura. Porque no existen si no como convenciones las literaturas nacionales, o feministas o homosexuales; existe la literatura, y punto. La fortuna de que hablamos reside, como veremos, en que estas teorías literarias vienen vertidas en el molde propio del pensamiento hispanoamericano: el ensayo: forma que huye de la sistematización excesiva, círculo que no se cierra sino que permanece abierto a nuevas precisiones y correcciones. Por esto el pensador hispanoamericano no se abstrae como el filósofo alemán; mora y se impregna del plano social e histórico. Esto, desde los inicios: ¡quién diría que los primeros tratados de teoría literaria en lengua española arrancan en el Siglo de Oro, ese siglo en que la literatura, el pensamiento y las conquistas en América las realiza el pueblo raso español! Advertimos que libros como Philosofía antigua poética (Madrid, 1596), de López Pinciano, se ofrecen al lector de modo flexible, especulativo. (1) La teoría literaria en lengua española, queremos decir, nació al calor del diálogo renacentista, tan cercano al ensayo hispanoamericano de hoy. (2) Sucede con los grandes ensayos lo mismo que dijo Antonio Machado de Don Quijote:

«Sin la asimilación y el dominio de una lengua madura de ciencia y conciencia popular, ni la obra inmortal ni nada equivalente pudo escribirse. De esto que digo estoy completamente seguro. Mucho me temo, sin embargo, que nuestros profesores de Literatura – dicho sea sin ánimo de molestar a ninguno de ellos – os hablen muy de pasada de nuestro folklore, sin insistir o ahondar en el tema, y que pretendan explicaros nuestra literatura como el producto de una actividad exclusivamente erudita». (Machado, Juan de Mairena, 101).

Agrega Machado que no sabe si la solución resulte peor: ¡una cátedra de cultura popular en plena academia! Lo cual echa de ver por qué el pensamiento hispanoamericano no ha calado en los programas académicos ni siquiera de las mismas universidades hispanoamericanas. Típico rasgo de inseguridad cultural – por no decir subdesarrollo – es provocar cierto halo de misterio, tosquedad o indigestión en los signos de la inteligencia original. El ensayo hispanoamericano y por consiguiente las teorías literarias de Reyes y Martínez Bonati pagan el pecado de no haber querido casarse con un lenguaje lo suficientemente técnico. A la postre resultan más comprensibles para quien emprende trabajos propios, de estudiante y en bibliotecas públicas, que para el docto académico toda la vida invadido por volúmenes teóricos que posiblemente ya no le sirven para la práctica. El punto para abordar el ensayo hispanoamericano reside en no sustraerse de lo popular al ingresar a lo erudito – término medio con el que soñó Aristóteles. Hecha esta advertencia posemos a aventurarnos con oxigeno suficiente por las profundidades de la teoría literaria.

Preludio II

Martínez Bonati se refirió en un ensayo reciente («La retirada de la razón», Universidad de Chile, 1999) al vicio contemporáneo de los estudios sociales de equiparar todo, de arrasar con el centro y con las jerarquías. (3) La advertencia de Martínez Bonati va también con él mismo, en cuanto no podemos ponerlo en la misma escala en que tenemos a Alfonso Reyes. Supongamos que el generoso lector sepa o al menos intuya la grandeza de don Alfonso Reyes: nos evitaría así explayarnos acerca de su espléndida obra que llega hasta los veintiséis volúmenes. Desearía, más bien, que le habláramos acerca de Martínez Bonati, a quien apenas ha oído o ha escuchado nombrar de lejos. Es chileno, profesor de literatura en cierta universidad de Nueva York. Llegamos a su teoría literaria recomendados por el libro de Fernández Retamar: Para una teoría de la literatura hispanoamericana (1976). El cubano dice que la teoría del chileno es la más importante del continente. Veremos. Martínez Bonati escribió La estructura de la obra literaria en 1960, y en ediciones posteriores le ha agregado correcciones. La estudiaremos aquí en relación con la de Reyes, El deslinde, que data de 1944. (4) A ésta ya le hemos consagrado un metódico estudio: La musa crítica: teoría y ciencia literaria de Alfonso Reyes. Ahora, en este ensayo, hablaremos de las afinidades y diferencias que el libro de Martínez Bonati tenga con el de Reyes.

Antes, una aclaración de rigor. El deslinde se antecede y se complementa con otros libros referentes a la teoría y ciencia literaria, que se encuentran en otros tomos de las Obras Completas de Reyes. Así, en el tomo XIII La crítica en la edad ateniense(1941) y La antigua retórica (1942); en el tomo XIV La experiencia literaria (1942) yTres puntos sobre exegética literaria (1945) con Páginas adicionales inéditas; y en el tomo XV El deslinde (1944) con inéditos Apuntes sobre la teoría literaria.Generalmente, ingresamos a su mundo teórico a través de su popular libro La experiencia literaria. Suele conseguirse en ediciones de bolsillo. Martínez Bonati sólo cita y parece consultar este libro. Lo cual pone en desventaja nuestro esfuerzo comparativo entre ambas teorías, porque La experiencia literaria es una suerte de abrebocas de El deslinde hecho a partir de ensayos sobre diversos tópicos literarios; son, pues, sucintas nociones sin duda lúcidas pero no lo suficientemente definidas. Con todo, intentemos la comparación.

Afinidades y diferencias

1. Afinidades
Las afinidades comienzan a verse en que ambas teorías literarias se ubican en la actitud pasiva pero creadora – no alteradora – de la crítica. Parten de cierta filosofía fenomenológica, lo cual no quiere decir que repitan los conceptos y métodos de Husserl. Martínez Bonati precisa que la fuente del filosofar no es, naturalmente, la tradición sino el hombre que la crea con los objetos de su asombro; en este caso, los literarios. «La teoría es la transfiguración y redención de un prolongado asombro, y hay que vivir éste para comprender aquélla». (Bonati, 30). Alfonso Reyes, más que fenomenología, llama «fenomenografía» a su estudio del fenómeno literario, mudanza incesante en la que no es dado trazar rayas implacables. La literatura es y no es. Está en un tratado de historia por la bella forma en que éste viene escrito y a la vez no está porque ese tratado de historia se limita a hechos reales y comprobables. Que la teoría surja del asombro – dándole la razón a Aristóteles – significa que no debe alterar el fenómeno de la literatura sino sólo observarlo. Debe surgir, digamos, de la práctica.

Las teorías literarias que se abrevan en la fenomenología o en la fenomenografía – whatever – parten de la experiencia del lector, es decir, de una posición pasiva. Van en busca del fenómeno literario sin pretender alterar el contenido o la forma de la obra. La observación del fenómeno implica fondo-forma. Puede arrojar conclusiones en que coexisten la verdad y la falsedad. Es el fenómeno, el movimiento, no la conclusión o el término del viaje lo que se observa. No hay obras buenas ni malas, ya observó Wilde, sino mal o bien escritas. Se alejan estas teorías basadas en el fenómeno de las formalistas y estructuralistas en cuanto no cifran la literatura en un estado meramente lingüístico. La teoría cifrada en el fenómeno literario se desentiende un poco del plano lingüístico, por cuanto éste exige otro método de conocimiento y de crítica. Reyes y Martínez Bonati ven el texto literario como un ser, como un mundo, ligado, claro, por el lenguaje, pero ese lenguaje no lo estudian desde la lingüística sino desde la combinación poética. El lenguaje literario no es, como lo concebían los formalistas rusos, uno diferente y cerrado a todos los demás. Esto llevaría a pensar que se necesitaría un lenguaje para expresar cada experiencia personal, con fonética e interjecciones unitarias. Así, ¿cuántos serían necesarios para entendernos?

El lenguaje literario, que es discernible de otros, claro está, hay que sacarlo delicadamente del panal del lenguaje en general, del fin eminentemente social y práctico, para darle a otro fin de carácter estético. Al realizar esta operación lo hallaremos ungido y enriquecido de todo lo expresado y comunicado por el ser humano. Porque en el lenguaje literario convive tanto el orden semántico como el orden poético. Éste resulta de la intención estética; aquél, de la intención ficticia. Que en la literatura coexistan el orden semántico (de asuntos) y el orden poético (de lenguaje) significa que hay literatura si se integra la ficción verbal – de asuntos – y la ficción verbal – de lenguaje. Significa que debe haber un apego absoluto entre lo semántico y lo poético. No basta la ficción mental o lo que podríamos llamar inspiración; hace falta la ficción verbal o lo que podríamos llamar estilo. Martínez Bonati se muestra de acuerdo con Reyes en este punto. Hay que estar en guardia para no confundir la provocación con la ejecución artística, o la emoción con la poesía misma. «Hasta los perros sienten la necesidad de aullar a la luna llena, y eso no es poesía (…) El poeta – agrega Reyes – no debe confiarse demasiado en la poesía como estado de alma, y en cambio debe insistir mucho en la poesía como efecto de palabras». («Jacob o de la poesía», La experiencia literaria, 92). La ejecución en palabras es la sangre de la literatura. La literatura sólo opera en palabras. A la teoría le corresponde establecer si éstas son usadas con una intención de ficción.

Tal vez uno de los puntos en que más coinciden Reyes y Martínez Bonati reside en la conclusión de que la literatura halla su razón de ser en sí misma. No depende de especializaciones. Es «la expresión más completa del ser humano». Reyes lo comprueba deslindando la literatura en relación con la historia, la ciencia, la matemática y la teología. Martínez Bonati, en la segunda parte de su teoría, «Estructura de la significación lingüística (las dimensiones semánticas del lenguaje)», demuestra que, en efecto, el lenguaje no sólo sirve para fines prácticos e inmediatos sino también para la subjetividad lógica del hablante. Conceptúa cómo el lenguaje es un órgano de la vida interior del hombre. Mientras que el lenguaje coloquialcomunica, el lenguaje literario expresa. Reyes apenas esbozó el sentido de estos dos verbos. Martínez Bonati llevó más allá el concepto de la facultad expresiva de la literatura. «En general, la representación de un estado interior no expresafundamentalmente al estado representado, sino al acto de reflexionar sobre él y comunicarlo». (93). Establece que, además del signo, también el carácter de lo representado, y el carácter de la apelación intencional, son medios a través de los cuales se expresa la interioridad del hablante. (5)

«Lenguaje y Literatura» se titula la tercera parte de la teoría literaria de Martínez Bonati. Allí concuerda con Reyes en utilizar la ficción verbal cómo una herramienta para distinguir la literatura dentro de la masa general del lenguaje. El fenómeno literario, observa el chileno, es siempre la esencia dada al lector en la lectura estética, en la obra como objeto artístico.

«Literatura es el puro desarrollo de la situación inmanente a la frase. Lo que el autor nos comunica, no es una determinada situación (situación comunicada) a través de signos lingüísticos reales, sino signos lingüísticos imaginarios a través de signos no lingüísticos. Es decir, que el autor no se comunica con nosotros por medio del lenguaje, sino que nos comunica lenguaje. (…) ¿No estamos acaso más cerca de la comprensión del fenómeno humano justamente cuando nos hacemos cargo de la posibilidad del hombre, como poeta, de producir discursos imaginarios y, con ellos, expresarse de un modo diverso del lingüístico, y, sin embargo, actualizando precisamente toda la potencia teórica intuitiva del lenguaje?». (Bonati, 128, 154).

La obra literaria en general puede incitar a la acción y hasta afectar el mundo interno del hombre – que se sostiene por palabras -, pero tal afectación ha de tomarse como goce y reflexión, no como una verdad. No olvidemos que a través de la palabra la literatura logra la más alta y perfecta representación del mundo, sí, pero, como dice Germán Espinosa, «será siempre una representación y nada más; no el mundo». (La aventura del lenguaje, en Ensayos Completos I, 294). Un personaje no es más que una sarta de palabras, dijo R. L. Stevenson. En la obra literaria las asociaciones hombre-caballo, alfombra mágica, gato con botas, no son irrealidades, sino formas de pararealidad, fenómenos paralógicos, que no nacen de una actitud práctica sino emocional, originada en el movimiento de una fuerza poética. Por esto la literatura Alfonso Reyes la define como verdad sospechosa o mentira práctica. Pero el teórico chileno reniega de esta concepción del mexicano.
2. Diferencias
Con su lente teórico Reyes observa que en un rasgo discernible de la literatura con respecto a las demás disciplinas viene de la ficción. ¿Pero qué significa la ficción? Para Reyes equivale a una mentira práctica o verdad sospechosa. Porque nunca puede escapar, según él, a tres cosas: 1) a la verdad filosófica según la cual hay un conjunto de principios generales que organizan y orientan el conocimiento de la realidad, así como el sentido del obrar humano; 2) a la verdad psicológica según la cual el creador expresa las representaciones subjetivas; y 3) al mínimo de suceder real que necesariamente toda operación mental lleva consigo: los datos del mundo empírico. (Véase «Apolo o de la literatura» en EL, y «La vida y la obra» en TPL).

Martínez Bonati reniega, en especial, de que la literatura no pueda escapar de la verdad psicológica, más exactamente, que refleje algo de esa verdad. Crítica que del estilo de un poema se puede sonsacar la biografía del autor, punto en el cual Reyes también dirá lo mismo, sólo que en otro texto que acaso el teórico chileno no consultó lo suficiente. (6) Sostiene que entre el poeta y el discurso poético median distanciamientos de ironía y estilización, de composición, de tradición literaria, distanciamientos que, precisamente, devienen posibilitados en grado mayor por su no ser discurso del poeta. El punto radica en que no se puede evidenciar la biografía de un poeta a partir del análisis de su poema. Sólo otros documentos biográficos pueden darle base científica. Una afirmación biográfica sobre el poema «Lo fatal» de Rubén Darío – pone como ejemplo el teórico chileno – puede ser verdadero o falso, pero si es deducido del texto, es infundido, improcedente.

Más que diferencias en el sentido estricto, lo que encontramos entre La estructura de la obra literaria y El deslinde son puntos mejor desarrollados o más precisados en éste que en aquélla o en aquélla que en éste. Reyes parece a veces quedarse en intuiciones. Seríamos injustos, sin embargo, si pensamos que son meras intuiciones o raptos de inspiración algunas de sus ideas teóricas que Martínez Bonati discute. No. Lo que sucede es que Reyes expone sus ideas en un tono mucho más ensayístico, es decir, en una forma mucho más dada a precisiones y correcciones, abierta a varias interpretaciones. Martínez Bonati cae a menudo en una sistematización excesiva, quiero decir, en citar demasiado a teóricos europeos. Con todo, se aventura a complementar mucho más la interesante teoría de que no existen géneros literarios estratificados como moldes absolutos, sino funciones literarias que se mezclan entre sí, y así puede hablarse de poema en prosa, de novela mezclada con ensayo, de cuento mezclado con drama, etc. Según Martínez Bonati el tema de las funciones literarias Reyes, Emil Staiger y Ortega y Gasset apenas lo esbozaron. (7) Martínez Bonati busca desarrollarlas con más rigor científico. Veamos.

Lo que Reyes explica más o menos así: el drama ejecuta, la novela narra, la poesíaexpresa; Martínez Bonati complementa de esta forma:

1) Modo o función narrativa: lenguaje predominantemente apelativo, por cuanto las frases del drama son sólo frases de agonistas, instrumentos de la interacción, instrumentos de la interacción dramática. Lo narrativo desenvuelve, con tiempo y ocio, un largo discurso relativo a hechos ya pasados, que un público igualmente desocupado se interesa por conocer. Un individuo solitario, «un desocupado lector», del que habla Cervantes en su prólogo a Don Quijote.
2) Modo o función lírica: es soliloquio imaginario; es expresión como reordenación superior del ser íntimo.
3) Modo o función drama: acción imaginaria. A diferencia de lo narrativo y de lo lírico, en el drama no hay un hablante básico único. Los hablantes del drama son discursos que no sólo informan (narrativa) ni expresan (lírica), sino que son persona.

Martínez Bonati desarrolla mejor este tema, según nos dice en las notas de pie de página, en sus otros libros posteriores acerca de la función narrativa. Con todo, el teórico chile concluye relativo a las funciones literarias:

«La literatura es modo de ponerse el hombre, mediante lo imaginario, frente a posibilidades radicales de su ser: conocer lo pasado por relato (épico), actuar en medio de los hombres (drama), y sentirse a sí mismo ser, intuirse como interioridad (lírica)». (Bonati, 181).

El problema de los géneros literarios es tan antiguo como la misma literatura. Lo lírico o el recuerdo, lo épico-narrativo o lo constante, lo dramático o la tensión resultan, pues, tres formas de expresar la vida. Son la existencia expresándose a través de estas diversas maneras de entender y visualizar el mundo. Las funciones literarias de Martínez Bonati, complementadas con las de Reyes y Staiger, obedecen a la vida. Así las funciones formales de la literatura resultan también formas en que fluye la vida.

Envío

Reyes y Martínez Bonati demuestran la posibilidad de discurrir por toda la cultura occidental, pero sin ser reconocidos como tales. El estudio verdadero de la literatura hispanoamericana – síntesis de la occidental – pondrá a prueba todas las teorías literarias. Debemos conservar siempre una posición de permanente independencia. Lo cual no implica desconocimiento sino asimilación. Pues bien, las teorías literarias de Reyes y Martínez Bonati nos sirven para eso.

S. P. B.

NOTAS___________________
1. Tan es así que López Pinciano compuso su tratado en forma de trece epístolas dirigidas a un señor llamado don Gabriel, quien responde a cada una de ellas con otra que es sumario y síntesis de la recibida y, al mismo tiempo, anticipo de la próxima. Precursa el diálogo de Don Quijote, novela en que por cierto también encontraremos fragmentos relativos a la teoría literaria.
2. Molestará esta última afirmación a quien piense que España no tuvo renacimiento. Para quien desee profundizar más en las teorías literarias y tratados retóricos del Siglo de Oro español le recomiendo consultar la tesis de Augusto Hacthoun, Teoría literaria del siglo de oro: los teóricos puros. (Universidad de la Florida, Microfilms, 1978).
3. Deconstruccionismo, posestructuralismo – nombre demasiado técnicos -, lo cierto es que este vicio podemos llamarlo exceso de democracia y neoromanticismo. Agrega Martínez Bonati: «Visto superficialmente, parece tratarse del giro antieurocéntrico, pro-marginal, tercermundista, pro-multicultural, simpatizante con la rebelión de los subalternos y con el fortalecimiento de las minorías étnicas, que ha crecido en la ideología política -bien entendido, en la ideología política europea, occidental- de la segunda mitad del siglo».
4. Reyes se desinteresó, dada la mala recepción de la crítica de su tiempo, por proseguir su teoría literaria, que dejó en prolegómenos y que pensaba ensanchar a cuatro libros. Consúltese Las ideas literarias de Alfonso Reyes (1989) de Alfonso Rangel Guerra.
5. El chileno cita en este apartado a Bertrand Russell: «Language serves three purposes (I) to indicate facts, (2) to express the state of the speaker, (3) to alter the estate of hearer». (Véase Russell, An inquiry into meaning and truth.) Concluye que, en un sentido kantiano de la palabra, toda comunicación es trascendental. Reyes, por su parte, reúne los tres valores del lenguaje literario: 1) gramática: de sintaxis y construcción, y de sentido en los vocablos; 2) fonética: de ritmo en las frases y periodos, y de sonido en las sílabas; 3) estilística: de emoción, de humedad espiritual que la lógica no logra absorber». (Véase «Apolo o de la literatura, La experiencia literaria, 72).
6. Hablo del libro Tres puntos sobre exegética literaria (1945) que no veo en la bibliografía de La estructura de la obra literaria.
7. Lo que no fue tan cierto en el caso de Reyes si consultamos sus inéditos Apuntes para la teoría literaria en el mismo tomo XVI de El deslinde. Alfonso Rangel Guerra, además, tiene al respecto un ensayo inédito titulado «Las teorías de Alfonso Reyes y Emil Staiger sobre los géneros literarios. Afinidades y diferencias», en el cual muestra cómo, con más afinidades que diferencias, el teórico mexicano y el teórico alemán rompen con la idea vetusta impuesta por la preceptiva acerca de géneros herméticos y obstruidos en sí. Ambos formulan que una obra literaria no es pura y solamente lírica, ni dramática, ni narrativa, sino que estas tres funciones residen en toda obra, «y ésta se considerará lírica, por ejemplo, si lo lírico es predominante sobre los otros dos géneros». (Las teorías…, Rangel Guerra, 17). Lo inmediatamente anterior es lo que queremos intentar establecer. Volvamos entonces a aclarar, más específicamente, lo que son las funciones literarias.
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