EN EL MUNDO DE LAS LETRAS, LA PALABRA, LAS IDEAS Y LOS IDEALES
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Bitácora de extravíos. Federico Patán.

por Luis Quintana Tejera
Artículo publicado el 02/04/2005

Federico Patán, destacado escritor nacido en Gijón, Asturias el 16 de septiembre de 1936; naturalizado mexicano, reside en México desde 1939.
Lo que vieron mis ojos fue simultáneo;
lo que transcribiré sucesivo, porque
el lenguaje lo es.
Algo, sin embargo, recogeré.
(Jorge Luis Borges. «El Aleph»)

 

Introducción
Analizar parte de la obra de Federico Patán como lo hemos propuesto en el presente texto representa un verdadero reto que encaramos con profunda reverencia no sólo por tratarse de un creador que viene cumpliendo con su función desde hace ya bastante tiempo, sino también por la manera de llevarlo a cabo con esa exactitud y perfección estética que lo caracteriza.

En primer lugar, quisiéramos referirnos a este autor en el marco de su innegable versatilidad, porque si bien muchos de nosotros lo hemos conocido como crítico dueño de un agudo sentido de la interpretación literaria -publica semanalmente en sábado en suplemento literario-, también es poeta -prolífico y excelente-, novelista y cuentista, además de traductor Él mismo dice cuestionado en torno a cuál de los géneros prefiere:

Se aproxima a la verdad decir que la narrativa, donde se me plantean problemas de creación sumamente interesantes. Pero cuando me viene a la cabeza un poema o un asomo de poema, el proceso de darle escritura me ensimisma tanto como el de la narrativa. Quizás me encuentre menos comprometido con el ensayo, pero esto desde un punto de vista de la composición misma, no de la temática. […] Por otro lado gozo mucho el proceso de escribir. Me fascina como las palabras intentan expresar lo que el cerebro manda. Y digo intentan porque no siempre el producto final iguala esa imagen platónica aislada en la mente. (2)

Entre sus obras destacan, y sólo por mencionar las más aludidas:

1. Antología: Cuento norteamericano del siglo XX (1987).
2. Novela: Último exilio (1986), Puertas antiguas (1989)
3. Poesías: Del oscuro canto (1965); Los caminos del alba (1968);Fuego lleno de semillas (1980); A orillas del silencio (1982); Del tiempo y la soledad (1983); Imágenes (1986); Dos veces el mismo río (1987);El mundo de Abel Caínez (1991); Umbrales (1992).
4. Cuentos: Nena, me llamo Walter (1986); En esta casa (1987);Bitácora de extravíos (1997); Encuentros (2006).

Además, numerosos ensayos críticos que reflejan la aguda perspectiva de análisis de la obra de escritores de diversas procedencias, entre los que sobresalen narradores mexicanos contemporáneos.

En segundo término, aludimos a una característica destacada en la producción de Federico que tiene que ver con el manejo del lenguaje en términos novedosos en donde se advierten diversas influencias. Me ha llamado la atención una capacidad especial que posee el narrador de sus relatos y que tiene que ver con lo que denominaríamos «la simultaneidad del lenguaje», tema que ya anunciamos en el epígrafe que acompaña este ensayo. Según Borges es característica del lenguaje la linealidad mientras reconoce que el carácter paralelo de las ideas es prácticamente imposible. Federico demuestra que sí es posible, y lo analizaremos en el primer cuento -Elena- de Bitácora de extravíos.

Bitácora de extravíos
En tercer lugar, concentraremos la atención crítica en el libro de relatos que da título a este texto. Bitácora de extravíos constituye un referente lleno de implicaciones literarias y accesible -según nuestra opinión al respecto- por el camino que nos trazan dos figuras retóricas: la metonimia (3) y el oxímoron (4).

La metonimia está dada por el término «bitácora» que ocupa el lugar de «cuaderno de bitácora», dado que la bitácora propiamente dicha es una especie de armario, fijo a la cubierta e inmediato al timón, en que se pone la aguja de marear. (5) Relacionado con este término el DRAE incluye precisamente los conceptos «aguja de marear» y «cuaderno de bitácora». La primera es el instrumento para indicar la dirección de una nave -la brújula-, (6) y, la segunda, refiere al libro en que se apunta el rumbo, velocidad, maniobras y demás accidentes de navegación. (7)

Por otro lado, el oxímoron consiste precisamente en dejar establecido -no sé si de manera consciente por parte del narrador- que existe una evidente oposición entre los términos «bitácora» y «extravíos». Sólo el procedimiento metafórico puede explicar que el término «bitácora» asociado con la brújula y la adecuada dirección de algo o de alguien, refiera a la noción de extravío. Es más aún, la intención narrativa consiste en establecer que se ha llevado una cuidadosa anotación de los diferentes momentos vividos por los personajes que al entregarse a sus pasiones o caprichos, de alguna manera se alejan del camino ortodoxo que otros podrían seguir; y este apartamiento no es premeditado, sino que resulta con base en una improvisación que forma parte de la existencia misma del hombre.

Veamos a continuación una serie de referentes conceptuales que, con apoyo en algunos de los cuentos, nos permitirán analizar personajes, intenciones, direcciones narrativas y sugerencias.

«Elena» (8)
Es el primer relato de este volumen en el cual un epígrafe de Christopher Marlowe anuncia la innegable importancia que el narrador le da a los dramaturgos ingleses del renacimiento -aparecerán citas de Shakespeare en los dos cuentos siguientes-, y en donde es posible advertir que en la narración que sigue los elementos dramáticos estarán presentes de una manera magistral integrados a una especial capacidad para narrar-representando.

El narrador es focalizador interno fijo y el relato autodiegético de acuerdo con las categorías de Gérard Genette.(9) Quien cuenta nos involucra con una historia personal de alguien que viaja para cumplir en los hechos con los términos de una apuesta realizada con sus amigos.

El personaje narrador mantiene durante sus respectivas presentaciones en la escena del cuento una constante que tiene que ver con la lectura. Ya desde el comienzo aclara que ha viajado siete horas en autobús de primera clase y que trae con él un buen libro que no lo abandonará en todo el relato.

Los espacios narrativos son varios; a saber: monólogo del viajero interrumpido por algunos diálogos con otros personajes; diálogo con sus amigos en el lugar que ha quedado en el pasado; intertexto de la novela que está leyendo. Los tres elementos se interrelacionan constantemente y el hilo conductor de todos ellos es el joven que cuenta la historia: la del presente con todas las alternativas que desea rescatar; la del pasado con sus amigos que se impone en términos de recuerdo; la del libro que se permite citar cuando algo de lo allí escrito le llama poderosamente su atención.

Ahora bien, el factor lúdico juega un papel muy importante no sólo en este relato, sino también en los otros cuentos. Tanto sea el narrador como sus personajes, todos «juegan» a vivir en un marco en donde paulatinamente van revelando circunstancias y acontecimientos de diferente calibre. Diría que desde los epígrafes aparece esta actitud lúdica, porque a través de ellos o mediante ellos pretende lanzar insinuaciones al lector.

Paralelamente, el motivo del azar nos orilla también al tema del juego, pero desde una perspectiva distinta. Hay dos formas lúdicas: la oculta, y que se desliza implícitamente en el relato para dar cauce y marco a emociones y circunstancias diferentes; la evidente, como aquella que se encarga de revelar ciertos hechos que se relacionarán a la postre con sugerencias y símbolos que el narrador quiere transmitir a su atento lector.

Vayamos por partes. Descubrimos cierto desgano en el personaje quien si bien ha hecho confortablemente este viaje, no desea enfrentar la situación que realmente está viviendo. Tiene como misión encontrar la casa de los Troyes en el fraccionamiento Los Balcones, tomar contacto con ellos y seducir a la joven esposa del señor Troyes.

Hay antecedentes que debemos conocer. Los amigos -Ricardo, Rodrigo y Miguel- han leído junto con el personaje, una noticia en el periódico -intertexto nuevamente- que dio lugar al embuste inmediato y a la confrontación de posiciones diversas ante un mismo tema: una mujer casada con un hombre rico; es la familia de los Troyes. Ricardo anota en otra de sus intervenciones «que la señora Troyes goza fama de muy bella» , a lo cual acota Rodrigo: «anciano el marido y bella la esposa: todo se explica, fue matrimonio de conveniencia para la mujer» (p. 11). Miguel se hace cargo de la defensa y desde un territorio curiosamente romántico salvaguarda la causa del amor y del querer. Los demás lo abuchean y continúan bombardeando con sus argumentos.

Todo esto no son más que hablillas entre amigos quienes han sacado conclusiones excesivamente aceleradas o, por lo menos, no del todo acertadas como lo podremos comprobar en el devenir del relato y, sobre todo, en el final.

En fin, el protagonista tiene como misión intentar seducir a la esposa de Troyes para demostrar de esta manera quién de los amigos era dueño de la razón. Éste se dirige hacia la zona de Los Balcones bajo un cielo ligeramente oscuro.

Leemos en el relato:
Cierto. A menudo mi inclinación a la ironía me trae algún problemilla, nunca de consecuencia, aunque debo aprender a captar las señales de peligro. Y con ello me senté a la sombra de un árbol, el cerrito bastante lejano todavía y las casas hablando ya de familias algo más que ricas. Envidiablemente millonarias, diría yo. Mejor el libro, para distraerme un cuarto de hora mientras descanso: «Allá, en el maligno mundo, al mismo tiempo, vagaba una mujer deshonrada, que había traicionado al rector y abandonado a sus pequeños.» Y sin embargo, al narrador se le notaba el aprecio por esa mujer, por el valor mostrado al huir de una situación que la oprimía. Como si de pronto una casada saliera de este barrio y se perdiera ansiosa de encontrar alguna otra felicidad. «¿Extraviado?» Levanté la mirada: una chica en vaqueros detenida a un par de metros. La vi aparecer cuando me sentaba a leer: surgió de una esquina, caminando con lentitud, a ritmo de paseo. (pp. 12-13).

En el presente pasaje vuelve a funcionar el esquema de la casualidad, porque mientras el personaje se sienta a leer aparece de pronto una mujer vestida con pantalones vaqueros. Pero hay mucho más; comienza el citado texto con una reflexión individual de quien cuenta la historia en cuanto a cómo aprender a captar las denominadas «señales del peligro». La anécdota del libro continúa, aunque para nosotros lectores se nos puede antojar desconectada o, más bien discontinuada, porque no hemos podido tomar contacto con la totalidad de lo narrado en el mundo de papel que el personaje tiene en sus manos, pero igual podemos llegar a ciertas conclusiones relacionadas con la esposa traidora que había abandonado a su esposo.

A su vez, esta mujer que aparece es atractiva según la define el protagonista. En seguida la vuelve su confidente y le empieza a contar que está buscando el fraccionamiento ya mencionado.

Nos detenemos un momento para encontrar en este instante un ejemplo de cómo el narrador maneja la simultaneidad del relato de acuerdo con lo anunciado supra. Obsérvese que está dialogando con la desconocida señora salida de la nada y después de un punto y en seguida dice:

Imagínate, meses en Europa viajando a todo trapo, y en la voz de Ricardo había un filo de envidia. Lo extraño, para mí, era la elección de este pueblo como residencia. El dinero pide la capital, donde hay tanta oportunidad de aprovecharlo bien. Pero claro, viejo el marido querrá el escondite más tranquilo del universo. Pobre esposa: joven, linda y aquí encerrada. [El discurso se vuelve a cortar aquí abruptamente para darle entrada a las palabras de la mujer desconocida, señaladas gráficamente por las comillas). «Y ahora que ya encontró los Balcones, ¿cuál es el siguiente paso?» La pregunta de mi no tan chica chica me regresó al pueblo. (p. 13).

Continuamos inmerso en el mundo complejo que el narrador nos proporciona y seguimos también develando las claves que nos conduzcan a la mejor comprensión del relato. La expresión «me regresó al pueblo» es el único elemento de transición que el narrador tramposamente lo ofrece recién ahora, y mediante el cual está diciéndole al lector que anteriormente había abandonado con su mente este sitio para trasladarse al lugar en donde platicaba con sus camaradas. Agrega además aquello de «no tan chica chica» que será explicado en forma inmediata al decir que la mujer de vaqueros parece representar ahora treinta años y no veinte como al principio la vio; de todas formas continúa conservando su belleza.

En este momento y como un súbito iluminar de la mente, recuerda palabras de Miguel sin decir, al menos al comienzo, que son de él y verificándolo para su lector al final de la breve interrupción, con el empleo de los dos puntos. La cita es: «Quiero morir en brazos de una mujer madura, que me abrume con su sabiduría sexual: Miguel.» (p. 13). Y agrega: «Viendo a la recién conocida, le envié al ausente mi total acuerdo.» (p. 13).

Hemos ido marcando el alcance y calidad de estos elementos de estilo que utiliza el narrador con una particular eficiencia y que llevarían a cualquier lector distraído al mayor caos, en el instante de intentar descifrar el código lingüístico que tiene ante sus ojos.

Pero, sigamos con la anécdota. La misteriosa mujer se ofrece a acompañarle para encontrar la residencia de los Troyes. Le pregunta su nombre y el personaje responde: Alejandro . A lo cual la susodicha comenta: «Si seguimos así, pronto confesará el motivo real de su visita» (p. 15). Están ahora ante la puerta de la casa y, es en este momento, que nos hallamos ante una suerte de anagnórisis, al mejor estilo de la tragedia griega, cuando la mujer extrae un llavero de sus vaqueros; es la señora Troyes; el reconocimiento se ha producido y la vergüenza del joven personaje no puede ser mayor.

Ya dentro de la casa los acontecimientos se precipitan:

1. Cruzar el jardín y sentir a la mansión enorme, muy enorme.
2. Obedecer a la mujer que ahora lo comienza a tutear con gran confianza.
3. Preparar el café y platicar amablemente.
4. Dejar a un lado la mentira y enfrentar la verdad de la apuesta.
5. La señora Troyes que continúa festiva y se entrega al comentario de la nota periodística que abriera las expectativas de aquellos jóvenes ociosos.
6. Paulatinamente parece que la posibilidad de la seducción se aleja cada vez más. El narrador vuelve a jugar con el desprevenido lector.
7. Siguen dos anécdotas sexuales, recuerdo del pasado iniciático de ambos.
8. Alejandro, más avergonzado todavía y sin presentir nada, le cuenta cuáles han de ser sus planes para presentarse ante sus amigos como vencedor en la apuesta: conseguir una prenda íntima de la señora o comprar algo parecido y de calidad en una tienda de lencería. Y luego, «echarle imaginación al asunto» (p. 19).

Arribamos así al momento más profundamente lírico del relato cuando Elena toma la palabra para hablar de su casa y para referir a ésta como su mejor amiga:

Llegué y la casa estaba a solas, a oscuras, aguardándome. Somos grandes amigas. La escogí yo hace algunos años. Me gusta donde está y su modo de ser. Nos comprendemos. Estos días, las dos solas nos hemos contado secretos. Escucha con atención y me resguarda. Ella te trajo, sabes. De pronto, al sentirme triste, adivinó que era tiempo de compañía. No es la primera vez que lo hace. Buscarme compañía. Conoce mis gustos. Mi marido, claro, pero también alguien distinto, por contraste. Cuando di vuelta a la esquina y te vi, lo ha traído pensé. (p. 20).

Es particularmente curiosa esa capacidad del narrador para dar vida a las cosas que por su naturaleza parecen ser inanimadas. En este caso se personifica a la mansión como compañera y amiga de Elena; o, al menos ella lo ve así.

Estamos ante el drama de una mujer solitaria que busca en el otro la compañía complementaria, pero no sustituta de su marido. Las suposiciones de los amigos parecen cumplirse, aunque luego veremos que las situaciones no son realmente de este modo.

Sigue luego el encuentro sexual y el sueño tranquilo de toda una noche. A la mañana siguiente Alejandro debe irse con algo de prisa ante la llegada inesperada del esposo. Cuando quiere darle un beso de despedida ella le responde no sin cierto desenfado y algo de tristeza: «Tranquilo, que acabo de volverme esposa.» (p. 21).

La apuesta se ha cumplido mucho mejor de lo esperado. El protagonista duda en cuanto a lo que debe hacer frente a sus amigos: ¿se los dirá tal y como ocurrió?, ¿esconderá parte de lo acaecido?, ¿guardará silencio total?
Hay por lo menos tres razones poderosas que parecen inhabilitarlo para decir la verdad:

1. Los hechos sonaban inverosímiles, demasiado próximos a la apuesta para no crear dudas.
2. El deseo de guardarlo sólo para él como un tesoro intransferible que no deseaba compartir con persona alguna.
3. El recuerdo de lo acontecido también le pertenecía a ella y esto lo obligaba a callar.

En última instancia Alejandro es también un romántico igual que Miguel y se siente deslumbrado ante los sucesos que le han tocado vivir; no cree para nada en su capacidad de seductor, ni se atribuye los méritos de esta conquista; en lo más profundo sabe que es ella quien lo ha querido así; que es ella que impuso un breve paréntesis a su aburrida historia personal y que al entregarse en sus brazos tan sólo lo hacía por el breve lapso de una noche, para luego volver a su condición de esposa.

En medio de la frivolidad de aquella apuesta, cuando la vida y el destino humanos se jugaron al azar, el protagonista nunca pensó llegar al éxito, porque éste no sólo involucraba sexo, sino también una pequeña cuota de cariño que vendría a justificar el extravío de estas acciones. Cuando Elena lo encuentra por primera vez le pregunta si estaba extraviado; y esta simple interrogante revela el fondo del alma humana, muestra la miseria de quien parece moverse guiado por búsquedas nada ortodoxas y que tan sólo desea demostrarles a sus amigos que la seducción ocupa un primer lugar en esas vidas contaminadas por el tedio y el aburrimiento. En la bitácora que el narrador se ha propuesto escribir se consignará la vanidad de unos en oposición con la triste soledad asumida por la otra. Pero, falta aún más. En la conclusión del relato, el personaje descubre al abandonar el café y tropezar con una mujer que entraba, que Elena no era tan joven como le había parecido; «Tropecé con ella. Tenía unos sesenta años, pelo entrecano y rostro muy bello […] Un empleado del hotel vino en seguida, preguntando: «¿Se ha lastimado señora Troyes?», y casi al mismo tiempo un hombre elegante se acercó preocupado: «¿Estás bien, Elena?» (p. 23).

Queda corroborado de esta forma que el pretendido matrimonio desigual no lo era así y que una mujer no necesita ser joven ni estar aburrida de los brazos del marido viejo para buscar en otros brazos el consuelo que borre el hastío y suprima la soledad, al menos por unos breves momentos. Además la belleza de esta Elena contemporánea parece borrar -como lo hiciera en la Helena eterna de los griegos- la distancia que separa a los años de la belleza, al mismo tiempo que conserva esa misma belleza como un legado eterno.

La bitácora de extravíos incluye nueve cuentos más que por obvias razones de tiempo no podremos analizar como hubiéramos deseado.

Sólo diremos que en ellos el narrador continúa entregado a la observación del otro y se formula preguntas insistentes en torno a temas de variada índole que mortifican su condición humana.

Continúa «extraviado» como Dante lo estaba en la selva oscura de sus pecados; y al igual que el florentino intenta hallar la explicación para el sufrimiento que padecen los demás.

Se pregunta «¿Por qué?» en otro de sus relatos en donde se atreve a plantear la condición humana de la búsqueda de compañía en los brazos de la pareja, pero no ya como la seducción del primer cuento, sino como el deseo infinito de abrazar la causa liberadora del matrimonio que une en medio de tanta desazón y angustia. No lo consigue y concluye declarándose culpable, humanamente culpable por no estar capacitado para entregarse al amor auténtico que redime y eleva la condición del hombre.

En «Odio» descubre que este aparentemente ingrato sentimiento está en todos nosotros; lo va observando gradualmente en los espacios por los que pasa mientras su cuerpo enfermo camina hacia lo irremediable.

«Una idea que me vino» presenta el encuentro inesperado entre un padre y un hijo quienes llegan a comprender el abismo infinito que los separa y que al mismo tiempo están solos, demasiado solos, ante el destino que los aguarda.

La sucesión amarga de relatos que esta bitácora metafórica deja escritos nos conduce por esa selva de la vida en donde parece que los caminos han desaparecido y que no queda más que abrirse paso en medio del desorden y el caos. ¿Será ésta una imagen del hombre contemporáneo? La vida no da tregua y el ser humano se mueve, extraviado, para tratar de alcanzar al menos un elemento que justifique o explique en términos más o menos creíbles qué es lo que en realidad sucede en la existencia del hombre.

Bibliografía
. Genette, Gérard. Figures III, Paris, Seuil, 1972.
. Patán, Federico. Bitácora de extravíos, México, Cabos Sueltos, 1997, p. 11.
. Quintana Tejera, Luis. Taller de Lectura y Redacción II, México, McGraw-Hill, 2005)
. Real Academia Española. Diccionario de la lengua española, dos tomos, Madrid, Espasa Calpe, 2001, p. 322.
. Tibón, Gutierre. Diccionario etimológico comparado de nombres propios de persona, México, FCE, 1996, p. 83.
. http:// www. Clubdebrian.com/v2/autoentrevistafpatan.htm (consultado el 23 de febrero de 2006).

 

NOTAS_____________
2. http://www.Clubdebrian.com/v2/autoentrevistafpatan.htm (consultado el 23 de febrero de 2006).
3. Por metonimia María Moliner entiende a la figura retórica que consiste en tomar el efecto por la causa, el instrumento por el agente, el signo por la cosa o viceversa. (Citado por Luis Quintana Tejera. Taller de Lectura y Redacción II, México, McGraw-Hill, 2005). En este caso se adopta el término «bitácora» como sinónimo de «cuaderno de bitácora» estableciendo entre ambos términos una relación que los acerca.
4. Reunión de dos palabras que aisladas del contexto son de significado opuesto, pero que integradas a él originan un nuevo sentido.
5. Real Academia Española. Diccionario de la lengua española, dos tomos, Madrid, Espasa Calpe, 2001, p. 322.
6. Ibidem, p. 74.
7. Ibidem, p. 691.
8. Apunto la etimología de este nombre por referir a otro de los tantos elementos intertextuales del cuento que autorizan conexiones temáticas disparadas en la dirección de motivos recurrentes. Dice el diccionario etimológico: «Elena, Griego Elene, «antorcha»: la brillante, la resplandeciente; de raís indoeuropea «arder». Elena de Troya la mujer más bella del mundo mereció el epíteto de Elandrós (destructora de hombres). Variante gráfica: Helena y con esta ortografía conservando la «h» aparece en los idiomas francés, alemán e inglés. En español alternan las dos grafías. (Gutierre Tibón. Diccionario etimológico comparado de nombres propios de persona, México, FCE, 1996, p. 83.
9. Cfr. Gérard Genette. Figures III, Paris, Seuil, 1972.
10. Federico Patán. Bitácora de extravíos, México, Cabos Sueltos, 1997, p. 11. (En el futuro citaremos sólo la página que ha de corresponder al mismo libro aquí trabajado).
11. Quiero recordar aquí, tan sólo recordarlo, que a Paris, el raptor de Helena de Troya, se le llamó en algunos contextos «Paris Alejandro», este último término con el sentido etimológico de «protector o vencedor de los hombres».
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