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Breves y ligeras crónicas de un gusano de La Habana en Santiago de Chile (3).

por Luis García de la Torre
Artículo publicado el 28/12/2018

Extracto del libro homónimo y en proceso.

 

Otra de las malas herencias que ha dejado la revolución cubana al país, y hablo de cualquier generación nacida dentro de esa realidad, es un hambre constante y sonante.

Todo cubano desde que nace hasta que se muere tiene siempre presente, hace mucho más de medio siglo, el tema de la comida. Por lo que no solo llega a la vida con este problema sino que se le trasmite de manera genética y cultural porque sus padres, hermanos, abuelos, amigos y vecinos, han vivido y viven esta carencia.

Es mucho más crítico cuando estás en la isla pero si te fuiste no importa igual te lo llevas y lo irradias a tu entorno, además de sucederlo a tus hijos y hasta a tus nietos.

Para los que creen que soy muy gusano al decir esto, y que claro no son cubanos, y hasta les causa un poco de risa nerviosilla lo que digo porque no les cabe en la cabeza, lo repito más alto, más claro y más detallado: “en Cuba hace sesenta años hay mucha mucha mucha hambre porque no hay comida para los de a pie”.

Desde que tengo uso de razón recuerdo bien, y sobre todo a partir de la adolescencia que es cuando se desata un hambre feroz que lapida con todo lo que se encuentra al paso, que al llegar alguien del extranjero, fuera del país que fuera, la gente jamás le decía: “¿te gustó la ciudad? ¿cuáles eran sus costumbres? ¿recorriste mucho?” No. Nunca escuché nada de eso. Pero invariablemente siempre oía, hasta que yo mismo después lo preguntaba: “¿comiste rico? ¿había mucha carne? ¿servían mucha comida? ¿eran ricas las pizzas? ¿qué más comiste cuenta?” Así fue siempre y sigue siendo.

Esto a cualquier nivel, es más, sobre todo en profesionales ya que eran quienes más tenían la oportunidad de viajar, y por ende comer rico y detallar.

Recuerdo un día trabajando en la Casa de las Américas que mi jefe, un joven intelectual cubano, fue a hacer algo de intercambio a los Estados Unidos, y su gran foto de triunfo, la que mostraba a todos, era una tomada por él en la mesa de un restaurante desde un ángulo superior. En la imagen se observaba un gran plato blanco con un pedazo de carne gigante, con las marcas de la parrilla, grueso, jugoso, que le sacaba la baba a cualquiera. Era la primera y única fotografía a enseñar. En cuanto vio aquello, aunque por supuesto no lo admitió porque era bien revolucionario, pensó en todos sus conocidos, en su familia y quiso el retrato por la simple razón que en Cuba hay mucha hambre y un trauma por la comida que en décadas solo se ha acentuado.

Es bien trágico.

Desde niño en 7° grado tuve que ir a laborar al campo, ya que era algo obligatorio a cumplir según decían para educarnos en el estudio-trabajo. Si estudiabas en la ciudad mínimo un mes por año, máximo cuarenta y cinco días. Y si vivías internado el trabajo era todo el año. Por lo que tengo en la espalda quince de esos estar ahí, y digo que los alimentos que nos daba la revolución eran pésimos, aseguro que no en muchas partes le dirían a eso comida. Por lo que el hambre era atroz y hacían trabajar largas jornadas en la Cuba tropical, de sol a sol, sin comida y con el chantaje que si no lo hacías no se te otorgaría al final de tu Enseñanza Media una carrera universitaria. En este planeta donde hay decencia se le llama a eso maltrato infantil.

En Santiago cada vez que recibo a un cubano siempre le digo lo mismo: “compadre sin vergüenza que el hambre no se quita, ni a ti ahora que la tienes ni a mí que vivo hace años acá, vamos a pasear y cada vez que veas algo que te apetezca me dices, te lo compro y lo comes.” Nunca me ha resultado, siempre la respuesta ha sido: “no te preocupes que yo igual en Cuba como”.

Esto es debido al maldito trauma y la maldita hambre que te pone la comida en un lugar inalcanzable.

Una vez llegó un compatriota, amigo de una prima a hacer algo acá de trabajo. El mismo día que aterrizó lo fui a buscar en la noche. Salimos a caminar y dije lo de siempre. Esta persona, bien buena y gran conversador, tenía el problema que antes referí, todo lo relacionado con comida le daba rubor y siempre me decía: “no, no, no”.

Caminamos mucho, le mostré algo de Santiago y cruzando la boletería del metro Pedro de Valdivia, a la derecha, entramos donde hay unos negocios de dulces y pasteles. Compré una barra de chocolate bien grande. La abrí, saqué dos cuadros, en esos caminamos unos ocho metros hasta llegar a la calle, antes había que subir una escalera en la que incluyo esos ocho metros, saco mis cuadritos y le paso el chocolate. Cuando salimos veo que en la mochila lo mete y le digo: “no lo guardes dame otro pedacito” y me responde: “es el papel ya me lo comí”. Se había zampado una gran barra de chocolate en lo que uno camina casi ocho metros a un paso normal. Ahí mismo lo metí a la fuerza en ese restaurante que está afuera del metro y devoramos lo que fuera que nos trajeron, daba lo mismo. Hambre vieja cubana se llama eso.

En una década y media de vivir acá solo una vez no fue así. Un gran cineasta vino a un festival invitado a traer su última película, un tipo sin prejuicios, sin líos, y me dijo: “sí asere tengo tremenda hambre cuando me convocaron solo puse como condición que tuviera el hotel, que no me importaba en rango de estrellas, desayuno, almuerzo y cena y me han puesto en el Haytt Palace Santiago, lo más bello del mundo pero sin ni desayuno y yo tengo tremenda hambre siempre.” Y se sentó en la sala de mi casa con dos ollas delante y así mismo sin platos y sin vergüenza alguna comió engullendo todo y cuando terminó relajado y sin problemas sentenció triunfante: “ya compadre ahora enséñame la ciudad”. Cubano en revolución cien por ciento. No diré el nombre pero sí diré que lo censuraron tanto en la isla que se tuvo que largar a hacer su obra, y a comer, bien lejos del Caribe.

Por las malas gestiones del “desgobierno” de Cuba usted va mirando cuando sale de la ciudad los campos y no ve ninguno sembrado y menos un animal. Nada. Solo yerba por todas partes. La isla está ubicada en el trópico, donde llueve casi todos los días y en abundancia. Se tira una semilla y sale, mal o bien pero sale comida. Ni el bloqueo a Cuba ni Monsanto son los culpables que esos campos estén pelados, es el “desgobierno” el responsable de tal hambruna y tal desdén por trabajar duramente la tierra para que el país coma. Así de simple y de sencillo.

Hoy en Cuba no se podría hacer una revolución si pensamos en este tema y en la historia. En esos años antes del 59, en la clandestinidad en la ciudad, pero sobre todo en los campos y en las montañas, quienes apoyaban tal movimiento proveían según los anales que ellos mismos nos enseñaron durante toda mi educación, de comida a los rebeldes: con su leche, con su carne, sus legumbres, su arroz, con azúcar etc. Hoy en los campos de Cuba hay un hambre tal que si volvemos a la semilla y ellos mismos quisieran hacer desde este punto actual una revolución nadie les daría ni un vaso de agua con azúcar ¿azúcar? porque no hay nada de nada.

On line está la entrevista a un hijo de un Comandante de la Revolución, que ahora vive en el exilio, y le preguntan que cuando vivía en esa cúpula de poder cuál diferencia sustancial sabías que tenía con el resto del pueblo y la respuesta es más o menos así: “el bistec que siempre tuve”.

Si usted ha ido a Cuba y conoce la dinámica, o es cubano, sabe bien que aquí solo he expuesto un por ciento muy mínimo de lo que se podría contar al respecto.

Y todavía en medio de una hambruna donde todo los cubanos perdieron en esos años noventa, y voy a ser conservador ya que trato de estandarizar, quince o veinte kilos, treinta o cuarenta libras, de pura hambre, había que ver por toda la ciudad, o escuchar a cada rato un discurso hijo de puta que nos pusieron hasta el odio: “en el mundo hay millones de personas que se acuestan sin comer, ninguno es cubano”.

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