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De la mesa de El extranjero de Albert Camus a un existencialismo alimentario.

por Juan Granados
Artículo publicado el 17/08/2019

Resumen
En El extranjero de Camus Meursault se la pasa tomando café y fumando, pero comiendo alguna vez patatas o morcilla, solo o acompañado. Este trabajo tiene como objetivo destacar el papel que juegan los alimentos y las bebidas en algunas obras de Camus, casi al punto de sumar, con ayuda de Sartre, al existencialismo tradicional uno alimentario. Este ensayo está dividido en dos partes. En la primera se presenta la mesa a la que Camus nos invita con la lectura de El extranjero. En la segunda se proponen algunas ideas en torno a un “existencialismo alimentario” que parte de, por un lado, que la existencia alimentaria precede a la esencia humana y, por otro, de la angustia que está a la base de las elecciones alimentarias. Lo que viene en esta parte puede calificarse de un divertimento literario-filosófico y que, como tal, apunta ideas, pero no exige adhesión. Se cierra este ensayo con una breve conclusión.

Palabras clave:
alimento, existencialismo, gastronomía

Abstract
In Theforeigner of Camus Meursaultisdrinkingcoffee and smoking, buteatingpotatoesorbloodsausage, aloneoraccompanied. Thisworkaims to highlightthe role playedbyfood and drinks in someworks of Camus, almost to thepoint of adding, withSartre’shelp, to thetraditionalexistentialism of onefoodexistencialism.Thisessayisdividedintotwoparts. Thefirstonepresentsthetable to which Camus invites uswiththereading of El extranjero. In thesecond, some ideas are proposedaroundan «alimentaryexistentialism» thatstartsfrom, ontheonehand, thatthealimentaryexistence precedes the human essence and, ontheother, fromtheanguishthatis at the base of thealimentarychoices. What comes in thispart can be described as a literary-philosophical divertimento and, as such, aims ideas, butdoesnotrequireadhesion. Thisessaycloseswith a briefconclusion.

Key words:food, existencialism, gastronomy

 

Introducción

Camus, en su obras, cualquiera podría constatarlo (aunque en este caso el caso sea sólo El extranjero), nos invita a la mesa, a un banquete, no sólo metafóricamente, pues no sólo se trata de saborear su literatura, sino a compartir con el protagonista sus gustos y aficiones culinarias o alimentarias. Más de una vez he pensado en leer El extranjero y beber café con leche. En fin, este ensayo está dividido en dos partes. En la primera se presenta la mesa a la que Camus nos invita con la lectura de El extranjero. En la segundase proponen algunas ideas en torno a un “existencialismo alimentario” que parte de, por un lado, que la existencia alimentaria precede a la esencia humana y, por otro, de la angustia que está a la base de las elecciones alimentarias. Lo que viene en esta parte puede calificarse de un divertimento literario-filosófico y que, como tal, apunta ideas, pero no exige adhesión. Se cierra este ensayo con una breve conclusión.

A la mesa con Camus: El extranjero
Haré un recorrido sucinto por cada apartado de la “Primera parte” hasta el primer apartado de la “Segunda parte” de El extranjero (2003), poniendo de relieve lo que Camus nos pone en la mesa, su misse-en-place, para la reflexión.

En el primer apartado de la “Primera parte”, donde trata de la muerte de su madre y de la visita que tiene que hacer al asilo de Marengo para despedir sus restos, estando ya en la sala el conserje lo invita a dirigirse al refectorio para cenar. Pero como no tenía hambre, dice: “Me ofreció entonces traer una taza de café con leche. Como me gusta mucho el café con leche, acepté, y, al cabo de un momento, volvió con una bandeja. Bebí. Tuve entonces deseos de fumar. Pero dudé porque no sabía si podía hacerlo delante de mama. Reflexioné; la cosa no tenía importancia. Ofrecí un cigarrillo el conserje y fumamos.” (15). Después de esto, el conserje salió a buscar sillas y café solo. En una de ellas colocó las tazas en torno a una cafetera. Los amigos de la madre de Meursault y él bebieron café, y así lo expresa: “Todos tomamos café, servido por el conserje” (17). Más adelante, agrega: “Volvía tomar café con leche, que era muy bueno” (18).

En el segundo apartado de la “Primera parte”, después de pasar la tarde en los baños con Marie, se quedó en casa fumando cigarrillos, siempre acostado. Como no quería comer como de costumbre en el restaurante de Celeste, cocinó huevos y, dice, “los comí tal como estaban, sin pan porque se había acabado y no quería bajar para comprarlo. Después de comer, me sentí un poco aburrido y vagué por el apartamento.” (26) Después de esto se sentó a ver las actividades que se desarrollaban en la calle. Luego, comenta, “Baje para comprar pan y pasta, cociné y comí de pie. Me apeteció fumar un cigarrillo en la ventana, pero el aire había refrescado y sentí un poco de frío. Cerré las ventanas y, al volverme, vi en el espejo un extremo de mesa donde mi lámpara de alcohol se avecinaba a los trozos de pan.” (29-30).

En el tercer apartado de la “Primera parte”, junto con Emmanuel, un compañero de trabajo, Meursault se dirige al restaurante de Celeste, a quien describe: “Allí seguía, con su gran barriga, su delantal y sus bigotes blancos” (31). Meursault, después de responder que estaba bien a la pregunta que le hiciera Celeste, dijo que tenía hambre: “Comí rápidamente y tomé café. Después volví a casa, dormí un poco porque había bebido demasiado vino y, al despertarme, tuve ganas de fumar.” (31). Regresa a la oficina y después vuelve a su casa directamente otra vez, “porque quería hacerme patatas cocidas” (Ibídem), piensa. De regreso a su casa, subiendo las escaleras, después de encontrarse con el viejo Salamano, Raymond Sintes lo intercepta y le invita a comer: “Tengo en mi habitación morcilla y vino. ¿Quiere tomar un bocado conmigo?” (33), le dice. Como Meursault no quiere cocinar, acepta. Raymond “Sacó la salchicha, le dio unas vueltas en la sartén y puso en la mesa vasos, platos, cubiertos y dos botellas de vino. Todo en silencio. Después nos instalamos. Comiendo, empezó a contarme su historia (34). Pasada ésta, el vino y los cigarros seguían consumiéndose: “Había bebido casi un litro de vino y sentí calor en las sienes. Fumaba los cigarrillos de Raymond porque había agotado los míos” (36). Después de que aceptó escribir la carta que Raymond le pidió, éste “Se levantó entonces, después de beber un vaso de vino. Apartó los platos y un pequeño trozo de morcilla fría que habíamos dejado. Secó cuidadosamente el hule de la mesa.” (37).

En el cuarto apartado de la “Primera parte” Mersault sale con Marie y le invita a comer, habían comprado carne: “Pero ella no tenía hambre y yo comí casi todo. Se fue a la una y dormí un poco” (41). Luego salió con Raymond y tomó una copa con él. Regreso a casa y se acostó sin cenar (44).

En el quinto apartado de la “Primera parte”, Meursault pasa el día con Marie, pero cena solo en el restaurante de Celeste. “Ya había empezado comer cuando entró una extraña mujercita que me preguntó si podía sentarse a mi mesa. Naturalmente que podía. Tenía gestos bruscos y ojos brillantes en una pequeña cara de manzana. Se quitó la chaqueta, se sentó y consultó nerviosamente la carta. Llamó a celeste y pidió inmediatamente todos sus platos con voz a un tiempo precisa y precipitada. […] le trajeron los entremeses, que engulló a toda velocidad” (47).

En el sexto apartado de la “Primera parte”, como sabemos, junto con Marie y Raymond, Meursault sale rumbo a la playa, a la casa de Masson, amigo de Raymond. Como quería pronto entrar a nadar no comió nada y sentía hambre, además “Tenía el cigarrillo un gusto amargo” (50). Marie no traía nada que comer en su bolsa de hule donde sólo había puesto los bañadores y la toalla. Llegando a casa de Masson, dice: “Nos invitó enseguida a acomodarnos y nos dijo que tenía una fritura hecha con lo que había pescado esa misma mañana” (53). Después de estar un rato en la playa volvieron a la casa para comer. Todos tenían hambre: “Cuando volvimos, Masson ya nos estaba llamando. Le dije que tenía mucha hambre y el dijo inmediatamente a su mujer que yo le gustaba. El pan era bueno y yo devoré mi ración de pescado. Había después carne y patatas fritas. Masson daba frecuentes tragos a su vino y me servía sin parar. Al café, sentía un poco de pesadez de cabeza y fumé mucho” (55). Luego ocurrió lo que todos conocemos, lo cinco disparos bajo el sofocante calor.

Hasta aquí, como puede notarse, Camus nos ha dado una probadita de lo que Meursault come, y lo que come dice mucho de él. En primer lugar, le gusta el café con leche (no se olvide esto); en segundo lugar, la apetecen las patatas cocidas; en tercer lugar lo cigarrillos nunca faltan; en cuarto lugar, además del café, gusta del vino y un par de veces bebe de más; en quinto lugar, come morcilla porque no quiere cocinar; en sexto lugar devora su porción de pescado. La comida, pues, lo reúne con Marie, Raymond, Masson y Celeste. Es en el restaurante de éste que conoce a esa extraña mujer que pide todos sus platillos de una vez y que después estará en el juicio. Como puede notarse lo que come tampoco es la gran cosa, pero tampoco ambiciona más. Esto queda claro porque coincide con su forma de pensar cuando dice: “Cuando era estudiante, tenía yo muchas ambiciones de ese tipo. Luego, cuando tuve que abandonar mis estudios, comprendí muy pronto que todo eso carecía de verdadera importancia” (45).

Para terminar esta parte en el tercer apartado de la “Segunda parte”se dice lo siguiente:

Después de preguntar al jurado y a mi abogado si tenían preguntas que formular, el presidente interrogó al conserje. En su caso, como en todos  los otros, se repitió el mismo ceremonial. Al llegar, el conserje me miró y apartó los ojos. Respondió a las preguntas que se les dirigían. Dijo que yo no había querido ver a mamá, que había fumado, que había dormido y que había tomado café con leche. Sentí entonces que algo indignaba a toda la sala y, por primera vez, comprendí que era culpable. Se hizo repetir al conserje la historia del café con leche. El fiscal le miró con un brillo irónico en los ojos. En ese momento mi abogado preguntó al conserje si había fumado conmigo. El fiscal se opuso violentamente a esa pregunta: <<¡Quién es el criminal aquí y qué métodos son esos que consisten en desprestigiar a los testigos de la acusación para minimizar sus testimonios, que no por eso resultan menos aplastantes!>>. No obstante, el presidente pidió al conserje qua contestara a la pregunta. El viejo dijo con un aire embarazado: <<Sé perfectamente que no estuvo bien. Pero no me atreví a rechazar el cigarrillo que el señor me ofrecía>>. Por último, se me preguntó si no tenía nada que añadir. <<Nada –respondí-, salvo que el testigo tiene razón. Es cierto que le ofrecí un cigarrillo.>> El conserje me miró entonces con cierto asombro y una especie de gratitud. Vaciló y después dijo que era él quien me había ofrecido el café con leche. Mi abogado dijo con un ruidoso tono de triunfo que los jurados apreciarían la declaración. Pero la voz del fiscal tronó sobre nuestras cabezas: <<Sí, los señores jurados la apreciarán. Y concluirán que un extraño podía proponer un café, pero que era deber de un hijo rehusarlo ante el cuerpo de la que le había dado la vida>>. El conserje volvió a su banco (: 93).

Quisiera destacar que después de que el conserje contestó a las preguntas del fiscal y el abogado, Meursault se percata de su culpabilidad, por eso dice: “Sentí entonces que algo indignaba a toda la sala y, por primera vez, comprendí que era culpable”. Una ocasión, una decisión, un acto, mucho tiempo después, confluye en el momento justo para que simultáneamente la culpabilidad sea aceptada tanto por la sala y el jurado como por Meursault: la decisión de aceptar y el acto de tomar “café con leche”.

Reflexiones sobre un existencialismo alimentario
Con ocasión de lo anterior, especialmente de la cita, se adelantan las siguientes reflexiones sobre un “existencialismo alimentario” en, o mejor sería decir: con ocasión de o desde El extranjero de Camus.

Esta reflexión nació de la idea de que la expresión “Dime lo que comes y te diré quién eres” tiene un trasfondo existencialista, avant la lettre. Contra cierta expectativa no es una frase de la sabiduría popular o no, al menos, de la reciente sabiduría popular y menos de la cultura de masas. Aparece en 1825 en La fisiología del gusto (2001), en la sección de aforismos, del -dice Alfonso Reyes(2000) en sus Memorias de cocina y bodega– sumo pontífice de la Gastronomía, Jean-Anthelme Brillat-Savarin, abogado y gourmand francés que vivió la transición de una Francia a otra tras la Revolución.

Trataré de explicar dicha idea. Antropólogos como Claude Fischler (1995), autor de El (h)omnívoro, y teólogos como Ángel Méndez (2013), autor de El festín del deseo, radicalizan la frase de Brillat-Savarin diciendo que “somos lo que comemos” en un sentido natural (nutricional, si se quiere), colectivo (psicosociocultural) y ontológico. Desde un punto de vista existencialista cómo no recordar lo que Jean Paul Sartre decía en su El existencialismo es un humanismo(1998), de 1946,respecto al mismo existencialismo cuando lo definía como aquella doctrina, cristiana o atea –no importa-, que sostiene que “la existencia precede a la esencia”, es decir, que el ser humano, a diferencia de las cosas y los animales, viene al mundo sin una naturaleza dada; que sus decisiones o elecciones y sus actos, su existencia, determina su esencia o naturaleza. Como lo demostró Roberto Ángel G. (2007) en su artículo “La filosofía de Nietzsche y Sartre en El extranjero, de Albert Camus” hay una presencia importante del existencialismo sartreano en El extranjero, por lo que no considero una intromisión ajena de lo que digo y voy a decir al traer a cuento a Sartre y su conferencia El existencialismo es un humanismo.

“Dime lo que comes y te diré quién eres” tiene, en este sentido, un trasfondo existencialista porque señala que antes de saber “quién eres” ha de decirse “lo que comes”, es decir, comer, el acto y la elección de hacerlo, y de con qué hacerlo, precede a la esencia, a la respuesta a la pregunta “¿quién eres?”.

José Moreno Villa (1985), un estudioso español del arte, uno de los transterrados y autor de Cornucopia mexicana, para mayores informes, sugirió que a los literatos podía definírselos por sus manos, por la forma de estas. Héctor Zagal (2000) dice que recuerda en especial los libros por el apetito que despertaron en él y que la literatura puede ser no otra cosa sino un pretexto para hablar de comida, de lo que ha comido el autor. Bueno, pues, lo que un literato ha comido puede definir qué tipo de literato sea. Vaya, hasta el tipo de digestión que tenga es importante. Con esto se insiste en que si la existencia precede a esencia, primero se come, se digiere y luego se escribe.

Ahora bien, la pregunta por la identidad propia genera angustia. Ésta aparece porque no sabe el ser humano quién es sino hasta que ha tomado sus decisiones, ha elegido y actuado y ve sus consecuencias. Elegir comer o no, continuar vivo o no, recuerda eso que se sabe de la filosofía de Camus, que la única pregunta filosófica que valía la pena responder era la de si uno debía suicidarse o no. Habiendo elegido comer viene elegir qué comer, con qué alimentarse. Claude Fischler (1995) sugiere que la relación del hombre con lo que come es una relación de angustia porque, como sucedió en épocas primitivas, el ser humano no sabe con certeza si tendrá de comer otro día, y así asegurar la existencia un día más y porque no es cualquier cosa la decisión de comer tal o cual cosa, de ello depende la propia identidad. Comer lo que a uno le gusta significa poder afirmar la propia identidad cada vez que uno lo hace.

Sartre, en la sesión de preguntas y respuestas, después de la conferencia El existencialismo es un humanismo, decía: “No puedo decir, evidentemente, que cuando elijo entre <<un mil hojas>> y <<un eclair de chocolate>>, elijo en la angustia” (47). Después aclara que la angustia es un estado de ánimo constante, desde el cual se elije, se ejerce la libertad, etc. Como se sabe la angustia tiene una historia también en la filosofía. Hegel acentúa su papel en, por ejemplo, el inicio de la historia (cfr. la lucha señor-siervo según Hegel). Kierkegaard la incluye en el existencialismo con El concepto de angustia. Heidegger la recupera como un estado de ánimo privilegiado, distinto del resto en los que se encuentra el ser-ahí. Un alumno de gastronomía, cuando hablábamos de la angustia como la manera normal en la que el hombre se relaciona con lo que come, me preguntaba si me refería a la angustia en sentido filosófico. Aunque dije que no exactamente, sí lo hacía. De hecho me atrevo a corregir a Sartre: sí puede haber angustia entre elegir entre <<un mil hojas>> y <<un eclair de chololate>>. Uno puede gustarme más que otro o no gustarme ninguno y es angustiante estar en la situación de elegir entre dos opciones que no me convencen, por ejemplo.

La frase “dime lo que comes y te diré quién eres” expresa un existencialismo alimentario. Pero también funciona como criterio de interpretación tanto de los personajes de una obra literaria como de la vida de su autor.

Si lo que hacemos nos hacer ser quienes somos, ¿por qué no decir que lo que comemos también nos hace ser quienes somos? Por supuesto no quiero decir que si comemos donas o hotdogs diario seamos donas o hotdogs, o en cierto sentido sí. Naturalmente los aportes nutrimentales de dichos alimentos no son los adecuados y repercuten en la fisionomía y en la salud. Es así como llegamos a ser donas y hotdogs. Socioculturalmente afirmamos nuestra identidad, o sea, quiénes somos, cuando comemos, por ejemplo, aquello con lo que crecimos, cualquier platillo que sea, pero que haya sido preparado por nuestra madre o nuestra abuela o nuestra tía o se consuma en alguna fiesta familiar, civil o religiosa. Ontológica y antropológicamente somos lo que comemos porque no queremos comer cualquier cosa, y aunque comamos sólo para llenar la panza, no nos llenamos del todo. Sentimos que no comimos, por muy satisfechos que nos sintamos. En El extranjero, en el asilo de Marengo, Meursault dice que el café con leche que el conserje le ofrece es muy bueno. Ese mismo café es el que, más o menos, lo condena. Meursault se percata que era culpable cuando se habla del café con leche, de ese café con leche del que ya no queda ningún rastro, más que el testimonio compartido del conserje y del protagonista, y que ya se ha convertido en Meursault (ya Hegel había hecho notar que la anihilación del alimento, cuando lo comemos, es cosa sería, ontológicamente).

Conclusión
No se han querido imponer criterios ajenos, sino más bien seguir pistas con la obra de Camus. Invitados a su mesa estamos llamados a recorrer el camino de Meursault, pero desde lo que come. De hecho, pienso, lo que come o elige comer pone de relieve el carácter, conocido de la filosofía de Camus, de la absurdidad.Puede ser que sea absurdo que lo que comamos nos defina, pero no imposible. Es absurdo porque, y es la tendencia, no hacemos caso a los alimentos más que para mantenernos en la existencia.Las extrañezas, lo que vuelve extranjeros a Meursault y su comunidad, entre éste y aquellas se intensifican en el reconocimiento de la culpabilidad del asesino no en cualquier cosa sino en que aceptó del conserje del asilo de Marengo, durante el velorio, café con leche.

 

Fuentes bibliográficas
Camus, Albert (2003), El extranjero (Trad. José Ángel Valente). Madrid: Alianza.

BrillatSavarin, Jean-Anthelme, (2001), La fisiología del gusto. México: Óptima.

Fischler, Claude (1995), El (h)omnivoro(Trad. Mario Merlino). Barcelona: Anagrama.

Méndez, Ángel (2013), Festín del deseo. Hacia una teología alimentaria. México: JUS-CONSPIRATIO

Moreno Villa, José (1985), Cornucopia de México. Nueva cornucopia mexicana. México: FCE.

Reyes, Alfonso (2000). Memorias de cocina y bodega. Minuta. México: FCE (Tezontle cocina).

Roberto Angel G. (2007), «La Filosofía de Nietzsche y Sartre en El extranjero, de Albert Camus» en Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid

Sartre, Jean Paul (1998), El existencialismo es un humanismo (Trad. Manuel Lamana). Buenos Aires: Losada.

Zagal, Héctor (2000), Gula y cultura. México: Los libros de Homero.

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