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El erotismo en Farabeuf o la crónica de un instante (1965), de Salvador Elizondo

por Dulce Aguirre
Artículo publicado el 28/12/2010

Sacrificas tu pudor y tu cuerpo para lograr
aprisionar lo que siempre se te ha fugado.
FARABEUF, O LA CRÓNICA DE UN INSTANTE (P. 173)
de Salvador Elizondo

 

salvador-elizondoLa primacía del instante. El instante en Farabeuf o la crónica de un instante.
[Epígrafe] Nuestros actos de atención son episodios sensacionales extraídos de esa continuidad llamada duración.
Cita de Roupnel en Gaston Bachelard, La intuición del instante
[Epígrafe] Todo ello, desde luego no hace sino aumentar la confusión, pero tú tienes que hacer un esfuerzo y recordar ese momento en el que cabe, por así decirlo, el significado de toda tu vida.
Salvador Elizondo, Farabeuf o la crónica de un instante

Según Gaston Bachelard, el tiempo es “una realidad afianzada en el instante y suspendida entre dos nadas”(1). A su vez, María Zambrano define el instante como un tiempo “en el que el tiempo se ha anulado”, es decir, se ha anulado su transcurrir, por lo que no puede medirse mas que externamente y cuando ha terminado(2).

Salvador Elizondo tiene una postura que se corresponde con la de estos autores que ven el tiempo como un conjunto de instantes a los que sólo es posible acceder, para conocerlos -saber qué es exactamente lo que ha ocurrido en ellos-,a posteriori, es decir, a través de la memoria que recrea en la conciencia el instante ya muerto. Así, dice que “Nuestro conocimiento del momento presente, por el carácter fugaz que éste tiene, sólo puede ser determinado en función de otros momentos que no son estemomento”(3).

Farabeuf o la crónica de un instante(1965) es, quizá, la obra que mejor ejemplifica la visión de Elizondo sobre el tiempo: en ella se narra, desde distintas perspectivas y ángulos, la recreación de un mismo instante que, en la historia, contiene el significado de la vida de los protagonistas. Toda la novela transcurre en el esfuerzo mental de los personajes por recordar ese momento -así como todos los que contribuyeron a su realización- lo más detalladamente posible para comprender su significado que es, a la vez, el del sentido y la identidad de aquéllos.

Para Elizondo, los instantes -dentro de los cuales está el sentido de la vida- son un conglomerado de situaciones cuyo valor reside sólo en que son necesarias para la realización del hecho que se cumple en aquél; las situaciones, e incluso el hecho mismo de un instante están, en realidad, vacías, y sólo adquieren sentido en tanto que, al unirse, conforman “aquello” que es el significado del instante:

Cada una de esas circunstancias necesarias al acontecimiento del hecho se conforma en torno a su imposibilidad, haciéndolo posible. Todas concuerdan entre sí. Ninguna falta o sobra cuando el hecho tiene lugar. […] Las cosas, las circunstancias, […] están allí sólo para ceñir, como circunstancias, al hecho que ocurre en su interior.(4)

Ahora bien, tal y como sucede enFarabeuf, la comprensión cabal de aquel significado resulta generalmente imposible, por más esfuerzos que lleve a cabo el hombre intentando, al recordar, reconstruirlo sin cabida a dudas, imposibilidad que narra el protagonista de la novela:

Durante todos estos años yo he tenido la paciencia de hacer un acopio exhaustivo de todos los detalles que contribuyeron a realizar ese acto que consiste en suspender el curso de una acción extrema […] pero hay resquicios en esta trama en los que se esconde esa esencia que todo lo vuelve así: indefinido e incomprensible.(5)

Así, mediante la utilización repetitiva de analepsis y prolepsis, el coro de voces de la historia va construyendo y deconstruyendo el sentido de la misma, pues el lector nunca sabe a ciencia cierta qué personajes son reales, y cuáles no, si unos son la invención de otros, o si son desdoblamientos de los protagonistas -ni quiénes son éstos-(6). Las versiones se contradicen unas a otras o en sí mismas y, al final de la novela, es imposible saber de manera inequívoca cuál es el instante imprescindible al que se refiere el primer narrador, así como delimitar un sentido unívoco del mismo.

Además, el hecho de que dichos fragmentos aparezcan alternados “indistintamente” dentro del relato provoca, como apunta Helena Beristáin, una sensación de simultaneidad de los hechos -aunque éstos correspondan a distintos momentos del tiempo- que, en el caso de Farabeuf, refuerza el obsesivo tema central: el instante y la imposibilidad de su conocimiento absoluto(7).

El erotismo en Farabeuf
[Epígrafe]…en esa actitud de entrega, en ese abandono que va más allá de la vida, en ese sólo instante en que, como en el coito, la desnudez y la muerte se confunden y en que todos los cuerpos, aun los que se enlazan en un abrazo inaplazable, exhalan un efluvio de morgue, de carroña conservada asépticamente.
Salvador Elizondo, Farabeuf o la crónica de un instante

[Epígrafe] El erotismo es lo que en la conciencia del hombre pone en cuestión al ser.
Georges Bataille, El erotismo

Aunque, como ya se ha explicado, una conclusión total sobre el mensaje último de Farabeuf resulta particularmente compleja, en el presente trabajo se analizará dicho texto desde la perspectiva del erotismo como eje central de la novela. Independientemente de cuál sea el mensaje “más verdadero” o los personajes “más reales”, en cualquier lectura es evidente la exaltación del erotismo que en él se encuentra. De igual forma, sin importar qué interpretación final se postule, el tema del erotismo, en todos los mini-textos que componen el macro-texto, se delinea bajo la premisa de un equiparamiento del placer con el dolor y de la vida -el orgasmo- con la muerte.

Georges Bataille entiende el erotismo como la fuerza motora del ser humano cuyo fin es trascender la conciencia de su existencia discontinua (distinta de todas las demás, separada de ellas y que, como ellas mismas, transcurre en el tiempo degradándose y en la incompletud), es decir, romper la particularidad del ser abriéndola a la continuidad absoluta durante un instante (o varios) en el que el ser se confunde con las demás esencias sin tener que perderse para siempre en ellas, volviendo luego a su separación.

Esa ruptura, dice Bataille, sólo es posible mediante dos experiencias que se complementan y son análogas una a la otra: la experiencia de la muerte como tal -mediante el sacrificio o la caza- y la del orgasmo -la llamada petit morte de la plétora sexual, o la experiencia mística, instantes de perdida momentánea de la conciencia discontinua-(8) pues, en palabras del autor, “El erotismo abre a la muerte. La muerte lleva a negar la duración individual”(9).

Esto es posible cuando el ser transgredelos límites de lo prohibido y se abandona en el impulso erótico ya que, en este movimiento, la transgresión le permite gozar de aquello que ordinariamente está vedado por el manto de la prohibición, esto es, ir más allá de los límites durante el instante en que los traspasa. El deseo, para Bataille, es “el otro lado” de la prohibición”: se mantienen los límites y, al traspasarlos momentáneamente, el ser experimenta un placer que, mezclado con el pavor y el miedo, se confunde con el orgasmo que siente al acercarse a lo prohibido que, de esta manera, adquiere entonces la cualidad de algo sagrado:

Fundamentalmente es sagrado lo que es objeto de una prohibición. La prohibición, al señalar negativamente la cosa sagrada, no solamente tiene poder para introducirnos –en el plano de la religión- un sentimiento de pavor y de temblor. En el límite, ese sentimiento se transforma en devoción; se convierte en adoración. […] Los hombres están sometidos a la vez a dos impulsos: uno de terror, que produce un movimiento de rechazo, y otro de atracción, que gobierna un respeto hecho de fascinación. La prohibición y la transgresión responden a esos dos movimientos contradictorios: la prohibición rechaza la transgresión, y la fascinación la introduce. […] lo divino es el aspecto fascinante de lo prohibido: es la prohibición transfigurada.(10)

En estos actos en que se recrea la muerte del ser discontinuo -la sexualidad, el sacrificio, la caza, etc.- el ser se abre a la continuidad del ciclo orgánico: la vida que deviene en la muerte que deviene en vida, y así eternamente:

Lo sagrado es justamente la continuidad del ser revelada a quienes prestan atención, en un rito solemne, a la muerte de un ser discontinuo. Hay, como consecuencia de la muerte violenta, una ruptura de la discontinuidad de un ser; lo que subsiste y que, en el silencio que cae, experimentan los espíritus ansiosos, es lacontinuidad del ser, a la cual se devuelve a la víctima.(11)

A decir del autor, el terreno del erotismo es esencialmente el de la violencia; sólo a través de un acto violento, el ser consigue romper por un instante las ataduras de la discontinuidad que lo aísla de los demás seres(12). Dicha violencia produce, entonces, una fascinación en la que caben simultáneamente el horror, la angustia y el desfallecimiento -la suspensión del aliento- momentáneos que abruman al ser en el instante en que su conciencia se desgarra por alguno de aquellos actos de transgresión que implican la voluntad de quebrar la discontinuidad:
Quienes ignoran, o sólo experimentan furtivamente, los sentimientos de la angustia, de la náusea, del horror […] no son susceptibles de esa experiencia. […]

La experiencia interior del hombre se da en el instante en que […] toma conciencia de desgarrarse él mismo, y no la resistencia que se le opondría desde fuera.(13)

Elizondo, en un texto en el que analiza la teoría de Bataille, habla también sobre esta cualidad del erotismo de ser un intento de superación de la muerte -la discontinuidad, el transcurrir del ser-: “el erotismo […] es un método de disciplina interior que pretende sobreponer la conciencia a la posibilidad ineluctable de la muerte mediante su imitación”(14).

Así, en Farabeuf es por demás evidente la descripción de los momentos de plétora sexual en términos de un erotismo en el sentido en el que Bataille lo entiende, lleno de violencia y cercano a la muerte (la disolución):

“Y me abandonaré a su abrazo y le abriré mi cuerpo para que él penetre en mí como el puñal del asesino penetra en el corazón de un príncipe sanguinario y magnífico…”(15)

[Si los amantes] hubieran adivinado ese encuentro en el que la entrega se hubiera convertido en algo lleno de sangre… (2006: 97)
Ahora estás aquí. Me perteneces en la medida en que tu muerte es la desnudez de mi cuerpo tendido al lado de tu cuerpo. La desnudez no es sino un signo de tu disolución.(16)

Esta perspectiva, sin embargo, encuentra su justificación en el sentimiento erótico, de fascinación mezclada con placer, que la mujer siente al ver la fotografía del supliciado chino tomada por el Dr. Farabeuf, sensación que igualmente experimenta el hombre que es la “voz principal” de la novela: se dice de ambos que la figura del torturado era “el símbolo de una profanación exquisita”(17). A lo largo de la novela se hace mención repetidamente sobre la fascinación que, en todos los personajes, despierta la contemplación del suplicio(18), aquel “suplicio voluptuoso que inunda el mundo como un misterio exquisito y terrible”(19) y que es, para ellos, el instante cuyo significado define su existencia.

La razón del esfuerzo rememorativo que puebla el texto es, entonces, la búsqueda de la comprensión de aquel instante de tortura del que nacen todas las posteriores acciones y sensaciones de los personajes tras haber contemplado “aquella carne maldita e intensamente bella”(20), instante después del cual la memoria se congelaba y se perdía en la confusión.

Al contemplar la fotografía, la mujer se imagina a sí misma en la situación del sacrificio, y es en esta fantasía de tortura y muerte en donde se centra su goce erótico -y el del resto de los personajes-. Así, la novela equipara placer del coito con aquél de la situación de la tortura y el suplicio:

[…] la angustia que te invade cuando miras esa fotografía, como lo haces todas las tardes hasta que sientes que tu pulso se apresura y tu respiración se vuelve jadeante. Aspiras a un éxtasis semejante y quisieras verte desnuda, atada a una estaca. Quisieras sentir el filo de esas cuchillas, la punta de esas afiladísimas de bambú, penetrando lentamente tu carne. Quisieras sentir en tus muslos el deslizamiento tibio de esos riachuelos de sangre, ¿verdad?…(21)

Hubieras temido ver tu cuerpo sangrante en el éxtasis de aquella ceremonia, el proferimiento de cuyo nombre tan sólo hubiera bastado para hacerte morir de un goce irresistible, de un goce que hubiera trascendido todas las posibilidades de tu cuerpo y que te hubiera aniquilado con un ruido de olas […].(22)

En uno de los fragmentos, una voz femenina -que no se sabe si es la de la mujer o la de la Enfermera- rememora la contemplación de aquél instante y cuenta el éxtasis que siente en ese momento pues comprende que, llevados al límite, el dolor y el placer son lo mismo:

-¿La visión de ese cuerpo desgarrado te conmovió?, ¿sentiste compasión?, ¿sobresalto?, ¿náusea?
-Fascinación. Fascinación y deseo.
[…]
-¿Sentiste miedo?
-Sentí placer. A cada nueva etapa de la intervención, su mirada se iba aguzando como la punta de una daga.
-Creíste entonces que él te pertenecía.
-Sí; y comprendí que el dolor, de tan intenso, se convierte de pronto en orgasmo.(23)

Como se insinúa varias veces en el texto, la razón de dicha fascinación es que, tanto para la mujer como para el hombre -así como para Farabeuf y la Enfermera-, el sentido de la vida de aquélla, que simboliza “lo femenino” –y lo mismo sucede con los personajes que son símbolos de “lo masculino”, pues Farabeufrecrea el mito de la fusión de los contrarios-, se encuentra en aquella fantasía de aniquilación total en la que, como diría Bataille, el ser se abandona por completo en la continuidad absoluta que provee la muerte, ya sea la momentánea del orgasmo sexual, o la inflingida en el suplicio:

El sacrificio, si es una transgresión hecha a propósito, es una acción deliberada cuyo fin es el cambio repentino del ser que es víctima de ella. A ese ser se le da muerte. Antes que se le dé muerte, estaba encerrado en la particularidad individual. […] Pero, en la muerte, ese ser es llevado de nuevo a la continuidad del ser, a la ausencia de particularidad. Esa acción violenta, que desprovee a la víctima de su carácter limitado y le otorga el carácter de lo ilimitado y de lo infinito pertenecientes a la esfera sagrada, es querida por su consecuencia profunda. Es deliberada como la acción de quien desnuda a su víctima, a la cual desea y a la que quiere penetrar. El amante no disgrega menos a la mujer amada que el sacrificador que agarrota al hombre o al animal inmolado. La mujer, en manos de quien la acomete, está desposeída de su ser. Pierde, con su pudor, esa barrera sólida que, separándola del otro, la hacía impenetrable; bruscamente se abre a la violencia del juego sexual desencadenado en los órganos de la reproducción, se abre a la violencia impersonal que la desborda desde fuera.(24)

El sacrificio, como el acto sexual, son instantes de aniquilación de la discontinuidad del ser en los que, a decir de Bataille, lo que se revela es “la carne”: el flujo orgánico del ciclo de la vida y la muerte cuya contemplación o experiencia provocan en el ser un horror -por el miedo a la muerte y por la prohibición de la violencia que rompe la discontinuidad, la cual se expresa claramente en el hecho de que matar, “dar la muerte a alguien”, sea un acto prohibido- que, una vez superado, se convierte en éxtasis erótico(25).

En Farabeuf, tal y como sucede en los fragmentos relativos al acto sexual, las descripciones sobre el instante de la tortura tienen un tono sumamente erótico y refieren a la belleza, también erotizada, del supliciado:

[…] ese ser prodigioso que se debatía sonriente en medio de su propio aniquilamiento como en un océano de goce, como en un orgasmo interminable.(26)

No va quedando más que esa forma, concretándose lentamente contra la estaca, haciéndose cada vez más rígida en su actitud de desafío y de entrega a la vez, con los hombros doblados hacia atrás por la tensión de las ligaduras y el cuello alargado hacia delante; con los ojos abiertos, abiertos más allá del dolor y de la muerte. Una mirada que nada puede apagar; como pudiera mirarse uno mismo en el momento del orgasmo. Pero esa luz todo lo oculta. Es como mira el tigre o la mirada del opiómano. Sí, acaso una fuerte dosis de opio antes de esta muerte, antes de esta fascinación definitiva de todos los sentidos, y la sangre se vuelve más cálida y fluye más lentamente, tan lentamente que el filo de la cuchilla es incapaz de hacer brotar un borbotón violento sino que el torso distendido contra el cielo nublado se va cebreando lentamente y las estrías negras sólo convergen, por el pálido cauce de las ingles, en las comisuras del sexo y de allí gotean como clepsidras, más lentas que su corazón cuyos latidos se pueden escuchar desde lejos, saliendo de la herida. Así sangran los cadáveres: por gravedad, con esa lentitud se va deletreando la palabra que la tortura escribió sobre el rostro que has imaginado ser el tuyo en el momento de tu muerte. […] Y tú estás fija allí y yo te miro mirarme fijamente. Pretendes descubrir mi significado y te horroriza la sangre que mana de mi cuerpo y a la vez te fascina porque en su contemplación crees redimirte. No alcanza la distancia que hay entre tú y yo para contrarrestar este grito diminuto de la muerte…(27)

Las citas anteriores demuestran claramente el manejo del erotismo enFarabeuf, donde el mismo es entendido en los términos de Bataille sobre la experiencia erótica, ya sea como acto sexual o como acto de muerte, ejemplificado en la novela en la escena del sacrificio, que es a la vez el instante que configura y justifica el resto de los pasajes eróticos de la historia.

El erotismo, en Farabeuf, es la fuerza motora que provoca y delimita los actos de todos los personajes, siendo también el impulso que da sentido a su vida y la razón de la necesidad de recordar que obsesiona a todas estas voces que, a través de la memoria, intentan rememorar (y recrear) desesperadamente los instantes en los que el erotismo se ha manifestado en sus vidas para, con ello, poder comprender quiénes son, cómo y por qué han llegado a ser (o dejar de ser) lo que son (o creen ser) en el presente confuso en el que transcurre la narración.

NOTAS
(1) La intuición del instante, p. 11.
(2) El hombre y lo divino, p. 40.
(3) Cuaderno de escritura, p. 99.
(4) El grafógrafo, pp. 92 y 93.
(5) idem, Farabeuf o la crónica de un instante, p. 62.
(6) V. Beristáin, Análisis estructural del relato literario, pp. 101 y 102.
(7) V. ibid., p. 94.
(8) V. El erotismo, pp. 25-29.
(9) Ibid., p. 29.
(10) Ibid., p. 72.
(11) Ibid., p. 27.
(12) V. ibid., pp. 21, 55-61, 84 y 111.
(13) Ibid., p. 43.
(14) Teoría del infierno, p. 75.
(15) Elizondo, Farabeuf, p. 88.
(16) Ibid., p. 42.
(17) Ibid., p. 95.
(18) V. ibid., pp. 39-41 y 121 -por mencionar sólo un par de ejemplos-.
(19) Ibid., p. 139.
(20) Ibid., p. 38.
(21) Ibid., p. 35.
(22) Ibid., p. 103.
(23) Ibid., p. 119.
(24) Bataille, op. cit., pp. 95 y 96.
(25) V. ibid., pp. 51, 73, 74 y 97.
(26) Elizondo, Farabeuf, p. 103.
(27) Ibid., p. 117.
Bibliografía
Bachelard, Gaston (2002). La intuición del instante. México, Fondo de Cultura Económica (col. Breviarios, no. 435).
Bataille, Georges (2003) El erotismo. México, Tusquets (col. Ensayos, no. 34).
Beristáin, Helena (1982). Análisis estructural del relato literario. México, UNAM/IIF.
Elizondo, Salvador (2000a). Cuaderno de escritura. México, Fondo de Cultura Económica (col. Letras Mexicanas, no. 126).
_________________ (2000b). El grafógrafo. México, Fondo de Cultura Económica (col. Letras Mexicanas, no. 127).
_________________ (2000c). Teoría del infierno. México, Fondo de Cultura Económica (col. Letras Mexicanas, no. 132).
_________________ (2006). Farabeuf. México, Fondo de Cultura Económica (col. Conmemorativa 70 Aniversario, no. 66).
Zambrano, María (2002). El hombre y lo divino. México, Fondo de Cultura Económica (col. Breviarios, no. 103).

_______________
* Salvador Elizondo nació en la Ciudad de México el 19 de diciembre de 1932, hijo de Salvador Elizondo Pani, diplomático y productor de cine. Desde muy joven tuvo contacto con el cine y la literatura. De niño vivió varios años en Alemania, antes de la Segunda Guerra Mundial, y cursó tres años en una escuela militar de California. Realizó estudios de artes plásticas en la Ciudad de México y de literatura en las universidades de Ottawa, Cambridge, La Sorbona, Peruggia y la UNAM. Fue fundador de la revistas SNOB y NuevoCine, y colaborador de las revistas Vuelta, Plural y Siempre, entre otras.
En 1965 recibió el Premio Xavier Villaurrutia por su novela Farabeuf o la crónica de un instante.1 Fue becario fundador en El Colegio de México, en donde cursó estudios de lengua china. Fue catedrático de la UNAM y becario de la Fundación Ford para cursar estudios en Nueva York y en San Francisco, Becario del Centro Mexicano de Escritores 1963-1964, y becario también de la Fundación Guggenheim 1968-1969.
En 1990 recibió el Premio Nacional de Literatura.2 Fue miembro, a partir de 1976, de la Academia Mexicana de la Lengua. El 29 de abril de 1981 ingresó a El Colegio Nacional con el discurso de «Joyce y Conrad».3 Estuvo casado en primeras nupcias con Michele Alban, con quien tuvo dos hijas: Mariana y Pía Elizondo; su segundo matrimonio fue con la fotógrafa mexicana Paulina Lavista.
Tomado de: http://es.wikipedia.org/wiki/Salvador_Elizondo

Dulce Aguirre
Artículo publicado el 28/12/2010

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