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El escrito: singularidad literaria

por Jonathan Alexander España Eraso
Artículo publicado el 16/03/2023

Este microensayo explora la singularidad del escrito y su poder creativo en la interrupción y apertura de la escritura. El acto de escribir traza la hospitalidad del lector porvenir y se convierte en su testimonio.

Palabras claves: escritura, singularidad, lectura, literario, lector

 

El escrito es lo inapropiable. En ese ser, se manifiesta su singularidad que no es sino lo que las palabras donan. Las manos que escriben interrogan, abren un punto suspensivo en la lectura. En su movimiento, en el de las manos escribiendo, alteran la página, la remueven. La escritura se interrumpe, cortada por otra mano que punza desde el sentido y nos hurga, nos mete la mano, se entromete en nosotros. Esta mano excesiva que no cabe en sus propios márgenes es la mano del escrito. Con aparente simpleza, aturde, persigue, contrabandea lo que se dice y lo que no. Por ello, lo que se lee se entrega a la heteronimia en tanto comienzo puesto en obra. Lo anterior es lo que busca esta columna: lo que no se deja apresar, lo que se disemina y se hace página, dándose, de esa forma, a la apertura de lo literario.

Y es que, como lo anuncia el filósofo francés Jacques Derrida, «en principio lo que llega, lo que se inclina y tuerce para llegar, no es un ‘otro’, sino un origen. Nosotros –siempre nosotros, porque el ser es ser-con– estamos ahí, en la creación incesante, en cada origen. Estamos ahí, al borde, sumamente cerca, en los umbrales, tocamos el origen».

Al escribir nos exponemos a una pluralidad que reclama trasegar por lo que no es evidente y está siempre dado en los márgenes. Si se piensa en un origen plural, se exige la interrupción de lo que se fragmenta en todo ser-con de lo literario. Cuando escribimos bajo el techo de estas alusiones, recorremos la finitud y el límite que operan en el blanco de la página. El poder creador del escrito no es otro que el desbordamiento de un río-palabra que se hace mar en la lectura.

La escritura no se da si no es interrumpida y compartida por un lector que excribe la afección desde un afuera no pensable pues, en términos de Jean-Luc Nancy, «escribir y leer, es estar expuesto, exponerse a ese no-haber (a ese no-saber), y de ese modo a la excripción. Lo excrito está excrito desde la primera palabra, no como un indecible, o como un ininscriptible, sino al contrario como esta apertura en sí de la escritura a ella, a su propia inscripción en tanto que la infinita descarga del sentido en todos los sentidos que se le pueden dar a la expresión».

En sí, escribir traza la hospitalidad del lector porvenir, o, asimismo, modela el origen insaturable que descubre cada vez, una vez más, otro mundo en el nuestro. Decir sí a lo que se proyecta en uno, a lo que insemina más allá de la revelación, es decir sí, desde luego, a la arqueología ingobernable de lo que leemos.

El escrito indaga por el ramaje de lo que llevamos adentro. Su modo de testimonio es el tocar: lo que lees, en los pliegues de las palabras, te afecta y se fecunda en las paredes de tu penumbra inagotable.

Jonathan Alexander España

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