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El individuo ético en Conrad

por Daniel Alejandro Gómez
Artículo publicado el 10/06/2006

En El corazón de las tinieblas, una de las novelas emblemáticas de Joseph Conrad, asistimos a una especie de plasmación del mal, sea estética, en cuanto a su carácter de ideación artística, como ética, en cuanto a la connotación moral del arte de esta novela. La poiesis nos permite, así, una reflexión de las ideas morales de Conrad, o de la escritura de Conrad, y ello, acaso, nos permitirá ingresar ahora sí en territorios tajantemente epistémicos y veraces…

De común conocimiento, pues, en mayor o menor medida, el argumento y la trama de la novela, aludiremos a ello muy sumariamente.

El capitán Marlow, contratado por una compañía del marfil, viaja, por el misterio silencioso del río Congo, hacia la jungla de la sutil maldad en busca del reemplazo del admirado y enfermo agente Kurtz. La entrevista de estos dos hombres, pues, de estas dos ánimas éticas que nos permitirán dilucidar las implicaciones de esa especie de teoría moral que el autor británico arguye en sus páginas, es la que permite vertebrar una posible subyacencia novelística: las diferencias maléficas, la falta, según la lectura artística conradiana, de una unicidad en la maldad humana: el individuo ético en fin.

Kurtz es un hombre enfermo; los negros sudores de los hombres de ébano, la crueldad blanca, el áspero trato del marfil, lo han hecho malvado. La jungla, palmaria antropización de las animosidades maléficas, lo ha devorado en su forma ética. Kurtz, señoreado por el mal, se enfrenta a Marlow, se entrevista con él, pero, ante el célebre horror congoleño, Marlow, sin embargo, logra superar a Kurtz y al mal. La explicación de esta diferencia, de estas distintas reacciones ante el mal de la jungla y los hombres, de esta relatividad psíquica, nos ocupará en este artículo.

Por ende, así, la maldad es diferencial y no puede obrar de igual manera en los hombres. De esta forma, se deja ver una particularidad, un libre albedrío, una especie de decisoriedad en los hombres acerca de su ética. Veamos, entonces, sobre ello.

En la obra adivinamos, pues, una codificación innata en los hombres acerca de la ética, pues ello explica, en parte, la diferencia de la que hablábamos. Marlow, en efecto, tiene interiorizada su propia legislación moral, un condicionante que será capital acerca del resultado moral del Capitán narrador. Kurtz, con otro itinerario moral, otra historia y otra dote, adivinamos, tanto del bien como del mal- y ante una selva, aunque muy potente, no omnipotente en su mal, lo que permite, en fin, la decisión humana y una limitada libertad ética- es malvado, padece el horror; la diferencia del mal, en su innatismo, es uno de los condicionantes que nos permite esta filosofía novelística.

Otra diferencia es la desigual reacción ante un clima, ante una moral selvática antropizada. Consideremos, en efecto, que la presión, el influjo de la circunstancia, del mundo de las cosas y de los hombres sobre el individuo y su vacilante ética, aludida muchas veces en el contexto de la humanidad maligna de la jungla, escribe por sobre los códigos que ya vienen injertados en la Psique de los seres humanos; en efecto, hay, en parte, una cierta tabula rasa ética que el Congo puede escribir, pero, por otro lado, Kurtz sucumbió ante al mal, y no así el Capitán Marlow… Por lo tanto, la innatidad y, sobre todo, tal y como lo implica la novela, la decisión pueden abstraerse de la circunstancia malvada.

La naturaleza, decíamos, y la maldad del contexto del individuo presionan, logran su influjo moral, pero en forma diferente en los dos personajes, que son capaces de voluntad al respecto. Ello aboga, acaso toda la novela argumenta a favor de ello, de la individualidad ética, y tal vez, si profundizamos, de la íntegra especificidad del ser humano. A dicha particularidad, a dicha apuesta por la falta de un mal universal y genérico, agregaremos cierto libre albedrío, cierto impulso, cierta libertad que será, claro, individual, concreta, distraída de toda generalización. Es la decisión de Marlow, es la decisión de Kurtz; es la posibilidad, en suma, de una condicionada pero palpable libertad ética, de una diferente reacción ante el mal circundante.

El capitán Marlow, que viene con toda una historia del bien y del mal, ha vencido al mal en su entrevista con el formidable agente Kurtz; ha elegido en la selva, ha seleccionado, pero Kurtz, adivinamos que por deficiencias innatas o por ineptitud de su voluntad, sucumbió ante la presión ominosa de la maldad en su contexto individual.

Así, el Capitán narrador, dijimos, logra vencer no solamente a la jungla, sino también a Kurtz. El capitán Marlow, pues, codificó de forma diferente la circunstancia de la selva; sus códigos innatos y su capacidad decisoria, más apta que la de Kurtz, acaso, también, más voluntaria, le permiten sobreponer su ética, soportar el horror sin caer ante él. Y Kurtz, en fin, podemos decir que representa la fuerza natural del mal, con toda la alegoría que ello implica en la minuciosa y también meticulosa escritura de la narrativa selvática de Conrad. Respecto a ello, Kurtz es la selva, es el mal, es la inhumanidad. Pero Marlow, en la narración, gracias a sus dotes, gracias a su elección más tenaz, más veraz, más óptima, representa el triunfo, la posibilidad de una ética apreciablemente libre.

Y de un individuo, en fin, que se hace individuo; pues opta por su propio bien, y, sobre todo en esta novela, también por su propio mal…

 

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