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REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
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El tiempo, la realidad y
la muerte en “Paramnesia”
de J. J. Saer.

por Adriana Billone
Artículo publicado el 12/08/2019

RESUMEN
Se analiza la concepción de tiempo y realidad en Juan José Saer tomando como referencia principal el relato “Paramnesia”. A partir de allí, tomando otros textos del autor, se plantea: el diálogo del autor con los mitos de la religión católica, las características del héroe en su escritura, y finalmente una hipótesis acerca de la concepción saeriana de la ficción –apoyada en la mirada- como resistencia frente a la muerte.

PALABRAS CLAVE
tiempo, percepción, realidad, ficción, mirada, creación, muerte.

Paramnesia: un ensayo sobre la memoria, la percepción y la realidad
La paramnesia consiste en un trastorno en la percepción del tiempo, que resulta en una alucinación del presente, el cual es tomado como pasado.
A partir del título del cuento se pone de relieve entonces, obviamente, la cuestión del tiempo. Sin embargo, poniendo mayor atención a la definición de paramnesia, podemos advertir otras cuestiones que rebasan el tema del tiempo y apuntan al hecho de la percepción y su capacidad de producir, de crear el presente. Sin riesgo de aventurarse mucho, podría sustituirse el término “presente” por “realidad inmediata”. Entonces, Saer nos va a hacer un relato de cómo la realidad inmediata puede ser creada por la percepción.

Estructura narrativa
Veamos, en primer lugar, el esqueleto del relato, narrado en pasado por un narrador omnisciente que se focaliza en el capitán.
Puede decirse que se desarrolla en tres escenas:

• La primera, frente al fuego. Es una escena que funciona a modo de epígrafe, en tanto contiene en sí todo el desarrollo ulterior de la escena principal, pero en modo metafórico: el capitán asiste al hecho trágico, preanunciado, según el cual la fogata que se ve tan llena de movimiento, va a extinguirse más pronto de lo previsto. Recuerda a “Las ruinas circulares”, en tanto es la misma escena frente al fuego, pero aquí se presenta en forma negativa: en lugar de asistir a la creación se asiste a la destrucción de lo creado.
• El presente del fuerte, con los dos moribundos y el capitán. Un presente alucinatorio que se percibe como único, como no viniendo de nada y no yendo hacia ninguna parte más que a su propia y completa extinción. Como el fuego, un sueño de vida en la muerte.
• El relato del soldado. Ficción dentro de la ficción, paso de comedia, sirve para establecer lo irreal, lo ilusorio del pasado, para situar todo pasado en un marco ficcional, en el que también va a quedar sumido el presente. Lo cual remite a Calderón: “Yo sueño que estoy aquí, de estas prisiones cargado/ Y soñé que en otro estado más lisonjero me vi.” Entonces, para Saer, los sueños ¿sueños son?

Recursos estilísticos
• Profusión de imágenes sensoriales.
• Repetición: de expresiones, de imágenes, de situaciones.
• Adjetivación. Saer no teme usar adjetivos: en la primera página solamente, se cuentan dieciséis. Los usa de a uno, de a pares o en tríos, y todos, o casi todos, apuntan a los temas de su prosa: lo fantástico –frágil, incierto- vs. lo real –nítido, cierto-; y la luz –lo cambiante, lo rápido- vs. la muerte –lo lento, el estatismo-, pudiendo establecerse un paralelo entre los pares luz-fantástico contra muerte-real. Hay, además, adjetivos que responden al resto de los sentidos: el tacto, el olfato, el oído, el gusto.

El concepto de ficción
En “El concepto de ficción”, un texto de Saer de 1997, el autor dice que la dicotomía ficción-realidad es falsa, puesto que el estatuto de real de los hechos es siempre dudoso; entonces, suponiendo que exista la realidad, la ficción es el mejor –además del único- dispositivo de que disponemos para acceder a aquélla. Va un poco más allá y dice que la ficción es antropología especulativa, lo cual no es poca cosa. Implica que Saer en sus relatos nos habla de lo humano, de la naturaleza (valga la ironía del término) de lo humano, y por lo tanto, no es raro que nos hable de Dios, de la idea de Dios o del misticismo que encierra la existencia humana, aún en su aspecto más aparentemente animal.

“Paramnesia”
Desde el epígrafe tomado a Quevedo, a saber: “No se ve cosa en el sol que no sea real”, se funda el concepto de realidad en la percepción y no en el objeto percibido. Leyendo el texto, se advierte que Saer dialoga e ironiza con varias corrientes filosóficas.
Para exponerlo cronológicamente –según la historia de la filosofía-, su protagonista, su héroe, el capitán, parte de una postura heraclítea: la discontinuidad del ser (p. 61, al pie), y cuestiona a Platón. Hay memoria vacua, sin sentido, en tanto que el recuerdo es inaccesible, sin fuerza, “entreverado y diseminado entre la hojarasca” (p.62) “… como si no existiese nada más que la posibilidad del recuerdo y después ninguna cosa real a qué aplicarlo.” (p. 66).
Consecuentemente, ironiza acerca de la idea de un Dios que otorgue luz y sentido a la existencia. Dios, representado por el fraile, es un estafador. Lo llama “puto y rufián”. Entonces, nos dice que vende putas; ¿se referirá a la religión? En todo caso, le achaca que nos quiere vender lo aparente (“la realidad”) como real, cuando la realidad, con su apariencia de unicidad, es lo más falso. Ya dijimos que para el capitán –y tal vez para Saer-, no hay continuidad sino discontinuidad en la existencia. Por eso increpa al fraile con resentimiento: “Hazme el cuento de que hay un océano y que nosotros lo cruzamos con el adelantado y él nos mandó en expedición hasta aquí.” (p.58-59) Y sigue, más abajo: “Hazme creer que todo eso es real. Hazme creer que no hemos estado siempre tú y yo y Judas en este lugar, rodeados de carroña y que hay algún otro lugar que no sea éste.” Ante la hipótesis cartesiana acerca de la mala fe de Dios, el capitán, seguramente apostaría por la afirmación. Dios, si existe, nos miente. Y, por tanto, no hay continuidad entre el mundo de las ideas y el nuestro. Por eso, cuando ver los pájaros negros que cruzan volando el cielo (p.56, -57), lo lleva a presumir que hay otro lugar más allá del inmediato que percibe, termina cegado por la luz demasiado intensa del sol. También tiene un instante de duda cuando ve al soldado pelirrojo que contempla algo por encima de la cabeza suya, tanto que se voltea para ver lo que el soldado contempla con tanta fijeza, pero tampoco esta vez puede ver: “…no vio nada, salvo el cielo vacío por encima de las construcciones medio derruidas.” (p.57-58)
Avanzando en la metáfora iluminista, luz = conocimiento, también se aprecia la oposición a este postulado. La visión del capitán es impresionista. La luz, como el pensamiento, tiene por atributo la discontinuidad, la inconsistencia y la fragilidad. La realidad está hecha de un mosaico de percepciones en continua descomposición. Como la fogata, como el fuerte y sus habitantes, todo avanza hacia la desintegración y la muerte. Imposible no evocar la pintura impresionista de la Catedral de Rouen o la del ferrocarril arribando a la estación de Saint Lazare, ambas de Monet.
La misma desintegración de la fe en el conocimiento y en Dios.
¿En qué consiste entonces la memoria? En una serie de percepciones. En cuanto al presente, paradójicamente, está hecho de memoria. Por eso el título. Por eso el tiempo en las obras de Saer –v.g. “El limonero real”- no es cronológico. Es un tiempo detenido, circular, eterno. Es el tiempo del mundo interior de los protagonistas. Tiempo psicológico, pero también mítico. Así como en “El limonero real” no hay verdadera filiación porque los hijos repiten el nombre de sus padres, produciendo una iteración, un tiempo congelado que avanza hacia la anomia, –el hijo de Layo es “él”, apenas-, en “Paramnesia” no hay pasado ni futuro. Lo que hay es la repetición de un presente que va generando su propia y paulatina descomposición. En lugar de ser un mito de la creación es un mito de la destrucción, en cuyo acontecer se producen fallos. El volver a comenzar constante de las acciones, por un lado anula la acción anterior al repetirla, pero no es una repetición exacta. Hay agregados en cada repetición, como algo que no termina de producirse, y debe pasar por sucesivos intentos antes de concretarse. La ficción sería entonces algo así como el relato de los intentos fallidos e iterativos que hace la vida por extinguirse.
El héroe saeriano, tiene frente a lo real de la muerte, una postura existencialista. Se sostiene en la mirada y en la ficción. Frente a un universo sin sentido, donde hasta el propio cuerpo es extraño –p.64-65–, el sujeto solo persiste en la voluntad de su mirada (p. 46, final de párrafo; p.58, en el medio). Por eso el capitán está “reducido”, “compactado” en su corporeidad: toda su fuerza se concentra en la mirada. El antagonista, el soldado barbirrojo, “Judas”, es el poeta. El viejo loco, infantil, del cual no se sabe si cree en sus cuentos, pero cree en el hecho de contarlos y creerlos. Nótese que narra “con inenarrable placidez, distracción y como falta de esperanza.” Como quien juega. En su narración, la vida es una comedia; no hay muerte ni dolor. Es un hombre de fe que se sostiene por una mentira honesta. Este rasgo, la honestidad, es común al capitán y al soldado. Ambos se mantienen fieles hasta el final. El capitán, como Don Juan, rehúsa convertirse a una fe en la que no cree. Para sostener lo que sabe, o lo que no sabe, entrega su vida. Se salva como sujeto. Lo que no quita que hubiera deseado que las cosas fueran distintas. Quiere creer, así lo pide, lo exige: “Hazme creer”, al fraile y al soldado. No puede. El “demonio” que lo posee lo obliga a despertar, a no permanecer en la oscuridad. Recuerda al Funes de Borges, condenado a una lucidez absurda. La diferencia es que Borges ironiza sobre la memoria, en tanto que Saer lo hace sobre la condición humana. El hombre está solo con sus percepciones, con la realidad inmediata, el sinsentido, incapaz de comunicarse con los otros y librado a la inminencia de la muerte. Un planteo místico es inevitable.
En “El limonero real”, así como en el relato “En la zona” aparece el sacrificio del cordero, del inocente. Incluso en “El limonero…” está el tema de la muerte del hijo. Cuando muere un inocente, es para salvar al resto, pero ¿cuál es “el resto” que se salva en las ficciones de Saer? Ya está dicho un poco más arriba: lo que se salva es cierta mirada, cierta verdad que la mirada puede capturar, congelar, eternizar. Citando a Saer en “El concepto de ficción”: “Pero que nadie se confunda: no se escriben ficciones para eludir, por inmadurez o irresponsabilidad, los rigores que exige el tratamiento de la “verdad”, sino justamente para poner en evidencia (la negrita cursiva es mía), el carácter complejo de la situación, carácter complejo del que el tratamiento limitado a lo verificable implica una reducción abusiva y un empobrecimiento.” Además, tanto la mirada como la escritura tienen la virtud de fijar el tiempo, y por lo tanto, retardar la muerte. Hay una especie de furia, de empecinamiento en persistir, frente a la fatalidad que llega en forma absurda, extranjera –en este caso, representada por los indios-. Se vive entre ruinas, entre cosas que agonizan. El río, metáfora obvia y más que transitada de la vida, no viene de nada ni va hacia ningún lado (p. 55). En esto consiste la originalidad de la visión del hombre saeriano.
Hay una escena, en la p. 62, al pie, que casi parafrasea el mito de la Creación cristiano: “El capitán dio varios pasos en distintas direcciones y pareció no solo reconocer el lugar y sus inmediaciones sino también oler el aire y ver el sol y el cielo y comprobar con una ojeada que todo seguía bien y en su sitio.” Un poco más adelante hay un baño del capitán en el río, en el cual se limpia antes de ser sacrificado. El capitán, como todo hombre, crea la realidad al tiempo que la percibe. Al entrar al agua, crea su cuerpo de hombre, el cual por primera vez aparece realmente vivo, para volvérsele inmediatamente extraño. Luego de eso, vuelve a dormirse, vuelve a la oscuridad. Al despertar, ve el “cielo vacío” y se le revela la naturaleza mítica del recuerdo. Quien ha de encargarse de su sacrificio es, por supuesto, “Judas”, el soldado barbirrojo, un subordinado suyo a quien perdona “porque te has vuelto loco y tienes miedo”. Otra vez resuena la escena bíblica: “porque no saben lo que se hacen”, decía Cristo.
La muerte es “un fogonazo”. Un momento revelador.

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Requerido.

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