EN EL MUNDO DE LAS LETRAS, LA PALABRA, LAS IDEAS Y LOS IDEALES
REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
PORTADA | PUBLICAR EN ESTE SITIO | AUTOR@S | ARCHIVO GENERAL | CONTACTO | ACERCA DE | ESTADISTICAS | HACER UN APORTE

— VER EXTRACTOS DE TODOS LOS ARTICULOS PUBLICADOS A LA FECHA —Artículo destacado


En busca del paisaje perdido

por Eduardo Stupia
Artículo publicado el 08/08/2008

Primero, la montaña es la montaña; el río es el río; el árbol es el árbol.
Luego, la montaña no es la montaña; el río no es el río; el árbol no es el árbol.
Después, la montaña es la montaña; el río es el río; el árbol es el árbol.
De un koan Zen
Las características que definen tanto la idea de paisaje
como su construcción material (…) se encuentran en crisis.
Poco se habla hoy de paisaje: se ha reemplazado
esta noción por conceptos como medio ambiente, ecosistema,
territorio o espacio, que se  autoproponen
para cerrar completamente la brecha
entre el hombre y el mundo que la idea de paisaje mantenía.
Graciela Silvestri y Fernando Aliata, El paisaje como cifra y armonía

 

Un viajero aborda un ómnibus un día soleado de verano a las cinco de la tarde. Viaja, digamos, de Buenos Aires a Mar del Plata. Durante las siguientes cinco horas del trayecto, no dejará casi ni por un momento de mirar por la ventanilla. Percibe, o cree percibir, que el paisaje, estructuralmente, siempre es el mismo: la línea del horizonte alternativamente visible y, cuando no, perfectamente localizable. Un terreno plano hasta la extenuación. Grupos de árboles como grumos o guardas en todos los verdes y los animales de manual salpicados como manchas negras, marrones, ocres y blancas que, más cerca o más lejos, funcionan como subrayados, acentos, texturas y cruces rítmicos que hacen contrapunto con la homogénea variación de la escena central.

El cielo que ocupa las dos terceras partes del cuadro, y los sostenidos golpes verticales de los postes de luz que babean las líneas pentagramadas de los cables, ahí arriba, haciendo explícitamente gráfico ese movimiento que el punto de vista y la perspectiva parecen desmentir. Y la luz, que desde la opulenta plenitud de media tarde empieza a decaer imperceptiblemente, pasando por el primer vahído que anuncia el atardecer, deslizándose en la callada inundación de fríos y cálidos atenuados del pleno crepúsculo, hasta concluir sinfónicamente, aunque con la discreción de lo habitual, en los marrones y negros petróleo y azules carbónicos de la primera noche, salpicados de las luces perdidas que inevitablemente agregan remembranzas, hipótesis narrativas y episodios bonaerenses.

El viajero queda con la impresión de que, frente a él, un mismo encuadre, una misma escena móvil y a la vez invariable, ha cambiado sin embargo en una sucesión incesante de intervalos y contrastes de color, tono y atmósfera tan evidentes como fugaces, hasta el acorde final, concluyente, sólo porque el viaje concluye y el viajero-espectador abandona el cuadro de la ventanilla y regresa al mundo. Y sospecha que también ha presenciado la manifestación de un organismo multifacético, cuya densidad y diversidad se exhibe plenamente como material en bruto para ser transformado, reelaborado, aludido, comentado o representado exhaustivamente. Ha transcurrido su viaje en el paisaje que es el viaje del paisaje que cambia, avanza, se transforma, y parece reflexionar sobre si mismo.

A la vez, no puede decidir si ese cuerpo que se conviene en llamar paisaje, abierto a una eventual nueva incursión, se le ha insinuado como escena, como relato, como abstracción, como ecuación temporal, como manifestación o invención del espacio, como signo, como alfabeto, como poética, como formato, o bien si el despliegue de teatro horizontal que acaba de transcurrir ante él no es más que la consecuencia de una mirada que ya no puede leer sino a través del lente de las expansivas metamorfosis que han sufrido las fronteras canónicas de los géneros.

Quizás –especula– todo dominio sobre el paisaje exhibe ahora sus facciones borroneadas; la referencialidad narrativa debe convivir forzosamente con el ensayo y el experimento, con la técnica y la ideología, con la radicalidad de la idea y del concepto. Comprende que la ventanilla es melancólica; que lo ha llevado a añorar esa Arcadia de bucólicas y geórgicas del paisaje recién descubierto, recién inventado, y abierto al trabajo y a la armonía de la mirada, y por ende al arte todavía virginal; que ese espectáculo que ha pasado ante sus ojos mantiene todavía la majestuosidad de las apariciones formales que lo celebran en su arquitectura y anatomía y fenomenología representativa, pero que la multitud de operaciones verificables en el campo del arte y sus sistemas análogos y próximos ya le han dado otro ropaje, otro nombre, a aquello que creímos  era el paisaje.

Quiere ver en una línea coherente, continua, la historia del paisaje, y se ve frente a la paradoja de que es un derrotero que encuentra su plena significación precisamente en el momento en que el paisaje como género es una suerte de objeto fractal, un lugar sin límites,  cuando las piezas que persisten en nombrarlo según esa gramática no pueden evitar ser ponderadas también como obcecados bastiones de resistencia, en el límite de ruptura de su materialidad en crisis, y se afanan en cohesionarse sólidamente, fanáticamente intactas, imponiendo su autónoma temporalidad más allá de la desconfianza que no puede sino verlas como magníficos anacronismos. El simulacro de cuadro, de totalidad, que era la ventanilla muy pronto retrocede ante el avance de lo que ahora ya no es el paisaje.

El viajero-testigo adquiere la súbita certeza de que, fatalmente, querrá seguir dando fe de su travesía, exhibiendo las pompas de algún paisaje incógnito o análogo, de la puesta en escena de un simulacro, de su relación conjetural o directa con el fenómeno. A la vez, sumergido en plena oscuridad panóptica, y desde el puro empeño del oficio, se pregunta: ¿Dónde está el paisaje, ahora? ¿En esa red cuantiosa de manifestaciones, metodologías y operatorias? ¿En la relación imaginaria, donde impera la multiplicación prismática de todo eso que dice ser, que “quiere” ser paisaje? ¿Allí, afuera, en el mundo? Para él, no hay respuesta sino un ojo de tormenta, un punto ciego. Ha perdido el paisaje en medio del paisaje, de las infinitas versiones del paisaje. Se siente vulnerable, inepto, ante la visibilidad garantizada por la tradición, la historia o el terminal estallido contemporáneo. Ha perdido el paisaje. Más aún, y una vez más: ya no hay paisaje. Sin embargo, no tiene otra herramienta, otro discurso, otra opción; no sabe hacer otra cosa que salir a buscarlo.

Eduardo Stupia

Print Friendly, PDF & Email


Tweet



Comentar

Requerido.

Requerido.




 


Critica.cl / subir ▴