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Enfermo y tratamiento: poder y mentiras en “La metamorfosis”.

por Noam Titelman
Artículo publicado el 21/03/2008

Amad al arte, entre todas la mentiras es la menos mentirosa
Gustave Flaubert

 

El enfermo es un personaje recurrente en la literatura moderna. En sus diversas manifestaciones y matices, una condición le es siempre constante: su relación con el poder social. En el siguiente ensayo, intentaremos demostrar la manera en que el enfermo es, en esencia, un subversivo frente a los acuerdos básicos que sustentan las sociedades modernas. Asimismo, pretendemos mostrar cómo, frente a lo anterior, la sociedad emplea una serie de subterfugios, ocultos bajo el nombre de fantasía “tratamiento”, para neutralizar lo subversivo del enfermo. Esto se verá por medio del texto de Franz Kafka: “La metamorfosis” y su diálogo (1) con otros textos.

Antes de comenzar debemos definir con mayor precisión los conceptos que trataremos. Para esto nos basaremos en las definiciones de Florencio Escardó en su libro “Carta abierta a los pacientes”. Éste dice que “estar enfermo no entraña inevitablemente ser enfermo o sentirse enfermo … [ el enfermo ] Es un hombre que siente la necesidad y reclama o busca un médico…lo característico es la necesidad que determina la relación médico-paciente y no la existencia de tal o cual enfermedad concreta” (17-19). Es decir, vemos el rol fundamental de la relación social en el enfermo “no se trata de algo individual; la salud…es…un hecho interpersonal, es decir social” (21). Debemos tener presente que, para Escardó, médico no es quien cura sino “ el que cuida o asiste ” (16). El enfermo es, por lo tanto, quien depende de alguien más que lo cuide, el enfermo es una relación de inferioridad en la escala de poder. Gregorio Samsa es un enfermo, no por que se haya convertido en un insecto, sino por que ha pasado de un ser “necesitado” por otros a un ser “dependiente”.

El enfermo es un desequilibrio. Este desequilibrio creemos que proviene de la inherente cualidad del enfermo como desenmascarador de las mentiras, acuerdos tácitos si se prefiere, que son el fundamento de la sociedad. El enfermo es siempre un estado de excepción, un quiebre en el tejido social que no obedece a los criterios que han sido adquiridos a lo largo de generaciones para mantener el estado de cosas actual en equilibrio. En pocas palabras: el enfermo es un desequilibrio en la sociedad y sus relaciones.

Al respecto, Michelle Fuocault afirma sobre la peste: “Ha habido en torno de la peste toda una ficción literaria de la fiesta: las leyes suspendidas, los interdictos levantados…los individuos que se desenmascaran… dejando aparecer una verdad totalmente distinta.” (201). Creemos que esta cualidad literaria de la peste es aplicable a toda forma de enfermedad. La “verdad” que revelarían los enfermos sería respecto a dos mentiras fundamentales: “la mentira de la justa retribución” y “la mentira de la inmortalidad material”.

La mentira de la justa retribución
La mentira de la justa retribución es la base de la sociedad moderna. Existe la concepción, basada en la visión capitalista, de que las retribuciones y distribuciones de los bienes debiesen corresponder con el aporte que se hace al proceso productivo. Lograremos encontrar esta mentira en “La metamorfosis” a través de una lectura dialógica con “La montaña mágica”.

Settembrini en “La montaña mágica” explicita en primer lugar, y ante todo, que el enfermo es un cuerpo: “Un hombre que lleva una vida de enfermo no es más que un cuerpo” (Mann, 130). Este cuerpo tiene una cualidad específica que lo diferencia de cualquier otro tipo: es un cuerpo inútil. Una serie de elementos sociales de pronto se ven en entredicho y el más cuestionado de ellos es el trabajo:

[ La enfermedad ] se remonta a los tiempos…dominados por el miedo, en los que la armonía y el bienestar eran considerados sospechosos y diabólicos… Pero la razón y la Ilustración disiparon estas sombras…aunque no del todo, pues la lucha aun continúa. Y esta lucha, señor mío, se llama trabajo… (Mann, 128)

En Kafka esta inutilidad del cuerpo enfermo se expresa a lo largo de la obra, pero alcanza un punto extremo al momento de encontrarse con el principal. El principal le reclama su obligación de trabajar: “…señor Samsa, no hay época, no debe haberla, en que los negocios estén completamente parados.”(23) y, efectivamente, Gregorio pretende en un comienzo desafiar su condición y reintegrarse al trabajo, pero es imposible. Lo que años de abuso por parte de su familia y empleadores no fue capaz de provocar, la rebeldía de su propio cuerpo logró. Un cuerpo inútil es rebelde siempre frente al trabajo.

Aquí es donde surge el desequilibrio. Por un lado el enfermo ya no aporta al proceso productivo, pero, por otro lado, la sociedad no puede abandonarlo, pues abandonarlo sería reconocer que todas sus relaciones son estrictamente utilitarias: “…pese a lo triste y repulsivo de su forma actual, era un miembro de la familia, a quien no se debía tratar como un enemigo, sino, por el contrario, guardar todos los respetos…que era un elemental deber de la familia sobreponerse a la repugnancia y resignarse.”(54-55). Pero esta resignación es sólo parcial, existe una serie de subterfugios por medio de los cuales la familia (la sociedad) puede asegurarse que el enfermo reciba su “justa retribución”, es lo que llamaremos el “tratamiento”. El tratamiento es una forma encubierta en la que se revelan las verdaderas intenciones detrás de las relaciones, lo que se encuentra detrás de las apariencias y que la enfermedad desenmascara.

El “tratamiento” tiene dos manifestaciones frente a la mentira de la justa retribución.
En primer lugar el posicionamiento del enfermo en la escala jerárquica, que se manifiesta en el tratante. En segundo lugar el tratamiento propiamente tal y sus implicancias económicas.

El tratante directo en el caso de Gregorio es, al comienzo, la hermana, quien es la que originalmente más débil y obediente se nos presenta. Su futuro es decidido ya sea por Gregorio (ir al conservatorio) o por sus padres (casarse), nunca por ella: “a pesar de todo su valor, no dejaba de ser, al fin y al cabo, sólo una niña” (44). Esta situación se invierte, frente al enfermo la hermana se empodera y controla cada detalle de su rutina. Es decir, no es casualidad que la hermana sea quien ejerza este tratamiento y se empecine en hacerlo:

…no le impulsaba únicamente su tozudez infantil y aquella confianza en sí misma, tan repentina cuan difícilmente adquirida en los últimos tiempos…dejóse llevar secretamente por el deseo de aumentar lo pavoroso de la situación de Gregorio, a fin de poder hacer por él más aún de lo que hasta ahora hacía. (47-48)

Cuando aparece la asistenta que reemplaza a la criada y ésta se encarga de una parte de su tratamiento, el enfermo cae al punto más bajo de la jerarquía. Tan bajo, que incluso puede ser hostigado por un empleado de la familia.

En cuanto al tratamiento propiamente tal, se observa una clara intencionalidad económica oculta: “¡Los sagrados e intangibles principios del tratamiento!…lo sorprendente…era comprobar que los principios más respetados eran justo los que coincidían con los intereses financieros de las autoridades del lugar” (Mann, 124).

En “La metmorfosis” existe una serie de ejemplos de esta coincidencia entre el tratamiento y los intereses de la familia. En primer lugar la “casualidad” de que al enfermo únicamente le guste comer la basura. En segundo lugar la “casualidad” de que al enfermo le guste trepar las paredes por lo que hay que sacarle los muebles para “facilitarle todo lo posible los medios de trepar” (45) y, finalmente, el total descuido de la limpieza: “Las paredes estaban cubiertas de mugre y el polvo y la basura amontonábase en los rincones” (59).

Tal vez los elementos más relevantes del tratamiento son el aislamiento y la rutina. Existe un horario preciso y monótono “Las noches y los días de Gregorio deslizábanse sin que el sueño tuviese apenas parte en ellos” (58) y un espacio confinado. En todo momento los miembros de la familia deben saber en dónde se encuentra el enfermo y qué está haciendo. Como explica Foucault, “La peste como forma a la vez real e imaginaria del desorden tiene por correlato médico y político la disciplina” (201).

Así, siguiendo el modelo de la peste, la habitación de Gregorio cambia su naturaleza al momento de volverse la habitación de un enfermo. Se vuelve un espacio de disciplinamiento del cuerpo: “espacio cerrado, recortado, vigilado, en todos sus puntos, en el que los individuos están insertos en un lugar fijo…en el que el poder se ejerce por entero, de acuerdo a una figura jerárquica” (201). A nadie parece extrañarle que Gregorio deba ser recluido constantemente en un cuarto, como si fuese un prisionero, nadie lamenta su confinamiento, parece natural para un enfermo. Es una forma de equilibrar los poderes dentro de la familia, según el orden jerárquico, sin abiertamente menospreciar al enfermo.

El tratamiento tiene otro objetivo no menos importante. Enfocarse en la corporalidad del enfermo, reducir su espacio de acción al estrictamente vegetativo, tiene como resultado una despersonalización del enfermo. “Basta con que procures desechar la idea de que se trata de Gregorio…este animal nos persigue…y muestra claramente que quiere apoderarse de toda la casa y dejarnos en la calle” (69). Se ha logrado rebajar completamente el status del enfermo. No produce, luego es una lacra para la casa, luego no es una persona, es un animal. El único posible destino para este “animal” es el basurero.

La despersonalización del enfermo, además, permite evitar completamente cualquier forma de identificación por parte de la familia con el enfermo. Permite que la familia pueda recobrar su vida sin tener que cuestionarse su rol ni las mentiras en las que se basa, y ninguna de estas mentiras es tan importante como la de “la mentira de la inmortalidad material”.

La mentira de la inmortalidad material
Esta mentira es más bien una omisión instaurada en el centro del pensamiento moderno. Consiste en no considerar las realidades materiales de la vida en cuanto finitas y, por lo tanto, urgentes. El enfermo desafía esta omisión, es una “Irrupción escandalosa del estremecimiento reprimido en la tradición occidental…Ruptura delacuerdo que permite morir sin el rodeo de la muerte” (Triviños, 293).

Gran parte de la forma de vida moderna descansa en una idea de acumulación de tiempo “el tiempo disciplinario ha sustituido el tiempo “iniciático”…por sus series múltiples y progresivas…posibilidad de acumular el tiempo y la actividad…En suma un tiempo “evolutivo”.” (Foucault, 164-165). El mercado (y la sociedad capitalista) se basa en una visión “evolutiva” de sus individuos. Esta “evolución” puede ser interpretada como convicción ingenua en un progreso gracias al cumplimiento de metas parciales. Gregorio puede ser completamente dominado por el poder gracias a una serie de “metas” que lo distraen de su propia finitud temporal. Desde las más mínimas tareas de cumplimiento diario, rígidamente reguladas por el “todo poderoso” reloj, hasta las grandes metas de los próximos años, todos regidos por la necesidad económica: “…lo que es la esperanza, todavía no la he perdido del todo. En cuanto tenga reunida la cantidad necesaria para pagarle la deuda de mis padres –unos cinco o seis años todavía-…Bueno; pero, por ahora, lo que tengo que hacer es levantarme, que el tren sale a las cinco.” (15).

La irrupción del enfermo en esta mentira provendría de que “La enfermedad viene a ser…una menos vida y en consecuencia una aproximación a la muerte” (Escardó, 23). El enfermo es en gran medida un constante recordatorio a los que lo rodean de su propia mortalidad, frente a la cual, palidece la supuesta “evolución” que han tenido. Veremos cómo funciona esta irrupción en “La metamorfosis” por medio de una lectura dialógica con “La muerte de Iván Ilich” y “Salón de belleza”

En “Salón de belleza” se explicita una importante característica del enfermo que le permite romper la mentira; éste tiene la muerte en su cuerpo: “…no son más que cuerpos en trance de desaparición” (Bellatin, 26) No es sólo un cuerpo inútil, como ya se vio, es un cuerpo en proceso de dejar de ser . El único destino posible para Gregorio es la muerte, “Hallábase, a ser posible, aún más firmemente convencido que su hermana de que tenía que desaparecer.” (71). Lo interesante de esto es cómo, frente a esta realidad, su perspectiva respecto a su familia y lo que hasta entonces había sido su vida comienza a cambiar.

Desde el comienzo del libro se observa una intuición del destino final que tendrá: “El hombre necesita dormir lo justo…Si yo, con el jefe que tengo, quisiese hacer lo mismo, me vería en el acto de patitas en la calle. Y ¿quién sabe si esto no sería para mí lo más conveniente?” (15). El desarrollo de su historia es sólo el lento derrumbamiento de la ilusión de acumulación que lo cohíbe de enfrentarse a los que lo explotan. A partir de una cercanía con la muerte el resto de ilusión se destruye, lo que permite que se reconozca el poder tras éste. Se da cuenta del engaño que ha sido víctima.

En este derrumbe de Gregorio existe una conexión con “La muerte de Ivan Ilich”. En ambos se revela una verdad que sólo puede ser entendida mirando hacia atrás desde el momento de muerte: “No es esto lo que debe ser. Todo cuanto ha constituido y constituye el objetivo de tu vida es falso, es engaño que te oculta la vida y la muerte” (Tolstoi, 92). Todas las metas que han repletado cada instante de la vida de Gregorio sólo han sido distractores de la gran meta, de la gran pregunta, para encontrar un sentido a la Vida y a la Muerte.

Sin embargo, su destino ha sido distinto, no ha logrado “morir sin el rodeo de la muerte”, cumplir una pequeña meta después de la otra hasta desaparecer sin tener que enfrentarse nunca al estremecimiento. Esto es gracias a la enfermedad. Como puede observarse en “Salón de belleza”, la enfermedad obliga a enfrentarse a su realidad: “Siento que es extraño en mí cómo cada día mis pensamientos van más deprisa. Creo que antes nunca me detenía a pensar. Más bien actuaba.” (Bellatin, 73). En el caso de Gregorio la enfermedad le obliga a reconocer a su familia, que ha estado abusando de él, que su padre lo engañó para poder vivir a expensas de él, que su hermana sólo buscaba con su “ayuda” mortificarlo. En definitiva, vivir y estar conciente de la vida y el poder que la somete.

Éste es también el mayor peligro del enfermo. El enfermo es siempre contagioso, no sólo por razones biológicas, es contagioso pues puede llegar a ser ejemplo. No es necesario estar enfermo para obtener conciencia de la muerte, una forma de hacerlo es por medio de la identificación con el enfermo, y es precisamente esa identificación la que el “tratamiento” busca evitar.

La principal tortura de Ivan Ilich era la mentira…que necesitaba solamente mantenerse tranquilo y tratarse…querían obligarle a que él mismo participara en aquella mentira…esa mentira llamada a reducir el acto terriblemente majestuoso de su muerte al nivel de todas sus visitas, cortinones y pescado fino servido como entremés (Tolstoi, 69)

Ante todo, el tratamiento busca evitar que el enfermo se dé cuenta que se está muriendo. El tratamiento funciona como una especie de nuevo “trabajo”, una serie de metas que pretenden distraer al enfermo de su destino final. El aislamiento y la rutina funcionan como mecanismos de control frente a la muerte del enfermo.

Por un lado, la rutina niega lo escandaloso de la muerte, hace que parezca un pequeño y monótono suceso en una serie de pequeños e irrelevantes sucesos. La muerte del enfermo es solo uno más de los diversos elementos de la cotidianidad familiar, mientras el enfermo cae lentamente en su desaparición la rutina sigue. El padre trabaja, la familia se adapta, casi como si no hubiese sucedido nada, buscan hacer de la muerte un “acontecimiento normativo” (Triviños, 301). Por otro lado, esto sólo es posible gracias al aislamiento del enfermo, es crucial que el enfermo se mantenga escondido, que no les recuerde en cada instante que su fin está más cercano de lo que parece. Una escena que muestra dolorosamente esta relación de rutina y aislamiento es la siguiente: “…la puerta del comedor se abría, y él, echado en su cuarto, en tinieblas, invisible para los demás, podía contemplar a toda la familia en torno a la mesa iluminada, y oír sus conversaciones, como quien dice con aquiescencia general…la velada transcurría monótona y triste.” (55).

Conclusión
Hemos visto, gracias a un diálogo con otros textos, la naturaleza del enfermo en “La metamorfosis”. La cualidad eminentemente corporal de éste. Un cuerpo inútil y en transito de desaparición. Un cuerpo peligroso para la familia y la sociedad, cuyo peligro reside en develar las grandes mentiras que las sustentan. La “justa retribución” que implica un secreto menosprecio al enfermo y revela la verdadera naturaleza de las relaciones en esta sociedad-familia: la de inclemente utilidad. La “inmortalidad material” que pretende, por medio de metas parciales y una ilusión de evolución, hacer a los individuos olvidar su muerte y, por lo tanto, imposibilitarlos para reconocer el poder que somete sus vidas.

El tratamiento que, buscando sostener lo cimientos sociales, degrada al enfermo, rebajándolo hasta el fondo de la jerarquía familiar, para mantener las relaciones de utilidad, sin develar la mentira de la “justa retribución”, que trata de reducir la muerte a un fenómeno normativo, rutinario, para no tener que revelar la mentira de la “inmortalidad material”. En este afán por sostenerse, la sociedad despersonaliza al enfermo, lo margina y somete en espacio clausurado y tiempos rutinarios.

Para terminar nos gustaría recordar una última escena de “La metamorfosis”. Aquella en que Gregorio se escabulle hasta su hermana que toca el violín con ansia obsesiva, hambriento de su música y compañía, recordando su, ahora imposible, proyecto de enviarla al conservatorio. ¿Qué es lo que el enfermo busca desesperadamente en esa música? ¿Qué puede desear un cuerpo inútil sin futuro? ¿Es que, aún después de tan sistemática degradación, hay una persona detrás de las antenas de ese grotesco insecto? Tal vez Kafka nos está mostrando que el enfermo nunca es sólo un enfermo. Tal vez ciertas verdades escapan incluso a las enjaula de una sociedad monstruosa. Tal vez, en la música, en el arte, hay esperanza.

Noam Titelman N 19/11/07
Notas:
1. Siguiendo a Mijail Bajtin en
http://www.javeriana.edu.co
Bibliografía
Bellatin, Mario. Salón de Belleza. Barcelona: Tusquets Editores, 2000.
Escardó, Florencio. Carta abierta a los pacientes . Buenos Aires: Emecé Editores, 1972.
Foucault, Michel. “I. Los cuerpos dóciles”. Vigilar y castigar . Mexico: Siglo XXI, 1997.
Kafka, Franz. La metamorfosis . Trad. Jorge Luís Borges. Barcelona: Losada, 1998.
Mann, Thomas. La montaña mágica . Trad. Isabel García Adanez. Buenos Aires: Edhesa, 2006.
Tolstoi, León. “La muerte de Iván Ilich”. La muerte de Iván Ilich y otros relatos . Trad. Augusto Vidal. Barcelona: Ediciones Orbis y Editorial Origen, 1982.
Triviños, Gilberto. “Se lee en la pantalla: sólo para ti”. Contra el canto de la goma de borrar: Asedios a Enrique Lihn . Sevilla: Secretariado de publicaciones Universidad de Sevilla, 2005.
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