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REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
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Estudio sobre los Molinos de Viento.

por Edgar Marroquín
Artículo publicado el 08/01/2008

Estaba leyendo un Canto de la Divina Comedia , la epopeya lírica en donde Virgilio conduce por el infierno a Dante. Interpreté, de ese Canto , que los poetas se encontraban en las profundidades del averno en movimiento, y esas profundidades correspondían a los pies de un gigante, por donde viajaban. Pensé que Dante quiso que se imaginara al infierno como un gigante. La geometría virtual del infierno dantesco corresponde a la de un gigante soterrado desde la cintura. Y en los pies del gigante se encontraba lo más candente del infierno, como lo pudieron comprobar losnautas en calidad de turistas o de prisioneros. Dante navegó hacia el abismo en calidad de turista. También viajaron hacia el centro de sus propias conciencias; por momentos el tour purifica. Y son los mejores momentos.

En la literatura, en el cine y en los episodios de los comediantes históricos las dupletas son imprescindibles. Pasaron a la historia las duplas de cómicos en donde uno de ellos sólo fue el alter ego del protagonista, como don Quijote y Sancho Panza (Borges, J. L) ¿Con quién hacía dupla Chaplin y Don Quijote? También, desde Homero hasta los Capítulos de Cervantes, hasta los Cantos de Joyce y Ezra Pound, se labró el culto a los Cantos. «Me canto y me celebro», cantaba Whitman. Tal vez Pound (como Wallas Stevens) tenía inclinación por lo judío, por sus Cantares.

Estas reflexiones me condujeron hacia Don Quijote de la Mancha , el libro de aventuras en donde son famosos los gigantes: endriagos, vestiglos, frisones y otras bestias que desfilaban en el folletín medieval como el de Amadis de Gaula . En el Viejo Mundo la tradición de los gigantes rindió frutos, y ahora los gigantes son los problemas de la humanidad. En ese contexto, el gigante es una prisión, es una amenaza, es una ruptura sin control, o una peste alucinógena.

Es obvio que no sólo en Homero se inspiró Cervantes. Virgilio, con su Eneida , prosiguió la leyenda fundacional y Don Quijote pudiera ser un extracto moderno, una síntesis de la leyenda en su versión antigua y la medieval. Una saga más, de la leyenda; el centro de la clepsidra. En La Divina Comedia Ulises (Odysseús) podría ser el mismo Dante, guiado por Virgilio, hacia la purificación del espíritu, hacia el Nirvana, hacia Itaca, hacia el Paraíso. Cervantes resucitó el trabajo de las novelas pastoriles de Publio, el que retomó el trabajo de los griegos.

En la aventura de los Batanes, don Quijote superó con creces a los caballeros andantes anteriores a él. Cervantes se creía superior a Homero y a Virgilio, dicen las malas lenguas. En la obra de estos dos últimos son patentes los rumores de los que está poblada la novela de aventuras del español andante, tal vez sefardita; es decir, Cervantes, si no era superior, era un copista ulterior. Pues la leyenda se escribe y reescribe en un libro único, como lo planteó (o descubrió) Borges, partiendo de Las Mil y una Noches (o partiendo de Cide Hamete) .

Se dice también que cada Capítulo del escritor español contiene una alegoría con un significado distinto a la alegoría fehaciente. Con el tiempo se sabrá que es muy poco lo que no tiene doble lectura, cripta y cifra, entre líneas y entre palabras e imágenes.

Por lógica, los gigantes conducen a la aventura de Los Molinos de Viento , quizá concebida en su exilio en Italia, la Italia de Virgilio, la de Dante. Se puede exiliar en la lectura, el lector. Para los antiguos, España estaba ubicada en un lugar epicéntrico y abismal en la geografía de la historia. Es posible que después de las Columnas de Hércules muchos pensaran que sobrevenía el infierno, y a este sitio lo relacionaban con España.

Los Molinos de Viento podrían ser la médula de la obra cervantina, tal vez por eso las interpretaciones sobre ese episodio han sido imposibles. Lo cierto es que la aventura de Los Molinos de Viento se encuentra al principio del libro y la aventura de El Barco Encantado al final de la Segunda Parte, final del libro, y en ese Capítulo (además del Barco) el protagonista es un Molino encantado. Es decir que la obra se abre con un Molino eólico y se cierra con uno de agua, pues el autor lo ubica en el río Ebro. Todos los molinos del delirium tremens de Cervantes son una Bastilla, una alegoría subyacente en el edificio encantado. Para don Quijote el mundo era un infierno deentuertos que él se encargaría de desfacer .

Entre estos dos molinos en las puntas o mojones de la novela se encuentra otro, el de la aventura de los Batanes. Esos tres molinos son un fenómeno en la geografía de la literatura universal. Cervantes bebió de aguas antiguas y de las suyas, ya purificadas por el molino, bebieron los buenos autores de la literatura posterior: Edgar Allan Poe, Taylor Coleridge, Rimbaud, Dostoiewski, Van Gogh, Edward Munch…, todos los que en sus visiones vieron que el barco o la Tierra se encaminaba hacia los holocaustos del siglo XX. He allí El Grito de Munch. También a Robert Louis Stevenson lo cautivaron los barcos encantados, rumbo a una Temporada en el Infierno de la Segunda Guerra Mundial, cuando se lanzaron al barco «víctimas para la hecatombe» o para el sacrificio o para el infierno. Lo que está entre comillas es de la patética sinfonía iniciada en La Ilíada. La Tierra o el Barco se dirigía hacia la Guerra.

Para algunos, el molino envuelve la metáfora de la vid, de la mies, de la vida, del trabajo próspero, de la riqueza y el alimento integral que va rumbo a la bodega, al emporio. Merece que la palabra sea embodegada con letra inicial mayúscula, en este vago escrito. En Cervantes (como en Dante), si escuchamos con atención la música de Los Molinos de Viento y La Aventura del Barco Encantado, el molino es sinónimo de opresión, de cárcel, de prisión, de prisión en el malvado infierno. En los molinos de estos dos genios se encuentran encarceladas las almas, los espíritus, las cuitas del hombre, el pasado o el currículum vitae del hombre. El Ingenioso Hidalgo es el que desea liberar a esas almas, a esas viudas, a esos huérfanos, a los menesterosos de este mundo amalgamado con atropellos y entuertos con los que los poderosos de las localidades violentan a los que no están inscritos en los staff del gobierno estatal o empresarial. El infierno, el hades, no sólo corresponde a la tradición cristiana. Es un dislate hiperbólico que hayan relacionado a los molinos con el infierno. Todo muda en el camino hacia la santidad budista, y se sincretiza con el reino tenebroso, con elmundo de los muertos en donde gobierna Minos.

En el molino con forma de gigante, en el infierno, se purifican los condenados. Los reos que se encuentran atrapados en los molinos virtuales de Cervantes, tienen en Don Quijote a un libertador fallido. Lo importante en Don Quijote es su deseado de liberación. En esta imagen el deseado es inexorable.

Los molinos que se convirtieron en gigantes o endriagos, estaban en los campos de Montiel o por un valle de esos, cuando don Quijote los sorprendió, y los envistió, para contribuir con la erradicación de esos opresores, para contribuir con la libertad en este mundo. Los gigantes vencieron al paladín de la justicia cuando se transformaron en invencibles molinos, la derrota ignominiosa fue victoriosa (post mortem) como la de van Gogh.

Para los arqueólogos aficionados (especialistas en aventuras sobre la redención), transcribiremos las citas en donde están ubicados los molinos, en el mapa de la historia de la literatura. Son tres grupos de citas. Uno sobre los molinos de viento, otro sobre la aventura espeluznante de los batanes, otra sobre el barco ebrio y, por último, el parecido o el correspondiente anterior en la obra de Dante. El tiempo o su movimiento son la piedra del molino de la historia. Pienso que la alegoría de los molinos infernales, giganteos , Cervantes la toma de La Divina Comedia. Dice la cita evangélica:

«Capítulo VIII. Del buen suceso que el valeroso don Quijote tuvo en la espantable y jamás imaginada aventura de los molinos de viento, con otros sucesos dignos de felice recordación.

En esto, descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo; y, así como don Quijote los vio, dijo a su escudero:

–La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear, porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta, o pocos más, desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer; que ésta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra.

–¿Qué gigantes? –dijo Sancho Panza.

–Aquellos que allí ves –respondió su amo– de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas.

–Mire vuestra merced –respondió Sancho– que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino.

–Bien parece –respondió don Quijote– que no estás cursado en esto de las aventuras: ellos son gigantes; y si tienes miedo, quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla.

Y, diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que su escudero Sancho le daba, advirtiéndole que, sin duda alguna, eran molinos de viento, y no gigantes, aquellos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero Sancho ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran; antes, iba diciendo en voces altas:

–Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete.

Levantóse en esto un poco de viento y las grandes aspas comenzaron a moverse, lo cual visto por don Quijote, dijo:

–Pues, aunque mováis más brazos que los del gigante Briareo, me lo habéis de pagar.

Y, en diciendo esto, y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, (1) pidiéndole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con la lanza en el ristre, arremetió a todo el galope de Rocinante y embistió con el primero molino que estaba delante; y, dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo. Acudió Sancho Panza a socorrerle, a todo el correr de su asno, y cuando llegó halló que no se podía menear: tal fue el golpe que dio con él Rocinante.

–¡Válame Dios! –dijo Sancho–. ¿No le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento, y no lo podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza ?

–Calla, amigo Sancho –respondió don Quijote–, que las cosas de la guerra, más que otras, están sujetas a continua mudanza; cuanto más, que yo pienso, y es así verdad, que aquel sabio Frestón que me robó el aposento y los libros ha vuelto estos gigantes en molinos por quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; mas, al cabo al cabo, han de poder poco sus malas artes contra la bondad de mi espada.» (Don Quijote de la Mancha, Capítulo VIII, Primera Parte o Libro I, las cursivas no aparecen en la fuente consultada)

La aventura de los batanes trajo a la literatura universal el siguiente trozo de la «cultura del coraje». No es tan enigmática como la anterior. Los Molinos cervantinos necesitan un Champollión. Adelante traemos hacia nuestro texto la aventura de los batanes:

«Capítulo XX. De la jamás vista ni oída aventura que con más poco peligro fue acabada de famoso caballero en el mundo, como la que acabó el valeroso don Quijote de la Mancha

–No es posible, señor mío, sino que estas yerbas dan testimonio de que por aquí cerca debe de estar alguna fuente o arroyo que estas yerbas humedece; y así, será bien que vamos un poco más adelante, que ya toparemos donde podamos mitigar esta terrible sed que nos fatiga, que, sin duda, causa mayor pena que la hambre.

Parecióle bien el consejo a don Quijote, y, tomando de la rienda a Rocinante, y Sancho del cabestro a su asno, después de haber puesto sobre él los relieves que de la cena quedaron, comenzaron a caminar por el prado arriba a tiento, porque la escuridad de la noche no les dejaba ver cosa alguna; mas, no hubieron andado docientos pasos, cuando llegó a sus oídos un grande ruido de agua, como que de algunos grandes y levantados riscos se despeñaba. Alegróles el ruido en gran manera, y, parándose a escuchar hacia qué parte sonaba, oyeron a deshora otro estruendo que les aguó el contento del agua, especialmente a Sancho, que naturalmente era medroso y de poco ánimo. Digo que oyeron que daban unos golpes a compás, con un cierto crujir de hierros y cadenas, (2) que, acompañados del furioso estruendo del agua, que pusieran pavor a cualquier otro corazón que no fuera el de don Quijote.

Era la noche, como se ha dicho, escura, y ellos acertaron a entrar entre unos árboles altos, cuyas hojas, movidas del blando viento, hacían un temeroso y manso ruido; de manera que la soledad, el sitio, la escuridad, el ruido del agua con el susurro de las hojas, todo causaba horror y espanto, y más cuando vieron que ni los golpes cesaban, ni el viento dormía, ni la mañana llegaba; añadiéndose a todo esto el ignorar el lugar donde se hallaban. Pero don Quijote, acompañado de su intrépido corazón, saltó sobre Rocinante, y, embrazando su rodela, terció su lanzón y dijo:

–Sancho amigo, has de saber que yo nací, por querer del cielo, en esta nuestra edad de hierro, para resucitar en ella la de oro, o la dorada, como suele llamarse. (3) Yo soy aquél para quien están guardados los peligros, las grandes hazañas, los valerosos hechos. Yo soy, digo otra vez, quien ha de resucitar los de la Tabla Redonda, los Doce de Francia y los Nueve de la Fama, y el que ha de poner en olvido los Platires, los Tablantes, Olivantes y Tirantes, los Febos y Belianises, con toda la caterva de los famosos caballeros andantes del pasado tiempo, haciendo en este en que me hallo tales grandezas, estrañezas y fechos de armas, que escurezcan las más claras que ellos ficieron. Bien notas, escudero fiel y legal, las tinieblas desta noche, su estraño silencio, el sordo y confuso estruendo destos árboles, el temeroso ruido de aquella agua en cuya busca venimos, que parece que se despeña y der[r]umba desde los altos montes de la luna, y aquel incesable golpear que nos hiere y lastima los oídos; las cuales cosas, todas juntas y cada una por sí, son bastantes a infundir miedo, temor y espanto en el pecho del mesmo Marte, cuanto más en aquel que no está acostumbrado a semejantes acontecimientos y aventuras. Pues todo esto que yo te pinto son incentivos y despertadores de mi ánimo, que ya hace que el corazón me reviente en el pecho, con el deseo que tiene de acometer esta aventura, por más dificultosa que se muestra. Así que, aprieta un poco las cinchas a Rocinante y quédate a Dios, y espérame aquí hasta tres días no más, en los cuales, si no volviere, puedes tú volverte a nuestra aldea, y desde allí, por hacerme merced y buena obra, irás al Toboso, donde dirás a la incomparable señora mía Dulcinea que su cautivo caballero murió por acometer cosas que le hiciesen digno de poder llamarse suyo.

Cuando Sancho oyó las palabras de su amo, comenzó a llorar con la mayor ternura del mundo y a decille:

(…) Capítulo XXI. Que trata de la alta aventura y rica ganancia del yelmo de Mambrino, con otras cosas sucedidas a nuestro invencible caballero.

En esto, comenzó a llover un poco, y quisiera Sancho que se entraran en el molino de los batanes; mas habíales cobrado tal aborrecimiento don Quijote, por la pesada burla, que en ninguna manera quiso entrar dentro; y así, torciendo el camino a la derecha mano, dieron en otro como el que habían llevado el día de antes.»

En el siguiente capítulo de El Ingenioso Hidalgo se expone la calidad criptológica, cifrada, de Cervantes. Con los acontecimientos en la Cueva de Montesinos, la del Barco Encantado ofrece una cantera para los hermeneutas. Como apuntamos, transcribiríamos fragmentos de las tres aventuras en donde aparecían los molinos construidos por Cervantes y ésta es la última cita, luego vendrán las de La Divina Comedia, el pozo en el cual bebió el genio español, en nuestra opinión, pues la influencia del infierno y sus habitantes, pobladores o huéspedes es inevitable, lo presentaremos en bastardía:

«En esto, descubrieron unas grandes aceñas que en la mitad del río estaban; y apenas las hubo visto don Quijote, cuando con voz alta dijo a Sancho:

-¿Vees? Allí, ¡oh amigo!, se descubre la ciudad, castillo o fortaleza donde debe de estar algún caballero oprimido, o alguna reina, infanta o princesa malparada, para cuyo socorro soy aquí traído.

-¿Qué diablos de ciudad, fortaleza o castillo dice vuesa merced, señor? -dijo Sancho-. ¿No echa de ver que aquéllas son aceñas que están en el río, donde se muele el trigo?

-Calla, Sancho -dijo don Quijote-; que, aunque parecen aceñas, no lo son; y ya te he dicho que todas las cosas trastruecan y mudan de su ser natural los encantos. No quiero decir que las mudan de en uno en otro ser realmente, sino que lo parece, como lo mostró la experiencia en la transformación de Dulcinea, (4) único refugio de mis esperanzas.

En esto, el barco, entrado en la mitad de la corriente del río, comenzó a caminar no tan lentamente como hasta allí. Los molineros de las aceñas, que vieron venir aquel barco por el río, y que se iba a embocar por el raudal de las ruedas, salieron con presteza muchos de ellos con varas largas a detenerle, y, como salían enharinados, y cubiertos los rostros y los vestidos del polvo de la harina, representaban una mala vista. Daban voces grandes, diciendo:

– ¡Demonios de hombres! ¿Dónde vais? ¿Venís desesperados?

¿Qué queréis, ahogaros y haceros pedazos en estas ruedas?

-¿No te dije yo, Sancho -dijo a esta sazón don Quijote-, que habíamos llegado donde he de mostrar a dó llega el valor de mi brazo? Mira qué de malandrines y follones me salen al encuentro, mira cuántos vestiglos se me oponen, mira cuántas feas cataduras nos hacen cocos… Pues ¡ahora lo veréis, bellacos!

Y, puesto en pie en el barco, con grandes voces comenzó a amenazar a los molineros, diciéndoles:

– Canalla malvada y peor aconsejada, dejad en su libertad y libre albedrío a la persona que en esa vuestra fortaleza o prisión tenéis oprimida, alta o baja, de cualquiera suerte o calidad que sea, que yo soy don Quijote de la Mancha, llamado el Caballero de los Leones (5) por otro nombre, a quien está reservada por orden de los altos cielos el dar fin felice a esta aventura.

Y, diciendo esto, echó mano a su espada y comenzó a esgrimirla en el aire contra los molineros; los cuales, oyendo y no entendiendo aquellas sandeces, se pusieron con sus varas a detener el barco, que ya iba entrando en el raudal y canal de las ruedas.

Púsose Sancho de rodillas, pidiendo devotamente al cielo le librase de tan manifiesto peligro, como lo hizo , por la industria y presteza de los molineros, que, oponiéndose con sus palos al barco, le detuvieron, pero no de manera que dejasen de trastornar el barco y dar con don Quijote y con Sancho al través en el agua; pero vínole bien a don Quijote, que sabía nadar como un ganso, aunque el peso de las armas le llevó al fondo dos veces; y si no fuera por los molineros, que se arrojaron al agua y los sacaron como en peso a entrambos, allí había sido Troya para los dos.

Puestos, pues, en tierra, más mojados que muertos de sed, Sancho, puesto de rodillas, las manos juntas y los ojos clavados al cielo, pidió a Dios con una larga y devota plegaria le librase de allí adelante de los atrevidos deseos y acometimientos de su señor.

Llegaron en esto los pescadores dueños del barco, a quien habían hecho pedazos las ruedas de las aceñas; y, viéndole roto, acometieron a desnudar a Sancho, y a pedir a don Quijote se lo pagase; el cual, con gran sosiego, como si no hubiera pasado nada por él, dijo a los molineros y pescadores que él pagaría el barco de bonísima gana, con condición que le diesen libre y sin cautela a la persona o personas que en aquel su castillo estaban oprimidas .

-¿Qué personas o qué castillo dice -respondió uno de los molineros-, hombre sin juicio? ¿Quiéreste llevar por ventura las que vienen a moler trigo a estas aceñas?

-¡Basta! -dijo entre sí don Quijote-. Aquí será predicar en desierto querer reducir a esta canalla a que por ruegos haga virtud alguna. Y en esta aventura se deben de haber encontrado dos valientes encantadores, y el uno estorba lo que el otro intenta: el uno me deparó el barco, y el otro dio conmigo al través. Dios lo remedie, que todo este mundo es máquinas y trazas, contrarias unas de otras. Yo no puedo más.

Y, alzando la voz, prosiguió diciendo, y mirando a las aceñas:

-Amigos, cualesquiera que seáis, que en esa prisión quedáis encerrados, perdonadme; que, por mi desgracia y por la vuestra, yo no os puedo sacar de vuestra cuita. (6) Para otro caballero debe de estar guardada y reservada esta aventura.

En diciendo esto, se concertó con los pescadores, y pagó por el barco cincuenta reales, que los dio Sancho de muy mala gana, diciendo:

-A dos barcadas como éstas, daremos con todo el caudal al fondo.

Los pescadores y molineros estaban admirados, mirando aquellas dos figuras tan fuera del uso, al parecer, de los otros hombres, y no acababan de entender a dó se encaminaban las razones y preguntas que don Quijote les decía; y, teniéndolos por locos, les dejaron y se recogieron a sus aceñas, y los pescadores a sus ranchos.Volvieron a sus bestias, y a ser bestias, don Quijote y Sancho, y este fin tuvo la aventura del encantado barco. ( Capítulo XXIX; L. II)

Conforme a la planificación estratégica, terminamos la relación con fragmentos de La Divina Comedia, que de divina solo tiene el final, el paraíso con forma de rosa, como la rosa del evangelista Antoine de Saint-Exúpery:

«Hay un lugar en el Infierno, llamado Malebolge, (7) construido todo de piedra y de color ferruginoso, como la cerca que lo rodea. En el centro mismo de aquella funesta planicie se abre un pozo bastante ancho y profundo, de cuya estructura me ocuparé en su lugar. El espacio que queda entre el pozo y el pie de la dura cerca es redondo, y está dividido en diez valles, o recintos cerrados, semejantes a los numerosos fosos que rodean a un castillo para defensa de las murallas; y así como estos fosos tienen puentes que van desde el umbral de la puerta a su otro extremo, del mismo modo aquí avanzaban desde la base de la montaña algunas rocas, que atravesando las márgenes y los fosos, llegaban hasta el pozo central, y allí se reunían quedando truncadas.

Tal era el sitio donde nos encontramos cuando descendimos de la grupa de Gerión: (8) el Poeta echó a andar hacia la izquierda, y yo seguí tras él. A mi derecha vi nuevas causas de conmiseración, nuevos tormentos y nuevos burladores, que llenaban la primera fosa. En el fondo estaban desnudos los pecadores; los del centro acá venían de frente a nosotros; y los de esta parte afuera seguían nuestra misma dirección, pero con paso más veloz. Como en el año del Jubileo, a causa de la afluencia de gente que atraviesa el puente de San Ángelo, los romanos han determinado que todos los que se dirijan al castillo y vayan hacia San Pedro pasen por un lado, y por el otro los que van hacia el monte, así vi, por uno y otro lado de la negra roca, cornudos demonios con grandes látigos, que azotaban cruelmente las espaldas de los condenados.» (Canto Decimoctavo, Infierno)

«Solos, en silencio y sin escolta, íbamos uno tras otro, como acostumbran ir los frailes menores. La riña que acabábamos de presenciar me trajo a la memoria la fábula de Esopo, en que habló de la rana y del topo; pues las partículas “mo” e “issa” no son tan semejantes como estos dos hechos, si atentamente se consideran el principio y el fin de entrambos. Y como un pensamiento procede rápidamente de otro, de éste nació uno nuevo, que redobló mi primitivo espanto. Yo pensaba así: “Esos demonios han sido engañados por nuestra causa, y con tanto daño y escarnio, que les creo muy ofendidos. Si a la malevolencia se añade la ira, nos van a perseguir con más crueldad que el perro que sujeta a la liebre por el cuello.” Ya sentía que se erizaban mis cabellos a causa del temor, y miraba hacia atrás atentamente, por lo que dije:

-Maestro, si no nos ocultas a los dos prontamente, temo a los demonios que vienen detrás de nosotros; y tan así me lo imagino, que ya me parece que los oigo.

A lo que él contestó:

-Si yo fuera un espejo, no verías en mí tu imagen tan pronto como veo en tu interior. En este momento se cruzaban tus pensamientos con los míos bajo la misma faz y aspecto, de suerte que he deducido de ambos un solo consejo. Si es cierto que la cuesta que hay a nuestra derecha está tan inclinada, que nos permita bajar a la sexta fosa, huiremos de la caza que imaginamos.

Apenas había concluido de decirme su parecer, cuando vi venir a los demonios con las alas extendidas y muy cerca de nosotros, queriendo cogernos. Mi Guía me agarró súbitamente, como una madre que, despertada por el ruido y viendo brillar las llamas cerca de ella, coge a su hijo y huye, y teniendo más cuido de él que de sí misma, no se detiene ni aun a ponerse una camisa. Desde lo alto de la calzada, se deslizó de espaldas por la pendiente roca, uno de cuyos lados divide la quinta de sexta fosa.Jamás corrió tan rápido el agua por la canal de un molino cuando más se acerca a las paletas la rueda, como descendió por aquel declive mi Maestro, llevándome sobre su pecho, cual si fuese hijo suyo y no su compañero. Apenas tocaron sus pies al suelo del profundo abismo, cuando los demonios aparecieron en la roca sobre nuestras cabezas: pero ya no nos inspiraban temor; porque la alta Providencia los había designado para ministros de la quinta fosa, les quitó la facultad de separarse de allí.Abajo encontramos unas gentes pintadas que giraban en torno con basta lentitud, llorosas y con los semblantes fatigados y abatidos. Llevaban capas con capuchas echadas sobre los ojos por el estilo de las que llevan las monjas de Cluny . (Canto Vigésimotercio, Infierno; Las cursivas son agregadas, como realce, como para entender la siguiente cita clave)

«“Vexilla regis prodeunt inferni” hacia nosotros. Mira adelante dijo mi Maestro, a ver si lo distingues.

Como aparece a lo lejos un molino, (9) cuyas aspas hace girar el viento, cuando éste arrastra una espesa niebla, o cuando anochece en nuestro hemisferio, así me pareció ver a gran distancia un artificio semejante; y luego, para resguardarme del viento, a falta de otro abrigo, me encogí detrás de mi Guía. Estaba ya (con pavor lo digo en mis versos) en el sitio donde las sombras se hallaban completamente cubiertas de hielo, y se transparentaban como paja en vidrio. Unas estaban tendidas, otras derechas; aquellas con la cabeza, éstas con los pies hacia abajo, y otras por fin con la cabeza tocando a los pies como un arco.

Cuando mi Guía creyó que habíamos avanzado lo suficiente para enseñarme la criatura que tuvo el más hermoso rostro, me dejó libre el paso, e hizo que me detuviera.

-He ahí a Dite- me dijo, y he aquí el lugar donde es preciso que te armes de fortaleza. (10)

No me preguntes, lector, si me quedaría entonces helado y yerto; no quiero escribirlo, porque cuanto dijera sería poco. No quedé muerto ni vivo: piensa por ti, si tienes alguna imaginación, lo que me sucedería viéndome así privado de la vida sin estar muerto. El emperador del doloroso reino salía fuera del hielo desde la mitad del pecho: (11) mi estatura era más proporcionada a la de un gigante, que la de uno de éstos a la longitud de los brazos de Lucifer: juzga, pues, cuál debe ser el todo que a semejante parte corresponda. Si fue tan bello como deforme es hoy, y osó levantar sus ojos contra su Creador, de él debe proceder sin duda todo mal. ¡Oh! ¡Cuánto asombro me causó, al ver que su cabeza tenía tres rostros! (12) Uno por delante, que era de color bermejo: (Canto Trigésimocuarto, Infierno) (Las cursivas fueron añadidas a la fuente original)

«La misma lengua que antes me hirió, tiñendo de rubor mis mejillas, me aplicó en seguida el remedio: Así he oído contar que la lanza de Aquiles y de su padre solía ocasionar primero un disfavor, y luego un buen regalo. Volvimos la espalda a aquel desventurado valle, andando, sin decir una palabra, por encima del margen que lo rodea.

Allí no era de día ni de noche, de modo que mi vista alcanzaba poco delante de mí: pero oí resonar una gran trompa, tan fuertemente, que habría impuesto silencio a cualquier trueno; por lo cual mis ojos, siguiendo la dirección que aquel ruido traía, se fijaron totalmente en un solo punto. No hizo sonar tan terriblemente su trompa Orlando, después de la dolorosa derrota en que Carlo Magno perdió el fruto de su santa empresa. (13) A poco de haber vuelto hacia aquel lado la cabeza, me pareció ver muchas torres elevadas , por lo que dije: (14)

-Maestro, ¿qué tierra es ésta? Me respondió:

-Como miras a lo lejos a través de las tinieblas, te equivocas en lo que te imaginas. Ya verás, cuando hayas llegado allí, cuánto engaña a la vista la distancia : así pues, aprieta el paso.

Después me cogió afectuosamente de la mano, y me dijo:

-Antes que pasemos más adelante, y a fin de que el caso no te cause tanta extrañeza, sabe que eso no son torres, sino gigantes ; todos los cuales estásmetidos hasta el ombligo en el pozo alrededor de sus muros .

Así como la vista, cuando se disipa de la niebla, reconoce poco a poco las cosas ocultas por el vapor en que estaba envuelto el aire, de igual modo, y a medida que la mía atravesaba aquella atmósfera densa y obscura, conforme nos íbamos acercando hacia el borde del pozo, mi error se disipaba y crecía mi miedo. Lo mismo que Montereggione corona de torres su recinto amurallado, así, por el borde que rodea el pozo, se elevaban como torres y hasta la mitad del cuerpo los horribles gigantes , a quienes amenaza todavía Júpiter desde el cielo, cuándo truena. Yo podía distinguir ya el rostro, los hombros y el pecho de uno de ellos, y gran parte de su vientre, y sus dos brazos a lo largo de los costados. En verdad que hizo bien la Naturaleza cuando abandonó el arte de crear semejantes animales, para quitar pronto a Marte tales ejecutores; y si ella no se arrepiente de producir elefantes y ballenas, quien lo repare sutilmente, verá en esto mismo su justicia y su discreción; porque donde la fuerza del ingenio se une a la malevolencia y al vigor, no hay resistencia posible para los hombres.

Su cabeza me parecía tan larga y gruesa como la piña de San Pedro en Roma, guardando la misma proporción los demás huesos; de suerte que, aun cuando el ribazo lo ocultaba de medio cuerpo abajo, se veía lo bastante para que tres frisones no hubieran podido alabarse de alcanzar a su cabellera; porque yo calculaba que tendría treinta grandes palmos desde el borde del pozo hasta el sitio donde el hombre se abrocha la capa.

“Raphel mai amech isabi alimi”, empezó a gritar la fiera boca, en la cual no estarían bien otras voces mas suaves; y mi Guía le dijo:

-Alma insensata, sigue entreteniéndote con la trompa, y desahógate con ella, cuando te agite la cólera u otra pasión. Busca por tu cuello y encontrarás la soga que la sujeta, ¡oh alma turbada!; mírala cómo ciñe tu enorme pecho.

Después me dijo:

Él mismo se acusa: ese es Nemrod, (15) por cuyo audaz pensamiento se ve obligado el mundo a usar más de una lengua. Dejémosle estar, y no lancemos nuestras palabras al viento; y pues ni él comprende el lenguaje de los demás, ni nadie conoce el suyo.

Continuamos, pues, nuestro viaje, siguiendo hacia la izquierda: y a un tiro de ballesta (16) de aquel punto encontramos otro gigante mucho más grande y fiero. No podré decir quién fue capaz de sujetarle; pero sí que tenía ligado el brazo izquierdo por delante y el otro por detrás con una cadena, la cual le rodeaba del cuello abajo, dándole cinco vueltas en la parte del cuerpo qué salía del pozo.

-Ese soberbio quiso ensayar su poder contra el sumo Júpiter- dijo mi Guía, por lo cual tiene la pena que ha merecido. Llámase Efialto, y dio muestra de audacia cuando los gigantes causaron miedo a los Dioses: los brazos que tanto movió entonces, no los moverá ya jamás.

Y yo le dije:

-Si fuese posible, quisiera que mis ojos tuviesen una idea de lo que es el desmesurado Briareo. A lo que contestó:

-Verás cerca de aquí a Anteo, que habla y anda suelto, el cual nos conducirá al fondo del Infierno. El que tú quieres ver está atado mucho más lejos, y es lo mismo que éste, sólo que su rostro parece más feroz.

El más impetuoso terremoto no sacudió nunca una torre con tal violencia como se agitó repentinamente Efialto. Entonces temí la muerte más que nunca, y a no haber visto que el gigante estaba bien atado, bastara para ello el miedo que me poseía. Seguimos avanzando, y llegamos adonde estaba Anteo, que, sin contar la cabeza, salía fuera del abismo lo menos cinco alas.

-¡Oh tú, que en el afortunado valle donde Escipión heredó tanta gloria, cuando Aníbal y los suyos volvieron las espaldas, recogiste mil leones por presa, y que, si hubieras asistido a la gran guerra de tus hermanos, aún hay quien crea que habrías asegurado la victoria a los hijos de la Tierra! Si no lo llevas a mal, condúcenos al fondo en donde el frío endurece al Cocito. No hagas que me dirija a Ticio ni a Tifeo:

Este que ves puede dar lo que aquí se desea: por tanto, inclínate y no tuerzas la boca. Todavía puede renovar tu fama en el mundo; pues vive, y espera gozar aún de larga vida, si la gracia no lo llama a sí antes de tiempo.

Así le dijo el Maestro; y el gigante, apresurándose a extender aquellas manos que tan rudamente oprimieron a Hércules, cogió a mi Guía. Cuando Virgilio se sintió agarrar, me dijo: “Acércate para que yo te tome.” Y en seguida me abrazó de modo, que los dos juntos formábamos un solo fardo.

Como al mirar la Carisenda por el lado a que está inclinada, cuando pasa una nube por encima de ella en sentido contrario, parece próxima a derrumbarse, tal me pareció Anteo (17) cuando le vi inclinarse; y fue para mí tan terrible aquel momento, que habría querido ir por otro camino. Pero él nos condujo suavemente al fondo del abismo que devora a Lucifer y a Judas; y sin demora cesó su inclinación, volviendo a erguirse como el mástil de un navío. (Canto Trigésimoprimero, Infierno. El realce es nuestro)

Notas
(1) Deidad.
(2) El Infierno y sus fantasmas arrastrando sus cadenas típicas, según la tradición transmutada, en este caso, de los Castillos a los Molinos encantados como el Ingenioso Hidalgo. Para él los Molinos eran infiernos así como las Ventas eran Castillos encantados.
(3) Venir del cielo, la Edad Dorada, propiedad privada o colectiva, los otros grandes misterios del Código de la Mancha. «Máquinas y trazas».
(4) ¿Beatriz Viterbo, protagonista del Aleph? Beatriz, se sabe, condujo a Dante hacia El Paraíso; Virgilio, cual Moisés, no pisó la tierra prometida.
(5) Jesucristo, El Salvador del Mundo, descendía del León de Judá.
(6) Alma en pena.
(7) Malebolge o «Fosa de la Maldad», en donde espían sus pecados los que tienen capacidad para engañar, ¡al Octavo Círculo!
(8) Se cree que Gerión es un gigante mitológico que habita en las regiones de España, tiene tres cabezas, a una de ellas se le llama Briam, muy apetecido entre sefarditas, el nombre, el topónimo alegórico. Gerión, para John Milton, era el primer rey de España, la de las Columnas de Hércules. Para Milton los españoles son hijos del primitivo Gerión, así como los iraquíes son hijos de Nemrod, El Paraíso Perdido , Libro Undécimo. En el Canto anterior, Dante pinta a Gerión como el Caronte del Octavo Círculo del Infierno.
(9) ¿Un Gigante?
(10) » En las cavernas lóbregas de Dite, donde estaba mi alma entretenida en formar ciertos rombos y caráteres…» (Don Quijote, Libro II, Capítulo XXXV). Dite: Plutón, dios de los infiernos. Dite: La Ciudad Maldita.
(11) ¿Veía don Quijote a Satanás en los molinos? Cuenta la historia que luego del espanto de los batanes, aborreció el lugar y no quiso guarecerse en el sitio.
(12) Gerión.
(13) Lo de Roncesvalles y Anteo también es ampliamente difundido por Cervantes en su señorial novela. Y lo de Orlando o Rotolando.
(14) «… y cuando estaba muy cansado, decía que había muerto a cuatro gigantes como cuatro torres…» (Capítulo IV. Libro 1, DQ)
(15) Primitivo rey de Mesopotamia. Babel, la Torre de las Torres; sobrevivieron a las de New York. La Torre de la Confusión. La Torre de Ur, Irak. De las Torres de la Antigüedad a las Torres de la Modernidad.
(16) Expresión muy utilizada por Cervantes.
(17) » En resolución, él se enfrascó tanto en su letura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el celebro, de manera que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamentos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles; y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas sonadas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo. Decía él que el Cid Ruy Díaz había sido muy buen caballero, pero que no tenía que ver con el Caballero de la Ardiente Espada, que de sólo un revés había partido por medio dos fieros y descomunales gigantes. Mejor estaba con Bernardo del Carpio, porque en Roncesvalles había muerto a Roldán el encantado, valiéndose de la industria de Hércules, cuando ahogó a Anteo, el hijo de la Tierra, entre los brazos. Decía mucho bien del gigante Morgante, porque, con ser de aquella generación gigantea, que todos son soberbios y descomedidos, él solo era afable y bien criado. Pero, sobre todos, estaba bien con Reinaldos de Montalbán, y más cuando le veía salir de su castillo y robar cuantos topaba, y cuando en allende robó aquel ídolo de Mahoma que era todo de oro, según dice su historia. Diera él, por dar una mano de coces al traidor de Galalón, al ama que tenía, y aun a su sobrina de añadidura. (Capítulo I, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha)
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Requerido.

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