EN EL MUNDO DE LAS LETRAS, LA PALABRA, LAS IDEAS Y LOS IDEALES
REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
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Hacia una Lectura de la Nación en Chile o una loca geografía (1940) de Benjamín Subercaseaux (1)

por Carolina Andrea Navarrete González
Artículo publicado el 25/09/2004

El recorrido por la escritura de Benjamín Subercaseaux demanda una tarea constante puesto que el autor se encarga de trazar un complejo modo de representación memorística a través de la obra Chile o una loca geografía.

Ahora bien, como el concepto de nación que ofrece este ensayo atiende a la revelación de una identidad que se ve marcada por la ausencia de memoria, me he propuesto como objeto de estudio llevar a cabo un análisis de la relación entre los conceptos de memoria y nación en Chile o una loca geografía de Subercaseaux.

Me parece importante dilucidar cómo la relación entre Memoria- Nación configura los rasgos de nuestra Identidad y cómo ésta se articula en la «no-memoria», para lo cual se efectuará un análisis del texto, escogiendo enunciados significativos. También se hará uso de la teoría de Hayden White, con el fin de ofrecer un esclarecimiento de la tropología actuante en el ensayo de manera que contribuya al objeto de estudio ya especificado.

En lo referente al tratamiento del tema de la memoria me parece relevante considerar las posiciones de ciertos autores. Si consideramos, como Ernesto Sábato, a la memoria como resistencia del devenir temporal, entonces, se vuelve importante constatar la trabazón existente entre memoria y tiempo. Ya San Agustín plantea la imposibilidad de hablar de memoria sin hablar de tiempo. ¿Qué es el tiempo?, se pregunta San Agustín y responde: «Siempre y cuando nadie me lo pregunte, lo sé. Si quiero explicarlo a alguien que me lo pregunta, no lo sé»(San Agustín, 628). A partir de lo señalado por San Agustín, podemos inferir que la problemática fundamental radicaría en el status del presente, punto movedizo del pasado y el futuro. San Agustín resuelve este problema considerando las tres dimensiones del tiempo, como existentes en el alma: «El presente mirando el pasado es memoria, el presente mirando el presente es la percepción inmediata, el presente mirando el futuro es expectativa» (San Agustín, 640). En este punto sería conveniente retomar el camino que nos conduzca hacia una respuesta a la pregunta sobre el significado de la memoria. Si bien para San Agustín la memoria sería el trabajo continuo de la conciencia y que está, además, siempre expuesta al olvido. Resulta importante destacar que es precisamente este carácter polifacético de la memoria lo que para los estudiosos constituye un elemento central de la identidad humana.

De esta manera, nuestra identidad encontraría su base en la memoria. Así, un hombre que ha perdido la memoria ha perdido su identidad. Esta constatación sería aplicable también a las entidades colectivas, incluyendo la nación. Con lo cual comprendemos la importancia de la memoria para las discusiones sobre la identidad latinoamericana y, en lo atinente a nuestro trabajo, sobre nuestra chilenidad.

Al adentrarnos en la obra Chile o una loca geografía, con ya más de medio siglo de existencia, se percibe un confluir memorístico-geográfico, el cual da las pautas de un trazado nacional, impronta de Chile sobre los chilenos, cuya existencia pareciera justificarse en una búsqueda incesante hacia el descubrimiento de sí mismo y del otro.

La composición de esta obra obedece a siete partes: Descubrimiento de Chile; el país de las mañanas tranquilas; el país de la senda interrumpida; el país de la muralla nevada; el país de la tierra inquieta; el país de los espejos azules y el país de la noche crepuscular. Como podemos apreciar, el autor concibe para cada parte de nuestro territorio, una noción de país particular. Ahora bien, «país» según el Diccionario de la Real Academia Española significa: nación, región, provincia o territorio, con lo cual podríamos inferir que Subercaseaux concibe a la nación como un subconjunto de territorios cuyos caracteres diferenciadores articulan la totalidad del cuerpo chileno.

Lo interesante es que para el autor, el concepto de nación se va configurando a partir de un recorrido escritural-topográfico, el cual, a través de la memoria, rescatará las maneras de ser características del chileno. A continuación se tratará de descubrir las identidades propuestas por Subercaseaux descubriendo el funcionamiento de la memoria del narrador y de los sentidos posibles vertidos a través de segmentos específicos de cada parte del ensayo.

Como punto de partida se tomarán los segmentos provenientes de la primera parte denominada «Descubrimiento de Chile». Esta parte presenta un interés particular, puesto que, se pueden apreciar los elementos articuladores del hombre chileno, específicamente del norteño, a través del rescate memorístico de los hombres neolíticos. Para Subercaseaux tanto la fortaleza física como la franqueza de carácter constituyen los elementos configuradores del hombre proveniente del norte:

Entre el año uno y el cinco de la Era Cristiana aparecieron en Chile, venidos del norte, unos hombres más robustos y fuertes que los hombres primitivos: los hombres neolíticos. […] Es curioso el hecho, que se repite hasta ahora, que para encontrar hombres fuertes en Chile es preciso remontar hacia el norte. […] Nuestro «roto» norteño, tan superior al sureño, puede que sea un remanente mezclado de la vieja civilización atacameña y de los pescadores neolíticos del litoral (35-36)

En esta configuración de la identidad, Subercaseaux, plantea una escisión entre dos modelos identitarios de nuestra nación. Por un lado está el norteño con una superioridad inmanente, la cual tiene sus raíces en el hombre proveniente de la última edad de piedra, mientras del otro lado se encuentra el sureño con sus deficiencias e inferioridad patentes: «hombros estrechos, mala dentadura, ladino, débil de músculos y desconfiado»(35). Sin duda estas características permiten aproximarnos a un concepto de nación bipartita, la cual delinea identidades notoriamente marcadas por las preferencias cualitativas del autor.

Otro de los enunciados que resultan interesantes de recatar se relaciona con el misterio de nuestra nación y su respectiva complejidad al momento de abordarla: «Nosotros llevamos en la sangre un sino misterioso que hace de nuestro pueblo una raza profundamente extraña e incomprensible al europeo llegado ayer. […] En Chile bordeamos el misterio de nuestro pueblo». (39). Esta afirmación entrega la imagen de una nación ignota, la cual precisa de un develamiento identitario a través del reconocimiento de nuestra sangre: «Cuando decimos que amamos a Chile y que somos patriotas nos tarda en asomar el detalle criollo y la imagen varonil del animoso araucano» (39). Pareciera que la conciencia chilena, en el hecho mismo de atender y de percibir sus propias raíces, comporta una deliberada omisión de lo araucano, adaptando en su vivir una educación del olvido. En este punto Subercaseaux revela uno de los problemas fundamentales de la nación chilena: el torpe funcionamiento de la memoria nacional configura una identidad marcada por el signo del extrañamiento.

Esta problemática aparece nuevamente en otros enunciados, los cuales se encuentran ubicados en la cuarta parte denominada «El país de la montaña nevada». Aquí, además de apreciar que los rasgos definitorios de la personalidad chilena, específicamente del santiaguino, se conjugan como el resultado del equilibrio psicológico tanto del hombre norteño como del sureño, es posible vislumbrar un rasgo caracterológico determinante en la configuración de la identidad:

Es precisamente el contrapeso psicológico de las dos mitades, unido a los factores secundarios y regionales, los que determinan el chileno, ese ser extraordinario que finge olvidar su propio «yo», simulando cualquier otro cuando lo acosa la mirada de su propia ironía o el temor desmedido al «qué dirán» de los demás. (87)

El hecho de concebir a Santiago como el resultado del equilibrio entre dos fuerzas, hace de la capital el centro del cuerpo nacional. De aquí se puede inferir una intención unificadora global de elementos que giran en torno a ella.2 Por otra parte, podemos observar que esta marca `olvidadiza’ de nuestra memoria nacional estaría fundada en una hipocresía que atiende, tanto a nuestra propia burla autocomplaciente como a la conciencia de un agente externo que, además de mantenernos vigilados, es capaz de condenarnos a través del peso de la oralidad.

En este punto, podríamos precisar que la intención del narrador se dirige hacia la identificación de las propiedades definitorias de los sujetos que comparten un campo histórico. A partir de lo cual constatamos la existencia del tropo metafórico3 como rasgo caracterizador del medio geográfico. Así, el Valle central: «cruzado de montañas, termina por sumergirse»; el chileno «no se descubre al que lo hurga por la palabra sino al que lo descifra por la manera en que su espíritu actuante habla por sus actitudes». (160) Estas metáforas actúan como puentes entre el chileno y su propia tierra, representando de esta manera, las singularidades figurativas entre los sujetos y el territorio geográfico.

En este panorama singularizador de la nación, cabe retomar la impronta del chileno asentado en la capital santiaguina. Si nos remitimos a la problemática del tiempo planteada por San Agustín, podríamos inferir que el santiaguino lleva consigo la noción paradójica de un presente huidizo e insustancial, despreciando al tiempo pasado como forjador de su Historia:

Santiago vivió tantas vidas desdeñadas como épocas tuvo su historia. Cada vez volvió a renacer sin arrastrar nada de su pasado; de tal manera que, hoy en día, se nos presenta el dilema paradójico de que, para conocer Santiago, precisa ignorarlo, ya que nada de lo que existe en el presente recibe su explicación del pasado. Más aún, perturbaríamos gravemente la visión verdadera de esta ciudad cambiante si la Historia viniera a colarse en lo que no le pertenece. (89)

Esta visión de Santiago como una ciudad que le da la espalda a su pasado erige individuos incapaces de refractar su amor en el otro: «El amor chileno no sabe de la constancia porque no sabe del recuerdo […] La vida mira hacia el futuro y tiene un cuello rígido que le impide volverse para contemplar el pasado». Pareciera que nuestro narrador quisiera catalogar tanto a Santiago como al resto de la nación, como a un híbrido anquilosado, cuya incapacidad amatoria provendría de una ausencia de reconocimiento identitario.

Bajo este escenario logramos percibir que el narrador estaría encarnando en un hermeneuta capaz de sumirse efectivamente en el registro vivencial de nuestra nación. En este sentido, el camino emprendido por el narrador participa, a la luz de los postulados de Hyaden White, del entramado4 romance, el cual se caracteriza por simbolizar la trascendencia del héroe sobre el mundo de la apariencia con el fin de conseguir el conocimiento. Hay que reconocer que el camino emprendido hacia la búsqueda de las esencias chilenas se encuentra provisto de la pasión con que el narrador cuenta su geografía preservando la aptitud para el asombro, en lo que Roberto Hozven denomina «geografía vital del placer». En todo caso nuestra intención no es desentrañar este aspecto puesto que, este tema ya se encuentra trabajado con profundidad 5.

Ahora bien, otro de los aspectos interesantes que nos aportan señas de nuestra identidad nacional lo encontramos en la parte cuarta llamada «El país de la montaña nevada». Cabe destacar dentro de ésta una clara intención crítica del narrador, encargándose de manifestar su encono frente al sistema equivocado de trabajo impulsado por el país, el cual sólo fomenta el vasallaje y el estancamiento de los connacionales:

Basta con mirar un mapa, repito, para comprender que debemos ser pescadores, mineros, leñadores, vaqueros, industriales y marinos. Eso debemos ser, y no chacareros ignorantes al servicio de una casta y bajo un cielo caprichoso que destruye las cosechas antes de ser almacenadas. En las otras profesiones se forman hombres libres y musculosos; nuestra agricultura actual crea piltrafas de humanidad hambrienta, sin voluntad ni iniciativa. (151)

La configuración del hombre chileno como una persona de ínfima consistencia tanto moral como física constituye una de las muestras de tragedia subyacente durante la exploración del narrador. Enunciados tales como «Arica es la ciudad donde todo el mundo pasa y nadie se queda.» (87) o «Santiago es una ciudad construida en pedacitos cuadrados (donde) falta el confort y la intimidad» (139) no hacen más que reflejar el carácter trágico y sobrecogedor de nuestra nación. Sin embargo, resulta que es a partir de la constatación de elementos trágicos donde el narrador se impulsa hacia la construcción de un campo histórico, a través del cual se abra el acceso hacia resoluciones armoniosas de un conjunto de conflictos:

Yo escribo sobre mi propia tierra y deseo verla grande. El paisaje será hermoso pero yo no quiero ver más ranchos ni trillas ni perros escuálidos durmiendo al sol. […] Quiero ver los Andes a través de grandes bosques, quiero ver correr el aceite de nuestras olivas; sentir el soplo de la industria y de la actividad consciente y organizada. En los mares quiero ver barcos chilenos que transporten los productos; velas que anuncien desde lejos las grandes flotillas de pescadores. (152)

De esta manera, se vuelve posible sostener la existencia del entramado comedia, puesto que, el narrador mantiene la esperanza de un triunfo provisional del hombre sobre su mundo por medio de ocasionales reconciliaciones de las fuerzas en juego tanto en el mundo social como natural6.

En este sentido, resulta interesante desentrañar la implicación ideológica7 presente en este ensayo. Si bien, resultaría factible inclinarse por una implicación anarquista8, se ha estimado conveniente aceptar la existencia de una implicación ideológica conservadora, ya que el mismo Subercaseaux, a través de su prólogo, tiende a ver el cambio social como el resultado de una ritmo «natural»:

Estas ideas, que para muchos resultarán derrotistas y malsanas _aunque nada hacen para evitarlas-, me comunican una gran confianza en el devenir de mi país. Más aún me consuelan de muchas cosas, porque fortifican mi simpatía por la Familia Humana, a la vez que exaltan mi amor por esta patria que adivino eterna. (21)

En definitiva, el establecimiento de una empatía entre el chileno y el hombre universal impulsan una actitud exultante en el narrador, lo cual ayudaría a reconciliar la noción memorística de la nación chilena, donde pasado y futuro puedan configurarse en el presente vivo del habitante chileno.

En este sentido es dable afirmar que el narrador anida la intención de ver las entidades individuales como procesos que se resumen en totalidades, por lo cual se plantea la existencia de una argumentación9 organicista en el ensayo. El narrador al perfilar chilenos geográficos, haciendo arquetipos, está ajustando, la complejidad de lo real, a una sencillez geométrica.

En el siguiente enunciado, perteneciente al apéndice titulado «Cielos de Chile», se aprecia el develamiento de las particularidades discernidas en el contenido del cielo como un proceso que compendia las esperanzas y a la vez los augurios que plasman el ánimo del hombre nacional:

Chile tiene sus cielos propios como una esperanza propia que anida allá arriba, cuando alzamos la mirada, y tiene también sus veleidades y sus horizontes cerrados como un mal presentimiento, en cuanto descendemos la mirada. Pero, por sobretodo, posee unos amaneceres diáfanos que son un consuelo diario y que le imprimen en el alma del que los contempla una como «orden del día» que fija el estado de ánimo del que enfrenta la tarea cotidiana y difícil del hombre que vive sobre una misma tierra y bajo un mismo techo. (271)

Este poder unificador de los cielos del país refuerza la intención del narrador como un descubridor de totalidades a partir de entidades particulares. Además el hecho de rescatar al amanecer como la savia eterna capaz de vivificar el territorio, constituye una forma de sembrar el camino hacia el autoconocimiento del terrón natal donde se habita. Más adelante el narrador, también pide que se utilice el cielo de Chile, además de su tierra y su mar, con lo cual se aboca a merecer y asumir al máximo la locura geográfica.

En definitiva, podemos argüir que la geografía amparada por Subercaseaux atiende, como el mismo lo afirma en el prólogo, a un territorio que «supera el sentimiento nacional del pueblo que lo habita» (20) Esta revelación considerada por él como el primer beneficio recibido tras su estudio, es posible corroborarla, puesto que, a lo largo del presente trabajo se ha tratado de dilucidar en Chile o una loca geografíaprecisamente el trenzado representativo de la nación chilena.

Hemos visto que la no-memoria funciona como articuladora de una determinada identidad chilena, la cual se ve sesgada principalmente por un estancamiento temporal, imposibilitando de esta manera el fluir continuo y evolutivo de nuestra nación. Así nuestro concepto de nación se encontraría trastocado por la inoperancia de la noción del pasado en nuestra identidad nacional.

Cabe preguntarse si esta condicionante nacional podrá ser asumida alguna vez por el pueblo chileno para así, atravesar el puente que conduzca al conocimiento de esos diez mil años de abismo identitario.

Bibliografía
Agustín, San. Confesiones. (trad. de Pedro Antonio Urbina) Madrid: Palabra, 1992.
Borges, Jorge Luis. Discusión. Madrid: Emecé Editores, 1976.
Hozven, Roberto. «Alegorías identitarias en cuatro ensayos chilenos». En: Anales de Literatura Chilena N º 2 Santiago de Chile: Lom Ediciones, 2001.
Kohut Karl. «Literatura y memoria». Alemania: Universidad Católica de Eichstät.
Markowitsch, Hans J. Information processing by the brain: views and hypotheses from a physiological- cognitive perspective. Toronto: Hans Huber, 1988
Ricoeur, Paul. Tiempo y narración( trad. A. Neira) Madrid : Ediciones Cristiandad, 1987.
Robles, Lautaro. «Chile o una loca geografía». Valparaíso: El Mercurio, jun.19, 1994, p.A3.
Sábato, Ernesto. Antes del fin. Buenos Aires: Seix Barral, 1998.
Subercaseaux, Benjamín. Chile o una loca geografía. Santiago de Chile: Editorial Universitaria, 1994.
Vargas Saavedra, Luis. «Releer Chile o una loca geografía». Santiago de Chile: el Mercurio, enero 12, 1992, p. 8 (suplemento).
White, Hayden. Metahistoria. México: Fondo de Cultura Económica, 1992.

 

Notas _______________
(1) Benjamín Subercaseaux nació en Santiago de Chile el 20 de noviembre de 1902, siendo hijo de Benjamín Subercaseaux Browne e Ida Zañartu Luco. Lamentablemente no conoció a su padre, pues sólo tenía un mes cuando éste fallece y fue la madre la que cumplió ambos papeles paternales, siendo por lo mismo la primera maestra como se estilaba en los hogares aristocráticos de la época, de tal manera que al matricularse en el Instituto Nacional, lo hace al equivalente de quinto básico. Sus estudios secundarios los hizo en el Colegio de los Sagrados Corazones para continuar más tarde inconclusos cursos de medicina en la Universidad de Chile. En 1923 viaja a Francia, donde ingresa a la Sorbone de París a la Cátedra de Sicología hasta obtener el doctorado. Antes de regresar a Chile recorre gran parte de Europa y de África, donde observa detenidamente las costumbres y el espíritu religioso de los pueblos. A su regreso comienza una abundante labor cultural y periodística. A pesar de la educación católica recibida es un analista profundo de las Sagradas Escrituras, adoptando la doctrina protestante donde llega a ser Diácono Evangélico. En Chile ocupa importantes cargos: Agregado de la Academia de Ciencias Naturales y presidente del Pen Club de Chile, designación con la cual recorre los países vecinos con el propósito de lograr un acercamiento cultural. Colabora en diarios y revistas y en 1942, escribe un furibundo artículo contra Hitler y el nazismo, lo que le produce agudos problemas en altos círculos y en el gobierno de Juan Antonio Ríos. Fue demandado por ministros y el Estado Mayor de la Armada, pero los tribunales fallaron a su favor. Esto le significó un gran reconocimiento de Francia. El 11 de marzo de 1973, Benjamín Subercaseaux fallece a la edad de 71 años.
2 En este punto resulta conveniente rescatar otros enunciados tales como la «irradiación constante» que proyecta Santiago sobre «el collar de ciudades» ubicadas al sur de ella: «San Bernardo, Buin, Rancagua, Talca, configuran sus modalidades propias, pero sujetas al padrón santiaguino». Esta descripción sinecdóquica cumple con el objetivo de restablecer el flujo armonioso entre los elementos a un nivel de conjunto, cumpliendo de esta manera con una visión integrativa cualitativa en términos de objeto-totalidad.
3 Recordemos que la metáfora es considerada, por Hayden White, como un tropo, que al ser examinado como paradigma alternativo de explicación, funciona de manera representativa, además sanciona las prefiguraciones del mundo de la experiencia en términos de objeto-objeto. Cabe destacar dentro de esta ordenación tropológica, la promoción del cultivo de un protocolo lingüístico caracterizador de la metáfora. En este sentido a la metáfora se la puede denominar como lenguaje de identidad.
4 Desde la perspectiva de White, tramar corresponde a la manera en que una secuencia de sucesos organizados en un relato se revela de manera gradual como un cierto relato de tipo particular
5 Al respecto ver artículo de Roberto Hozven: «Alegorías identitarias en cuatro ensayos chilenos». En: Anales de Literatura Chilena N º 2. Santiago de Chile: Lom Ediciones, 2001.
6 Para Hayden White, las reconciliaciones que ocurren al final de la comedia son reconciliaciones de hombres con hombres, de hombres con su mundo y su sociedad; la condición de la sociedad es representada como más pura, más sana y más saludable, revelándose que los elementos son, a la larga, armonizables entre sí, unificados, acorde consigo mismos y con los otros.
7 Con el término «ideología», White quiere decir un conjunto de prescripciones para tomar posición en el mundo presente de la praxis social y actuar sobre él (ya sea para cambiar el mundo o para mantenerlo en su estado actual).
8 Debido a la proyección de una utopía, en lo que es efectivamente un plano intemporal viéndola como posibilidad de realización humana en cualquier momento.
9 La argumentación es concebida por White como una explicación de lo que ocurre en el relato, tratando de explicar «el sentido de todo eso» o «qué significa todo eso». De aquí, siguiendo el análisis de Stephen C. Pepper en su World Hypotheses, White distingue al organicismo como uno de los cuatro paradigmas de la forma que puede adoptar una explicación histórica considerada como argumento discursivo.
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