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Jinetes del oleaje.

por José Sabater de Montfort
Artículo publicado el 27/01/2014

Tengo para mí que hay dos tipos de escritura literaria: la que impone y la que se nos impone. Pero todavía queda un tercer tipo que va un poco más allá, una escritura que es literaria, pero que también es alguna cosa más, que no se queda en el ensayo de ideas o en el experimento estético, sino que se quiere testimonio de cargo, prueba irrefutable de la corruptibilidad del mundo.

A este tipo de escritura delirante y megalómana, pantagruélica, corresponde la novela Un mar invisible (Isla Varia, 2009), del escritor Matías Escalera Cordero (Madrid, 1956). Una novela de belicosidad anticapitalista y que pretende aprehender la totalidad apabullante de nuestro mundo. Y vale la pena que ahora, a diez años de su composición (que no de su publicación, pues se editó cinco años después de ser escrita), le dediquemos unas palabras a su monstruosidad, para advertir al lector despistado sobre su relevancia.

Quien guía la narración en Un mar invisible, el lazarillo, por así decir, es Julián, “un humanista a trastiempo”, un diletante a quien “le asustaba la mecánica del mundo real”. Se trata de un personaje encallado que, por el momento (y ese momento dura ya bastantes años), decide no hacer nada, hasta que, de alguna manera, sufre un súbito momento ominoso de conciencia. Y no una epifanía o una revelación sino apenas un instante de lucidez en el que, instintivamente, se da cuenta de que ha de actuar, y se infiltra, digámoslo así, en la boca del lobo: se introduce en la maquinaria capitalista, con el afán de efectuar una acción de sabotaje.

Esta es la historia: Julián, junto a un grupo de viejos comunistas derrengados (Ezequiel, Estepeña, Fina y su madre, Rosario, Munelbeq, Valerde, etc), aguarda indolente, día tras día, en la comuna así bautizada como El Trópico Zumbón; un local de la periferia madrileña donde se reúnen, hablan y, por sobre todo, beben (especialmente Julián), “hipnotizados por su propia desgracia”. El caso es que el solar donde se encuentra la vieja comuna entra en los planes urbanísticos de un especulador local que ya tiene prácticamente cerrada la compra de los terrenos aledaños y necesita agenciarse El Trópico Zumbón, si no sus planes se irán al carajo. Primero les intimidan con algunos ataques nocturnos (nada demasiado grave, sombras en la noche que les apedrean), luego les intentan comprar y, finalmente, le pegarán fuego al local. Mas lo interesante sucede cuando hace acto de aparición Carlos, un abogado que le hace el trabajo sucio a la empresa del especulador.

Y es que Carlos no solo fue el viejo amigo camarada de Julián, sino el primer novio de Clara, quien luego tendría una relación con Julián. Así, aparece el tema del trío amoroso, la traición y la venganza. La novela Un mar invisible da cuenta de este reencuentro ya inútil entre los tres, muchos años después de que intimaran y conspiraran juntos, allá en los tiempos de su perdida juventud (Et in arcadia ego, este es uno de los motivos centrales de la novela: el paraíso perdido, la pérfida nostalgia, el idealismo gastado). Y es, además, ya lo hemos dicho, un reencuentro estéril en tanto que Clara ha vuelto a Madrid (estaba viviendo en los Balcanes) para morir, pues sufre una neoplasia.

El caso es que Carlos les ofrece una cantidad de dinero exorbitada, pero que los miembros de la comuna aceptan, y les impone la condición de que Julián ha de simular que trabaja en la empresa de Carlos, como modo de eludir los previsibles controles de Hacienda y para no levantar sospechas (se sobreentiende que le engañan al hacerle firmar una serie de documentos y se infiere que le usan de testaferro). La sorpresa para el lector proviene del hecho de que Julián acepta (y ello, recuérdese, después de toda una vida de lucha anticapitalista). Pero ese momento de claudicación es pasajero y pronto renuncia. Y su renuncia, su no hacer, es su modo de sabotear los planes de los especuladores.

Un mar invisible, sin embargo, no se reduce a esta sencilla estructura medular y ella ni siquiera es su más interesante propósito, a mi entender, pues se diría que funciona apenas como eje vertebrador. Aquí lo importante, para mí, es la técnica y el estilo y el afán de Escalera Cordero por que la narración se constituya en verdad incontrovertible; y no en una interpretación o versión postmoderna del mundo.

De un lado, está la narración que intenta aprehender la vida, el mundo, y lo hace emulando el dibujo mismo de ésta (en base al subjetivismo extremo de Julián), pues la vida, se nos dice en la novela, “no es complicada, sino paradójica”. Y, así, Un mar invisible es una novela que estructuralmente no es compleja, sino, como ya dijimos, paradójica. Ello se cifra en la oposición tensional entre una forma postmoderna (hipertextual, polifónica, irrealista) que se nutre de un contenido modernista (en especial de un neoromanticismo emocional e intuitivo). De lo que surge una cruenta oposición entre forma y contenido, y así la novela desarrolla un campo gravitatorio en permanente tensión, con eventuales estallidos y su naturaleza es esencialmente conflictiva.

Mención aparte merece esa especie de recapitulación de la historia de la literatura que Escalera Cordero lleva a cabo en la novela y que supone tanto un homenaje literario (y una paráfrasis), como un golpe de puño nietzscheano sobre la mesa. Y es que se pueden distinguir en esta novela, que se dispone al modo de los archipiélagos narrativos, como bien dejó dicho César de Vicente Hernando en el prólogo, diferentes tramos en los que inevitablemente el lector recuerda a otros muchos autores: Camus, Chesterton o Kerouac, entre ellos. Pero no es de menor importancia la influencia de Joyce (al inicio), Dos Passos (esparcida por doquier) y Djuna Barnes (en el tramo final, de naturaleza onírica). No es baladí, tampoco, que el protagonista o anti-héroe se llame Julián, en clara alusión (paródica, pero también espiritual) a El Rojo y el Negro, de Stendhal.

Un mar invisible es igualmente una novela paradójica en el sentido de que es una máquina discursiva, pero sin embargo, se nos dice en ella que “toda narración es un acto de fe en las palabras, en la no-conciencia”; y es que esos discursos que impregnan la narración son precisamente discursos que apelan a la conciencia. Ello provoca que en Un mar invisible se produzca una disonancia (una no-identificación) entre lo dicho y su modo de enunciación, o acaso, por ponerlo en términos lingüísticos: ambos se relacionan de manera arbitraria. La experiencia de la lectura es así la de una de pura co-sustanciación, pues sin el lector es imposible la creación de este efecto de dejarse “llevar por la marea del tiempo y apretar las manos de los otros jinetes del oleaje (para no sentirse solo, para no sufrir solo, para no buscar solo, para no morir solo…)”.

Un mar invisible, Matías Escalera Cordero, Prólogo de César de Vicente Hernando, Ed. Isla Varia, Huelva (Andalucía) [España], 2009, 393 págs.

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