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La antinomia de la creación, la cosmovisión y el túnel de Ernesto Sábato

por Yesenia Ramírez
Artículo publicado el 14/08/2019

Resumen
La dualidad y las oposiciones son unos de los elementos más característicos de la visión que tiene Ernesto Sábato del hombre y el mundo. Este enfoque dialéctico de la existencia también se conecta con la manera en la que se perfiló su vida personal. Sus primeras incursiones intelectuales fueron en el escenario científico, hizo una carrera exitosa en el campo de la física nuclear y luego la abandonó, definitivamente, para consagrarse al mundo del arte. El Túnel, es una de las obras cumbres del autor y donde se debaten todos estos aspectos de su cosmovisión.

Palabras claves
comunicación, incomunicación, subjetivación del tiempo, distanciamiento, categoría del “yo”.

 

El alma es para Ernesto Sábato “la verdadera representante de la condición humana”[1] porque es, en esencia, dual y como el ser humano tampoco es con plena certeza “razón pura” ni “simple instinto”, el equilibrio lo cree hallar en el arte, en el que ve el “instrumento para rescatar aquella integridad perdida…”[2] y de todas las manifestaciones artísticas la que mejor vehicula sus propósitos es la novela “que por su misma hibridez a medio camino entre las ideas y las pasiones, estaba destinada a dar la real integración del hombre escindido”[3].

La dualidad se constata como una parte esencial de su pensamiento, que se refleja -consecuentemente – en su producción literaria. Las oposiciones que se explicitan en su primera novela El túnel (1948) también se desarrollan en sus obras ensayísticas, así como en sus novelas posteriores: Sobre héroes y tumbas (1961) y Abaddón el exterminador (1974). De manera tal que algunas de las preocupaciones abordadas en las últimas dos novelas se exploran ya en la primera. Con respecto a esta idea, en uno de sus ejercicios ensayísticos, el propio Sábato establece una analogía entre las obras sucesivas de un novelista y las ciudades que se levantan sobre las ruinas de las anteriores. Señala la noción de inevitable retorno al que nos mueve la nueva creación y que asegura, asimismo, su materialización. No cabe dudas de que en sus obras se comprueba una “sólida” coherencia en torno a las preocupaciones referidas a lo dicotómico y complejo del ser humano.

La obra de Ernesto Sábato no deja de ser ambivalente puesto que su concepción de la condición humana y la relación sujeto – mundo lo es por antonomasia.

La ambivalencia en Juan Pablo Castel
“Lo que a mí me parece claro y
evidente casi nunca lo es para
el resto de mis semejantes.
”
Ernesto Sábato, El túnel.

En El túnel, Juan Pablo Castel, el personaje principal de la novela, se concibe como un sujeto psicológicamente intenso, lleno de contradicciones y ambivalencias. Cada una de sus acciones y palabras están sujetas, previamente, a un exhaustivo análisis introspectivo en el que su cerebro se convierte en un hervidero de ideas, a las que intenta ordenar y encontrar explicación.

Sus dudas constantes crean una contradicción entre sus juicios lógicos y su actuación, entre lo que él crea ser y lo que es en verdad. Este comportamiento refleja una conciencia obsesiva que se traduce en incapacidad para comunicarse por su inestabilidad psíquica, conduciéndolo a un aislamiento existencial.

Su carta de presentación comienza con una sugerente idea “no me hago ilusiones acerca de la humanidad en general y de los lectores de estas páginas en particular”, más tarde declara “en general, la humanidad me pareció siempre detestable” y como si no bastara, luego afirma que la condición humana se caracteriza por “la codicia, la envidia, la petulancia, la grosería, la avidez”, suficiente para demostrar su antipatía con los demás y su aislamiento. Aunque admite formar parte de esta humanidad – severamente juzgada por él – y compartir también algunos de esos vicios, subraya su superioridad: “Generalmente, esa sensación de estar solo en el mundo aparece mezclada a un orgulloso sentimiento de superioridad: desprecio a los hombres, los veo sucios, feos, incapaces, ávidos, groseros, mezquinos; mi soledad no me asusta, es casi olímpica”.

El túnel es la narración de una crisis individual, Castel representa el grado extremo de un sentimiento y una situación que podrían compartir algunos hombres.

Hay un conflicto en el personaje entre uno y los otros. El aislamiento de Castel se percibe a través de varios motivos. El sueño en el que Castel es convertido en un pájaro y los demás no se dan cuenta, incluso cuando él intenta advertirlos de su metamorfosis y de su garganta solo salían chillidos de pájaros, parece ser una metáfora de la imposibilidad de comunicarse y de ser comprendido por los demás. Su retraimiento se ilustra también en los dos motivos centrales. El del túnel: “en todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío, el túnel en que había transcurrido mi infancia, mi juventud, toda mi vida”; y el de la pintura “Maternidad”, específicamente la escena de la ventana, que sugiere la experimentación de una soledad mayúscula; pero no es en ningún caso el aislamiento el único indicador en la conformación del personaje. Castel también aspira superar de algún modo esta condición y comunicarse con los demás. Este intento está, en primer lugar, en la resolución por escribir su propia historia. Él se debate entre la posibilidad o no de que alguien lo entienda “me anima la débil esperanza de que alguna persona llegue a entenderme. AUNQUESEA UNA SOLA PERSONA” y también está en el hecho de que Castel ansía con vehemencia comunicarse con una persona especial para él, María.

En esta dualidad comunicación / incomunicación, Sábato encuentra un equilibrio. En este sentido, la ambivalencia del sujeto protagónico enriquece ambas nociones y descarta cualquier juicio a priori con que pueda ser valorado el tema.

La clave en la obra pictórica “Maternidad”
“Solo existió un ser que entendía mi pintura.”
Ernesto Sábato, El túnel.

Es significativo que el encuentro entre Juan Pablo y María se halla propiciado por mediación de una obra de arte. Es importante recordar que, en sus ensayos, Sábato afirma que es mediante el arte que se puede comunicar lo más importante para un ser humano, y también que es precisamente el arte, como el mito, lo que puede unir las oposiciones.

La impronta de la pintura “Maternidad”, y sobre todo de la desestimada escena de la ventana, simboliza toda la relación entre Juan Pablo y María, es la concretización artística de la vida de ambos personajes.

Gracias a esta pequeña escena, Castel conoce a María y la distingue del resto de las personas que observaron su obra. Le atribuye un significado especial por el hecho de que ella prestó interés especial en una pequeña escena del cuadro en la se veía a través de una ventana a una mujer que miraba al mar en una playa solitaria. Este “detalle” inadvertido por el resto de las personas cautivó a María, y Castel se percató de ello, reconociendo así en ella un alma gemela.

Los dos se identifican con la misma escena. El cuadro funciona como un elemento de catarsis para cada uno de los personajes. Ellos se identifican con la escena, pero de manera individual, nunca llegan a ser uno.

Cuando Castel decide asesinar a María, primero destruye la pintura, la destrucción anuncia el asesinato. Además, se establece un paralelismo entre la escena de la destrucción del cuadro y la del asesinato: “a través de mis lágrimas vi confusamente cómo caía en pedazos aquella playa, aquella remota mujer ansiosa, aquella espera…” y justo antes de asesinarla declara “a través de mis ojos mojados por el agua y las lágrimas, (…) llorando le clavé el cuchillo en el pecho.”

La pintura simbolizaba la relación de Juan Pablo y María, al destruir el cuadro no solamente asesina simbólicamente a María, sino que también termina definitivamente la relación entre ellos.

El motivo del túnel
«…En todo caso, había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío«.
Ernesto Sábato, El túnel.

Esta metáfora resume la relación de Juan Pablo con María. Primero, los dos están aislados en túneles diferentes, pero se encuentran gracias a la escena de la ventana en el cuadro:

“Y era como si los dos hubiéramos estado viviendo en pasadizos o túneles paralelos, sin saber que íbamos el uno al lado del otro, como almas semejantes en tiempos semejantes, para encontrarnos al fin de esos pasadizos, delante de una escena pintada por mí, como clave destinada a ella sola, como un secreto anuncio de que ya estaba yo allí y que los pasadizos se habían por fin unido y que la hora del encuentro había llegado.”

El sosiego inicial que le provoca el hecho de haber encontrado una persona especial es reemplazado por las crecientes dudas que irán minando la relación. La posibilidad de comunión con la otra persona se irá convirtiendo en una obsesión quimérica que lo llevará a una frustración irreparable.

La metáfora del túnel refleja las dudas: “¿realmente los pasadizos se habían unido y nuestras almas se habían comunicado?” y también la pérdida de la esperanza: “¡Qué estúpida ilusión mía había sido todo esto! No, los pasadizos seguían paralelos como antes…”, pero la metáfora del túnel también funciona como un despertar de la conciencia de Castel sobre la condición de María y de sí mismo. Al principio, creía que ella, estaba tan sola y aislada como lo estaba él “venía por otro túnel paralelo al mío”. Sin embargo, se da cuenta de que es solamente él quien está solo. Aunque María es para él la única persona importante en el mundo, no parece que ocurra lo mismo con ella. En su vida no hay nadie más, pero en la vida de María hay otras personas. Ella no vive en la soledad absoluta en la que vive Castel:

“(…) en realidad pertenecía al ancho mundo, al mundo sin límites de los que no viven en túneles (…) mientras yo avanzaba siempre por mi pasadizo, ella vivía afuera su vida normal, la vida agitada que llevan esas gentes que viven afuera, esa vida curiosa y absurda en que hay bailes y fiestas y alegría y frivolidad”.

La subjetivación del tiempo
“Al sumergirse en el yo, el escritor debe abandonar
el tiempo cosmológico, el de los relojes y almanaques,
pues el yo no está en el espacio, sino que se despliega
en el tiempo anímico que corre por sus venas y que
no se mide en horas ni minutos (…) es un tiempo que
no es humano sino astronómico”

Ernesto Sábato, El escritor y sus fantasmas.

Desde el primer instante se nos da a conocer el final de la trama: el asesinato de María Iribarne por Juan Pablo Castel y todo el relato irá desenvolviéndose hacia la explicación de las “razones” que llevaron al protagonista a realizar ese asesinato. La “historia interna” de ese crimen es la novela y como para relatar esa historia el protagonista se sumerge en su propio «yo», el tiempo va a subjetivarse, rompiendo el estricto orden lógico de la presentación.

La secuencia narrativa se presenta a través de la percepción que tiene el protagonista de la temporalidad. Importa lo relativo al personaje, produciéndose así un ensanche temporal en los hechos de puro acontecer subjetivo. La densidad no se obtiene por mera yuxtaposición o acumulación de acciones, sino por la focalización e intensificación de los hechos que así lo requieran.

La estructura narrativa y la cronología lineal, simplificaron la obra a un punto que se pudo concentrar todo el trabajo literario en función del psicologismo de la obra. En esta novela se usa el modelo de la novela policíaca, de antemano, eliminándose los incentivos y las dudas que el lector típicamente tiene, dejando únicamente al móvil.

La soledad de Juan Pablo Castel es impuesta por sí mismo, pero él es incapaz de verlo. Es irónico que la locuacidad y la avidez para razonar que tiene el personaje-narrador sea su mayor barrera para enfrentarse a sí mismo y poder ayudarse.

Esta tesis es presumible si se parte de la base que Juan Pablo Castel es un narcisista melancólico porque debido a su introversión ha desarrollado una gran autosuficiencia, prueba de ello la soledad recurrente en su discurso. Y melancólico porque se encuentra insatisfecho con el mundo que le rodea; caricaturiza a los demás, detesta las asociaciones, etc.

El personaje-narrador de Juan Pablo Castel resulta brindar muchas oportunidades al verdadero autor para ventilar sus propios sentimientos misantrópicos, narcisistas, y otros expresados. Es ampliamente conocido que los métodos más usuales para lidiar con lo abyecto son con la catarsis religiosa o poética. Como dijo Kristeva “De cerca, toda la literatura es probablemente una versión del Apocalipsis que parece estar arraigada, sin importar condiciones socio-históricas, en la frontera donde las identidades (sujeto/ objeto, etc.) no existen o solo aparecen en dobles, borrosos, heterogéneos, metamorfizados, alterado o abyectos».

Yesenia Ramírez
Artículo publicado el 14/08/2019

NOTAS
[1] Sábato, Ernesto: El escritor y sus fantasmas. Editorial “Seix Barral”, Barcelona, España, 1983, p. 146.
[2] Ibíd., p. 155.
[3]Ibíd., p. 20.

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