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La entropía como retrato alegórico del mundo contemporáneo en Dangling Man, de Saul Bellow.

por Francisco Javier Vallina Samperio
Artículo publicado el 06/03/2007

Resumen:
La narrativa norteamericana de la primera mitad del siglo XX comenzó a utilizar un recurso que en principio ni siquiera tenía relación con el mundo de las artes y las letras. Se trata de la teoría energética de la entropía y la idea de que el universo se encamina hacia su propia destrucción por inercia. La turbulenta historia del pasado siglo y los cambios producidos, no sólo a niveles sociales, políticos o económicos, sino también en la estructura física del medioambiente debido a las diversas actividades humanas, han contribuido a que diversos escritores comenzasen a utilizar el mencionado recurso en sus obras para retratar la evolución caótica de ese periodo de la reciente historia del mundo contemporáneo. Saul Bellow, con su novela escrita y ambientada durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial, fue uno de ellos.

El siglo XX ha sido la era tecnológica por excelencia en la historia de la humanidad. Nunca antes, en un periodo tan reducido, se habían conseguido tantos avances en el progreso científico. Hasta tal punto es cierta esta afirmación que puede decirse que en el siglo XX el hombre ha pasado de creer en Dios a comportarse como un dios. Es a lo largo de dicho siglo que se hacen posibles los sueños de poder volar o viajar a grandes velocidades, cubriendo largas distancias en cuestión de pocas horas, mientras que tan sólo unos años antes, a finales del siglo XIX, se tardaba días en recorrer esos mismos trayectos. Por otra parte, la humanidad ha logrado desvelar muchos secretos de las profundidades marinas, en las cuales era imposible adentrase hasta la aparición de naves que pudieran sumergirse, junto con otras innovaciones concebidas para explorar “in situ” un terreno que antes estaba vedado para el ser humano. En este siglo, además, se establece una nueva frontera para el hombre, impensable en siglos anteriores -con excepción de las fantasías de Julio Verne y otros visionarios-, gracias a los viajes espaciales que permitirían asomarse al universo desde fuera de los límites del planeta.

Sin embargo, ese mismo universo que se abre cada vez más al conocimiento humano contribuirá también a agravar el conflicto existencial del individuo, ya que, lejos de sentir que el cosmos se hace más pequeño, el hombre se percata de lo realmente inmenso e infinito que puede ser, acentuando así su sensación de insignificancia cósmica. El progresivo abandono del concepto de Dios y la confianza ciega en el progreso científico no ayudan a paliar esta inquietud, sino que la estimulan. De hecho, algunas teorías científicas, precisamente por su fría objetividad, no consideran al ser humano un componente determinante en el entramado cósmico. La concepción del universo como un mero conjunto de reacciones químicas y fenómenos físicos lleva al científico a centrarse en un único elemento como causa última de todo lo que acontece en la existencia material. Tal elemento es el de la energía, cuya naturaleza esencial resulta difícil de definir, pero que funcionalmente constituye el impulso o causa motriz de cualquier proceso, tanto orgánico como inorgánico.

Al igual que la materia que la contiene, la energía ni se crea ni se destruye, sino que se transforma. Sin embargo, lo que para el universo supone una simple transformación en términos científicos bien puede significar una situación catastrófica o incluso apocalíptica para el ser humano. De ahí que algunos escritores norteamericanos utilicen estos conceptos energéticos para llamar la atención sobre la condición humana y su indefensión frente a ciertos peligros, tanto de carácter doméstico como de naturaleza cósmica. Para comprender cómo lo llevan a cabo, tengamos en cuenta primero que, según postula la física, “la energía total del universo, incluyendo tanto la potencial como la cinética, al igual que las cantidades de materia que lo forman, siempre será la misma y tan sólo experimenta transformaciones en un sentido u otro” (Glasstone 34), por lo que todos los elementos que constituyen el universo funcionan al unísono en ese vasto conjunto mecánico, influidos por las condiciones circundantes y dependiendo todos entre sí de un modo u otro. Análogamente, las características físicas del entorno, junto con otros factores ambientales, determinan el comportamiento del ser humano, forzándole a que se acople a la situación como un minúsculo componente de un intrincado macro-sistema mecánico. En tal entramado ha de cumplir con su cometido, sin grandes posibilidades de actuar con verdadera independencia, estando bajo los auspicios de una entidad o fuerza superior. Por supuesto que dicha fuerza puede ser la ejercida por otros seres humanos con mayor poder, pero también existen fuerzas invisibles e inexplicables que determinan una situación o provocan hechos inesperados. Para los creyentes, detrás de tales actuaciones estaría la intervención divina, mientras que para los agnósticos se trataría del destino o la fatalidad. Por su parte, numerosos científicos lo interpretan como la tendencia natural del universo hacia el desorden, el desgaste, y en última instancia, su propia desintegración.

En concreto, la termodinámica proporciona un concepto preciso para referirse a esa tendencia, que es el de la entropía. La definición más simple de este fenómeno físico-energético viene a ser el desgaste experimentado por un sistema mecánico, dentro del cual tiene lugar una acumulación inútil de energía expresada en términos de una liberación expansiva de calor y, en todo caso, una tendencia del sistema al completo hacia un creciente estado de desorden, correspondiéndose con la referida tendencia natural del universo entero hacia el caos. La entropía nunca tiende a disminuir en un sistema mecánico en funcionamiento constante -como por ejemplo, el universo-, sino a mantenerse, o en todo caso a incrementarse (Glasstone 34).

Debido a que la teoría refleja el proceso en condiciones “ideales”, sin tomar en cuenta los fenómenos reales de la fricción o el rozamiento, lo más probable será que en la práctica se tienda más hacia un progresivo aumento de la entropía, en lugar de su mantenimiento, ya que dichos fenómenos se traducen en un lógico desprendimiento de calor.

La entropía representa, pues, una acumulación de energía inservible, resultado de un desgaste, que se desprende en forma de calor, inundando el entorno y determinando una ineficacia cada vez mayor del sistema que la produce, al crear un creciente nivel de desorden en el seno del mismo. El fenómeno es comparable al sobrecalentamiento de un motor, y afectaría al universo en su totalidad como macro-sistema energético, de tal manera que se justificaría la idea de que el universo se encamina hacia su propia desintegración. Esta teoría, cercana a lo apocalíptico, es la que predomina en la comunidad científica actual: “It has been said that the entropy of the universe is increasing; that is, more and more energy becomes unavailable for conversion into mechanical work, and because of this the universe is said to be ‘running down’.” (Goetz 511).

A pesar de ser la entropía un concepto puramente científico y prácticamente exclusivo de la física, un buen número de estudiosos de la literatura del siglo XX ha reconocido su presencia e importancia dentro del marco literario. Entre ellos está Tony Tanner, que enlaza el fenómeno con la acumulación de elementos de desecho y desgaste en el ámbito industrial, opinando además que cualquier actividad, por muy insignificante que parezca, contribuye al proceso de desintegración universal, debido a la relación dinámica establecida entre todo objeto material y esa fuerza común y omnipresente que es la gravedad: “Ever more frenzied destructive movement bringing everything down to mud, sleep and universal darkness, the ultimate triumph of dullness and gravity being… the triumph of entropy” (Tanner 1979, 142). Como ya hemos sugerido, un rasgo determinante de la entropía en la sociedad humana viene establecido por las características físicas y materiales del entorno en el que los individuos se mueven, es decir, los factores externos que concurren en su ambiente. Este puede ser de tipo industrial, y por tanto mecanizado, en el cual la persona pierde su condición humana al confundírsele físicamente con una parte de la maquinaria o del paisaje industrial. Otras veces al individuo se le considera un componente más de un sistema perfectamente organizado, en el cual ha de cumplir con su misión sin la posibilidad de pensar o actuar de forma independiente, sino siempre bajo la voluntad de una autoridad o fuerza superior. La decadencia física y la muerte como signos de la condición efímera del ser humano también juegan un papel importante en relación con estas ideas.

Las referencias al entorno mecanizado y al ser humano como parte de su mecánica artificial son abundantes y significativas en la narrativa norteamericana del siglo XX, y se observa un recurrente empleo de las teorías energéticas de un modo metafórico, con el fin de retratar la realidad tecnológica e industrial de la sociedad de la época (Tanner 1970, 7). Los materiales de desecho y la contaminación ambiental son el producto residual típico del mundo moderno industrializado y masificado. A medida que se va desgastando la maquinaria en los procesos industriales, se amontonan grandes cantidades de material inservible, desvirtuando y destruyendo el hábitat natural. Pero lo más sobrecogedor es que no sólo afecta a los medios mecánicos, sino que el mismo ser humano también puede llegar a ser material desechable dentro del sistema. Las situaciones de conflicto, las revoluciones y las guerras constituyen también procesos generadores de calor; las explosiones y los fuegos devastadores provocados por el hombre dan lugar a paisajes arrasados. Los ambientes derivados de todo ello, al liberarse el calor acumulado, acaban tornándose fríos e inhóspitos; las cenizas y la lluvia traen finalmente el barro y la suciedad que caracterizan a los terrenos enfangados. Al final, el aspecto resultante se asemeja al de un gigantesco vertedero.

Relacionadas con esta idea del desecho están todas las referencias a la suciedad y el deterioro en la novela Dangling Man de Saul Bellow, en la cual se da la proliferación de ambientes oscuros, junto a una constante cromática de tonos apagados y deprimentes, además de características escatológicas y nauseabundas en la descripción de ciertas imágenes, olores y sensaciones en general. Así, el personaje de Joseph se deja “contaminar” del mundo cuando se levanta por la mañana; se introduce en la sociedad “civilizada” de la misma forma que pasa de la desnudez a la ropa, pero al mismo tiempo su mente pasa de la limpieza a la suciedad. Su ánimo se impregna de un pesimismo escéptico ante las desoladoras condiciones de vida en la ciudad y el carácter desalentador del momento histórico que le ha tocado vivir. La obra, ambientada en una gran ciudad norteamericana durante la segunda guerra mundial, refleja los pensamientos de este personaje como protagonista de los principales acontecimientos de la primera mitad del siglo XX y los cambios que trajeron consigo. Gradualmente, su apesadumbrada narración en primera persona nos brinda información sobre él, como el hecho de que está a la espera de ser llamado a filas para intervenir en la guerra, y que su estado de ánimo se ve afectado por la tensión y la incertidumbre propias de tal situación. La ansiedad que padece magnifica los temores que atormentan su carácter reflexivo, llegando a hacerle ver en su entorno social y material una estructura decadente y ruinosa, destinada a resquebrajarse y desaparecer. Joseph se perfila así como un exponente de la alienación y el desarraigo que sufre el individuo en el mundo moderno. Tras su desagradable despertar, el frío y desolador ambiente de la ciudad le hace reflexionar sobre la insignificancia del ser humano en la historia y la suya propia, refiriéndose a sí mismo como parte del desecho y las ruinas de la misma: “I, too, would remain on the bottom and there, extinct, merely add my body, my life, to the base of a coming time. This would probably be a condemned age.” (Bellow 25).

La visión de Joseph, respecto a la ciudad, es la de un sucio y desolado ambiente baldío, un paisaje infértil y carente de luz. Las características del entorno, muy acordes con el vacío y sórdido modo de vivir de sus habitantes, vienen a demostrar que el ser humano acaba convirtiéndose en aquello que produce. Esta perspectiva de un mundo deshumanizado y estéril, correspondiente a la de un “wasteland”, queda patente en la siguiente reflexión del personaje:

It was not hard to imagine that there was no city here at all, and not even a lake but, instead, a swamp and that despairing bawl crossing it; wasting trees instead of dwellings, and runners of vine instead of telephone wires. (Bellow 96)

Del mismo modo, los residuos resultantes de la tormenta se relacionan también con el desaliento en la novela de Bellow, cuando Joseph cede momentáneamente ante la situación de ansiedad y pesimismo en la que se encuentra. Hay una correspondencia o identificación entre las condiciones meteorológicas otoño-invernales y su disposición anímica. El desánimo que experimenta concuerda plenamente con el clima circundante, gélido, gris, y embarrado por las aguas, mientras que la imagen del paraguas roto en medio del lodazal denota la falta de amparo ante la lluvia, y simboliza la falta de fuerzas para resistir: “a torn umbrella lay stogged in water and ashes… it was impossible to resist any longer.” (Bellow 183).

Otra interpretación en la novela, con respecto al “waste” engendrado en el mundo moderno, se relaciona con la contaminación del ambiente por parte del ser humano. Así, la basura que produce Vanaker, el vecino de Joseph, contribuye a la aglomeración de materiales de desecho que llenan la calle, a la vez que la acumulación de desperdicios en su apartamento aumenta la insalubridad del inmueble. Vanaker destaca por su actitud descuidada, e incluso irresponsable. Los rasgos de su carácter se manifiestan tanto por su aspecto como por sus costumbres, al adoptar ciertos comportamientos marcadamente antisociales e insolidarios. Viene a ser el representante del desecho y la falta de control en el ámbito de lo personal o individual en la novela, dado que vive en condiciones antihigiénicas y desordenadas que propician situaciones desfavorables tanto para él como para los de su alrededor.

El caos, como puede verse, es otra forma de desecho, resultado de una pérdida de dominio de una situación que acaba causando también un progresivo deterioro del entorno. Si bien es verdad que pueden intervenir determinadas fuerzas mayores en la pérdida de ese control, los acontecimientos históricos dan fe de que los procesos que involucran al ser humano suelen derivar en desorden o inestabilidad por inercia, debido a los defectos inherentes a su condición. Lo curioso es que las sociedades humanas, a pesar de ese desgaste, continúan funcionando en la práctica; se transforman, pero no terminan destruyéndose en el sentido más extremo, haciendo válida la opinión de que todo sistema social experimenta cierta fricción en contraprestación a su relativa eficacia, como sugería Henry David Thoreau (1). Esto también constituye materia de estudio para los físicos, ya que de acuerdo con la teoría de los “solitones”, siempre existe un orden incluso en el proceso más caótico (Rodríguez 20). Tal paradoja es posible ya que determinados fenómenos físicos presentan un comportamiento ondular, llegándose a postular que para cada onda solitaria -o solitón-, que se propaga sin deformarse en un medio no lineal, es necesario que exista un equilibrio entre la expansión de la misma y la intensidad con la que se propaga. De este modo se explica que ciertos movimientos ondulares se puedan transmitir a miles de kilómetros sin debilitarse.

En cualquier caso, y a pesar de que algunos científicos defiendan que en la naturaleza existe un equilibrio necesario entre el orden y el caos, éstos son claramente antagónicos en Dangling Man; ya que el desorden producido por Vanaker termina en una situación peligrosa, llegando a provocar un incendio en el edificio. Paralelamente, los seres humanos situados en otros niveles sociales pueden llegar a crear situaciones de guerra y genocidio, las cuales serían el producto de la necedad humana a escala superior. Las actitudes responsables, respetuosas con la humanidad y el entorno, se corresponderían pues con una constructiva búsqueda del orden y la verdad, mientras que los planteamientos egoístas y destructivos conformarían el caos y la oscuridad. La afirmación más contundente de tal contraste se expresa en las reflexiones de Joseph con respecto a la limpieza y el orden como símbolos de lo humano, de la bondad, y de algo cercano a la naturaleza divina, en contraposición a lo que impera en el mundo contemporáneo. Este pensamiento le sobreviene al admirar el modo en que su mujer limpia los cristales de la ventana -la misma por la que suele asomarse a la realidad-, emprendiendo una especie de lucha contra aquello que no deja ver la verdad de las cosas, mas allá de la suciedad que cubre el cristal:

How different Marie was, how purely human as she rubbed the glass. I sometimes wonder if it can be entirely a source of pleasure to clean… sometimes it becomes a preoccupation of body and heart… But it has its importance as a notion of center, of balance, of order… and then it may become, as it does for some women, part of the nature of God. (Bellow 113)

Para concluir, hemos de aceptar que el orden y el caos necesariamente coexisten, y el hecho de que sean antagónicos no hace posible que puedan separarse, sino muy al contrario; para que uno pueda apreciarse ha de existir el otro. La actitud de rechazo hacia el desorden por parte de Joseph representa ese afán de oponerse al caos que caracteriza positivamente al ser humano, constituyendo una persecución de la pureza y el orden que se reduce a la búsqueda de la verdad frente a la oscuridad, en medio de un mundo hostil. Este es el propósito esencial que podemos encontrar en la mayoría de las obras de Bellow (Kulshrestha 52), por lo que en resumidas cuentas podemos afirmar que el ser humano, de un modo u otro, siempre puede levantarse y oponerse a aquello que le oprime y le amenaza, ya que para eso tiene la capacidad de pensar, y de distinguir la verdad de la mentira. ¿O acaso las ideas también están condenadas a desgastarse? El tiempo lo dirá. El tiempo y quizás… ¿Dios? ¿El destino? ¿O quizás… la entropía?

Bibliografía _____________
-Bellow, Saul. 1944, 1971 (1988): Dangling Man. Penguin Books, Ltd., London.
-Glasstone, D.; 1958. Termodinámica para químicos. Aguilar. Madrid.
-Goetz, Philip W. (ed.). 1990; The New Encyclopaedia Britannica (Mic), Vol IV, p.511.
-Kulshrestha, Chirantan. (1981): “The Making of Saul Bellow’s Fiction: Notes from the Underground”. In Wilton Corkern (ed.): American Studies International vol. 19, no. 2. George Washington University, Washington, D. C. Pp. 48-56.
-Rodríguez Yaque, Antonio. (1991): “El orden del caos”: Técnica Industrial no. 203, octubre 1991. Madrid. Pp. 4-21.
-Tanner, Tony. (1970): “The American Novelist as Entropologist”. In Alan Ross (ed.): London Magazine vol. 10, no. 7. Shenval Press, London. Pp. 5-18.
-Tanner, Tony. 1979; City of Words. Jonathan Cape. London.
-Thoreau, Henry David (1849): “Civil Disobedience”; http://thoreau.eserver.org/civil1.html
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