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REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
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La gente del sur del sur. Una mirada a la construcción identitaria en la región de Magallanes.

por Gabriela Álvarez Gamboa
Artículo publicado el 19/06/2007

Hablar de Magallanes, implica reestablecer tensiones pasadas, sueños  y anhelos inscritos en sus suelos, es revisar los múltiples discursos que amoldan los contornos de una identidad aún en construcción, un imaginario que se adelanta a la intención o posibilidad de habitarla.  Señalamos como un primer momento,  la fuerza de la palabra patagón,(2) término que identificará no sólo a los indígenas del sur (y la magnitud de sus pies) también la amplitud de un territorio. Estudios posteriores relacionan esta denominación con un texto de caballería –  el ciclo de Palmerín(3) – del cual se puede leer las relaciones analógicas entre el personaje salvaje y el indígena del sur(4).  Esta marca identitaria sería parte de los primeros esbozos del imaginario sureño, un inicial exacerbado retomado  a fines del siglo XIX,  donde la identidad es reforzada por negación del otro, justificando la matanza aborigen en pos de un proyecto «civilizador».

Después de las exploraciones de Magallanes, proseguirán  una cantidad de viajes que intentan (entre otras cosas) reestablecer una imagen mental de ésta, reconocer las  vías marítimas más adecuada, y colonizarla. Tres situaciones que provocan un problema constante para estos exploradores, son muchos los requisitos emanados desde la corona, del cual en la práctica, se ven simplemente sobrepasados, tal es el caso de Pedro de Sarmiento de Gamboa y Alcazaba que fracasan en sus proyectos de habitar la Patagonia. En  sus discursos, se leen las  imágenes que fueron parte de la leyenda negra de esta geografía: una tierra hostil, mágica, pero, imposible de dominar. De alguna forma, en su calidad de subalternos, estos personajes narran al rey tanto el fracaso  como la imposibilidad de tales objetivos. Antecedentes que significó tal vez, la poca insistencia de un asentamiento físico, la Patagonia, por lo tanto, es sólo un lugar de paso, de reconocimiento- situación que se mantuvo hasta la posesión del estrecho en 1843.

A principio del siglo XIX la Patagonia era una zona cuyos límites políticos-geográficos están por definirse, desde el centro del país los intelectuales discuten, además de estos puntos,  las proyecciones económicas de los encordados irregulares de esta tierra.  Me interesa destacar, las enunciaciones simbólicas que se comienza a generar a través de la marcación nacionalista, una retórica en constante diálogo, entre los que insisten en renunciar a la soberanía, por la hostilidad del desierto y quienes defienden las posibilidades de desarrollo y riqueza, si el estado proyecta colonizarla. En ambos casos, la retroalimentación de información no es a partir de un conocimiento empírico, las referencias son retomadas de crónicas de viajes, exploraciones científicas o bien testimonios personales, textos que sitúan a la Patagonia con imágenes dispares, pero sin duda, grandilocuentes.

“Tiene un aspecto de antigüedad, de desolación, de paz eterna, de un desierto que ha sido un desierto desde los tiempos más remotos y continuará siéndolo siempre” (William Hudson)(5)

La discusión sobre que es Patagonia  generan construcciones simbólicas como  tierra maldita, tierra de fantasía o  tierra de progreso,  en este espacio escritural  la experiencia  ratifica o bien transmutan con otras significaciones; son construcciones determinantes en la formación identitaria de los habitantes del sur, inscritos colectivamente como ciudadanos temerarios, capaz de «capear» todas las barreras climáticas, en el afán de levantar pueblos con la mirada fija hacia el progreso.

Una vez definida la frontera patagónica, la etapa siguiente fue trazar la soberanía nacional, poblar sus espacios y ahuyentar a aventureros y corsarios extranjeros. De esta forma, el estado chileno lleva a cabo sus planes de poblar Magallanes, los únicos requisitos son el valor y la fortaleza.  Entusiasman con este discurso a familias chilotas, que junto a una dotación de soldados en 1843 logran establecerse en Fuerte Bulnes. El proyecto dura pocos años, a consecuencia de las condiciones temporales  y posteriormente un incendio que destruye las bases de la colonia, sin embargo, la esperanza no decae, el imaginario ya está inscrito en estas tierras, generando sus propias conexiones, así, buscaran en otro paraje que gradué los ímpetus constantes del viento, el lugar fue bautizado en 1848 con el nombre de Punta Arenas – Sandy Point.  Los primeros años, se caracterizará  por la inconstancias de su organización, debido a los bandoleros, motines y una violencia agigantada como sus límites. El estado en respuesta, apura el desarrollo de la naciente colonia, con un llamado general que incluye  promesas de tierras y respaldo económico del organismo central. Acuden individuos de distintas nacionalidades, los barcos atracan  desde Europa y del archipiélago de Chiloé, desembarcando hombres y mujeres  que ven en Magallanes una excelente oportunidad de obtener riquezas  y retornar a sus países o provincias, otros, con construir aquí su hogar. Los mitos entonces, sobre  riquezas veladas y buena tierra harán estragos en las imaginaciones de aquellos hombres y mujeres. A nivel de imaginario, comienza a gestarse en el sur los símbolos de  tierra hostil, lugar utópico y de  fortuna, que  golpea fuerte en las subjetividades, en un abanico cultural conectado a un mismo espacio. La  conformación de la identidad patagónica, tendrá por característica entonces, una conexión estrecha con el territorio, ya que, los habitantes van a generar una sobre valoración del espacio, en que funden el pasado y sus últimas esperanzas, en una metáfora de expectativas ligadas a  la desproporción de su geografía.

Este proceso de construcción de la identidad magallánica-patagónica, es complementado  con otras situaciones que movilizan este eje. En los comienzos del siglo XX, el estado chileno cae en un olvido profundo, una desvinculación con el sur que  provoca un quiebre con sus habitantes, el sentirse excluidos del proyecto nación,  provoca un sentimiento de abandono con  quienes empujaron su nacimiento, ante este escenario, agrupan con mayor ahínco una confección del nosotros -porque la identidad patagónica se refuerza  por negación- configurando una identidad colectiva que  bordea dos espacios, el nosotros patagónico y el nosotros nacional(6). A partir de este momento, serán  una comunidad tenaz, de pioneros con carácter, al levantarse no sólo ante la nada,  también hacia la exclusión de un sentir país.  Es una  «representación diferenciada, singularizada, de la vida en sociedad, de las prácticas sociales, de las relaciones sociales…»(7); provocada por este doble juego de inclusión-exclusión del proyecto estado-nación ejerciendo una diferenciación en la conformación identitaria patagónica.

El proceso de identificación esta enfrentado también a otra aristas, ¿qué relaciones entablar con la cultura indígena?(8)  Aquí, el símbolo del pionero se superpone, la promesa epopéyica lo exige, esta inserta en la idea de cambio, de avanzar con  hambre de surgir; el indígena en cambio, no representa estos deseos, al atacar a las ovejas ataca el medio para concretizarlas. La retórica identitaria comienza a funcionar nuevamente, los sujetos que la empujan son quienes ostenta el poder, y que sobrevaloran el hacer del  pionero por sobre el aborigen. Es una oposición sin salida  “son los bárbaros que apagan la luces de nuestra región”- retoman ideas del salvaje descritos por Pigafetta, al redefinir un nosotros ante el conflicto con el otro, una negación que reordena los elementos simbólicos y que se unifica en un sentir homogéneo.

Las relaciones sociales  se institucionaliza, comprendida como el «conjunto de significaciones legitimadas de manera social, independiente de una funcionalidad precisa; la institución remite por lo tanto, al ámbito de las aceptaciones colectiva, de las ideas, de las fantasmagoría, etc. Que pasan a formar parte de nuestro sentido común» (Manuel Antonio Baeza, 27) La identidad es reordenada en una lógica racional: hombres civilizados, europeos y pioneros. Sin dar cabida al interior de este discurso, otras subjetividades que rompan con este mosaico identitario, ni por su puesto, con su historia.  En definitiva, lo que quiero afirmar, es que durante el proceso de construcción de la identidad magallánica-patagónica, las diversas miradas que pudieron diferir, son reordenadas en una construcción de un sujeto racional y centrado, concentrado simbólicamente en la imagen del pionero, el cual no permite entrever las diversas pluralidades de identidades y las tensiones inevitable de su fundación, al ser unificada en un discurso hegemónico.

El descentramiento de la identidad magallánica-patagónica

De acuerdo con Stuar Hall(9), la crisis de la identidad, es una pérdida estable sobre el sentido de sí mismo, un descentramiento del sujeto que puede ocurrir en un doble  proceso, abarcar el mundo social- cultural y a su vez las perspectivas de sí mismo. A partir de lo anterior, mi intención es requisar textualmente esta crisis en los símbolos que articulan el proceso de identificación en el sur. Observar a nivel de enunciación, las otras subjetividades que el discurso oficial no expone; las  identidades fragmentadas que  no logran unirse en una construcción coherente y que  fisuran discursivamente el  imaginario institucionalizado, entendido como los «esquemas construidos socialmente que nos permite, percibir, explicar e intervenir en lo que cada sistema social se considera como realidad. » (Manuel Antonio Baeza, 34)

Antología insurgente. Nueva Poesía Magallánica(10), reúne una gama de textos poéticos, que de acuerdo a sus antologadores, enuncian una propuesta diferente a los registros poéticos de la poesía tradicional magallánica.  Son poemas que se desmarcan de las representaciones recurrentes sobre el carácter del clima, la centralización del símbolo del pionero, retratando el carisma y el ímpetu por la conquista de este sur accidentado. Los textos antologados se harían cargo de otras temáticas que la historia no ha contado,  postergado en constante silencios, y que ahora irrumpen en una instancia  poética diferenciada.

Esta nueva esfera poética, presenta a un sujeto dislocado ante una identidad colectiva, un trazado de rostros, en que las tensiones apura otros símbolos, por ejemplo, retratar su relación con  la ciudad, un escenario en que pululan la decadencia y la desolación de un relato pasado.  Nombrar, es un acto amarrado a cierta muerte de sentido, la unicidad de identidades se corroe en aquellos espacios majestuosos, cargados  de ausencias, donde la ciudad encierra sus tensiones. El sujeto añora el pasado glorioso de sus abuelos, pero no puede olvidar que los acuerdos de antaño, cargan su saco de muerte- son los olvidados por la fuerza de la costumbre.

Ayer en descomposición
Entre los libros que abandonó la tormenta,
Entre espejos que despojó el océano,
Yo camino con mi palabra bajo el brazo
Con mi terno de tres piezas,
Con mi bastón de mariscal,
Con la ciudad fragmentaria
Cayendo a pedazo,

Paraguas de terciopelo, sonidos sordos,
Mujeres con tarjetas de hielo
Me hipotecan el jardín nocturno
Donde mora mi silencio.
Yo viajo en trenes grises,
Llevo billetes sin valor,
La gente no me ve llegar cansado
A las estaciones del planeta.

Afuera, la orquesta interpreta una canción
Que alguien me enseño de niño
Retrocedo en pos del sortilegio
Y los sueños de un ayer quebrado
Se derraman en los extremos de mi mesa(11)
(Oyarzún, Magal,  181)

El discurso poético describe un viaje alegórico del sujeto con su historia,  calzar los viejos zapatos con la prestancia del bastón adherido al traje, sin embargo, existe la conciencia del simulacro, de la inutilidad del gesto que se descascara ante su mirada, las imágenes que nombra caen, y en la deriva queda el sujeto desarticulado. Es un recorrido de imposturas repetidas, de aceptar la certeza de los disfraces.  Mientras avanza el texto,  busca un espacio de pertenencia, reconocer su  voz en cada juego, pero nuevas apuestas sociales la han diluido, la ciudad no cesa de moverse y él desconoce la conjugación futura del tiempo. Con el fin de trazar  los viejos cantos,  su existencia se moviliza hacia un lugar innombrable, con trenes grises como antiguas fotografías, en que el pasado identitario no puede evitar embarcarse, son rastros que niegan  apolillarse en las esquinas, porque retornar a la tierra, sería como dice el poeta,  venir a saludar desde otra época.

El poema  textualiza la crisis de identidad, a través de la mirada del sujeto poético,  un cruce existencial en la cual los espacios culturales no pueden quedar afuera. Es el descentramiento a partir del espacio, en la imposibilidad de que  actualice  haceres cotidianos, porque todo intento de mirarla cara a cara es enfrentarse a un montaje. El discurso unificado se estrella en el sujeto, entre los fragmentos que la ciudad le ofrece. En las últimas líneas del texto pierde el sentido de la realidad, provocada por antiguas melodías de infancia, no obstante,  sus ojos están demasiados abiertos, su rostro se niega abordar el abismo y despierta con un ayer quebrado entre sus manos, ni siquiera retornar al sueño logra reconstruir aquellos muros y el imaginario cae precipitadamente entre los manteles de su mesa.

En el poema anterior, el espacio poético conjuga una indagación de la existencia,  para buscar aquella construcción del nosotros, arrastrando consigo los espacios. La historia se llena de manchas, de gestos y latidos podridos, de esta manera, si los lugares están corroído, parte de él también se corrompe, lo que queda entonces, son los fantasmas recorriendo las calles.

“Manchados mis paseos por la plaza,
buscan mis huellas
Los latidos huracanados del ayer.
Entre edificios de ventanas como ojos,
Entre corbatas planchadas con prudencia,
Yo camino con mi espectro a cuestas
Por el pasillo de la abundancia.(12)”
(Oyarzún, Magal, 181)

El poema de Patricia Ojeda en cambio, es un viaje por los recovecos de la letra, la disolución de un sentir poético embarcado entre vagones, mirar  la niebla que borra los símbolos.

Nueva ciudad
No traigo equipaje
Estoy vestida de infierno, de cocodrilos gris-verde corrosivos.
De lecturas interrumpidas, de líricas tridimensionales y cuentos de jabón
Han sido muchas las estaciones recorridas.
Los archivos han sido borrados,
Escapan las imágenes transportadas en este tren.
Perdidas en un extraño mundo paralelo.

El vagón de las musas se ha detenido, la estación esta vacía
Se fueron los pasajeros de antiguos poemas al pueblo de niebla mágica real
Que se construyó en otro tiempo,
Y que se niega a desaparecer,
Se fueron los pasajeros y sus vestimentas a la conocida y saturada
Capital de papel-arbóreo que se extingue

No llevo equipaje
Solo el recuerdo del viento, de lo humano y lo desconocido
Construirán una nueva ciudad.(13)
( Oyarzún, Magal 173)

En este poema, la imagen del tren simboliza como el texto anterior, una máquina de tiempos deteriorados, que marcha hacia lugares sin retorno adherido a épocas pasadas; el viaje que inicia la sujeto tiene el fin, de despedir los fragmentos de una historia diluida por la urgencia de la memoria. La problemática de la identidad irrumpe discursivamente a partir de la escenificación poética, donde la sujeto no puede reconocerse e inicia en el vacío de imágenes, una apuesta por  otros espacios escritúrales.  La ausencia de equipaje es la certeza del descentramiento textual del sujeto, signado como la incapacidad de generar pertenencia con los archivos nombrados.  El poema propicia a partir del escenario de la letra situarse hacia un sentir histórico, mirar a sus protagonistas que revelan su retirada, de la niebla que engulle sus espacios y nadie sale a despedirse, allí bajan los constructores de ciudades, en un gesto donde la tradición  golpea  sus últimos símbolos. En este sentido, la conexión es a partir de la letra, proyectada hacia la escena histórica y desde ese lugar presenciar su desvanecimiento, la dislocación identitaria es desde el ejercicio poético, que fisuran las imágenes al constatar la crisis de sentido, la muerte de un imaginario que cierra este proceso.

La relación con la cultura indígena, es otra temática instalada en los textos antologados, un registro que durante mucho tiempo no cambió de la simple descripción, con cierto hálito cientificista. Es escaso la profundización al proceso de transculturación, la recuperación de la memoria y la representación de la derrota, temáticas que durante mucho tiempo la poesía se negó a reconfigurar. El texto siguiente, es un ejercicio de escenificar el desgarro, el dolor del indígena ante la desaparición inminente de las fronteras del otro “civilizado”.

La Matanza
Unos dijeron: -¡Blanquearon nuestra sangre!

Otros:-¡Masacraron nuestras canoas de corteza!

Muchos agregaron: ¡Nos cortaron la oreja y hurtaron nuestra nutria!
Toda la raza se acopló al testimonio:
-¡Quedamos a la intemperie de las heridas venéreas!
-Entiendo, repuso el dios indígena tironeando su lío de huesos.
Luego,
Con el cráneo seco de lágrima y los ojos llenos de pérdida
Se disgregó muerto de alma por la cara nocturna de la tuberculosis
Divina.(14)
( Oyarzún, Magal 41)

La autora realiza una representación de la voz del indígena en el instante del quebranto; a través de la palabra poética, busca interpretar la clemencia de justicia por el maltrato a su pueblo, gritos que aumentan como aumenta textualmente la muerte.  La carabina del invasor ataca espacios fundamentales de su cultura, en primer lugar, azotan su existencia al mezclar su sangre, el mestizo simboliza una desaparición de sentido, de costumbres, luego, la destrucción de sus canoas-hogar, el sitio donde se conjugan los lazos familiares. La embarcación para ellos, conjugan otros elementos que no son  comprendidos por el otro, son el ámbito en que se establecen y fortalecen las relaciones sociales, la división de sus funciones, un traspaso identitario de padres a hijos, formas culturales de contenerse a sí mismo. El indio es negado, ignorado e incomprendido, en estos límites, se les obliga a retirar los marcos tradicionales que los sostienen, y frente a la nada, acuden en conjunto al dios a gemir esperanzas. El dios en cambio, se observa con las manos atadas, de admitir ser un recipiente que escucha, entiende, pero ya no actúa, comprende que su exclusión es una apuesta en serio, la  matanza y el robo ha corrompido todo -el dios indígena intuye la supremacía del dios blanco- si el rito no se hace, el círculo no se cierra y su poder tampoco existe, las señales del cielo los aplastan con  fuerza entre el olvido, extinción y lágrimas. Una ola que va diluyendo los rostros, secándose en el cráneo del dios y sus lamentos no pueden acogerlo, el paraje comienza entonces, a doblarse entre el desgarro de la nada, su cuerpo se seca, hilando aún los huesos.

El poema textualiza un imaginario derrotado, reactualizar los gritos que nos escuchamos, que el viento y la escopeta silenció en la pampa. El discurso va enunciando otros sentires identitario que choca directamente con la construcción patagónica, enmarcada en el actuar progresista de las colonias instaladas. Enfrenta sin descripciones la homogeneidad discursiva, agrupados a un grito que aumenta el testimonio indígena, que encara de frente esta construcción de mundo cultural sureño, guiada por el actuar  de los  poderosos.

En definitiva, mi trabajo consistió en revisar el proceso de construcción identitaria en el sur  patagónico, enfocado en sus  prácticas discursivas. Esta representación simbólica del nosotros, implicó requisar los marcos retóricos que de alguna forma fueron conjugando las piezas que construye la identidad magallánica-patagónica, que estructuran una hacer que en primera instancia,  se forma de acuerdo a los imaginarios europeos, como las crónicas, y luego, las narraciones nacionalistas en búsqueda del asentamiento estatal en estos parajes. Un hacer entre lo fantástico y real, que enlaza las construcciones colectiva y  el ejercicio social al momento de construir sus ciudades, este forjar confluyen en la imagen del pionero, que será a partir del siglo XX una de las claves identitaria fundamentales, desarrollada por los hombres que despliegan el poder. Con el fin de mantener el control del territorio,  homogeniza en una representación colectiva a todos los actores, de algún modo, los conflictos humanos y sociales son subvertidos en este símbolo, no permitiendo que ingresen otras subjetividades a la memoria histórica, ni menos a la pertenencia identitaria. Esta linealidad discursiva va requebrándose, por las disputas de símbolos que corroen  este discurso; en la escena textual aparecen otras subjetividades que dinamizan las posturas del sujeto unificado, provocando un descentramiento a la imagen homogenizador del pionero.

 

Notas
2. …este hombre era tan alto que con la cabeza apenas le llegábamos a la cintura, era bien formado, con el rostro ancho y teñido de rojo, con los ojos circulados de amarillo, y con dos manchas en forma de corazón en las mejillas… Antonio de Pigafetta (1943) Primer viaje en torno al globo. España. Espasa Calpe.
3. El ciclo de Palmerín, ediciones del 1512 en Salamanca
4. (…)y este patagón dicen que lo engendró un animal que ay en aquellas montanas, que es el más desemejado que ay en el mundo salvo que tiene mucho entendimiento”
5. Susana López (2003) Representaciones de la Patagonia (colonos, científicos y políticos) 1870-1914. Ediciones al margen, la Plata, pp. 45-56
6. Graciela Facchinetti y otros (2000) Patagonia: Historia, discurso e imaginarios. Universidad de la Frontera.
7. Manuel Antonio Baeza (2000). Los caminos invisibles de la realidad social. Chile, Ril ediciones.
8. En los límites geográficos en Chile, existió grupos selknam(ona), yamanas (yaganes) y kawaskar (alacalufes) nómades que recorrían  toda la  pampa, -los onas- y  las faldas de ríos y canales, en el caso de los dos  últimos
9. Hall Stuart. Cap. 18, “The question of cultural identity”. En Hall, Stuart, David Held, Don Hubert, Kenneth Thompson. Modernity. An introduction to modern societies. Oxford: Blackwell, 1997. p.595-634
10. Pavel Oyarzún, Juan Magal (1998) Antología insurgente. La nueva poesía magallánica. Punta Arenas, Editorial Atelí
11. Oscar Barrientos Bradasic del texto La ira y la abundancia
12. Oscar Barrientos Bradasic. Variaciones sobre el tema de la quimera. Del texto la ira y la abundancia
13. Patricia Ojeda, fragmento.
14. Astrid Fugellie. Del texto Los círculos.
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