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Manuel Puig: y ese infierno tan temido.

por Iván De la Torre
Artículo publicado el 08/06/1999

Prólogo que no es ni justo ni necesario… pero que quise incluir

En el artículo que sigue a estas palabras rendimos homenaje a uno de los grandes escritores argentinos que esta siendo revalorizado (como casi siempre ocurre) después de muerto. La forma en que decidimos hacerlo no es lineal sino que esta formada por retazos: retazos de opiniones, historias y comentarios de gente que lo conoció y compartió trabajos, sueños y desilusiones con él. La razón para hacerlo así fue sencillamente el deseo de probar un recurso que él había utilizado y perfeccionado y que quisimos traer de nuevo a la vida en su homenaje.

Sin mas, que se apaguen las luces: «La película esta por comenzar dijo la voz…»

«La primera vez que oí hablar de Manuel Puig fue en el otoño argentino de 1967, cuando el editor catalán Carlos Barral me llamó por teléfono al semanario Primera Plana -del que yo era entonces jefe de redacción- para contarme que un «prodigioso escritor argentino» había perdido por un margen de dos votos el premio de novela Biblioteca Breve. «Tu corresponsal en Nueva York debe entrevistarlo», me dijo. «Lo encontrarán en las oficinas de Air France del aeropuerto Kennedy. Se llama Juan Puig y está allí, en la recepción, a la espera de que aparezca una estrella de cine».

Primera Plana no tenía corresponsales en Nueva York, pero uno de los redactores del semanario debía de todos modos pasar por las oficinas de Air France en Kennedy durante una escala a Europa. Una semana después envió lo que el semanario titularía «Retrato del novelista desconocido».

Puig era -escribió- un joven de estatura mediana, que se desplazaba por los pasillos del aeropuerto en cámara lenta. Había nacido a mediados de 1932 en General Villegas, una ciudad desértica de la provincia de Buenos Aires, y se había mudado a Buenos Aires en 1949 para estudiar arquitectura.

La arquitectura, sin embargo, era sólo un desvío para llegar a su pasión verdadera, el cine.»

Con esta descripción Tomas Eloy Martínez daba la primera impresión del que luego se convertiría en uno de los grandes escritores argentinos; creador de un estilo particular que lo llevaría a la fama. Pero vayamos paso a paso…

Primera Novela: Otras voces, Otros ámbitos

La pasión de Puig era el cine; el único lugar donde confesaba hallarse cómodo; Eloy comento la génesis de su primera novela que tanto le debía a esa pasión cinéfila de Puig: «Durante todas las noches de 1961 y 1962 escribió, casi en secreto, un guión sobre la inagotable voracidad de una familia por el cine. General Villegas se le fue transfigurando en una ciudad imaginaria, Coronel Vallejos, y él mismo, Juan Manuel, asumió la identidad de Toto, un niño que nunca crece y por el cual pasan, desbordadas, las habladurías del pueblo. Casi por inercia, el guión fue derivando en una novela, La traición de Rita Hayworth. A fines de marzo de 1965, cuando sintió que ya estaba terminada, se la dio a Juan Goytisolo. Fue él quien alentó la idea de enviar el manuscrito al concurso de Seix Barral.

Seis meses después de aquella entrevista, Puig pudo instalarse por fin en Buenos Aires. Llegó desprendiéndose de su primer nombre, Juan.»

Esa primera novela constituyo un punto de partida y una meta hacia la cual se decantaría en sus posteriores obras: contar una historia tomando todos los registros y voces, alterando los narradores y los medios de narrar, incorporando en un collage magistral confesiones, notas de revistas y radionovelas. Como definió Piglia: «Después de la vanguardia. Puig fue más allá de la vanguardia; demostró que la renovación técnica y la experimentación no son contradictorias con las formas populares. Comprendió de entrada qué era lo importante en Joyce. «Yo lo que tomé conscientemente de Joyce es esto: hojeé un poco Ulises y vi que era un libro compuesto con técnicas diferentes. Basta. Eso me gustó.» Por supuesto, ésa es toda la lección de Joyce, multiplicidad de técnicas y de voces, ruptura del orden lineal, atomización del narrador. Un escritor no tiene estilo personal. Escribe en todos los estilos, trabaja todos los registros y los tonos de la lengua.»

Esa capacidad registrada y mostrada en su primera novela sobre todo a través de sus personajes: el discurso infantil de Toto (un alter-ego de Puig), el lenguaje directo y duro de Hector o la verborragia chismosa de Choli. Puig: «Toda esa afición por lo oral me viene de mi origen provinciano. Allá en la provincia en los últimos 30 y en los 40. no había televisión y se conversaba mucho.»

Provinciano en Buenos Aires

Ya en Buenos Aires empezó su novela mas famosa donde volvería a Coronel Vallejos, (como señalaba Eloy, la transcripción cifrada de General Villegas), para hacer una radiografía punzante de la hipocresía, la doble moral y el machismo de la clase media.

El nombre de la novela: «Boquitas Pintadas», el año: 1968. Juan Manuel Puig era para entonces y por siempre Manuel Puig.

Eloy: « Todos los sábados, en mi casa de la calle Rodríguez Peña, nos reuníamos para leer los borradores del folletín que estaba escribiendo (y que debía llamarse Eras para mí la vida entera, según he descubierto en una de sus dedicatorias). Después, salíamos a caminar por Santa Fe o por Corrientes, sintiéndonos extraños en una ciudad a la que ninguno de los dos pertenecía… Escribía con una disciplina de hierro, a veces un par de horas por la mañana y cuatro a cinco por la tarde. Cuando estaba trabajando en los últimos capítulos de su folletín, se quedaba hasta las ocho o nueve de la noche y luego se iba a nadar.»

El éxito de la novela le permitió dedicarse nada mas que a escribir; entrando así en la categoría de «best-seller» y accediendo al mismo tiempo al mercado internacional.

General Villegas: «Un western de clase B».

Con ese titulo definía Puig en una entrevista al pueblo en el que había crecido y a partir del cual desarrollaría sus dos primeras novelas. Nacido y criado allí, Puig nunca se sintió a gusto en un lugar donde no importaba que las cosas pasaran sino que se supieran.

Eloy:»El padre, Baldomero Puig, era un fraccionador de vinos; Male trabajaba en una farmacia. La pasión de ella era ir todos los miércoles al cine, a la doble función vermut donde pasaban las películas románticas de Bette Davis, Norma Shearer, Greer Garson, Ann Sothern e Irene Dunne.

Manuel la acompañaba siempre, pero cada vez que los compañeros lo golpeaban en la escuela o se burlaban de él, el padre -para endurecerlo- le prohibía esos placeres por una semana o un mes.»

Luisa Sdrubolini, el personaje de Herminia en «La Traición…» definió la relación que unió a Puig al cine, al pueblo y a su padre: «Coco (el seudónimo familiar de Puig: nota del autor), venia de un modelo de familia muy común en esa época en el que la figura del padre se presentaba muy fuerte, no desde los afectos sino desde la autoridad… Además Puig era homosexual y eso no lo hacia -a ojos del pueblo- una figura socialmente presentable… Creo que, en el caso de los Puig todo tenia que ver con el desencanto de un padre que había soñado otro hijo y no supo adaptarse al que la vida le dio. Eso a Coco lo marco y formo con la mama una especie de búnker, se refugiaban de los embates en el cine»

Exilio

Eloy:»En 1973, cuando publicó The Buenos Aires Affair y le llovían las ofertas para traducirlo, empezó a sentir que la Argentina no le hacía justicia. Había llegado más lejos que cualquier otro escritor de su generación, pero se lo trataba como a uno cualquiera. No quería aceptar que el país siempre había sido así, y que seguiría siéndolo. Cuando recuerdo los encuentros de aquellos años me parece volver a oír su inagotable amargura. Suponía que los críticos argentinos -tanto en los medios de prensa como en la universidad- consideraban su obra como un artificio menor, destinado a no perdurar sino a ser consumido y olvidado por el mercado. «Creen que soy un best-seller pasajero, no un escritor», me dijo. «Lo mismo pasó con Roberto Arlt hace treinta años, y los que le cavaron la tumba son los mismos que ahora lo ensalzan.»

Ese exilio se prolongaría por años y lo llevaría a Estados Unidos, Brasil, Italia y México, entre otros lugares. En un reportaje hablo sobre ello y su difícil relación con los demás escritores argentinos exiliados:

«-La mayor parte de los intelectuales argentinos exiliados volvieron al país tras la caída de la dictadura militar. ¿Por qué usted no volvió?

-Cuando todos estaban en el exilio ninguno se interesó por mi suerte, nunca. Sobreviví con mis medios. Quizá fue demasiado fuerte el rechazo que sentí. Sobre el eco de mi obra le diré una cosa y no me va a creer. Desde hace dos años «El beso de la mujer araña» circula libremente y sin embargo no salió ni siquiera un comentario. Con Alfonsín la censura no existe más, pero no se escribió una sola línea para un libro que ha suscitado tantas reacciones, positivas y negativas en tantos países del mundo.

-Después de Italia y París se fue a Nueva York. Ahora vive en Río de Janeiro en vez de Buenos Aires. ¿Por qué abandonó Nueva York, el centro del mundo?

-Soy afortunado, no tengo necesidad de vivir en una ciudad, de ir a la oficina. Mi trabajo lo puedo hacer donde sea. Y Nueva York tiene esos inviernos tremendos, esos veranos ardientes, y en un determinado momento, me pareció que no era muy sano. Me fui también por la llegada de Reagan; yo no creía que el pueblo americano llegara al punto de elegir a Reagan, que tenía en sus espaldas el caso Angela Davis, porque él era el gobernador de California cuando aquello sucedió. Y poco a poco sentí que, incluso, el clima cambiaba. Yo, por ejemplo, había vivido en Estados Unidos durante todo el período del movimiento hippie, que había sido una cosa muy grande, muy importante, y ver cómo se moría en un espectáculo que no podía soportar. Para mí, Europa y Estados Unidos son, de todas formas, lugares para volver, pero para mi vida cotidiana necesito una realidad sudamericana. En Brasil hay una tolerancia que yo no había encontrado nunca, distinta de la de Nueva York, donde podés andar desnudo y ninguno dice nada, pero porque de alguna manera nadie te ve ni te observa. La mirada carioca es otra cosa, no es critica pero jamás es indiferente.»

Sin embargo es justo reconocer que Puig tampoco era un santo. Kado Kostzer lo conoció cuando trabajaba en Primera Plana y el escritor se presento a pedir que escribieran una nota sobre su primera novela: «La Traición…» Kostzer recuerda la egolatría del escritor, «El se consideraba el mejor escritor del mundo y no se le podía mencionar ningún otro. Se que respetaba a Severo Sarduy, pero solo lo respetaba no le tenia admiración» y sus continuos cambios de residencia: «Se le agotaban los lugares. Cuando se produjo el golpe militar, yo estaba trabajando en `Las mil y una Nachas» y recién cuando pusieron la bomba en el teatro decidí irme… Bueno, ya antes se había ido Puig, que era terriblemente paranoico. Y después, siempre le quedo un enorme resentimiento hacia la Argentina y creía que todo el país trabajaba en contra de él. No era un tipo fácil. Una vez rechazo una invitación del programa de Mirta Legrand porque de jovencito Tinayre le había impedido entrar en el set donde dirigía Deshonra»

Sin embargo reconoce que Puig: «Era superdivertido, capaz de hacer imitaciones en una fiesta y hasta de hacer una autoparodia»

Muchos viajes, muchos libros

En esos años de viajes, intrigas literarias y rencores compartidos o no hacia un país que según su propia opinión se negaba a aceptarlo desarrollaría títulos como:

· El beso de la mujer araña (1976)
· Pubis angelical (1979)
· Maldición eterna a quien lea estas páginas (1981)
· Sangre de amor correspondido (1982)
· Cae la noche tropical (1988)

teatro:

· Bajo un manto de estrellas (1983)
· El beso de la mujer araña (1983, versión teatralizada)
· La cara de villano (1985)

Estilo y preocupaciones post-exilio

Piglia definió el camino seguido por Puig luego de «The Buenos Aires affair» muy claramente:

La verdad y la ficción. En sus cuatro novelas siguientes la voluntad documental e hiperrealista de Puig se resuelve con una innovación técnica que lo coloca en la mejor dirección experimental de la narrativa contemporánea. Puig comienza a usar el grabador y la transcripción de una voz y de una historia verdadera a la que somete a un complejo proceso de ficcionalización. Valentín Arregui en El beso de la mujer araña ; Pozzi en Pubis angelical ; Larry en Maldición eterna a quien lea estas páginas . Son personajes y vidas reales a las que Puig contrapone una voz ficcional que dialoga y las enfrenta:Molina, el preso homosexual en El beso; Ana, la muchacha que se muere de cáncer en Pubis; el viejo enfermo y paralítico en Maldición. Ese contraste (exasperado hasta el límite en la magnífica Maldición eterna, la mejor novela de Puig desde La traición) crea un extraño desplazamiento: Puig ficcionaliza lo testimonial y borra sus huellas.

Y sintetiza su tema principal: «El gran tema de Puig es el bovarismo. El modo en que la cultura de masas educa los sentimientos. El cine, el folletín, el radioteatro, la novela rosa, el psicoanálisis: esa trama de emociones extremas, de identidades ambiguas, de enigmas y secretos dramáticos, de relaciones de parentesco exasperadas sirve de molde a la experiencia y define los objetos de deseo. Puig ha sabido aprovechar las formas narrativas implícitas en ese saber estereotipado y difuso.»

Fin con confusiones y sin olvido

«Sus frases me volvieron a la memoria el aciago 23 de julio de 1990, cuando leí en The New York Times la necrología de Puig, que había muerto la madrugada anterior en Cuernavaca. Definía su obra como una muestra de «realismo experimental, oscuro y elusivo como el de William Faulkner». Creo que esa definición le hubiera gustado.

El segundo párrafo de la necrología me llamó la atención. Afirmaba que «su hijo (sic), Javier Labrada, dijo que el escritor había muerto de un ataque al corazón después de una operación de vesícula». Las últimas líneas le adjudicaban a Puig un segundo hijo, Agustín García Gil, que -como Labrada- vivía en Cuernavaca. Esas referencias me sorprendieron. ¿Era posible que Manuel hubiera tomado a dos niños en adopción? Llamé por teléfono al autor del artículo, John McQuiston, y le pregunté si sabía algo más sobre el tema. «Nada», me dijo. «La noticia vino en un cable de agencia. Cuando traté de confirmar la información en la empresa fúnebre, me hablaron de dos hijas, Rebecca y Yasmin, pero me pareció que era una broma, una traición final de Rita Hayworth.»

Rebecca y Yasmin se llaman las hijas que Rita tuvo con Orson Welles y Ali Khan.
Años después fui a México para reconstruir los últimos días de Manuel. Supe que Labrada dirigía la filmoteca del Canal 13 y que García Gil era una figura notoria del teatro mexicano. Ambos se referían a Puig como «mi mami» y él, a su vez, hablaba de los jóvenes que revoloteaban por su casa como de «mis hijas». También oí el rumor de que el SIDA había causado su muerte, pero los amigos más serios negaban que fuera cierto. Conocí mi versión de la historia a través de Male, de Tununa Mercado y de los raros escritores mexicanos a los que Manuel había frecuentado.»

La muerte de Puig parece un calco de un cuento borgeano donde las citas apócrifas, los libros inexistentes y los personajes reales son continuamente confundidos con los imaginarios y nada es lo que parece ser. solo que en vez de ser ficción es realidad.

Una frase suya tal vez sirva de justo cierre a este escritor cuya obra frecuentemente fue interpretada como una denuncia de la alienación impuesta por los medios masivos de comunicación, una reflexión sobre las intervenciones del poder sobre la sexualidad, o como la reivindicación culta y paródica de lo kitsch y las estéticas del mal gusto.

Dejemos hablar a Puig ahora: «Inconscientemente yo decidí que lo que veía en el cine era la realidad, que el mundo era así, porque yo lo comprendía y me sentía cómodo. En esa atmósfera había justicia. Las mujeres eran sometidas también, pero al final les llevaban a la tumba un ramo de flores grandes; alguien premiaba tanta paciencia y tanta tontería…»

Lamentablemente su reconocimiento llego después de su muerte, como él lo había anticipado alguien premiaba su paciencia y castigaba tanta tontería ajena… lastima que ya no podía verlo. Hoy quedan sus libros y ese titulo centelleante diciendo lo que sentía que opinaban de sus obras sus innumerables críticos: «Maldición eterna a quien lea estas paginas».

Fin de la película.

Fuentes consultadas
· Homenaje a Manuel Puig. Pag 31 a 35. La Maga. 1997.
· La muerte no es un adiós. Tomás Eloy Martínez. La Nación. 1997.
· Manuel Puig y la magia del relato. Ricardo Piglia. LA Argentina en pedazos. 1993.
· Manuel Puig. Literatura Argentina Contemporánea. 1999.
· Manuel Puig: Cine y sexualidad. Entrevista de Giovanna Pajetta a Manuel Puig aparecida en Crisis, Nº41, abril de 1986.
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Un comentario

Iván de la Torre: ¿Estás ahí?

Leí tu articulo publicado en… ¡1999! «Manuel Puig y ese infierno tan temido» que apareció en la revista Crítica.Cl.

Lo leí en septiembre pasado cuando me lo pasó un amigo a raíz de que la editorial Planeta publicó mi novela «Contigo a la distancia», una historia que recrea la amistad de Manuel Puig con Carmencita. Comparto algo de info del libro.

¡Felicitaciones por tu articulo!
Y un saludo muy cordial desde los mares del sur.
Carlos

«Contigo a la distancia»
Corre el año 1940. En el cine de General Villegas se encuentran Manuel Puig, de ocho años, y Carmen Acuña, de catorce, y se hacen amigos entrañables. Cuando Puig deja el pueblo comienzan a escribirse. Jamás dejarán de hacerlo hasta que en 1990 el famoso escritor muere sorpresivamente en Cuernavaca, México. Mientras los años pasan, Carmencita —como la bautizó el propio Puig—, vuelca las cartas en sus diarios personales y reescribe, con sorprendente ternura y belleza, la historia de amistad que los unió durante más de medio siglo.

La exquisita narración, la profunda sensibilidad y la originalidad del estilo que despliega el autor permiten descubrir un Manuel Puig inédito, con los fantasmas, obsesiones y miedos que lo acosaban, y con la incurable soledad que lo persiguió incluso durante el esplendor de su fama internacional. Junto a Puig encontramos a la extraordinaria Carmencita, una mujer de campo, inteligente y sensible, lectora voraz y cinéfila, que a lo largo de su vida debió enfrentar momentos dramáticos y dolorosos en un país que se construye a los golpes y sobresaltos.

Contigo a la distancia es una novela magistral que cautivará al lector y lo mantendrá pegado a sus páginas del principio al final. Es la apasionante historia de dos almas unidas más allá del tiempo y la distancia, y también más allá de sus diferencias y contrastes.

Carlos Balmaceda nos muestra el lado más puro y luminoso de dos vidas sacudidas por una sociedad llena de prejuicios políticos, ideológicos y sexuales, intolerancia y autoritarismo. Una novela profundamente actual que al mismo tiempo es una reflexión apasionante sobre la forma en que el arte, aún en medio de la mayor adversidad, nos puede cambiar la vida.

Por Carlos Balmaceda el día 10/01/2018 a las 14:45. Responder #

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