EN EL MUNDO DE LAS LETRAS, LA PALABRA, LAS IDEAS Y LOS IDEALES
REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
PORTADA | PUBLICAR EN ESTE SITIO | AUTOR@S | ARCHIVO GENERAL | CONTACTO | ACERCA DE | ESTADISTICAS | HACER UN APORTE

— VER EXTRACTOS DE TODOS LOS ARTICULOS PUBLICADOS A LA FECHA —Artículo destacado


Memoria, nostalgia y alegoría nacional en Fragilidad de Andrea Blanqué.

por Viviana Plotnik
Artículo publicado el 19/05/2019

Fragilidad-Andrea-BlanqueResumen
La novela Fragilidad se inserta en la literatura uruguaya de la postdictadura. Presenta la desesperanza de una protagonista nostálgica por la generación militante de los 70 y sus ideales utópicos perdidos.
La desesperanza la lleva, por un lado, al alcoholismo y a transgredir las convenciones sociales; pero por otra parte, la conduce a rescatar la memoria de un pasado personal y colectivo.
También, una exploración de las relaciones intertextuales con la novela Moderato cantabile de Margarite Duras ilumina una lectura de la protagonista de Fragilidad como alegoría de la nación.

Palabras clave: Uruguay, postdictadura, memoria, nostalgia, alegoría nacional

 

El legado traumático de las dictaduras del Cono Sur continúa vigente. Vale la pena recordar que en Uruguay aproximadamente 60.000 ciudadanos fueron detenidos, secuestrados y torturados por las fuerzas militares entre 1972 y 1984. Además, 6.000 uruguayos se convirtieron en presos políticos, un número sorprendente en un país que tenía entonces solamente 3 millones de habitantes. También, durante la dictadura desaparecieron 210 ciudadanos uruguayos; muchos de ellos fueron secuestrados en Argentina, donde habían intentado infructuosamente buscar refugio, durante operativos realizados con la cooperación de las fuerzas armadas argentinas (Sapriza 78). El uso sistemático del terror operó en el cuerpo social “como un panóptico de control y miedo provocando un repliegue de la población a lo más privado de lo privado como forma de preservarse y preservar la sobrevivencia” (Sapriza 78). Los efectos alcanzaron al conjunto de la sociedad y se mantuvieron activos más allá de la recuperación de la democracia.

A pesar de las violaciones a los derechos humanos y la presión social por el esclarecimiento de los hechos, los responsables han gozado de inmunidad debido a la llamada “Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado” de 1986 y su posterior ratificación en los plebiscitos de 1989 y 2009. Sin embargo, los intentos de que la impunidad y el olvido bloquearan la capacidad del cuerpo social de elaborar esa experiencia histórica no fueron exitosos. Como afirma Carina Blixen, al impedir que la justicia actuara, una parte de la sociedad civil se sintió, por oposición, obligada a recordar y dejar testimonio contando lo sucedido durante la dictadura (Blixen 1).

Los primeros testimonios se publicaron en la década de los 80 y hasta finales de los 90 habían sido mayoritariamente escritos por hombres militantes que contaban la historia de una resistencia heroica o la experiencia de una derrota (Blixen 2-3). En 1997 ex presas políticas organizaron un concurso de relatos sobre la dictadura exhortando a las mujeres a brindar testimonios reales o ficcionalizados. El resultado, Memorias para armar, se publicó en el 2001 y tuvo una enorme repercusión pública. Configuró “un abanico amplio de temas que podría considerarse la materia prima para el relato de una historia social/subjetiva/ o íntima, del periodo de la dictadura” (Sapriza 69).

Memorias para armar plantea la memoria como una tarea colectiva y de género que desplaza, aunque no ignora, lo político partidario (Blixen 4). En esta compilación, algunas mujeres se enfocaron en sus experiencias como prisioneras describiendo las torturas, las formas de resistencia, la solidaridad entre ellas y el impacto en el núcleo familiar. También se incluyeron testimonios de hijas de presas que eran niñas en esa época, así como relatos de mujeres que no sufrieron en forma directa la dictadura. Entre estas últimas, el tema prevaleciente era el miedo y la presencia constante del aparato represivo militar en la vida cotidiana (Sapriza 69).

Desde hace décadas, el cine y la ficción literaria del Cono Sur elaboran materiales inspirados en memorias y testimonios luchando contra el olvido de traumas colectivos legados por las dictaduras. La novela Fragilidad de la escritora uruguaya Andrea Blanqué fue publicada en 2008 y se inserta en este contexto en el cual se privilegia el recordar.[1] La narración rescata la importancia de la memoria con respecto a la dictadura a través de las reflexiones de su protagonista, Anya, antigua vecina de una ex militante que fue prisionera durante veinte años. La novela presenta la desesperanza de una protagonista nostálgica de la generación militante de los años 70 y de sus ideales utópicos perdidos. Pero esta es una nostalgia por algo que no se ha experimentado ya que Anya es miembro de la generación posterior a la que militó en la década de los 70. La desesperanza ante la situación social actual de su país la lleva, por un lado, al alcoholismo y a transgredir una serie de convenciones sociales; pero por otra parte, la conduce a rescatar la memoria de un pasado personal y colectivo. También, una exploración de las relaciones intertextuales con la novela Moderato cantabile de la escritora Marguerite Duras ilumina una lectura de la protagonista de Fragilidad como alegoría de la nación.

Fragilidad se abre con el relato de un hecho ocurrido a principios de los años setenta, cuando la narradora era una recién nacida; este incidente, del cual supo por sus padres, funciona como el trauma fundacional en la trama del texto. Se trata de un operativo militar que involucraba a los vecinos de la familia, militantes de izquierda que escondían a un fugitivo. Una noche llegaron miembros de las fuerzas armadas a la casa causando un tiroteo cuyo resultado fue el arresto de la vecina embarazada de ocho meses, su esposo y el fugitivo. La mujer, veinte años más tarde fue liberada, pero de los hombres nunca se supo nada. Leda, la hija de tres años de la mujer apresada y testigo del operativo militar, fue rescatada sin heridas y criada por la abuela que vivía en el piso inferior de la casa. Anya reflexiona obsesivamente sobre este incidente, y sobre la vida de Leda y su madre.

Leda había sido la amiga de infancia de Anya y desde entonces fue su referente como sobreviviente de una tragedia. Esto ya se reflejaba en los juegos de la infancia:

Nos llevábamos tres años y ella inventaba los juegos pues era la mayor. A veces, en las explicaciones de las reglas, Leda se inspiraba en los hechos de su pasado. Los juegos a menudo eran dramáticos, corría sangre y sonaban las balas rozando los oídos. Yo aceptaba sus estrategias, dando por sentado que su vida era corta pero irradiaba más intensidad. (9)

En la actualidad, Leda es una mujer que Anya respeta y admira por su resiliencia y por la capacidad de disfrutar de la vida a pesar de su infancia trágica. En contraste, la narradora ha tenido una vida mucho menos complicada y más cómoda. En sus actuales treinta seis años tiene todo lo que en un sentido convencional considera sinónimo de éxito: un marido que la ama, dos hijos mellizos sanos, y un trabajo estable y bien pagado en un banco. Sin embargo, no está satisfecha y tiene un secreto: bebe sola en su cocina por las noches mientras su esposo trabaja y sus hijos duermen.

Anya no tiene muy claro por qué o cuando empezó a tomar, pero asocia su alcoholismo a una desesperanza relacionada con la pérdida de las ilusiones utópicas. Por eso afirma: “A veces pienso que fue una lástima que yo no naciera veinte años atrás, solo veinte. A veces hubiera querido ser de la generación de la madre y el padrastro de Leda” (41). A pesar del final trágico de los vecinos ya que “salieron de su casa a culatazos, ella esposada a pesar de su gran barriga y él ensangrentado y cojeando. El no volvió” (41), Anya tiene una visión romántica de sus vidas. Imagina la intensidad frenética de existencias motivadas por el idealismo de una militancia política llena de peligros, erotismo y optimismo por un futuro mejor:

Sé que la madre de Leda estuvo convencida de que ellos iban a triunfar. Ganarían. Vencería la revolución. Sé por Leda que su madre, durante un tiempo, fue la encargada de grafitear la ciudad con la estrella de cinco puntas y la frase: “Patria o muerte. Venceremos.” Había triunfado la revolución en Cuba, había tantos países socialistas en el mundo que la deliciosa sensación de dejarse llevar por la esperanza era un licor que unía los pechos en un presentimiento palpitante. (42)

Anya también imagina las conversaciones infundidas de optimismo de aquellos jóvenes de la generación anterior. En contraste, cuando en su familia se habla de política o economía: “no hay el menor resquicio, la menor posibilidad de que el mundo cambie, de que la pobreza se erradique, por lo menos la de América Latina. Hay una fatalidad en su conversación, un pesimismo intrínseco” (172).

Considera que lo más envidiable de la vida de la generación anterior era la posibilidad de usar un arma: “En las revoluciones, a diferencias de las guerras, la gente que nunca hubiera pensado de sí misma que empuñaría un revolver o un fusil tiene de pronto entre sus manos ese artefacto oscuro y frío, y la permisividad para encañonar y matar” (43). De hecho, cuando bebe, fantasea que es una guerrillera de veinte años peleando en la ciudad o en la selva, o irrumpiendo en el banco donde trabaja porque allí están “los responsables de la pobreza, de la corrupción y la injusticia” (44). Imagina que en ese banco, junto a sus camaradas, ametralla a los ejecutivos, quienes “se merecen la muerte, porque pertenecen a la clase de individuos que se desliza tras el poder y el dinero y la maldad humana” (45). Este tipo de fantasías configuran para ella “una imagen heroica” de sí misma y un “sueño liberador” que le da paz (45):

No me avergüenzo de tener estas imágenes de sangre y ruido. Están dentro de mí y no hacen daño a nadie. Por el contrario. Puedo sobrellevar la mañana siguiente, las ocho horas escribiendo informes en la computadora y redactándolos en inglés, las ocho horas de servir café inclinada sobre mi jefe. (45)

Según Anya, estas fantasías la ayudan como la ayuda el vino. Muchas veces se ha preguntado qué hubiera sido de ella, cómo habría discurrido su vida sin el auxilio de su “recompensa nocturna, el beber” (64). Por eso, afirma: “Tal vez hubiera explotado como una bomba terrorista, o hubiera destrozado el matrimonio y me habría ido de viaje, a probar suerte, a España o a Miami, a empezar de nuevo, como si fuera otra” (64).

Aunque Anya reconoce que ha tenido una vida privilegiada, le preocupan la pobreza, el desempleo y la desigualdad social que la rodea:

Reflexionamos con Leda cómo en un país desvastado, donde de pronto desaparecieron las fábricas y las oficinas, de un día para otro, un país que durante gran parte del siglo veinte fue laborioso y tenaz, y que súbitamente, en veinte años, los ómnibus, las calles, las ferias, se poblaron de seres para quienes la palabra trabajo se ha convertido en un arcaísmo perdido, una palabra que no se pronuncia, que se olvida como el término de una lengua extranjera, cómo en ese país transfigurado aún es posible buscar el pan, el lugar para dormir, el vaso de leche o el de vino. (191-2, énfasis original)

El vino le sirve para “calmar el ansia, la sed, la desdicha, el duelo” (70). Su melancolía se mezcla con una sensación de fragilidad que se apacigua con la bebida:

Ya me siento tibia, ya el calor del alcohol me protege de lo que hay delante, detrás y fuera. Cuando no bebo tengo la impresión de que me voy a partir en mil pedazos, pero cuando siento el alcohol bajar desde mi boca a mis entrañas percibo que estoy cuidando de mí, apuntalándome con vigas de bruma. (108)

Esa sensación de fragilidad se ve acentuada cuando muere la madre de Leda: “Desde la muerte de la madre de Leda he quedado floja y blanda, como sin esqueleto” (91). Piensa sobre los riesgos que esa mujer corrió a lo largo de su vida y “en la cantidad de veces en que su cuerpo debió recibir electricidad en las sesiones de picana” (91). Ese:

Era un cuerpo que había sobrevivido a la adversidad. Había muerto en paz, sin otro peligro más que el devenir natural y suave de la muerte. Yo en cambio estoy en una bañera, protegida por el agua caliente y la espuma, pero necesito beber para protegerme aún más. Siento la adversidad en cada uno de mis días, a pesar de tener un marido cordial que duerme abrazado a mí y a unos niños dulces que juegan entre si durante horas sin pelearse. En la penumbra del alcohol, los peligros del mundo parecen ahogarse en un río oscuro. (91)

A pesar de su hábito secreto, la vida de Anya transcurre a través de una rutina convencional y ordenada. Evitar que quede alguna evidencia de lo que ha bebido cada noche exige cuidado y prevención. Implica una serie organizada de conductas calculadas y controladas para no dejar ni rastro ni olor que la delate. Por eso Anya está muy atenta a todos los detalles que resultan en mantener una casa limpia y ordenada. No es casual que la protagonista destaque el orden y la organización de su cocina, espacio tradicionalmente femenino donde precisamente tiene lugar su rebelión clandestina ya que allí oculta el vino y bebe en secreto. Ese orden, tan resaltado y por el cual se siente orgullosa, emblematiza su aparente conformidad con un orden social que gradualmente comienza a resentir y a transgredir hasta rechazarlo del todo.

Las transgresiones de Anya involucran los cuatro aspectos cruciales de su vida: la bebida, su matrimonio, sus hijos, y su trabajo. Eventualmente deja de beber siempre sola y a escondidas en su cocina. Empieza a salir por las noches para tomar en bares donde predominan los hombres solos, a quienes había envidiado por ejercer una libertad que sentía que no tenía o no podía ejercer: “hombres solos que se apoyaban en la barra a beber. Hombres que saben cómo derrotar al mundo en el fondo de su vaso” (62). Hombres que toman su vaso de alcohol en un gesto que “es público y definitivo” (22), mientras que el de ella era secreto. Ahora Anya bebe en público, primero ante desconocidos y finalmente delante de su familia. En uno de esos bares conoce a un joven periodista con quien se acuesta y transgrede así, por primera vez, la regla de la fidelidad matrimonial. También, se rebela en el ámbito laboral y pierde su trabajo como resultado de un acto irreverente contra sus jefes durante la noche de la fiesta de fin de año. Como se había mencionado anteriormente, Anya desprecia a sus superiores:

aquellos emperadores romanos que con un simple dedo para arriba pueden indicar que continúen pagando la hipoteca de su apartamento frente al puerto del Buceo o que con un simple dedo hacia abajo les impidan pagar las facturas de electricidad, de teléfono, las tarjetas de crédito, el colegio de sus hijos. (157)

Durante la fiesta de año nuevo que ofrece el banco, después de beber ocho vasos de alcohol, Anya insulta a sus jefes públicamente y les dice lo que piensa: “cuando yo nací había un movimiento de gente que quería liquidar a gente como ellos. Que los querían hacer desaparecer de la faz del mundo. Patria o muerte. Venceremos. Tenían razón. Pero no vencieron. Lamentablemente” (160). Además, les sugiere que se metan su puesto en el trasero y vacía la novena copa de alcohol en la cabeza de su jefe. Después de este incidente liberador, Anya cruza un jardín y ve una fuente iluminada que “tiene en el centro una bella mujer con un cisne. Es un personaje mitológico llamado Leda,” como su amiga (161).[2] Este encuentro azaroso con la escultura que asocia con su respetada y admirada amiga puede ser interpretado como una señal de confirmación de que confrontar a sus jefes y renunciar a su trabajo ha sido una decisión acertada.

Por último, Anya comete la transgresión mayor que consiste en abandonar a su marido e hijos. Primero se muda al centro de la ciudad, espacio que la atrae por la presencia de seres marginales con quienes ahora se identifica. Suele sentarse en la plaza Libertad, cuyo significativo nombre no le pasa desapercibido al lector. Se dedica a tocar la guitarra y a cantar en los autobuses que recorren la ciudad, lo que le permite conocer mejor la capital y sus habitantes. Descubre que, si bien en su barrio las caras eran intercambiables por su homogeneidad, “esta tierra es una mezcla de razas, de narices, de labios, de pieles” (198). Finalmente, para que su familia no la encuentre o contacte, viaja al norte del país donde vive una tía de su padre en la casa de sus ancestros. El viaje le revela “un Uruguay profundo” y desconocido para ella que la remite a otras épocas, a un mundo “que se perdió” (211-2). De esta forma, realiza el viaje inverso al que habían realizado sus parientes, quienes habían emigrado a la capital. Al conocer a la tía, Anya recupera otros aspectos de su pasado familiar y medita “sobre todo lo que se llevó el río, sobre los ancestros muertos, sobre los ancestros callados, sobre la soledad de toda aquella tierra” (216). Concluye que podría estar sola el resto de sus días, sin saber más de sus hijos, o podría sumergirse en el río con la guitarra y hundirse. Aunque expresa este deseo de muerte, no lo lleva a cabo. En la escena final, Leda aparece en el pueblo para rogarle que no abandone a los hijos. Anya responde de una manera ambigua, afirmando que, si ese fuera el caso, tendría que ocurrir después de un proceso de tratamiento contra su alcoholismo. De esta manera, asume su adicción frente a su amiga y deja la puerta abierta a un reencuentro con sus hijos.

Mientras tanto, Anya sigue cantando, ahora en bares, y no se separa de la guitarra. Esta guitarra que acompaña siempre a la protagonista adquiere una gran importancia ya que encarna la memoria personal e histórica. Había pertenecido a la madre de Leda, y tras la muerte de ésta, Leda se la obsequió. Con este instrumento musical, Anya recupera algo de lo que añora a través de la nostalgia que siente por lo vivido por la generación de la madre de Leda. Esa guitarra había estado en la cárcel junto a su dueña por lo cual había sido “acariciada por las manos sucesivas de sus compañeras de celda” (104). Al tocar esa guitarra, Anya siente que también recupera la memoria de canciones olvidadas de la infancia, canciones pasadas de moda que hablan de un Uruguay que ya no existe.

Como la guitarra, Leda también le restituye a Anya la memoria: “Ella recuerda aspectos de mí, de la infancia, que yo no logro recordar. Tiene trozos de mi pasado en su memoria” (118). Y viceversa; a través de los recuerdos y reflexiones sobre lo ocurrido a los vecinos, Anya reconstruye y restituye no solamente la memoria familiar de Leda sino también la memoria histórica diluida en un presente incierto. Los diálogos entre Anya y Leda, entonces, tienen la cualidad de completar, como un rompecabezas, la memoria del pasado. También ofrecen puntos de vista complementarios; mientras Anya idealiza a la madre de Leda, su amiga tiene una visión crítica de su progenitora por haberle dado prioridad a la lucha por una causa arriesgando la vida de su hija:

Leda se pregunta por qué aquella mujer, su madre, había tenido hijos. Por qué había decidido seguir adelante con los embarazos cuando sabía que su cueva era un lugar de peligro, hostil, menos madriguera y más un lugar oscuro donde se esconden las metralletas. (120)

Leda es también quien, en contrapunto con la imagen romántica de la militancia de Anya, tiene en cuenta las experiencias traumáticas y vejatorias que sufrieron las mujeres prisioneras: “Leda habla de las mujeres violadas por la tropa, un soldado tras otro, diez penes sucesivos, quizás veinte. Se pregunta que habrá sido de los bebés engendrados allí, en aquellos úteros adoloridos” (121). Pero, a pesar de los riesgos y las atrocidades sufridas, para Anya esas vidas de las militantes valieron la pena por su intensidad e idealismo.

El personaje de la mujer de clase acomodada, casada e insatisfecha que comete adulterio destruyendo su vida convencional tiene una larga trayectoria en la literatura occidental; se podría nombrar, por ejemplo, a Emma Bovary, entre muchas otras. La mujer alcohólica no ha sido un personaje tan común; sin embargo, Fragilidad misma provee una rica relación intertextual que vale la pena explorar. Cuando Anya conoce al periodista con quien pasa una noche, este joven le presta la novela Moderato cantabile (1958) de Margarite Duras y le insiste que la lea. El hombre le cuenta que la autora francesa había nacido en Vietnam pero que luego se marchó a Francia donde actuó en la Resistencia durante la ocupación nazi y que, cuando la guerra acabó, torturó a colaboracionistas. También le comenta que Duras se acostó por años con el mejor amigo del marido y que, además, se volvió alcohólica. De hecho, en su vejez llegó a beber con su pareja unas seis botellas de vino por día. De esta manera, se explicitan los temas que se asocian no solamente con la vida de la escritora francesa sino también con la de Anya. Se produce así un desplazamiento a través del cual el hombre, hablando de Duras, alude a la situación de Anya y a sus preocupaciones: su alcoholismo, su inminente infidelidad, la resistencia heroica a un régimen odiado y la militancia política. Una lectura de Moderato cantabile revela también lazos estrechos entre los dos personajes de la ficción e implicaciones interpretativas comunes a ambas obras.

Moderato cantabile trata sobre Anne Desbaresdes, una mujer que presenta numerosas similitudes con la protagonista de Fragilidad. Anne es la esposa de un empresario y madre de un hijo que escucha los gritos de una mujer mientras es asesinada por su amante en un bar vecino. A partir de este incidente violento, siente la compulsión de ir numerosas veces a ese bar donde bebe vino mientras conversa siempre con el mismo hombre, un desconocido hasta entonces. Con este interlocutor, quien la desea, Anne conjetura sobre el crimen. A través de desplazamientos y alusiones que demuestran la identificación de Anne y el hombre con la pareja involucrada en el asesinato, ambos fantasean con la concreción del deseo sexual y la muerte de Anne.

Anne y Anya tienen el mismo nombre en versión francesa y rusa respectivamente; ambas mujeres están casadas y tienen hijos; las dos beben vino con un desconocido que se siente atraído por ellas; ambas provocan un escándalo público mientras están borrachas durante una fiesta importante y se rebelan contra convencionalismos sociales. También son tentadas por la infidelidad y eventualmente expresan un deseo de muerte. Pero las coincidencias no acaban allí. Tanto la novela de Duras como la de Blanqué están permeadas por una melancolía que revela la tensión entre un pasado traumático y un presente desesperanzado. En el caso de Francia, después de la finalización de la ocupación alemana y la Segunda Guerra, el duelo por las pérdidas colectivas sufridas fue reemplazado por una preocupación por el crecimiento económico. Como afirma Erin Shevaugn Schlumpp, Duras retrata el descontento de Anne y su frustración por un deseo imposible de tener una experiencia sublime. Producida en una era postraumática y atravesada por la violencia del pasado reciente, la novela tiene una protagonista que, como la Francia de los años 50, es incapaz de generar entusiasmo por algún proyecto.

Shevaugn Schlumpp adopta la noción de Walter Benjamin respecto a que la alegoría representa y capta la alienación en el mundo moderno. También toma el concepto de subjetividad femenina de Julia Kristeva para destacar el fenómeno de la repetición en la relación de la historia con los eventos traumáticos. Concluye que Moderato cantabile ofrece una mirada alegórica y melancólica de la historia articulando una relación entre el presente y el retorno del trauma a través de la repetición. En definitiva, la protagonista de la novela de Duras constituye una alegoría melancólica de la Francia de los años 50 (Shevaugn Schlumpp 22-25).

Como la protagonista de Moderato Cantabile, la de Fragilidad vive en un estado de descontento por los roles sociales que se ve obligada a cumplir y se siente frustrada por el deseo imposible de tener una vida intensa e idealista. Como Anne, Anya se siente asfixiada, bebe, la tienta el adulterio y finalmente desea morirse. En ambas protagonistas, un incidente violento o su recuerdo desata una subjetividad melancólica. La obsesión recurrente sobre el incidente profundiza un proceso de alienación que culmina con la transgresión de las convenciones sociales y la rebelión contra sus vidas ordenadas. Pero Anya va mucho más lejos que Anne ya que abandona la familia y el trabajo para abrazar una vida incierta. Durante este proceso recupera la memoria de una infancia y la de una generación perdida que admira. Anya, como Anne, es una alegoría de la nación. Representa un Uruguay nostálgico por el pasado perdido, confundido en un presente sin dirección y con un futuro incierto como ella. Su obsesión por el pasado y su duelo por lo perdido emblematizan una experiencia nacional. ¿Cómo se reconciliaría esta obsesión por el pasado con el deseo de olvidar que se mencionó al principio de este ensayo? ¿Son ambos las dos caras de una misma moneda? Sería pertinente tener en cuenta el proceso que Freud denomina “el retorno de lo reprimido;” es decir, que aquello que se intenta olvidar siempre regresa, aunque sea de forma desplazada o disfrazada.[3]

Como había señalado Idelber Avelar en un conocido estudio, la carga histórica ejercida por los muertos, torturados y desaparecidos bajo las dictaduras latinoamericanas requiere un proceso de duelo que no se limita a la generación afectada directamente, sino que lo hereda la siguiente.[4] Fragilidad teje su trama con el duelo y la melancolía por lo perdido- el Uruguay que ya no existe, la generación militante arrasada, los relatos utópicos de los 70- y destaca la importancia de recordarlo. En la novela hay una escena emblemática que consiste en un recuerdo que Anya tiene de la madre de Leda, quien “permaneció treinta y cinco años sin mencionar tantas cosas a nadie” (128):

Es evidente que cuando salió de la cárcel la madre de Leda no solo miraba los pájaros de la calle Simón Bolívar, no solo se detenía a observar las flores violetas del jacarandá, las amarillas del ibirapitá. Nosotras veníamos en nuestras bicicletas desde el parque y ella estaba atisbando el cielo, la copa de los árboles. Pero veía mucho más que la copa de los árboles. Veía detrás de ellos lo inconfesable. El pasado en la familia es una presencia que se escabulle detrás del árbol, detrás de la luna, de la nube cargada de plomo. Nos miraba pero no nos veía a nosotras llegar desde el parque en bicicleta. Veía lo otro, lo perdido y robado, lo turbio del día y de la noche, el silencio, el susurro que soplaba cada instante en su corazón. (123 énfasis añadido)

Como señalaron Freud y Avelar, “lo perdido y robado” siempre regresa para ser recuperado, aunque sea por la generación siguiente. De acuerdo con Sapriza,

La memoria es más de lo que se ha producido hasta ahora; las políticas de la amnesia hacen necesario reintegrar fragmentos del pasado en una nueva estructura interpretativa, haciendo que el pasado diga lo que no era conocido anteriormente/revele lo desconocido/o lo que fue silenciado, produciendo reconceptualizaciones de lo sucedido de tal forma que permitan rescatar y registrar las omisiones que hasta ahora toleramos. (Sapriza 66).

Eso es precisamente lo que hace la protagonista de Fragilidad: enunciar lo no dicho por la madre de Leda, recuperar lo olvidado, interpretar los fragmentos del pasado con una nueva perspectiva y restituir lo silenciado. Como afirma Carina Blixen: “Recordar y olvidar forman un ciclo indivisible en el que siempre es posible empezar de nuevo. Nunca está todo dicho; hay que volver a contar” (8).

 

Notas

[1] Andrea Banqué (Montevideo, 1959) ha publicado las colecciones de poesía La cola del cometa (1988), Canción de cuna para un asesino (1992) y El cielo sobre Montevideo (1997), y las colecciones de cuentos Y no fueron felices (1990), Querida muerte (1993) y La piel dura (1999). Además de Fragilidad (2008), es autora de las novelas La Sudestada (2001), La Pasajera (2002), Atlántico (2006) y He venido a ver las ballenas (2017).
[2] Vale la pena recordar que más allá de la mitología griega, a partir de los poemas de Rubén Darío, el cisne tiene una resonancia en la ciudad letrada hispanoamericana que remite a una nueva etapa de creación en ruptura con lo anterior. De manera significativa, en Fragilidad lo nuevo viene asociado al pasado y a la infancia, representados por el personaje de la amiga de la infancia, Leda.
[3] Ver el desarrollo de este concepto en el artículo de Freud “La represión.”
[4] De acuerdo con Freud, el duelo se define como “la reacción a la pérdida de un ser amado o de una abstracción equivalente: la patria, la libertad, el ideal” (“Duelo y melancolía” 2091). Una de las características del duelo es la existencia de una obsesión con el objeto perdido: “Cada uno de los recuerdos y esperanzas que constituyen un punto de enlace de la libido con el objeto es sucesivamente despertado y sobrecargado” (“Duelo y melancolía” 2092).

 

Referencias
Avelar, Idelber. “Restitution and Mourning in Latin American Postdictatorship.” Boundary 2
(1999): 201-224.
Blanqué, Andrea. Fragilidad. Montevideo: Alfaguara, 2008.
Blixen, Carina. “Deber de memoria y derecho al olvido: testimonio y literatura a partir de la
experiencia de la dictadura cívico-militar (1973-1985) en Uruguay.” Web. Oct. 2018. <www.apuruguay.org/sites/default/files/Blixen-C-Memoria-olvido-v%C3%ADctima.pdf>
Duras, Marguerite. Moderato cantabile. Barcelona: Tusquets, 1987.
Freud, Sigmund. “Duelo y melancolía.” Obras completas. Tomo II. Trad. López Ballesteros y de
Torres. Madrid: Biblioteca Nueva, 1973. 2091-2100.
Freud, Sigmund. “La represión.” Obras completas. Tomo II. 2053-2060.
Sapriza, Graciela. “Memorias de mujeres en el relato de la dictadura (Uruguay, 1973-1985). Violencia/cárcel/exilio.” DEP: Deportate, esuli, profughe. Rivista telemática di studi sulla
memoria femminile. N. 11-Luglio 2009. 64-80. Web. Dic. 2018. <https://www.unive.it/media/allegato/dep/Dep_11_2009.pdf>
Shevaugn Schlumpf, Erin. “Historical Melancholy, Feminine Allegory.” Web. Nov. 2018.
<https://read.dukeupress.edu/differences/article-pdf/27/3/20/406074/0270020.pdf>
Taller de Género y Memoria Ex Presas Políticas. Memorias para armar-uno. Montevideo: Senda, 2001.

Print Friendly, PDF & Email


Tweet



Comentar

Requerido.

Requerido.




 


Critica.cl / subir ▴