EN EL MUNDO DE LAS LETRAS, LA PALABRA, LAS IDEAS Y LOS IDEALES
REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
PORTADA | PUBLICAR EN ESTE SITIO | AUTOR@S | ARCHIVO GENERAL | CONTACTO | ACERCA DE | ESTADISTICAS | HACER UN APORTE

— VER EXTRACTOS DE TODOS LOS ARTICULOS PUBLICADOS A LA FECHA —Artículo destacado


Modernidad urbana: alineación en Herman Melville y Baldomero Lillo.

por Yeisil Peña Contreras
Artículo publicado el 03/10/2015

RESUMEN
Este trabajo presenta un análisis comparativo de los cuentos Bartleby, el escribiente de Herman Melville y El alma de la Máquina de Baldomero Lillo. Para ello se define modernismo como la perdida de aura que discute Walter Benjamin en Paris, Capital del siglo XIX. A nivel temático, la relación de los cuentos se estudia su perspectiva urbana, donde ambos forman parte de pequeñas versiones de ciudades o metrópolis. En cuanto a voz narrativa, se analizan en dos perspectivas. Primero, la relación del silencio del personaje con otros participantes de la historia. Segundo, su relación con el narrador. Se establece que en Bartleby hay un a perdida de la individualización para ser parte del grupo de producción, convirtiéndose en un ente sin carácter humano. En el caso del cuento de Lillo, no hay una visión de grupo con los otros trabajadores, pero sí hay una fusión entre las características humanas del maquinista y la máquina, provocando una reconciliación de ambas fuerzas. Ambos cuentos actúan como hipérbole del sentimiento moderno: la nostalgia por esa aura perdida, y la alienación del individuo. A pesar de sus tan dispares contextos, estos son claros ejemplos de lo que por largo tiempo hemos llamado modernismo.

Urban Modernism: Alienation in Herman Melville and Baldomero Lillo.
ABSTRACT
This work presents a comparative analysis of the short stories Bartleby, the Scrivener by Herman Melville and The Soul of the Machinist by Baldomero Lillo. For that purpose, Modernism is understood as the loss of aura described by Walter Benjamin in Paris, Capital of the XIX Century. In a thematic level, the stories are studied through its urban perspective, both being situated on little representations of cities or metropolis. In terms of narrative voice, there are two branches of analysis: First, the silent relation between the main character and the rest. Second, his relation with the narrator. It is established that in Bartleby we find a loss of individualisation to be part of the group of production, becoming an entity without human character. In the case of Lillo’s story, there is a group sense with the other workers, but there is also a fusion between the human characteristics of the machinist and the machine itself, causing a reconciliation between both forces. The two stories act as hyperbole of the modern sentiment: nostalgia for the lost aura and alienation of the subject. In spite of their dissimilar contexts, these are clear examples of what we have called modernism.

En este trabajo se discuten los cuentos Bartleby, el Escribiente del norteamericano Herman Melville (1853), y El alma de la Máquina dentro del libro “SubSole” del chileno Baldomero Lillo (1907). Ambos difieren en su contexto histórico y referencial, pero ambos muestran lo que llamaré el relato moderno urbano, caracterizado por la alienación.

Quisiera definir, entonces, lo moderno, que utilizo como adjetivo en varias partes de este trabajo y esencial para entender la superposición de ambos cuentos. Lo moderno es aquello que ha perdido su esencia, como dice Walter Benjamin, o como diría Jean-Jacques Rousseau, lo que ha sido corrompido por la civilización[1]. Esta característica “aureal” como la llama Richard Bradford[2](2008), en directa relación con el texto de Benjamin, es el “corazón” de las cosas y personas en su más pura esencia, sin intervención de eventos externos[3]. Por ello, la literatura en este caso se encarga de volver al texto de una forma nostálgica (Hutcheon 1988) para, de una forma, recordar al hombre sin los impedimentos de la alienación y deshumanización[4]. Cabe destacar sin embargo, que Benjamin habla de lo aureal en el arte, pero en este trabajo se aplica el mismo término a lo aureal de los personajes, es decir, personajes que están descontextualizados y cuentan solo como un valor de producción. Este será punto de partida para discusiones de lo moderno, en la modernidad, y en contextos de modernización.

Alienación, o la consecuencia de esta pérdida de aura, es la respuesta de estos sujetos. Wallace afirma que es un comportamiento enfermo relacionado con la angustia producida por “la falta de moral que está en tela de juicio” (2010), es el spleen de Baudelaire, o el ennui, síntoma de un arruinamiento que Wallace viene a describir en su obra; es la metonimia o desplazamiento de la frustración del artista para encontrar un rol dentro de una sociedad de producción mercantil, por la cual mira el pasado desde una perspectiva romántica e idealista.

Otro punto a entender es el escenario de ambos cuentos. Ambos tienen de protagonista a un hombre que produce un trabajo repetitivo, y que precisamente son el título de cada cuento, enfatizando aún más su individualidad en toda la narración. George Simmel (1950) en Metrópolis y la vida mental afirma que la especialización de las funciones en el siglo XIX hizo al individuo incomparable uno con otro, pero cada uno definitivamente indispensable. Es aquella individualización uno de los puntos más importantes a lo largo de los cuentos, ya que cada función coopera con el producto final, lo que será antecedente para lo que será solo unos años más tarde, la producción en cadena de Ford, base concreta de la modernización.

En este sentido, todas las partes- sujetos, actúan al mismo tiempo en pos de un espacio urbano, donde se enfatiza la “atificialidad y antinaturalismo” (Wallace 2010). En Melville tenemos a un escribiente que copia papeles en una oficina en Wall Street, símbolo icónico de la producción intangible. La producción de dinero, entonces, es otro objeto que pierde su aura al convertirse en un símbolo de producción. El dinero, y los sujetos, entonces, comparten el espíritu “desaureado” de Wall Street.

En Lillo tenemos a un autor temático en el apogeo de las salitreras extranjeras en el norte de Chile. No precisamente en ciudades metrópolis, como las llamaría Benjamin. Sin embargo, dentro de cada salitrera encontramos un pequeño mundo aislado, pequeñas ciudades que se manejaban con su propio sistema económico. Aquí el aura que se pierde es también lo tangible del dinero, pero además el de comunidad per se, pues es artificial, válida solo para sus miembros, donde en realidad la ganancia es una ilusión en forma de fichas que dan vueltas solo dentro de su grupo. Su sistema económico, tal como el de Wall Street, enmarca el territorio ficticio de su influencia, con una dinámica urbana similar trato en ámbito económico como social.

Ahora veamos lo que nos dicen los narradores. Cabe notar que en ambos cuentos tenemos narradores en tercera persona. En el caso de Melville es el jefe de Bartleby, quien cambia de perspectiva a lo largo de la narración; al principio está conforme con su impecable desempeño, pero luego le empieza a extrañar su comportamiento indiferente y sombrío. En el caso de Lillo, tenemos un narrador anónimo y omnisciente que no ahonda en juicio sobre su comportamiento, lo que enfatiza el hermetismo con el cual se veían este tipo de personajes.

Todos los trabajadores que acompañan a Bartleby en su proceso de copia lo hacen en un orden y tiempo determinado, dentro de “una tradición mecánicamente lineal” (Wallace 2010): “Cuando hay dos o más amanuenses en una oficina, se ayudan mutuamente en este examen, uno leyendo la copia, el otro siguiendo el original. Es un trabajo aburrido, insípido y letárgico” (Melville 1983). Ellos colaboran de la misma forma con Bartleby, quien “escribía silenciosa, pálida, mecánicamente” (Melville 1983). Es decir, se pierde la noción de individuos al ser parte de un grupo. Ellos, y Bartleby, son copistas, es decir en el proceso de escritura dejan la creatividad de lado[5] para dar lugar a la exhaustiva tarea de repetición y responder prescriptivamente a sus labores. Esto es muy satisfactorio para el narrador, quien aprecia la eficiencia de Bartleby-su mejor trabajador, a pesar de su particular actitud excesivamente pasiva y condescendiente. Es esta actitud la que demuestra la aceptación de su condición de sujeto, del verbo subjicere (sumisión, subordinación, sujeción) (Krysinski 1993): “Pero había algo en Bartleby que no sólo me desarmaba singularmente, sino que de manera maravillosa me conmovía y desconcertaba.” (Melville 1983)

Ahora bien, el narrador cambia su perspectiva cuando ya no es una fascinación mórbida que lo atrae a Bartleby, si no el hecho que Bartleby no comunica ninguna otra oración más que “preferiría no hacerlo” o simplemente, silencio: “Bartleby -le dije-, le debo doce dólares, aquí tiene treinta y dos; esos veinte son suyos, ¿quiere tomarlos? -y le alcancé los billetes. Pero ni se movió.”(1983)

De hecho, este jefe narrador[6] se exaspera, se ve afectado y pierde la paciencia para tratar con Bartleby: “-¿Quiere decirme, Bartleby, dónde ha nacido? -Preferiría no hacerlo. -¿Quiere contarme algo de usted? -Preferiría no hacerlo.”(1983) Esta situación es muy similar a lo que vemos de forma indirecta en Lillo. Aquí, el alma de la máquina “nada ve, nada oye de lo que pasa a su rededor, sino la aguja que gira y el martillo de señales que golpea encima de su cabeza. Y esa atención no tiene tregua.” (2010)

Es aquí que llegamos a un momento de repulsión entre los personajes. Entre el narrador y Bartleby especialmente, pues éste insiste en seguir trabajando sin horario, aunque sin voluntad, y sin respetar los fines de semana, interrumpiendo la rutina de grupo. El quiebre se realiza y finalmente Bartleby deja de trabajar para él, pero por alguna razón el narrador lo sigue y se preocupa de su futuro a pesar que el escribiente no cambia su actitud.

Simmel (1950) detalla que ese sentimiento de extrañeza mutua es una característica inherente a todos los individuos de la ciudad al verse en esta situación alienante, pero ésta sólo la observamos unidireccionalmente, pues Bartleby solo se conforma con no preferir, pero no se logra entender otro sentimiento de su parte. En el caso de Lillo, sin embargo, nos encontramos no solo con un maquinista que no expresa palabras, pues en toda la narración no hay dialogo en que participe, sino que también una repulsión del que es víctima, de parte de sus compañeros de trabajos que se sienten inferiores al poder que le confiere el trabajar y ser parte de la máquina:

Los obreros que extraen de los ascensores los carros de carbón míranlo con envidia no exenta de encono. Envidia, porque mientras ellos abrasados por el sol en el verano y calados por las lluvias en el invierno forcejean sin tregua desde el brocal del pique hasta la cancha de depósito, empujando las pesadas vagonetas, él, bajo la techumbre de zinc no da un paso ni gasta más energía que la indispensable para manejar la rienda de la máquina. (Lillo 2010)

Aquí ya no hay una noción de grupo que se ve alterada. Al contrario, nunca hay una noción de grupo pues parece haber una relación de verticalidad entre el maquinista y los demás trabajadores, al contrario de la horizontalidad que encontramos en el cuento de Bartleby. Ante ello, la imparcialidad del narrador en El Alma de la Maquina parece ser justificada por esta misma mezcla entre el alma y la máquina. Alma, según Kristeva(1981), que entendemos como representación de la experiencia del hombre, es decir, una vida psíquica, totalmente ausente en este relato; no hay inmersión dentro de la mente del maquinista, solo suposiciones[7], inferencias, y hechos, pero no su experiencia. Hombre y maquina se fusionan en un solo ente que trabaja, respira, mira y produce, utilizando energía suficiente pero sin pensar y sin juzgar. De hecho, Hutcheon explica que la maquina se vuelve símbolo de una fuerza impersonal, universal y transhistórica que se reproduce en sujetos como estos (1988). El narrador omnisciente opera, esta vez, para enfatizar una idea moderna de producción históricamente acertada:

“El maquinista, al asir con la diestra el mango de acero del gobierno de la máquina, pasa instantáneamente a formar parte del enorme y complicado organismo de hierro. Su ser pensante conviértese en autómata. Su cerebro se paraliza. A la vista del cuadrante pintado de blanco, donde se mueve la aguja indicadora, el presente, el pasado y el porvenir son reemplazados por la idea fija.” (Lillo 2010)

Es aquí donde nos encontramos con la analogía del hombre como máquina y parte de ella, que se encuentra en autores como Foucault y Deleuze, quienes critican abiertamente el sistema de producción moderno que transforma a los trabajadores en entes reemplazables y mejorables; una de las consecuencias más reconocibles de la revolución industrial. Simmel (1950) ya se ha referido a este sistema, pero Rafael Mandressi(2005) en su estudio de la anatomía va más allá y asegura que la ciudad total, es decir, Wall Street y la Salitrera –entendidas como versiones de ciudad, son un cuerpo que trabajan como máquina, siendo ésta la metáfora privilegiada de lo vivo. Así, estos pequeños mundos independientes se vuelven grupos o cadenas de producción donde sus componentes pierden su individualidad y, tal como lo diría Benjamin, comprometen su aura para conformar lo que sería la maquinización desde la sinécdoque (Wallace 2010), pues el ser humano se ve fragmentado y dividido; pierde su totalidad. De hecho, cabe notar que en el título, Lillo pone un alma, es decir, cree que esta aura de lo moderno aún existe en el maquinista, lo que lo diferencia del cuento de Melville. Desde el título hasta en el desarrollo de la historia, Lillo los fragmenta en partes, pero manteniendo el alma o aura del maquinista:

El enorme mecanismo yace paralizado. Sus miembros potentes, caldeados por el movimiento, se enfrían produciendo leves chasquidos. Es el alma de la máquina que se escapa por los poros del metal, para encender en las tinieblas que cubren el alto sitial de hierro, las fulguraciones trágicas de una aurora toda roja desde el orto hasta el cénit. (Lillo 2010)

Ambos cuerpos se enfrían y trabajan a la par; órganos de humanos se desplazan a la máquina y características de ésta se personifican en el maquinista. Máquina y hombre se relacionan como iguales, como compañeros. Se repite que “es el alma de la maquina” junto con la sinécdoque de poros y de los materiales como metal y hierro. Se crea una totalidad desde las partes íntimas del hombre hasta las extremidades de la máquina. Un desplazamiento y personificación que enfatiza la horizontalidad entre ellos, dejando el poder y control de lado. Poder que entiendo como desplazamiento o metonimia de una hegemonía imperante en lo moderno, ya que se entiende que la maquina debería subordinar al maquinista. Sin embargo, esta noción queda de lado para que no haya liderazgo establecido entre ellos, pero si juntos establecen un poder por sobre los otros compañeros que envidian la posición del maquinista. Horizontalidad entre ellos, pero verticalidad para con el resto de los trabajadores.

Por otro lado, el narrador también reconoce que esa alma es más que la masa inerte que describe: “El autómata vuelve a ser otra vez una criatura de carne y hueso que ve, que oye, que piensa, que sufre.” (Lillo 2010) pero siempre en una mezcla, en donde los poros pertenecen a la máquina y los movimientos de la maquina al hombre, que terminan de trabajar y se ponen en funcionamiento al mismo tiempo. Es un solo ente, conformado por dos fuerzas.

Existen entonces dos niveles de relación. Uno es el que se establece entre el narrador y el personaje que da el título. El otro es con quienes comparte tarea, y con quienes forman un todo llamado máquina. En el caso de Lillo el alma está presente, ambos se fusionan. No hay directa relación con el narrador pero si con sus pares, quienes marcan una diferencia, al parecer, por tener el poder, y ser el corazón de la máquina. En Bartleby hay una horizontalidad repetitiva y abrumadora, una masa inerte donde también el símbolo de la maquina sirve para describirlos.

Existe otra paradoja en ambos cuentos, por el cual ambos títulos individualizan al sujeto principal pero a su vez ellos no llevan a cabo su subjetividad, pues no cuentan con lenguaje. Las historias se vuelven impersonales y estandarizadas -características esenciales del modernismo de acuerdo a Hutcheon (1988), pues son aplicables a cualquier otro individuo en las mismas condiciones. Es decir, el texto se cierra a un dialogo que no existe entre el lector y estos personajes. En Bartleby encontramos la paradoja de la repetición de “preferiría no hacerlo” muchas veces en el cuento, aunque en realidad él parece no tener preferencias. El maquinista solamente tiene lenguaje en la imaginación del narrador; una ilusión de lo que podría haber dicho: “mientras el maquinista, desde lo alto de su puesto, parece decirles con su severa mirada: —¡Más a prisa, holgazanes, más a prisa!” (Lillo 2010). Aquí nos encontramos con una duda planteada por ambos escritores, pues no sabemos si podemos caracterizar a estos personajes como sujetos a partir de su falta de lenguaje, ya que “es en y por el lenguaje que el ser humano se constituye como sujeto, porque el solo lenguaje funda en realidad-en su realidad que la de ser-el concepto del ego” (Wallace 2010). Como sujeto individualizado que se crea a partir del lenguaje, su capacidad de subjetividad-es decir, que tanto Bartleby como el maquinista puedan plantearse como sujeto, queda en duda, ya que solo el narrador parece comunicarles pero ellos no se pueden percibir como receptores ni emisores. Siguiendo a Wallace (2010), entonces, podemos decir que no hay acto de subjetividad, si no de ambivalencia, en donde narrador y personaje parecen ser polos opuestos en donde el lenguaje desvanece sin ser recibido. En este respecto, Bradford dice que en el modernismo encontramos una relación armónica entre la representación lingüística y la realidad (2008). Aquí, entonces, la primera es nula, y la realidad se quiebra, se vuelve sinécdoque del funcionamiento fragmentario y prescriptivo de la totalidad del cuento.

Hemos visto que ambos cuentos parecen pertenecer a tradiciones muy diferentes; la americana y la chilena del norte, pero lo intangible de su sistema económico y además el rol de los personajes los une dentro de dinámica urbana muy similar. Por otro lado, el silencio caracteriza a ambos personajes, pero en diferentes formas, ya que sus percepciones y supuestas preferencias se ven marcadas por lo que Wallace llama Percepción Hiperestésica, es decir, que tanto el individuo como el lector reciben estímulos simultáneos y fragmentarios –como un montaje o repetición de fotografías- que son tan rápidos y con tanta información, que sobrecargan los sentidos por su constante movimiento. Así, entendemos que a partir de la sinécdoque de sus descripciones, estos individuos no forman más que fragmentos o partes de lo que alguna vez fue el individuo romántico, entendido como totalidad. Recibimos solo divisiones y fragmentos de su comportamiento y realidad, pero nunca los entendemos como seres completos. Así como se describe a Bartleby o al maquinista, se podría describir a cualquier otro compañero de labores, pues todo trabajador “pierde el carácter único e irrepetible” (Wallace 2010) para ser parte de una totalidad modernizada.

En resumen, la relación de Bartleby con sus compañeros es de igualdad, pero en Lillo encontramos una distancia establecida por la especulación. Es más, esta distancia hace que éste hombre se fusione con la máquina y armen un complemento donde no se distingue su separación. Ambos personajes, sin embargo, carecen de voluntad y diagnostican en sus contextos urbanos, la abrumante alienación del que el hombre es víctima; la difícil tarea de lidiar con la modernización y la estética moderna que los caracteriza. En ambos, sin embargo, encontramos el sentimiento moderno de nostalgia por el pasado, que vendrá a ser esencial en las discusiones sobre la teoría de lo moderno y finalmente su ruina o crisis, que surge a través de la discusión por lo que llamamos postmoderno, ya sea como cambio, continuación o nuevo paradigma que vendrá a cuestionar las bases teóricas y concretas de lo moderno.

 

Bibliografía

Benjamin, Walter. “Paris-Capital of the Nineteenth Century” en The Arcades Project. Trans. Howard Eiland y Kevin McLaughlin. New York: Library of Congress, (1999):14-26.

Bradford, Richard. The Novel Now: Contemporary British fiction. Oxford: Blackwell Publishing, 2008.

Hutcheon, Linda. A poetics of postmodernism. Oxon: Routledge, 1988.

Jameson, Fredric. El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado. Trans. José Luis Pardo Torío. Buenos Aires:Paidós, 1991.

Kristeva, Julia. El texto de la novela. Trans. Jordi Llovet. Barcelona: Editorial Lumen S.A.,1981.

Krysinsky, Wladimir. “Subjectum comparitions: los incidentes del sujeto en el discurso” en Angenot at al, Teoría Literaria. Mexico: Siglo XXI, 1993.

Lillo, Baldomero. “El Alma de la Maquina” en Obra Reunida Ed. Cecilia Palma. Santiago: RIL Editores, (2010):255-257.

Mandressi, Rafael. “Disecciones y Anatomía” Historia del Cuerpo: Del renacimiento al Siglo de Las Luces. Trans. Núria Petit & Mónica Rubio. Vol.1. Ed. Alain Corbin. Madrid: Taurus Historia, 2005. 301-321.

Melville, Herman. Bartleby, el Escribiente. Ed. Eduardo Chamorro. Madrid: Ediciones Akal, 1983.

Simmel, George. The Metropolis and Mental Life. Adaptado por D. Weinsten de Kurt Wolff(Trans.) The Sociology of George Simmel. New York: Fress Press, (1950):409-424

Wallace, David. El modernismo arruinado. Santiago: Universitaria, 2010.


NOTAS

[1] Fredric Jameson hace hincapié en los grandes temas modernos, que son, a saber: alienación, soledad, aislamiento, fragmentación, y la era de la ansiedad. (1991)

[2] Cabe notar que para Bradford esto no es necesariamente lo moderno, si no aquello que se aleja del realismo y se destaca por su experimentación.

[3] Entiendo que es una revisión romántica del término, pero que es pertinente para el análisis de estos cuentos. Debemos aceptar, sin embargo, que el modernismo tiene su base romántica (Wallace 22) por ende no es alejado de la discusión traer este concepto a discusión.

[4] Para una discusión más detallada de lo nostálgico en el contexto latinoamericano ver “La modernidad arruinada” de David Wallace.

[5] Existe una diferencia pertinente en el título donde en inglés es “scrivener” o escribiente en español, donde en realidad el autor podría haber puesto “escritor”, que implica creatividad.

[6] Sería interesante estudiar el rol de este jefe/narrador en los ámbitos autoritarios del escritor, tal como vienen a criticar movimientos postmodernistas de estas obras cumbres de lo moderno.

[7] Cabe destacar que el narrador hace cuenta que escucha su voz, pero no lo es. Es una ilusión de lo que podría haber dicho, es decir, nuevamente una falta de voluntad: “mientras el maquinista, desde lo alto de su puesto, parece decirles con su severa mirada: —¡Más a prisa, holgazanes, más a prisa!” (Lillo 255) El uso del parece demuestra la suposición sobre lo que el maquinista debería pensar y decir. Solo demuestra su falta de voluntad.

Print Friendly, PDF & Email


Tweet



Comentar

Requerido.

Requerido.




 


Critica.cl / subir ▴