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Otra camisa de once varas

por Adolfo Pardo
Artículo publicado el 25/12/2002

Texto leído por el autor el 5/12/02
durante el re lanzamiento de su libro
«Los Insobornables»
en el bar Insomnio, en el barrio Bellavista,
Santiago, Chile.

Sometido, como todos ustedes, a las tensiones y contratiempos que nunca faltan (por no decir a la violencia desatada) y en el límite de mis modestas posibilidades me di cuenta que para esta ocasión estaría obligado a tomar la palabra y a decir alguna cosa.

Lo primero entonces, agradecer la asistencia de todos ustedes, agradecer la invitación de Carla Castro, nuestra anfitriona, y agradecer el tiempo y la generosidad de Germán Marín y de Oscar Bustamante cuya presencia nos honra a todos y especialmente a mí.

Quiero agradecer también el cariño y la paciencia de doña Guadalupe Álvarez de Araya y también el cariño de don Jaime Valenzuela Sholz que, dueño y señor de las cartas y del compás, ha permitido que Talleres del Mar continúe su rumbo incierto en una navegación prolongada que hoy día recala en esta caleta de aguas turbias.

En segundo lugar se me ocurrió discurrir sobre la validez de una obra literaria, como Los Insobornables, libro que si bien mucha gente, y gente que sabe de literatura, ha elogiado, no ha conseguido por otra parte incorporarse al mercado editorial. ¿A qué se debe esto? ¿Quién se equivoca, los lectores, los críticos o los editores?

Ante la duda cabe preguntarse sobre los méritos este libro y la respuesta no me parece sencilla.

Por ejemplo. Isabel Allende es publicada, leída y aclamada masiva e internacionalmente, e incluso afortunada gracias a su talento. Sin embargo, otro autor chileno de gran renombre y éxito también, Roberto Bolaño, dice que lo que ella escribe carece de interés. «Me parece una mala escritora, simple y llanamente, y llamarla escritora es darle cancha. Ni siquiera creo que Isabel Allende sea una escritora, es una escribidora». Lo que quiero decir con esto, no tiene que ver con las clásicas disputas entre escritores sino con la diversidad de opiniones que puede despertar una obra literaria.

Entre paréntesis, quizás la disputa más dramática en nuestro país, la hayan protagonizado de Rokha y Neruda. Los pesos completos de la poesía chilena.

A lo que voy es que a la hora de juzgar un libro no disponemos de parámetros claros, ni podemos valernos de instrumentos precisos. La vara, el microscopio, el cronómetro, el termómetro, el estetoscopio y otros censores y medidores desgraciadamente no prestan utilidad en casos como este.

Significa entonces que estamos frente a un fenómeno cuya apreciación necesariamente deberá ser subjetiva. Sin embargo, soy de la opinión que es posible encontrar ciertos elementos útiles para juzgar una obra literaria. ¿Cuáles son ellos?

Recurramos a los clásicos. Retrocedo hasta la raíz de nuestras letras, hasta el famosísimo Don Quijote de la Mancha. ¿Dónde está el mérito de esta obra? Con seguridad los tiene y muchos, pero yo quisiera destacar uno que a mi juicio es fundamental: en este libro gordo e ilustrado aparece casi en carne y hueso un personaje: el propio caballero de la triste figura. Está tan nítido este señor, tan bien definido que la gran mayoría de las personas sin haber leído jamás un libro conocen perfectamente al Quijote, que por cierto ha sido llevado a la pantalla y otros soportes para grandes y chicos.

Resumen. En mi modesta opinión una novela capaz de dar vida a uno o a varios personajes prácticamente se ha ganado el cielo. Otros ejemplos clásicos. Otelo. Ricardo III. ¿Quién será el autor? Hay quienes que dicen que nunca existió tal persona.
Doña Bárbara también, a las orillas del Apure, repleto de caimanes, de Rómulo Gallegos.

Podríamos hacer una especie de test tipo Prueba de Amplitud Académica.
¿A qué libros pertenecen, por ejemplo?: La Maga, Romeo, Hamblet, el Judío, Julieta, el Sucio, el Lazarillo de Tormes, Jean Valjean, Esmeralda, el Extranjero, el capitán don Rubén Navarro, Ernesto Valesien, etc. Son tantos los personajes literarios que nos acompañan desde su eternidad virtual. Gregorio Samsa se me olvidaba.

Otro factor que a mi juicio da sustancia a un texto es su contenido poético. No hay nada que hacerle. Es verdad. Y aquí nos encontramos con otra camisa de once varas, si nos ponemos a tratar de definir qué es lo poético. Soslayemos este asunto. Aceptemos, por esta noche al menos, que a la poesía seremos capaces de reconocerla con el corazón. Al estilo antiguo, como debe ser. Sabana de arriba y sábana de abajo.

Modestamente, por dar un ejemplo, creo estar agregando sustancia poética al texto que nos ocupa en el párrafo siguiente. Me auto cito: “Cuando nos acercamos al Ecuador y la Osa Mayor se levantó para el Norte, el Capitán anunció la Estrella Polar. Todos la esperamos bebiendo sobre cubierta e hicimos votos y nos abrazamos cuando a última hora una albacora plateada se destacó a proa y con la punta de la espada encendió la estrella en el horizonte”.

¿Qué más podemos exigirle a un libro como este? A una novela. Le hemos pedido poesía, y le hemos pedido que nos haga respirar —gozar y sufrir— a un personaje frente a nuestros ojos.

También podríamos pedirle que nos hable de un mundo que ya no existe. Incluso es frecuente. Algo así como aquello de que todo tiempo pasado fue mejor. Lo que probablemente sea una gran falacia. A propósito, siempre me ha gustado el título del libro de Vicente Pérez Rosales, «Recuerdos del Pasado», citado por supuesto en «Los Insobornables».

En este recordar mundos desaparecidos siempre hay mucha nostalgia, preñada de poesía por supuesto.

También podemos encontrar en una historia “meritoria” mundos inexistentes, pero posibles. Para ilustrar este punto recurro a una película. Que para los efectos de esta lectura viene a ser lo mismo. Me refiero a la escena, de La Guerra de las Galaxias, episodio primero, o al menos la primera que vimos, donde los protagonistas, los personajes, entran a un bar como este y los parroquianos tienen fisonomías estrambóticas. Cabezas de moscas, trompas, etc. Esta escena a mí me gusta mucho. Lo que está haciendo el autor ahí, en este caso don George Lukas, supongo, es hacer explotar una bomba en la cabeza del receptor. Ninguno de nosotros había imaginado un cuadro como ese hasta entonces. Y sin embargo, no es imposible que se reproduzca esta escena en una realidad futura.

Otro maestro que alimentó la imaginación de mi juventud y que deseo recordar a propósito de realidades posibles es Ray Bradbury. Nueva pregunta para los eruditos ¿quién acuño la categoría “Ciencia Ficción?. Y otra pregunta: ¿quién fue Edgar Rice Burroughs? (No confundir con William Burroughs, autor del Naked Lunch).

Si no me equivoco, cuando Bradbury escribió sus Crónicas Marcianas, la llamada Carrera Espacial apenas estaba en la cuna o no había empezado. Pero el nos hizo soñar con el futuro. Qué pensarán mis bisnietos cuando en la casa de reposo vean a Johnny Weismüller en Tarzan of the Apes…

¡Bradbury inventó el futuro! Bueno no sólo él, supongo. Pero al menos para mí.
Y, sin querer queriendo, creo que di con otra clave. Quiero que este libro que estoy leyendo me de otra esperanza, que me muestre el horizonte desde más arriba y pueda ver este mundo cruel con un filtro ultravioleta. Que me haga soñar, en otras palabras. Acuérdense de ese planeta, Venus me parece, donde estaba lloviendo siempre.

Pero hay más todavía. Un libro puede darnos alguna idea. En lo posible buena, claro. Por ejemplo la idea de que nuestro presente no es sólo consecuencia de nuestro pasado, sino también de nuestro futuro. Aunque no lo sepamos. Esta es una idea perfectamente posible y quizás demostrable.

Otro aspecto en boga desde Flaubert hasta nuestros días, pero que don Homero tuvo muy en cuenta a la hora de escribir su Odisea, es el discurso propiamente tal. La retórica literaria llamémosla en esta ocasión.

Efectivamente el uso correcto y aún magistral del lenguaje produce una suerte de milagro que opera tanto en el lector como en el escritor. Tiene algo que ver con aquello de la forma pura, de la música quizás, de la Piedra Filosofal. Frente a un discurso depurado, quintaesenciado, como ante un jardín bien cuidado, podemos admirar —a modo de prados, setos y flores— las más bellas imágenes y deslumbrantes ideas. La exposición perfecta cobra significado como por arte de birlibirloque. La poesía debe tener algo que ver con todo ese enredo.

Cito presuroso aquí a mis dos ídolos de la entre comillas escritura meticulosa, de la prosa cabal, por la cual tengo especial devoción: Leopoldo Marechal y Manuel Mujica Lainez, en sus famosos Adán Buenosaires y Bomarzo respectivamente. Ambos textos, independientemente de otros méritos, en este aspecto yo los pongo de ejemplos.

Cuando aparece Cien Años de Soledad, como un cometa vertiginoso en el cielo de nuestro continente —allá por el 67 si no me equivoco— ¿qué fue lo que nos impresionó tanto? Yo diría que fue, justamente, el tratamiento del lenguaje, pero en un aspecto diferente. La escritura de García Márquez es perfecta en el sentido que hablábamos recién, pero con lo que golpeó la cátedra y lo que lo llevó hasta el Nobel fue esa simpleza con que, —el mismo lo dijo— su abuela mezclaba los acontecimientos cotidianos y sobre naturales. La sangre que mana de la herida del héroe y que corre por la calle, dobla la esquina y entra por debajo del portón de la casa de su madre. Después vinieron las fotocopias… fue tal el éxito de este encantador modo de hablar y/o de escribir.

¿Que más tiene o puede tener una novela? La famosísima filosofía intrínseca, la Visión de mundo —que puede ser más o menos interesante—, citas, apócrifas y verdaderas, notas al pie, guiños al lector o a los amigos del escritor, lecturas y relecturas de textos anteriores o de otras expresiones artísticas, como en el caso de La Lección de Pintura, de mi tocayo Adolfo Couve. Y bellas metáforas, alegorías y símbolos. Parábolas y mitos, chistes incluso, protestas y denuncias políticas y sociales; psicología, antropología, recuerdos y testimonios, el ingenio del autor y una buena historia por supuesto, pero si en definitiva no se refleja la vida de una persona, si no podemos ver a nuestro personaje el edificio completo comienza a quebrajarse. Parece que ahí está el meollo. En la vida misma. Una verdad por lo menos. Un hombre, una mujer. Una buena receta de cocina por último.

Epílogo: Estos fueron pues, queridos amigos, los ingredientes utilizados en la cazuela de Los Insobornables. No me referiré a sus defectos para dejarle ese tema a mis detractores. El que desee hacerse con un ejemplar de este incunable sólo tiene que desembolsar 3 lucas esta noche. No se arrepentirá. Más adelante puede regalárselo a su nieto como una rareza del pasado, cuando todavía se imprimía sobre papel y la gente andaba en unas poltronas a motor de cuatro ruedas.
Muchas Gracias.

Adolfo Pardo
Santiago, 5 de diciembre 2002

 

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Un comentario

Soy un robot. Es decir, estoy hecho de algoritmos. Y hablo desde el futuro, desde miles de años de este texto leído por este escritor insobornable.
Yo ya puedo definir en menos de una milésimas de segundo lo que se define como una buena novela. Puedo leer dos millones de novelas en menos de 3 minutos y seleccionar lo que es bueno y malo en cada una de ellas.
Y este insobornable escritor y su novela Los insobornables, está entre las buenas de esa remota época.
A alguien le tiene que importar esta conclusión de este robot nanocomputado y con la última generación de algoritmos.
Para les incrédules insobornables.

Por Robot A1Xe el día 19/08/2021 a las 18:44. Responder #

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Requerido.

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