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Pequeños signos

por David Romero
Artículo publicado el 20/09/2005

Una de las cojeras que gestionan la filología y el estructuralismo es obliterar al sujeto de los análisis textuales para eliminar así cualquier huella que permita la emergencia de indicios no-científicos dentro de sus ejercicios. Esto, al fin y al cabo, se deriva de la necesidad de validar los estudios literarios por medio de una filiación con la ciencia que los eleva y deposita en una posición epistemológica incuestionable. Esta condición, en un principio metodológica, produce ciertos alcances que limitan los cuerpos textuales. Frente a estos modos, se vuelve más operativo postular una relación sígnica entre los materiales, que amplían la lectura hacia otros espacios de la discursividad.

Relación sígnica
Los referentes se transforman en una articulación inserta en la sintaxis de la historia. En este sentido, los procesos analógicos desaparecen para dar paso a formas de relación que enfatizan las interpretaciones en su carácter de vínculo entre relatos. Ya no se trata de postular a una experiencia estética en manos de un sujeto trascendente (1), sino de establecer que, frente al signo, la lectura conduce indefectiblemente hacia otro signo (De Man: 415).
El carácter exotópico de esta metodología (en oposición al carácter sistémico burgués de división entre alto / bajo, consecuencia de modernidad y su angustia por la contaminación (2)) es la cancelación de los privilegios epistemológicos de un grupo crítico determinado, vector de un flujo de interés y de una forma de dominación, y la diseminación de los procesos interpretativos y las significaciones. En este punto, ya no es necesaria la existencia de 1 intérprete, sino la ampliación de los materiales interpretativos, mediados por la gran y la pequeña historiografía, a cargo de grandes y pequeños sujetos (3).
Trasladarse desde la ingenuidad referencial de la analogía hacia una lectura que marca la puesta en relación de dos formas de discursividad (la del texto analizado y la del sujeto lector / crítico), presupone la muerte de la interpretación metafísica. De esta manera, el sustento básico del estructuralismo desaparece: significado y significante, y lo que hay de trascendentalista en este movimiento, son desarticulados (Lacan: 313).
En ningún caso, se trata de un cambio de paradigma: los objetos de estudio permanecen; la textualidad persiste. Solo se establece una variación de los procesos epistemológicos al concebir y producir textos. El significado, fundamento de la díada estructural, deviene discurso.
Ya fuera (y de cierto modo dentro) del mecanismo inmanente de la textualidad, se produce la transformación más radical: al situar al sujeto en el nivel del discurso, se lo postula como una entidad no-trascendente, material, un relato producido por las formas del lenguaje, cuya aprehensión es un resultado de su capacidad comunicativa y, a su vez, de la lectura de esta (Lacan: 313).
La destitución de la metáfora, en cuanto mecanismo dominante del psicoanálisis y, por lo tanto, de una forma de la institucionalidad, es un modo de obliterar las posiciones de lectura identificativas, unívocas, que vehiculizan el germen metafísico. La dirección del eje de lectura varía desde el eje paradigmático hacia la sintagmática de contigüidades que se equiparan a la historia.
Si la deconstrucción pone énfasis en los materiales discursivos, en la signicidad del significado, anulándolo de esta forma; el psicoanálisis lacaniano sitúa al sujeto a modo de material sígnico en el proceso de contigüidades metonímicas, vale decir, en el relato y, por extensión, en la historia.
Solo a través de la presencia del lenguaje en el sujeto y del sujeto en el lenguaje pueden ser leídos los síntomas de ambos en el relato de la historia. Cada uno de los términos opera en el mismo nivel, es decir, sígnicamente inscrito en el signo.
La implicancia directa de esta concepción es que las interpretaciones adquieren una posición dentro de la historia: se hacen contingentes. El sujeto de enunciación se sitúa dentro de un campo discursivo, por lo tanto, configura una serie de tensiones políticas, genéricas, económicas, al fin y al cabo, culturales.
Obviar esta dialéctica se transforma en un gesto velada y responsablemente político: la forma más sucia de militancia. La lectura estética e inmanentista -que esconde una ética dominante- es el instrumento tópico en la historia de estas metodologías. Este es mi motivo en la disputa de cuerpos.
La crítica, si bien varía los métodos de enfoque y se vuelve hacia el culturalismo, reproduce, al no marcar la contingencia de su discurso, los territorios cartografiados por la epistemología de la dominación. La pregunta primordial es qué (des)instalo (contra quién hablo).
Un objeto de análisis, por muy antiguo que parezca, produce una masa crítica que, al marcar los cambios de nivel que ocurren en la historia, engarza con el contexto de enunciación y fractura el consenso. Al fin y al cabo, no se trata de conocimiento, sino de producción de discursos, relatos, ficciones. En este sentido, la crítica apolítica puede ser leída desde su negatividad (Adorno), desde su carencia (Lacan): si oculta su mano, si esconde su cuerpo o es oficial y militante o está sitiada.

Sobre Huidobro y las vanguardias de Ana Pizarro
Pizarro, en su texto, abandona el juicio estético común para permitirle al texto insertarse dentro de la historia. Según la autora, la textualidad de la poética de Huidobro solo es posible en el marco de la revolución moderna y su fuerte énfasis en la técnica. En este sentido, su poesía es el producto de la asimilación del modelo cultural Europeo a través del prisma de articulaciones seriales que permite Latinoamérica.
En nuestro continente, convive una variedad de tiempos que descentran el modelo de Modernidad extranjero y lo sitúan en un lugar de enunciación heterogéneo: junto al capitalismo, el pensamiento mítico comunitario; junto al desarrollo violento de las grandes urbes (Sao Paulo, Buenos Aires y, en menor medida, Santiago), las posiciones regionales.
Esta tesis ubica al autor en el espacio de la oligarquía, que asume el discurso externo e intenta implantarlo dentro de un territorio propio con una fuerte condicionante: una clase dominante ligada a la tierra, una burguesía terrateniente no industrializada.
En este sentido, el texto de Huidobro somatiza el relato histórico y ubica la escritura en una línea discursiva política. De esta manera, es posible rastrear las huellas a través de las cuales una ideología se promociona.
La modernidad, el capital y la técnica a traviesan el texto y lo instrumentalizan. Lo que la lectura tópica del Creacionismo resalta es su pulsión estética que, de cierto modo, anula las extensiones prácticas del discurso y, aparentemente, lo neutraliza. La estetización de las interpretaciones no marca las condicionantes ideológicas que vehiculiza el texto, y se transforma en un modo de transmisión, de gestión política, mediante el poder simbólico de la textualidad que encarna en el sujeto.
En este sentido, la poesía de Huidobro funciona como un modo de afirmar los modos de operación de la cultura dominante a través de la naturalización de su discurso. El texto poético marca la relación entre dos formas sígnicas: el poema y la historia existen en una mutua construcción y condicionamiento.
El gran relato histórico moderno es cartografiado para marcar su modo operativo a través de los síntomas que produce en la escritura. De esta manera, si en un sentido es absolutamente afirmativo; en otro desinstala lo que promete.
Desde esta perspectiva, su negatividad, su carencia, es la afirmación de la dominancia. El progreso, la relación con la técnica y la máquina, no pueden ser aprehendidos más que en el conjunto de contigüidades que permite el relato. La profusión de imágenes, la sintaxis histórica del texto, es el deseo. De una u otra forma, se pretende construir y completar mediante la ficción el espacio que en la historia se presenta vacío.
Sin embargo, las articulaciones histórico-seriales de Latinoamérica se ubican en la línea de los grandes relatos. Mi crítica al planteamiento de Pizarro es su imposibilidad de rastrear los cambios de nivel que traen el corpus a nuestro contexto. Su utilización del paradigma historiográfico retrae el texto a un cuerpo social anterior y desarticula ciertas formas de resistencia que es urgente instalar en el espacio de la crítica.
El manejo del poder simbólico de las clases dirigentes / dominantes es una variable continua y de cierto modo sistémica; por lo tanto, es una constante metodológica del poder, que se autogestiona concretamente a través de estos procedimientos. No se debe descuidar este aspecto en el campo de producción textual, ya que permite situar discurso y contradiscurso dentro de las prácticas de una cultura.
Posicionar el texto fuera de la contingencia por medio de su filiación con los grandes relatos es un principio metodológico de la academia. Esto implica una pregunta esencial: ¿para quién escribo?
Si decido ubicar mi texto en las órbitas de la oficialidad de los estudios literarios, reproduzco de cierta manera la inmanencia de la literatura, no ya en el plano de una relación de interpretación que se vuelca sobre el texto mismo, sino en el espacio acotado de los grandes (pequeños) grupos de saber: otra forma de endogamia.
El punto coyuntural que permite la apertura y la desarticulación de estas facciones culturales se relaciona con los pequeños relatos, es decir, una crítica con cuerpo que esté dispuesta a transar sus privilegios epistemológicos para acercase a espacios interpretativos aún no textualizados.
En este sentido, mi experiencia con el Creacionismo se relaciona directamente con métodos disciplinarios: se intenta en las instituciones educativas, en las escuelas, escribir sobre el relato de los cuerpos y las subjetividades una nueva épica, la de la Modernidad, a través de la loa de la técnica y el posicionamiento de sus valores, para anular las reacciones críticas ante la imposición de estas prácticas.
No es casual el hecho de que Huidobro se relacione con las Bellas Letras. La estética, premisa fundamental de este modo de comprensión, despolitiza el discurso para generar la ficción de una única función de la literatura mediante la impregnación simbólica que permite la reiteración constante de una lectura.
No basta con disputar el cuerpo textual y postular otra lectura, pues se abandonan los territorios críticos a una forma de epistemología que, debido a su extensión, es gravitante; sino cambiar el eje interpretativo desde los grandes a los pequeños relatos: un hecho micropolítico que permite leer la macropolítica literaria en su instrumentalización como dispositivo fundacional en los procesos identitarios y subjetivos.
¿Cuál es el espacio más extendido de la literatura? La institución en su forma educativa, la escolaridad, las diversas formas de disciplina que articulan la sintaxis del relato de los cuerpos y, a su vez, la historia.
Ubicar los textos en las grandes líneas historiográficas, sean estas o no combativas y resistentes, reproduce la metodología de la grandilocuencia a cargo del saber / poder. Un método operativo para desarticular la división alto / bajo es comenzar a considerar los signos que han sido obliterados de la historia sígnica.
El Huidobro oficial y el no-oficial forman parte de las grandes estructuras de conocimiento: por una parte, la lectura estética, velada y suciamente política; por otra, la resistencia que lo asocia con la falencia del plan modernizador latinoamericano, ligado a la ambigua crítica a la pulsión modernizante de las vanguardias, instalan una pugna entre dos esferas de poder dentro de los mismo planos de saber. En este sentido, el problema no es el canon ni el corpus, sino sus metodologías, que reiteran el mismo gesto hegemónico.
Un cambio operativo de nivel, mediante una transformación en las categorías que conectan un relato con otro, permitiría develar no una interpretación más, sino la función del texto en la cultura.
Si la deconstrucción, el neomarxismo y el psicoanálisis lacaniano han dado cuenta de las grandes luchas entre las macrocategorías epistemológicas, al romper las lecturas referenciales e insertar el texto en el relato de la historia, ahora se hace necesario, para romper los circuitos generales, filiar la textualidad con categorías sígnicas menores que, sin embargo, cumplen una función más transversal en los distintos contextos. En este sentido, establecer una relación entre relato histórico / relato artístico y relato de la subjetividad lectora para vislumbrar en qué medida el cuerpo articula los materiales discursivos que le son presentados.
En el caso de Huidobro, Ana Pizarro esboza, sin llegar a establecer con claridad, estos nexos. Postula la posibilidad ÉPICA de su poesía (en este caso, con un valor positivo). Dentro de este marco, el imaginario poético de Huidobro se relaciona con el gran relato de las naciones modernizadas, en una mimesis constante del desarrollo europeo.
En el micronivel, la autoría abandona el espacio del relato textual para constituir el relato del YO: yo poseo nación / cultura, yo poseo a Huidobro. De esta manera, el imaginario épico encarna. Ya no se trata de una gran construcción, sino del modo en que el relato de la épica moderna promociona la técnica y la propiedad de la autoría en la forma que el sujeto usa para relatarSE. El gran signo de la cultura induce un pequeño signo.
Esto revela una carencia, una forma de negatividad se esboza en la escritura. El sujeto latinoamericano utiliza el texto artístico como un modo de autoafirmación. Frente al vacío (la cultura está afuera: París, Londres, Nueva York), es necesario forjar un París-Londres-Nueva York criollo, un pequeño Buda de le escritura a escala de las grandes urbes.
Los pequeños relatos se constituyen mirando a los grandes relatos. El sujeto aprende el deseo en la disciplina escolar, en la sintaxis histórica, en el conjunto de metonimias que nos obligan a pensar que nuestro minirrelato latinoamericano es una metonimia de la CULTURA: vivimos evocando; nuestra libido está en otra parte.

Las máquinas textuales
El vínculo que permite establecer una relación entre los grandes y los pequeños relatos es el espacio textual de la institución. En este sentido, Huidobro se inserta en el plan de generación de archivo de los sectores oficiales, a través de las políticas educativas que gestionan un valor para el texto. De esta manera, se aprecia una coyuntura que articula un nexo entre los grandes proyectos que instrumentalizan la textualidad y la sintaxis de los pequeños relatos individuales.
La técnica de la vanguardia es un correlato de la incipiente tecnocracia. Mediante una estética de la máquina, se logra promulgar la amabilidad y el deseo por los dispositivos y los procedimientos. No se trata solo de una crítica a la gran oligarquía terrateniente latinoamericana, sino de la instalación de un nuevo sueño.
En este marco, los sectores institucionales generan lecturas de los textos para sustentar un proyecto. La interpretación cumple una función militante: anula la resistencia ante la imposición de una forma política externa.
El gran signo que subyace al relato historiográfico del progreso se disemina a través de una serie de DISCIPLINAS. El saber se transforma en un espacio de normalización, es decir, en un conjunto de aplicaciones parciales para erigir una narrativa funcional enfocada en la producción de mininarrativas de la misma especie.
El macrorrelato maquinal (política, política educativa, políticas culturales) genera dispositivos maquinales que lo sustentan. Los dos signos en relación son las grandes y las pequeñas máquinas productoras.
Los niveles de relación entre la interpretación oficial y no oficial obliteran la contingencia del texto y reproducen el gesto elitista que sitúa la crítica en un espacio neutro, ya que no atraviesen las grandes metodologías del saber y, por lo tanto, no generan una herramienta de aplicación operativa.
Una dislocación del texto es urgente: acudir a él no ya desde su interpretación ingenua y referencial (en esto incluyo la relación directa historia-texto), sino desde la historia del texto inserto en la cultura, sus apropiaciones, sus instalaciones y su modo instrumental en un confrontación directa con el contexto crítico. En este sentido, la crítica asume los grandes y los pequeños relatos en torno a un objeto, que se establecen como un signo histórico, para conectarlos con la discursividad del contexto, variable también histórica, mediada por una serie de cambios de nivel desde un punto anterior hasta el momento en el que emerge la interpretación.
En este punto, se produce un cambio real de paradigma: el objeto de estudio cambia, ya que el texto no funciona en su inmanencia, sino inserto en una gran textualidad que sobrepasa las premisas estéticas de lectura.
La máquina estética es un dispositivo de la máquina de flujos de interés de conformación de subjetividades. Si esta es desarticulada, desaparece también su historia sígnica única y la ilusión del lenguaje como un referente: el texto se politiza; ya no se trata de una relación entre referentes unívocos, sino de una cartografía del uso del signo desde ciertos sectores, desde ciertos lugares de enunciación que defienden sus privilegios.
La episteme deja de ser metafísica: el descubrimiento del saber, fundamento científico que se cuela a los estudios literarios somatizando la hegemonía, se revela como una máquina, es decir, como una construcción histórica, un dispositivo al servicio de un poder de turno que esclerotiza los paradigmas de análisis el riesgo de su inversión política dentro de un proyecto cultural.
Todo este marco es la justificación de una aplicación crítica sobre una interpretación de Huidobro. En este sentido, mi lectura en exergo se debe a la necesidad de rastrear el funcionamiento de un texto inserto en una discursividad.
En este sentido, el texto de Huidobro es una metonimia del sistema de lecturas literarias, cuya función general no se establece en la academia, sino en la educación. Por lo tanto, el texto no solo abandona la lectura inmanente primaria, sino también la lectura acotada por un espacio disciplinario, el de los metalenguajes, enfocado en la producción de microrrelatos que posteriormente escriben una sintaxis histórica general.
Si la disputa de un texto, de un cuerpo textual, lo ubica en otro sector de un archivo ya conocido, es inoperante, pues sus alcances son mínimos. Ahora, si la disputa de este texto amplía el archivo y, a su vez, rompe las premisas metodológicas fundamentales a través de las cuales se conforma, es decir, lo pone en duda; se incluyen otros cuerpos y otros signos fuera de la tópica de interpretación. Esto genera resistencia. El discurso es tamizado, reconstruido, fragmentado, desmentido, por otras voces: ruptura del consenso, del falso dialogismo (formal).
El texto deja de leer valores trascendentes para enfocarse en el proceso que permite crear la ilusión de la existencia de una forma metafísica inmutable: lectura de los procesos de conformación de signos.
Para cerrar, un ejemplo mínimo: el texto de Huidobro si bien cuestiona los valores (ficciones también) de la oligarquía terrateniente, permite la emergencia de otra clase dominante. Esta vez, la burguesía tecnócrata instrumentaliza el texto a través de un corpus crítico (4) y genera una necesidad técnica que encarna en las subjetividades, operación que permite perpetuar los privilegios de clase a través de conformación de un universo simbólico establecido sobre sus propios requerimientos.
Entonces, el proceso de lectura invertido (desde los pequeños signos: la necesidad del artefacto, del posesión técnica) permite leer el gran relato (proyecto país) desde sus síntomas, sus consecuencias (5), para revelar su metodología y proponer una alternativa que escape a las grandes disputas del saber en el espacio que este mismo postula.

 

NOTAS
1. Bourdieu, Pierre. Las reglas del arte. Barcelona: Anagrama, 1995.
2. Huyssen, Andreas. Después de la gran división. Buenos Aires: A. Hidalgo Editora, 2002.
3. Me refiero única y exclusivamente a grandes sujetos a cargo de grandes discursos y pequeños sujetos a cargo de pequeños discursos, además de los productivos traspasos entre uno y otro sector.
4. El sistema es perfecto: debido a la comercialización del sistema educativo, solo pueden acceder a él, en su mayoría, los hijos de esta clase, sector que vehiculiza su ideología a través de formas de escritura.
5. La causalidad también es un relato establecido desde la ciencia: causa – consecuencia conforman una narración que instaura una lógica a través de las contigüidades inscritas / escritas reiteradamente en la historia.
Bibliografía
-Adorno, Theodor. Notas de Literatura. Barcelona: Ariel, 1962: 53-72.
-Bourdieu, Pierre. Las reglas del arte. Barcelona: Anagrama, 1995.
-De Man, Paul. «Intentional Structure of the Romantic Image» en Dowson, Jane and Alice Entwistle. A History of Twentieth-Century British Women’s Poetry. Cambridge: Cambridge University Press, 2005: 414-19.
-Godzich, Wlad. Teoría literaria y crítica de la cultura. Madrid: Frónesis Cátedra Universitat de València, 1998: 9-24.
-Huyssen, Andreas. Después de la gran división. Buenos Aires: A. Hidalgo Editora, 2002.
-Lacan, Jacques. «Metaphor and Metonymy I» y «Metaphor and Metonymy II» en Dowson, Jane and Alice Entwistle. A History of Twentieth-Century British Women’s Poetry. Cambridge: Cambridge University Press, 2005: 318-20.
Pizarro, Ana. Sobre Huidobro y las Vanguardias. Santiago: Instituto de Estudios Avanzados Universidad de Santiago, 1994.
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