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REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
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Traducción en prosa de “El caballero Owain”.

por José Antonio Alonso
Artículo publicado el 18/01/2014

Traducción en prosa:

(Los primeros treinta y dos versos del poema se han perdido)

(…) Y éstos (los irlandeses paganos) vivían en pecado mortal, sin embargo, San Patricio se mostró compasivo a pesar de las ideas paganas que profesaban y de los errores en los que habían incurrido. En numerosas ocasiones trató de inducirlos en sus sermones a que escucharan su consejo y siguiesen a Dios, pero muchos eran los pecados que habían cometido y tomaron por necias sus palabras. Y todos ellos, de común acuerdo, dijeron que ninguno acataría, bajo ningún concepto, sus enseñanzas a menos que éste hiciera que alguien visitara el infierno y trajera información acerca de las penas y sufrimiento infligidas para toda la eternidad a las almas que allí se hallaban. De lo contrario, añadieron, ninguno de ellos se arrepentiría de sus pecados ni abandonaría sus malas acciones. Cuando San Patricio escuchó tales palabras, su corazón se afligió enormemente y por algún tiempo padeció por ello, ayunó, y en oración rogó a Jesucristo para que le permitiese librar a los irlandeses paganos de las ataduras del demonio y hacer que enmendaran sus vidas y creyesen en Dios Omnipotente. Y mientras se encontraba en la iglesia para llevar a cabo sus deberes religiosos, orar y hacer su petición anterior se quedó dormido frente al altar. En su capilla durmió con gran acomodo y soñó, entre muchas otras cosas, que estaba en el cielo. Y mientras dormía le pareció, sin duda alguna, que Jesucristo, que hizo posible nuestra salvación, se acercó a él y le entregó un libro de considerable tamaño que ningún sabio es ni será capaz de escribir jamás. Dicho libro contenía distintos evangelios y versaba sobre el cielo, la tierra, el infierno y el conocimiento secreto de Dios. Después creyó que Dios puso en su mano, allí donde dormía, un hermoso báculo que, según tengo entendido, incluso hasta el día de hoy en Irlanda se le llama el “Báculo de Dios”. Cuando Dios le hizo entrega de tales presentes, a San Patricio le pareció que aquél le condujo desde donde se encontraba hasta un enorme desierto que poseía una espantosa cavidad. Esta cavidad era redonda y negra. En todo el mundo jamás se había visto nada tan horrible. Cuando Patricio vio aquello se turbó profundamente en su sueño. Después Dios Todopoderoso le hizo saber que todo aquél que hubiera actuado contrariamente a la ley de Dios y quisiera arrepentirse, hacer penitencia sin demora y renunciar a sus pecados, debía adentrarse en tal cavidad un día y una noche y padecer allí parte de su penitencia por sus malos actos y de esta manera todos sus pecados le serían perdonados.

Y añadió que si se es poseedor de una gran fe y se mantiene firme en ella, se es bueno y se está libre de culpa sin vacilar en la fe, entonces allí no habrá de permanecerse durante mucho tiempo para ser testigo de los castigos más terribles ni tampoco para padecer aquellos tormentos que son infligidos a las almas que fueron merecedoras de ello en este mundo. Además, dijo que quienes así actúen podrán ser testigos de todos los gozos eternos del paraíso. Cuando Jesús, que es Dios e hizo posible nuestra redención, terminó de hablar y de mostrar a San Patricio con buena disposición de ánimo todo aquel lugar, se alejó de él suavemente y aquél se quedó allí. Cuando San Patricio se despertó de su sueño halló el libro y el báculo otorgados por Dios y los alzó en la mano dando las gracias al Rey Celestial. Después se arrodilló y con la mano levantada agradeció también que Jesucristo hubiera sido enviado para hacerle saber la forma en la que podría poner en el buen camino a las gentes de Irlanda. En aquel lugar hizo edificar sin demora una hermosa abadía en nombre de Dios, San Pedro y Nuestra Señora a fin de que se cantara misa. San Patricio impulsó aquella abadía que, como saben bien los hombres de la comarca, no tiene parangón con ninguna otra. En ella hallan solaz, gozo y felicidad tanto ricos como pobres. San Patricio puso como custodios en aquella abadía a los canónigos de hábito blanco con el fin de que sirviesen a Dios a todas horas y se convirtiesen en hombres santos. Aún puede verse allí el libro y el báculo que Dios entregó a San Patricio. En el extremo este de la abadía se halla, a decir verdad, aquella cavidad cuyo aspecto atemoriza. La cavidad está rodeada de sólidas murallas de piedra que Patricio hizo edificar y su puerta está cerrada a cal y canto con llave y cerrojo. Y podéis estar seguros de que ese mismo lugar constituye la verdadera entrada al Purgatorio de San Patricio pues en el tiempo en el que esta historia sucedió fueron muchos los que visitaron el infierno tal como se cuenta en el relato original, padecieron castigos por sus pecados y regresaron de nuevo en virtud de la gracia de Dios para dar testimonio claramente de los tormentos del infierno de los que habían sido testigos con toda certeza cuando salieron de aquel lugar.

Y sin demora aquellos hablaron claramente también acerca de los gozos que habían contemplado, entre ellos el de los ángeles cantando a Dios Todopoderoso, delicia del paraíso. ¡Que Jesucristo nos lleve a aquel lugar! Cuando los habitantes de Irlanda tuvieron conocimiento de aquellos mismos gozos a través de San Patricio, acudieron a él, fueron bautizados en una pila bautismal y sus pecados les fueron perdonados. Y de este modo todos se hicieron cristianos a través de las enseñanzas de Dios y de las oraciones de Patricio. Ahora, si os place, escuchad mi relato. En tiempos de Stephen, el buen rey que con sabiduría proporcionó orden y estabilidad a Inglaterra en su tiempo, había un caballero que destacaba como un hombre valiente y poderoso. Era conocido, no os miento, allí donde había nacido, como Owain, tal como oiréis. Y bien sabía guerrear, lo que le había convertido, sin duda alguna, en un gran pecador contra su Creador. Un día, al reflexionar acerca de los pecados que había cometido, le invadió un gran temor y pensó que a través de la misericordia de Dios éste no solamente podría dejar de pecar sino que también sus malas acciones del pasado podrían ser absueltas en confesión. Y con la mejor voluntad, cuando se dio la ocasión, se dirigió a ver al obispo de Irlanda que se encontraba en aquella abadía donde estaba situada la cavidad mencionada, a decir verdad, con el fin de recibir el sacramento de la penitencia. Al obispo hizo saber sus pecados y le rogó, por la salvación de Dios, que le confesara y le impusiera una severa penitencia prometiendo, además, no pecar de nuevo nunca más en su vida. Al oír todo aquello el obispo se alegró enormemente y, tras reprenderle por sus pecados, conminó al caballero a hacer penitencia si éste deseaba purgar sus muchos y graves pecados. Entonces respondió así el caballero Owain: “Haré de buen grado todo lo que Dios me ordene. Incluso, si así lo dispone, me adentraré en el Purgatorio de San Patricio”. Pero el obispo dijo: “¡De ninguna manera, amigo Owain! Tal penitencia no llevaréis a cabo”. Y hablándole de los padecimientos de aquel lugar le instó a que evitase sus peligros y escogiera otra penitencia que le permitiera enmendar sus pecados. Nada de lo que dijo el obispo sirvió para persuadir al caballero de su propósito. Éste no renunciaría a la penitencia escogida con el fin de salvar su alma. Entonces el obispo lo condujo a la santa iglesia para llevar a cabo sus tareas sagradas y enseñarle la verdadera ley. El caballero estuvo, y doy fe de ello, quince días en aflicción, ayunando y rezando. Al cabo de este tiempo, el prior en procesión, con una cruz y un estandarte, le acompañó hasta la cavidad. El prior le dijo: “Caballero Owain, esta es la puerta por la que tenéis que entrar. Seguid todo recto y cuando hayáis caminado un tanto y hayáis dejado atrás la luz del día, manteneos directamente hacia el norte. De este modo os adentraréis en el interior de la tierra y pronto seguramente habréis de hallar un enorme campo y en él una mansión de piedra poco iluminada. Desconozco otra igual en el mundo. Y ya no habréis de encontrar más luz que cuando el sol se desplaza lentamente en invierno, eso es seguro. A aquella mansión os dirigiréis y permaneceréis allí hasta que vengan aquellos que os habrán de dar consuelo. Trece hombres, como cuenta el relato, todos siervos de Dios, acudirán a vos para aconsejaros sin pérdida de tiempo acerca del mejor modo de conduciros a través del purgatorio”. Seguidamente, el prior y sus acompañantes le encomendaron a Dios y el caballero se puso en marcha. Al cerrarse la puerta, éste caminó hasta llegar al campo donde se encontraba la mansión de piedra.

La mansión estaba tan magníficamente construida que era imposible que ningún mortal pudiera haberla edificado. Las columnas estaban muy separadas entre sí. El caballero se maravilló por haber hallado una mansión como esa abierta de par en par en aquella tierra. Y cuando estuvo largo rato examinándola desde el exterior, se dispuso a entrar en ella y hacia él acudieron trece hombres sabios vestidos con un hábito blanco. Sus cabezas habían sido rasuradas y mostraban su tonsura. El superior de aquellos hombres, que iba al frente de todos ellos, saludó al caballero. Y sentándose, como dice el libro (original), acercó para sí al caballero Owain con el fin de aconsejarle: “Querido hermano, como ya hice con muchos otros que tomaron este mismo camino, os aconsejo que tengáis fe y que, sin vacilación alguna, toméis a Dios como vuestro único guía doctrinal porque tan pronto como nos marchemos veréis aparecer a mil demonios o quizá, muchos más, que os acosarán. Y cuidado, tened presente esto que os digo, si hacéis caso de lo que os digan, perderéis vuestra alma. Tened a Dios en vuestro corazón y pensad en las dolorosas heridas que sufrió por vos. Y a menos que hagáis lo que os digo, iréis al infierno donde perderéis vuestro cuerpo y alma para siempre. Pronunciad el sublime nombre de Dios y los demonios nada os harán”. Y cuando aquellos hombres terminaron de aconsejar al caballero, éste, que ya no podía permanecer en la mansión por más tiempo, se marchó de allí. El prior y sus acompañantes le encomendaron a Dios y se marcharon con buena disposición de ánimo. Owain salió de la mansión con temor, comenzó a llamar a Dios en voz alta y a hacer sus oraciones. Ciertamente poco tiempo después escuchó un grito lastimero que lo atemorizó hasta los huesos. Un grito así no surgiría ni aunque el mundo se desplomase desde el firmamento a la tierra. Y cuando su temor se desvaneció tras el grito, un enorme grupo de unos mil demonios de horrible aspecto rodeó al caballero y le hizo entrar en la mansión. Los demonios dieron vueltas en torno al caballero mientras le gruñían, le acosaban sin cesar y le decían que habían venido de pies a cabeza a por él para llevarlo a disfrutar del infierno para toda la eternidad. El caudillo de todos ellos se hincó de rodillas y comenzó a decir: “Habéis venido a sufrir tormentos con el fin de evitar condenaros por vuestros pecados, pero de nada os servirá, pues vais a sufrir horribles, espantosos y muy crueles castigos por vuestros pecados capitales. Sufriréis como nunca en nuestro baile en cuanto empecemos a tocar la música”. “Sin embargo”, dijeron los demonios, “si seguís nuestro consejo, puesto que nos sois querido y de gran valor, en compañía de nuestros camaradas os llevaremos con suma delicadeza allí de donde partisteis junto al prior. De lo contrario, os haremos saber que durante muchos años nos servisteis con vuestra soberbia y lujuria. Hemos llegado a conoceros tan bien que todos nosotros habremos de clavaros nuestros ganchos”. El caballero dijo que no haría tal. “Rechazo vuestro consejo. Aceptaré mi penitencia”. Cuando los demonios escucharon tales palabras, comenzaron a hacer un gran fuego en mitad de la mansión.

Los demonios le ataron con fuerza pies y manos y le arrojaron en mitad del fuego, pero Owain llamó a nuestro Señor. En seguida el fuego fue apagado y en él no quedaron ni ascuas ni chispas en virtud de la gracia de Dios Todopoderoso. Y cuando el caballero fue testigo de lo sucedido, se sintió mucho más seguro y bien comprendió que todo había sido un engaño de los demonios con el fin de tentar su corazón. Los demonios salieron de la mansión y se llevaron consigo al caballero hacia una tierra yerma llena de aspereza donde no había sino hambre, sed y frío y donde no vio erguirse ningún árbol. Sin embargo, tuvo que hacer frente a un viento frío que apenas podía escucharse y que en aquellas regiones soplaba dejándose sentir con fiereza. Al cabo de un tiempo prolongado, los demonios lo condujeron a un ancho valle. Entonces pensó el caballero que había hallado la sima más profunda del infierno. Cuando se acercó más a aquel lugar, pronto levantó la vista y se dio cuenta de la dificultad de proseguir por él al escuchar gritos y lamentos. Allí divisó a hombres y mujeres desnudos, cubiertos con infinidad de heridas y atados con cadenas que yacían en la tierra gritando debido al sufrimiento que padecían: “¡Ay, Ay!”. Pronto comenzaron a chillar y a lamentarse diciendo: “¡Ay! ¡Piedad, Piedad! ¡Piedad, Dios Todopoderoso!”. Pero en verdad, no hallaron piedad ninguna excepto pesadumbre en sus corazones y rechinar de dientes. Qué visión tan espantosa aquella. Esos mismos castigos están destinados para el horrible pecado de la pereza, tal como puede leerse en el relato original. Aquel que sea indolente en sus deberes con Dios, ya puede temer ese mismo castigo en el purgatorio. Este fue de hecho el primer tormento que los demonios hicieron contemplar al caballero Owain a fin de afligirlo con severidad. Tras la visión de dicho tormento los demonios lo llevaron a ver el sufrimiento de otros hombres y mujeres que gritaban y se lamentaban por su pérfida conducta. Aquellas almas yacían, a diferencia de las anteriores como os conté antes, boca arriba. Sus pies, manos y cabezas habían sido clavados en aquella ocasión a la tierra con clavos ardientes. Owain pudo ver en aquel lugar que encima de ellos se sentaban horrendos dragones de fuego. En verdad es imposible escapar de tales tormentos. Encima de algunas almas había sapos negros, tritones, culebras y serpientes que las mordían en las espaldas y en los costados como castigo por haber pecado de gula. ¡Por el amor de Dios!, cuidado, pues aquellas alimañas corren a toda prisa de arriba abajo! Después pensó que como un fiero castigo vino del cielo un viento frío y amargo que, resoplando con fuerza, hizo tambalear violentamente a todas las almas que se hallaban en el purgatorio.

Los demonios saltaron sobre ellas allí y con sus ganchos empezaron a desgarrarlas por todas partes. Las almas comenzaron a gritar con desesperación. Aquel que se deje arrastrar por la lujuria, ya sea hombre o mujer, hallará su morada en aquel lugar. Los demonios le dijeron al caballero: “Sin duda alguna habéis pecado en exceso de lujuria y también de gula por lo que os vamos a someter a este castigo a menos que deis media vuelta y volváis por donde habéis venido”. Owain dijo: “Nada de eso, Satán! Seguiré adelante con la gracia de Dios Todopoderoso”. Los demonios le cogieron entonces, pero él llamó a Dios Omnipotente y los demonios perdieron todo su poder. Éstos lo llevaron seguidamente hacia un lugar donde los hombres jamás habían hecho el bien sino el mal. ¡Escuchad ahora y callad! En este cuarto campo no había más que castigos. Algunos colgaban de los pies con ganchos de hierro ardientes, otros del cuello y otros de la barriga y de la espalda. El resto, según creo, colgaba de muchas otras maneras. También estaban las almas que habían sido arrojadas a una caldera hirviente que contenía plomo fundido y azufre y las que colgaban de la lengua. Nada podían decir excepto proferir gemidos lastimeros, tanto era su sufrimiento. Algunos yacían en parrillas que ardían encima del fuego. Bien sabía Owain que un conocido suyo una vez sufrió allí su penitencia. ¡Cómo cambió entonces por completo el color de su rostro! Un fuego ardiente, que quemaba todo a su paso, envolvió a más de diez mil almas. Aquellos que colgaban de los pies y del cuello eran ladrones y sus cómplices que habían causado mucho sufrimiento. Y aquellos que colgaban de la lengua lanzaban gritos lastimeros como canción y gritaban con mucha fuerza. Se trataba de almas que en vida habían sido grandes murmuradores. De modo que, cuidado, hombre y mujer, con querer murmurar. Todos los lugares que visitó el caballero formaban parte del purgatorio y allí se castigaba a las almas por sus pecados. Todo aquel que esté dispuesto a jurar por las reliquias sagradas y de falso testimonio, ya sabe cuáles han de ser sus castigos en el purgatorio. Poco después, Owain fue testigo de una enorme y espantosa rueda con ganchos que giraba y quemaba como un hierro de marcar. De la rueda pendían más de cien mil almas que los demonios habían colocado allí. El relato original dice que el caballero Owain no puedo reconocer a nadie entre ellas debido a la rapidez con que los demonios hacían girar la rueda. De la tierra surgió un rayo de fuego azul que despedía un olor nauseabundo que comenzó a dar vueltas alrededor de la rueda quemando a las almas hasta reducirlas a un polvo muy fino. Esta rueda que gira y gira sin cesar está destinada a castigar el pecado de la avaricia que tanto reina en estos tiempos. Los avariciosos parecen no tener suficiente oro, plata y tierras hasta que la muerte los hace desplomarse. Los demonios le dijeron al caballero: “Sin duda alguna, vos habéis sido avaricioso al desear obtener tierras y naciones, de modo que seréis colocado en esta rueda a menos que regreséis a vuestro propio país”.

Pero como el caballero rechazó su propuesta, los demonios le cogieron, le arrojaron en medio de la rueda que giraba, le ataron a ella con fuerza y comenzaron a chillar espantosamente. Entonces cuando los ganchos comenzaron a desgarrarlo y el intenso fuego a quemarlo pensó en Jesucristo. Un ángel apareció y le sacó de la rueda y ninguno de los demonios que allí se encontraba pudo causarle ningún daño. Éstos lo llevaron lejos de aquel lugar con gran violencia hasta que llegaron a una montaña tan roja como la sangre. En la montaña había hombres y mujeres que, según pensó el caballero, estaban allí para sufrir pues gritaban como locos. Los demonios le dijeron así al caballero: “Os causa sorpresa ver a esos hombres que se lamentan. Ellos merecieron la venganza de Dios y pronto beberán una bebida que nada bueno les causará”. Tan pronto terminó de decir esto mismo el demonio que habló, tal como está registrado en la historia original, se levantó una fuente racha de viento que levantó a los demonios, a las almas y al caballero hasta el firmamento y a Owain arrojó después, como si se tratara de un proyectil de una catapulta, a un río pestilente e ígneo que estaba situado debajo de la montaña. Las aguas del río estaban tan frías como el hielo. El sufrimiento que padeció en seguida el caballero nadie puede describir con palabras. San Owain permaneció en el agua empapado y allí tanta fue su locura y desmayo que a punto estuvo de no proseguir su empresa, pero tan pronto como pensó en Dios, el caballero fue sacado del agua y puesto en tierra. Ese mismo castigo, según tengo entendido, está destinado para la malevolencia y el deseo de hacer daño y para quienes hicieron el mal en vida. ¡Qué salvaje fue la racha de viento que arrojó a Owain al río pestilente! ¡Os lo advierto, hombres y mujeres, tened cuidado! Los demonios entonces se llevaron de nuevo al caballero con rapidez hasta que llegaron a una mansión. Otra igual no había visto jamás Owain. De la misma emanaba un fuerte calor que hizo sudar al caballero. Éste fue testigo, además, de un espantoso humo. Owain se dirigió hacia ella. Cuando los demonios se dieron cuenta de ello se pusieron lívidos. “¡Regresad!”, gritaron, “o moriréis a menos que deis la vuelta”. Y cuando Owain llegó a la puerta de la mansión se dio cuenta de que no había visto ni la mitad de las torturas. La mansión estaba plagada de tormentos. Los que habitaban aquella fortaleza no sabían lo que era la felicidad. En el suelo de la mansión podían verse fosos redondos de todos los tamaños llenos hasta los bordes de latón, cobre y otros metales además de azufre fundido. Los hombres y mujeres que allí se hallaban vociferaban y gritaban enloquecidos por causa de sus pecados capitales. Algunos estaban sumergidos hasta el ombligo, otros hasta la barbilla y algunas mujeres hasta los pechos.

El fuerte calor era el tormento aplicado a aquellos hombres y mujeres por sus pecados. Algunos llevaban faltriqueras alrededor del cuello llenas de monedas ardientes que constituían su sustento. Se trataba de gentes que fueron usureros en vida. ¡Tened cuidado, por lo tanto, hombres y mujeres, que os entregáis a tal pecado! Y muchas de esas almas yacían erguidas allí con otros malhechores y gentes de mal vivir arrojados en aquel lugar por los demonios. Los demonios le dijeron al caballero: “Debéis bañaros y lavaros en este lugar por un tiempo antes de que sigáis adelante por haber prestado dinero y por vuestros otros pecados. Owain tuvo miedo de ese tormento e invocó a Dios Todopoderoso y a su madre María. En seguida fue sacado de aquella mansión, de los tormentos y de todos los demonios. Luego se puso a llorar amargamente. Y en seguida el caballero se percató de una fuerte e intensa llamarada de fuego que brotaba de la tierra como si fuera carbón y brea. Cuánto pavor sintió el caballero. Aquel fuego que abrasaba a las almas tenía siete colores diferentes: A veces era amarillo y verde y otras veces, negro y azul. Aquellas almas que estaban dentro del fuego sufrían gran pesar. Algunas de ellas parecían como si hubieran visto una culebra. Los demonios cogieron al caballero, lo llevaron hasta el foso y le dijeron con sus propias palabras: “Ahora, Owain, podéis estar tranquilo pues con nuestros hermanos iréis al foso del infierno. Éstos que veis aquí son nuestras aves que están en nuestra jaula y este lugar es nuestro jardín y la torre de nuestro castillo. ¿De verdad creéis, Señor caballero, que los que aquí han sido traídos padecen como han de padecer? Ahora volveos por donde habéis venido antes de que sea tarde y antes de que os hagamos entrar por la puerta del infierno. Nada os librará de ello: ni vuestros chillidos, ni vuestros gritos, ni vuestras invocaciones a María ni ninguna otra estratagema que valga”. El caballero no atendió el consejo de los demonios y éstos, como dice el libro original, lo ataron fuertemente y lo arrojaron a aquella prisión llena de maldad, nauseabunda y oscura situada en las profundidades. La profundidad del lugar al que habían arrojado a Owain hacía que el fuego, que comenzó a sentir con gran dolor, fuera más intenso y durase más tiempo. Pero llamó a Dios Todopoderoso con buena voluntad y corazón firme para que le librase de aquel tormento. Y del foso fue liberado, de otro modo se hubiese condenado hasta el fin de sus días. Ese mismo tormento del que os hablo y que ha de durar eternamente está destinado para el terrible pecado de la soberbia. Junto al foso vio y escuchó cómo Dios Todopoderoso le había protegido. Sus vestiduras estaban todas desgarradas y su cuerpo había sufrido grandes quemaduras. No podía continuar la marcha. Miró a su alrededor y le pareció que se encontraba en un país extraño.

Entonces el rostro y el aspecto de Owain cambiaron. Aunque no reconoció a nadie allí vio a muchos demonios. Algunos tenían sesenta ojos y otros, sesenta manos. Tenían una forma horrible y espantosa. Los demonios le dijeron: “No estaréis sólo. Nos tendréis a vuestra disposición para serviros y enseñaros nuevas leyes como las que aprendisteis antes en el lugar donde estuvisteis entre nuestros hermanos”. Los demonios cogieron al caballero y lo llevaron a unas aguas pestilentes. Aguas como aquellas no había visto jamás. Su olor era más nauseabundo que cualquier can. Las aguas se hallaban a una enorme distancia de la tierra y eran tan negras como la brea. En lo alto Owain pudo contemplar suspendido un puente sólido y estrecho. Los demonios le dijeron: “Prestad atención, Señor caballero, veis aquello? Se trata del puente que conduce al paraíso y que vos debéis cruzar. Sin embargo, nosotros os arrojaremos piedras, el viento soplará sobre vos y os causará un gran mal. Por nada del mundo cruzaréis aquel puente pues antes caeréis hacia donde se hallan otros hermanos nuestros. Y cuando os hayáis caído del puente, entonces todos nuestros hermanos os decapitarán con sus ganchos. Nos habéis servido durante tanto tiempo que os enseñaremos un nuevo juego y os conduciremos al infierno”. Owain contempló el peligroso puente. Las aguas que estaban debajo de éste eran negras y oscuras y el caballero comenzó a padecer un gran temor. El puente era, además de estrecho, tan elevado como una torre y tan afilado como una cuchilla. Y como las aguas que permanecían debajo del puente ardían debido a los rayos y los truenos, Owain pensó que sería muy difícil el poder cruzarlo. No hay sabio que pueda escribir, ni hombre que pueda imaginar, ni maestro divino que pueda descubrir en verdad ni la mitad de los tormentos que se hallan debajo del puente que conduce al paraíso. El dominical nos dice que (debajo del puente) se encuentra la verdadera entrada al infierno. San Pablo es testigo de ello. Aquél que caiga de ese puente no podrá salvarse jamás. Los demonios le dijeron entonces al caballero: “De ningún modo tenéis porqué cruzar el puente. Huid de la pesadumbre y del dolor y volved al lugar del que venís. Muy gustosos os conduciremos allí.” Owain comenzó a pensar en cómo Dios le había salvado de muchas de las tretas de los demonios de manera que puso sus pies en el puente sin sentir sus bordes afilados ni tener miedo de nada. Cuando los demonios vieron entonces que había recorrido más de la mitad del puente, comenzaron a gritar con fuerza: “¡Ay, ay, maldito el día en que nació! Ya se nos ha escapado el caballero de nuestra prisión”.

Cuando Owain terminó de cruzar el puente, éste agradeció a Dios Todopoderoso y a su madre María por haberle enviado la gracia de liberarlo de sus tormentos y conducido a un lugar mejor. El caballero tomó una túnica de oro que, sin saber éste muy bien cómo, Dios le había enviado. Se puso la túnica y todas sus quemaduras anteriores fueron curadas. Agradeció a Dios en la Trinidad y posteriormente miró hacia adelante y le pareció ver una muralla de piedra. Trató de fijarse en ella con detalle y no vio el final de la misma. Resplandecía como si hubiera sido construida de oro rojo. Además, Owain contempló una puerta hecha por completo de la nada por Dios. Una puerta así jamás podría haberse construido en el mundo. Ésta no estaba hecha ni de madera ni de acero sino con oro rojo y piedras preciosas tales como jaspes, topacios, cristales, perlas, coral, ricos zafiros, rubíes, celadón, ónice, calcedonia y muchos otros diamantes. Estas mismas piedras preciosas estaban incrustadas en riquísimos tabernáculos construidos con columnas hermosas y delicadas, con arcos inclinados revestidos con carbúnculos y nudos de oro rojo y con pináculos de cristal. Debido a que nuestro Salvador es más diestro que cualquier orfebre o pintor que habite en la tierra, las puertas del paraíso, sin ninguna duda, han sido forjadas, como sabéis, con más riquezas que cualquiera otra. Al abrirse las puertas por sí mismas, brotó del lugar un aroma parecido a un bálsamo. Su dulzura verdaderamente proporcionó un vigor tan grande al caballero, como podréis escuchar a continuación, que éste pensó que sería capaz de padecer mil veces toda suerte de dolor y sufrimiento y volver a luchar nuevamente, renovado por completo de aquel lugar, contra todos los demonios que habitan en el lugar de donde vino. El caballero se acercó a la puerta y vio venir en procesión a muchas personas con velas y portavelas de oro, con cruces y estandartes. En el mundo sería difícil hallar una procesión más bella que aquella. En la procesión había papas revestidos de una gran dignidad, muchos cardenales, reyes y reinas, caballeros, abades y priores, monjes, canónigos, frailes predicadores y obispos que portaban cruces, frailes menores, carmelitas, agustinos y monjas vestidas con hábito blanco y negro. En la procesión caminaban toda clase de religiosos que habían tomado el hábito incluyendo hombres y mujeres que se habían acogido al santo sacramento del matrimonio. Todos ellos dieron las gracias a Dios por haber liberado al caballero de los tormentos de los demonios y haberlo conducido sano y salvo hasta aquel lugar. Y cuando los hombres y las mujeres de la procesión dejaron de entonar sus cánticos, dos arzobispos que portaban palmas de oro se acercaron al caballero y le asieron entre los dos con el fin de mostrarle aquella parte del paraíso y enseñarle delicias más asombrosas. Los cánticos de sus habitantes, que no tenían pecado alguno, eran alegres. Allí no había más que gozo y canciones.

Aquellas personas continuaron cantando en procesión. Su dicha nadie podría describir. Sus cánticos hablaban de Dios. Y los ángeles los acompañaban como guías tocando alegremente arpas, violines, salterios y campanas. Solamente quien estuviera limpio de todo pecado podía cantar en la procesión. Ruego a Dios, por sus heridas y su madre María, que nos permita la gracia de cantar en aquella morada. Aquel gozo, como podéis comprobar, está destinado a quienes profesen amor y caridad hacia Dios y la humanidad. Aquellos que destierren el amor terrenal y amen a Dios en la Trinidad podrán cantar allí. Pero Owain fue testigo de muchas otras delicias en el paraíso tales como árboles elevados de abundantes ramas en las que estaban posadas las aves celestiales, las cuales comenzaban a cantar con alegría y en diferentes tonos: bajo, mediano y alto. El canto de las aves hizo pensar al caballero que bien podría vivir en aquel lugar hasta el fin del mundo. También contempló el árbol de la vida, ese mismo árbol que propició la caída al infierno de Adán y su esposa. Qué hermosos eran los jardines del paraíso con sus flores (y plantas) de distintos colores. Owain vio rosas, azucenas, prímulas, vincapervincas, plantas de menta, crisantemos, escaramujos, aguileñas y muchas otras flores (y plantas) que se pudiera imaginar. Allí existen variedades de plantas que son diferentes de las que crecen en la tierra, que son de menor valor. Aquellas brotan siempre verdes y lozanas y son más dulces que el licor, pues en el paraíso el invierno no somete nunca al verano. El agua de los manantiales de aquel lugar es más dulce que cualquier otra bebida. Sin embargo, hay uno en particular que vio Owain que es de gran valor y que parte de los cuatro arroyos del paraíso. A ese arroyo se le llama Pisón. Es resplandeciente porque en su interior puede hallarse oro. Al segundo arroyo se le llama con toda certeza Gihón y es de mucho más valor (que el anterior) por las piedras que hay en su fondo. El tercer arroyo, que fluye con rapidez, se llama, no os miento, Éufrates. El cuarto arroyo se llama Tigris y en el mundo no hay otro que albergue piedras tan brillantes. Aquel que guste vivir en la pureza podrá gozar de tales delicias en el paraíso. Esta bella visión y muchas otras vio el caballero bajo la gloria de Dios en las alturas. ¡Bendito sea! Owain vio almas que permanecían solas y otras que estaban en grupos de diez y doce. Al final todas se juntaban con el fin de disfrutar en compañía como suele hacerse entre hermanos. Entre aquellas almas algunas vestían de rojo escarlata, otras estaban ataviadas con vestiduras de púrpura, otras con seda tejida en oro, y otras con ropajes punteados en oro. El sacerdote que oficiaba la misa vestía con casulla y alba.

El caballero bien sabía por las vestiduras de aquellas almas cual era su condición y qué actos habían llevado a cabo en vida. Deseo hacer una comparación que viene bien al caso aquí. Pensad en las estrellas claras. Algunas son más resplandecientes y poseen mayor poder que otras (tres). Así son los gozos del paraíso. No todas las almas disfrutan de los mismos gozos. Aquella que disfruta del gozo más pequeño piensa que disfruta del mayor de ellos y lo considera el mejor. Los obispos se acercaron de nuevo al caballero y lo tomaron entre sí, le hicieron recorrer (nuevas partes) del paraíso y le dijeron: “Hermano, ¡qué Dios sea alabado!, hemos cumplido vuestro deseo. Ahora escuchadnos. Vos habéis sido testigo de los gozos y de los tormentos: ¡Que la gracia de Dios sea alabada! Ahora os hablaremos, como mejor podamos, del camino que tomasteis antes de venir aquí. A esa tierra llena de pesar por la mañana y por la noche que tuvisteis que atravesar (y en la que padecisteis dolor y sufrimiento), los hombres dan el nombre de purgatorio. Y esta tierra tan ancha, grande y espaciosa y llena de dicha en la que estáis y en la que habéis visto tantos gozos se llama, sin duda alguna, paraíso. Nadie podrá entrar en este lugar hasta que se haya purgado y purificado de sus pecados”. El obispo que hablaba continuó: “Algunas veces entre diez y entre doce conducimos a quien sea merecedor de ello a los gozos del paraíso. Algunas almas están tan atadas al purgatorio que jamás sabrán cuánto tiempo han de permanecer allí padeciendo el calor de aquel lugar. Pero si sus amigos hacen el bien como deben, encargan misas en la tierra o dan limosnas a los más menesterosos, antes escaparán de su sufrimiento para entrar en el paraíso, donde hay gozo y felicidad eternas, y vivir aquí en paz. Y así como esas almas salen rápidamente del purgatorio, así nosotros ascendemos (desde el paraíso terrenal) a la gloria de Dios, al Reino que está en lo alto, es decir, al paraíso celestial. Allí, donde no hay gozo igual, sólo van los cristianos. Cuando se sale del fuego del purgatorio, lugar en el que hay que permanecer antes de llegar aquí, es necesario estar durante mucho tiempo (en el paraíso terrenal) antes de salir de aquí en seguida. No obstante, en este lugar no podemos contemplar el rostro de Dios ni tampoco podemos quedarnos aquí para siempre. Os pongo como ejemplo a un niño que nació anoche. Antes de que su alma viniera aquí, escapó de las penas del purgatorio. No es el caso de aquél que es viejo, que ha de padecer intensas y duras penas por haber sido muchos sus pecados en vida”.

Después prosiguieron su viaje hasta que vieron una montaña muy elevada en la que había todo tipo de juegos y regocijo. Y tanto caminaron que llegaron a su cima para ver los gozos que allí había. Entre sus muchos gozos eternos pudieron escuchar el canto de toda clase de aves. En verdad hay más gozo en el pico de un ave que en un arpa, violín o crota (20) hallado en tierra o en el mar. Aquella tierra, que se halla en el mundo, se llama paraíso terrenal. La otra, que constituye el Reino de Dios, es el paraíso (celestial), donde sus gozos no tienen paragón y está situada en lo alto. En aquella tierra, que está situada aquí en el mundo y de la que os he hablado en este poema, se hallaba Owain, que es la misma tierra que perdió Adán, pues si éste se hubiera mostrado más firme y hubiera cumplido la voluntad de Dios, algo que no hizo, ni él ni su progenie hubieran perdido los gozos del paraíso. Pero dado que él incumplió los designios divinos tan pronto, Dios le hizo cavar muchas veces en una zanja con pico y pala con el fin de que éste pudiera sostenerse a sí mismo y a su mujer. Dios se enfadó tanto con él que le despojó de toda vestidura dejándole tan sólo la hoja de un árbol. Y de este modo, desnudo, caminó y permaneció. Escuchad todos, si no estáis locos, seguid el consejo (divino). Después vino un ángel con una espada de fuego y una mirada y rostro ceñudos que los atemorizó. El ángel los condujo a la tierra para que vivieran allí para siempre con pesadumbre y aflicción. Y cuando murió Adán, éste fue al infierno, así como todos los que vinieron después de él, hasta que nació el Hijo de Dios y sufrió la Pasión en la cruz y lo liberó de aquella prisión. De otro modo Adán (y el resto de la humanidad) se hubiera condenado para toda la eternidad. David habla en el Salterio de algo que viene al caso aquí. Habla de Dios en la Trinidad y de hombres de alto estado y dignidad que no honran a su Creador. Todos aquellos que están ligados a Adán y que han pecado aquí en la tierra (faltan los versos 1059-1070).

(La estrofa 179 está incompleta y sus versos no tienen mucho sentido: (…) En las penas del purgatorio; y si no le ocurre algo mejor, el Día del Juicio estará en equilibrio con respecto a Dios en la gloria). Los obispos ordenaron al caballero que les dijese que el cielo era blanco o gris, azul, rojo, amarillo o verde. A lo que el caballero respondió: “Sin duda alguna os diré mi opinión. Creo que a la vista es mil veces más resplandeciente que el oro”. “Sí”, contestó el obispo al caballero. “Aquel lugar tan brillante no es sino la entrada (al cielo). Y cada día nos dirigimos a su puerta una vez para deleitarnos con una comida que nos reconforta: una dulce porción de todo bien que constituye el alimento de nuestra alma. Esperad y nos creeréis.” En seguida se percató el caballero de una llama de fuego que brotó y cayó de la puerta del cielo y le pareció, de cerca y de lejos, que volaba por todo el paraíso (terrenal) esparciendo un dulce aroma. En aquel mismo lugar el Espíritu Santo en forma de fuego descendió sobre el caballero y en virtud de su luz él perdió todos sus poderes terrenales. Después agradeció la gracia de Dios. Y de este modo le dijo el obispo al caballero: “Dios nos alimenta cada día con su pan pero aún así no gozamos por completo de su gracia ni de la contemplación de su rostro como aquellos que moran en las alturas. El gozo de las almas que permanecen en la mesa de Dios durará para siempre. Ahora debéis regresar por vuestra propia cuenta por dónde habéis venido. Y manteneos bien alejado de los pecados capitales para que, por ninguna razón, tengáis que entrar (en el purgatorio). Cuando muráis, los ángeles os conducirán a la dicha eterna”. Entonces lloró San Owain amargamente y pidió a los obispos, por el perdón de Dios, que le dejasen vivir allí para que no tuviera que ser testigo nunca más, como lo había sido antes, de los espantosos tormentos del infierno. Su súplica no le sirvió de nada de manera que se puso en marcha y regresó de nuevo con mucho pesar. En su camino de vuelta por donde vino vio diez mil demonios que huyeron de él como si se tratara del proyectil de una catapulta. Otros demonios no pudieron ni ver ni oír al caballero. Y cuando llegó a la mansión halló en su interior a los trece hombres de la ocasión anterior que permanecían frente a él. Todos ellos alzaron las manos y dieron las gracias muchas veces por la ayuda de Jesucristo y le ordenaron que no se demorase y se diera prisa en llegar a Irlanda lo antes posible. Y tal como he leído en el relato original, el prior del purgatorio tuvo esa misma noche una premonición que le avisaba de que Owain había superado todas sus penas y de que éste saldría del purgatorio por la mañana por la gracia de Dios Todopoderoso.

Entonces el prior, acompañado de una procesión que portaba cruces y estandartes, se encaminó en seguida hasta la entrada del purgatorio por la que había accedido el caballero Owain. En la misma puerta fueron testigos de un resplandor de luz que quemaba como el fuego fulgente y en el centro de esa misma luz apareció Owain, el caballero de Dios. Entonces comprendieron claramente que Owain había estado con toda certeza en el paraíso y en el purgatorio y que se trataba de un hombre santo. Le condujeron a la iglesia para que llevase a cabo sus deberes para con Dios. Comenzó a rezar y al final del día décimo quinto, el caballero tomó sin demora el morral y el báculo de peregrino. Entonces buscó ese mismo lugar sagrado donde Jesucristo nos redimió en la cruz en virtud de sus cinco heridas y donde resucitó. ¡Bendito sea! Se marchó a Belén, allí donde nació Dios de María, su madre, al igual que nace la flor de un espino, y desde donde ascendió al cielo. Y cuando Owain regresó a Irlanda tomó el hábito de monje y vivió allí siete años. Y cuando murió se fue derecho, sin duda alguna, a gozar de las delicias del paraíso con la ayuda de la gracia de Dios. Señor, ¡Por el amor de San Owain!, permitid que gocemos de la dicha celestial en lo alto ante su dulce rostro. Amén.

 

EXPLICIT

 

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Un comentario

Una bella y conmovedora historia y un trabajo maravilloso.
Felicitaciones al autor.

Por Adolfo Pardo el día 23/01/2014 a las 23:09. Responder #

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Requerido.

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