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Un Lucifer moderno. Intertexto de Dante en Pears.

por Luis Quintana Tejera
Artículo publicado el 06/08/2015

Los contenidos y referentes de la Comedia de Dante Alighieri han sido recreados y repetidos en numerosas ocasiones a lo largo de la historia del pensamiento humano. Fundamentalmente en el siglo XX varios escritores latinoamericanos quisieron hacer del florentino un obligado punto de referencia —ya sea ésta textual o biográfica— revelando en todo momento una suerte de nostalgia no sólo por la obra en sí misma, sino por el idioma italiano que comenzaba a nacer en ese momento y que de una manera u otra aparecía arraigado a ciertas culturas de América, sobre todo de América del Sur. Este arraigo se presentaba por el camino de la inmigración italiana que fue tan destacada en la zona geográfica ya aludida.

El ejemplo de Jorge Luis Borges es por sí solo suficiente para entender de qué manera las ideas dantescas reaparecían con renovados bríos. En otras latitudes de esta nuestra América la cuentística de Juan José Arreola recogía también marcadas influencias del leitmotiv de la Comedia. [1]

En el siglo XXI un autor norteamericano —Matthew Pearl [2]publica en Seix Barral El Club Dante, novela en la cual descubro dos intenciones prioritarias por lo menos: por un lado, la idea de la poderosa editorial española de hacer de este relato una suerte de Best Sellers que le trajera jugosos dividendos; por otro, los deseos del propio autor de conseguir con materiales antiguos resultados modernos. En relación con la primera intención —la editorial— no es nuevo que una empresa pretenda alcanzar estos logros como lo hiciera Planeta con la abortada novela de Ana Rosa Quintana que reuniera en torno a ella los escándalos mayores de plagio comprobado, y que trajo como consecuencia el desprestigio y deshonor no sólo para la autora, sino también y fundamentalmente para el Grupo Planeta. Probablemente Seix Barral en connivencia con la editorial Planeta Mexicana hayan tenido muy presente el éxito de ventas del Código Da Vinci de Dan Brown —casi simultánea con la de Pears— para concebir idea semejante. Lo que sí estaría en discusión es la notable diferencia entre una obra y otra, así como también la distancia en logros económicos de la una y de la otra.

En cuanto al segundo aspecto, el deseo autoral de reactualizar la obra venerada de fines del medioevo, ha quedado incompleto también, porque la visión que Pears nos da de la Comedia se nos ocurre por momentos excesivamente sui generis por no decir superficial. Además los “misterios” supuestamente descubiertos por Dan Brown en el libro aludido parecen tener mayor público sediento que los contenidos Literarios de la magna obra dantesca; éstos se tornan bastante tediosos para el lector neófito en cuestiones literarias tan especializadas.

De todas formas, tanto Brown como Pears intertextualizan figuras relevantes del ayer —Da Vinci y Alighieri respectivamente—; los dos enormes personajes tienen en común no sólo su nacionalidad globalmente considerada, sino también la época —ambos son figuras del Renacimiento aunque el segundo de ellos aparece apenas en los umbrales de esta corriente— y además los unen sus discrepancias con la Iglesia Romana, las cuales aparecen manifiestas de un modo ejemplar. Al mismo tiempo las obras que se tienen en cuenta de ambos son La Mona Lisa y La Comedia. La ficción literaria parece tener un mayor caldo de cultivo en la obra pictórica que en la escrita y cree descubrir en aquélla mucho más que en ésta, lo cual es tan sólo un problema de perspectiva y enfoque, porque tanto una como otra encierran misterios no revelados aún.

Pero, vayamos por partes, nuestra intención consiste en analizar algunos aspectos del thriller de Pears sin perder de vista los elementos intertextuales en los cuales se apoya.

Se trata de una novela de tema policiaco ambientada en el siglo XIX norteamericano, concretamente cuando ya ha terminado la guerra de Secesión que ensangrentara a este país y enfrentara a los hombrees en lucha fratricida.

Simultáneamente, el escritor recrea un hecho histórico literario que tiene que ver con la primera traducción de la Comedia en lengua inglesa para Norteamérica, y que llevaran a cabo —en proyecto conjunto denominado El Club Dante— los poetas Henry Longfellow, James Russel Lowell, el doctor Oliver Wendell Holmes, el historiador George Washington Greene y el editor James Fields.

El conservadurismo literario que imperaba en los grupos académicos de poder se opuso sistemáticamente a tal proyecto, el cual, a pesar de ello, tuvo éxito gracias al decidido apoyo que diera al trabajo el editor James Fields.

Hasta aquí hemos proporcionado tan sólo referencias que son colaterales al verdadero tema de la novela. En ella hay crímenes cometidos en la hasta ahora tranquila ciudad de Boston por un misterioso asesino que poco a poco se va revelando en extraña conexión con el Club Dante.

Precisamente la novela comienza con el horrible crimen del juez Healey quien ha sido encontrado por una sirvienta en el patio de su casa carcomido por larvas e insectos, vivo y agonizante después de cuatro días de tortura prolongada. En ese mismo lugar se hallaba una improvisada asta de bandera formada por un corto palo y en él un blasón hecho jirones, blanca por ambos lados: “ondeaba impulsada por la brisa imprecisa”. (Pears, 2004: 21).[3]

El desarrollo de la maldad comienza de esta manera en la novela del norteamericano y se inicia también un juego de apariencias que diversos personajes —fundamentalmente los miembros del Club Dante— irán develando poco a poco. Todo parece ser un macabro juego de ocultamiento y revelación al mismo tiempo, mientras el asesino se entrega a la tarea de emular a Dante en cada uno de los crímenes que lleva a cabo.

Al narrador le gusta también —en un curioso juego paralelo al del relato— acercarse y alejarse aleatoriamente del tema tratado; sobre todo en lo que refiere a las muertes violentas que recorren las páginas de este volumen. Por eso de los hechos relativos al juez Healey hablará en diferentes ocasiones y dirá por ejemplo:

Moscas, avispas, larvas, tales eran en concreto los insectos catalogados por el periódico. Y cerca, en los terrenos de Wide Oaks se encontró una bandera que los Healey no lograban explicar. Lowell pretendió negar los pensamientos que habían cundido en la habitación con la lectura del periódico. […] Intercambiaron miradas inquisitivas, esperando que entre ellos hubiera uno que aventajara a los demás en perspicacia […]. El juez presidente Healey (había sido) arrojado entre los tibios. Cada detalle añadido confirmaba lo que ellos no podían negar. Todo encaja en el caso de Healey: el pecado de tibieza y el castigo. Durante demasiado tiempo se negó a aplicar la ley de Esclavos Fugitivos. (132).

La alusión a los “tibios” nos ubica en el territorio intertextual del canto III de la Divina Comedia y no sólo por haber sido mencionada en la cita precedente, sino también porque se hará referencia a este hecho en varias ocasiones en el devenir del relato, conectándolo con los acontecimientos que tuvieron como triste protagonista al prestigioso juez del lugar.

Dante castigó a aquellos que si bien no habían hecho daño en sus vidas, sí revelaron un comportamiento indiferente ante la suerte del otro; y, en el lúgubre infierno medieval, su castigo consiste en correr eternamente tras una bandera sin consigna alguna, y ser devorados al mismo tiempo por asquerosos insectos mientras su sangre cae al pasto y es aprovechada por larvas inmundas. Y esto, así, por toda una eternidad, sin consuelo. La posición adoptada por el narrador ante estos seres que aparecen en el vestíbulo del infierno tiene como finalidad expresar su desdén hacia los que no fueron capaces de ejercer el compromiso que la vida nos exige a todos y prefirieron —al igual que Pilatos y el papa Celestino V entre muchos— “lavarse las manos” al ver la desgracia ajena.

En la escena del crimen se han descubierto, entonces, indicios que ineludiblemente hacen referencia al vestíbulo infernal: los insectos que han devorado el cuerpo del magistrado, la bandera blanca que aparece junto a él, el pecado de omisión cometido por él en relación con el problema de los esclavos; todo indica claramente con qué objetivo fue asesinado; falta saber quién lo hizo y cuáles fueron las razones que fundamentaron tales hechos.

El desarrollo de la novela nos ha de llevar paulatinamente al encuentro de causas y consecuencias relacionadas con los acontecimientos.

El segundo crimen corresponde a Elisha Talbot, ministro de la segunda Iglesia Unitarista de Cambridge quien es hallado por su sacristán en los sótanos de la iglesia con la cabeza y casi todo el cuerpo sumidos en un agujero, mientras sus pies —hasta los talones— eran consumidos por el fuego.

Tal horrible suplicio es infringido a un ministro de la Iglesia mientras regresaba a su casa por los sótanos macabros que acostumbraba recorrer para ahorrar camino. En la página 132 ya aludida, se explica también que “Talbot había sido asado con los simoníacos”. El reflejo de la narrativa dantesca reaparece con este hecho. Se denomina “simoníacos” a aquellos que comercian con los bienes espirituales, como los sacramentos, como las prebendas y beneficios eclesiásticos. DRAE, 2001: 2067).

¿Quién era Elisha Talbot? ¿Qué conexión tenía con el Club Dante? Se trata de un prestigioso hombre de Iglesia, dueño de poderoso discurso que era respetado y querido en el medio ambiente en donde cumplía su apostolado. Pero, relacionado él también con cierta predisposición negativa en cuanto a la traducción de Dante al inglés, había aceptado dinero —mil dólares precisamente— para intentar desde su cátedra religiosa desestabilizar y desacreditar los intentos por llevar a cabo tal publicación. El asesino interpreta estos hechos como un acto flagrante de simonía y decide matarlo para que la equidad se cumpla así y el reverendo Talbot pague con su sangre el atrevimiento cometido.

Aquél lo espera un día en los sótanos ya mencionados, lo entierra de cabeza en un pozo abierto con ese fin, que contenía los mil dólares previamente robados de la caja fuerte del clérigo, le quema los pies, lo ve sufrir indiferente y aplica así la justicia dantesca que recuerda sin lugar a dudas al canto XIX en donde el papa Nicolás III —entre otros— es asado de manera semejante.

Vean ustedes las similitudes: un pastor protestante en el contexto norteamericano del siglo XIX y un papa en el contexto medieval. Ambos culpables del mismo delito: el primero, contra el “sagrado” Club Dante; el segundo, contra la Iglesia Católica a la cual pertenecía el poeta por convicción e inclinación política.

Surge otra pregunta: ¿El asesino era miembro del Club Dante? Ya conoce el lector quienes lo integraban. La interrogante permanecerá en el aire y será respondida sólo cuando se descubra al criminal. Mientras esto no suceda queda la opción de seguir revisando los crímenes posteriores.

Tercer asesinato. El detective Rey —uno de los encargados de la investigación criminal en torno a los sangrientos sucesos— encuentra el cuerpo aún con vida de un individuo y lo describe así:

-¡Que el cielo nos proteja! ¡Está vivo! —exclamó el detective echando a correr fuera, con la voz estrangulada por su propia mano, con la que se apretaba el estómago para contener el vómito. También el jefe Kurz desapareció, gritando.

Cuando Holmes se volvió en redondo, miró a los ojos incomprensiblemente saltones del cuerpo mutilado y desnudo de Phineas Jennison, y observó los ruines miembros sacudiéndose y dando tirones en el aire. Realmente fue sólo un momento, sólo una fracción de la décima parte de una centésima de segundo, antes de que el cuerpo dejara súbitamente de moverse para no volver a hacerlo, aunque Holmes nunca dudó de aquello de lo que fue testigo. (264).

El cuadro descrito no puede ser más conmovedor y terrible. Jennison ha sido materialmente descuartizado, pero en un acto de pérfida maestría se le ha permitido seguir vivo a pesar de los terribles cortes recibidos.

La pregunta que continúa latente es “¿Quién mató a Phineas Jennison?, como también las interrogantes referidas a los dos anteriores difuntos. Es obvio para cualquier perspicaz lector que al hablar del asesino hablamos de la misma persona. Sigue, como consecuencia de lo anterior: ¿Qué conexión tiene Phineas con Dante y en qué medida el masacrador serial lo relaciona con algún “pecado” de los que el poeta florentino denuncia en su Comedia?

Los miembros del Club Dante se hallan tan confundidos como nosotros lo estamos, pero aún así proporcionan una explicación que los lleva a relacionar a Jennison con los cismáticos del texto medieval. Por cismáticos entendemos a aquellos que han provocado separación e intriga en el ambiente en que se desempeñaron. El texto de la Divina Comedia no puede ser más cruelmente revelador cuando describe el castigo que les tocaba sufrir a los que habían separado a los hombres con sus doctrinas y planteamientos; dice al respecto:

El aspecto horrible que presentaba la novena fosa. Una cuba que haya perdido las duelas del fondo no se vacía tanto como un espíritu que vi hendido desde la barba hasta la parte interior del vientre; sus intestinos le colgaban por las piernas, se veía el corazón en movimiento y el triste saco donde se convierte en excremento todo cuanto se come.[…](Este espíritu le habla y dice:)

—Mira como me desgarro; mira cuán estropeado está Mahoma. Allí va delante de mí llorando, con la cabeza abierta desde el cráneo hasta la barba, y todos los que aquí vivieron; mas por haber diseminado el escándalo y el cisma en la tierra están hendidos del mismo modo. En pos de nosotros viene un diablo que nos hiere cruelmente, dando tajos con su afilada espada a cuantos alcanza entre esta multitud de pecadores. (Dante, 1987: 82-83).

La noción de contrapasso se cumple en términos teóricos no sólo en el texto dantesco, sino también en el contexto de Pears. Diciéndolo de manera simple, por este término entendemos que “quien lo hizo, lo paga”; mejor aún, quien lo llevó a cabo de una determinada manera en la tierra, lo debe pagar de forma semejante en el infierno, ya sea esta semejanza por identidad o contraste. Los cismáticos representan la primera de estas formas; ellos dividieron a los hombres, y su castigo consistirá en ser divididos ellos también; más específicamente, en ser cercenados físicamente por toda una eternidad. Si recordamos a los indiferentes que dan lugar al primer crimen, en ellos se puntualiza la noción de contrapasso aludida, pero se efectúa por contraste: quienes no se comprometieron con nada ni nadie en la vida, están obligados en la muerte a correr tras una bandera que no tiene consigna, que no representa nada; esto es, quienes no movieron un dedo por el otro, en la muerte vivirán la desesperación por querer realizar aquello a lo que en vida se negaron.

Regresando al texto de la novela aquí analizada, los miembros del Club Dante se preguntan ¿por qué castigar a Jennison como cismático como muy bien lo revela su cuerpo desgarrado? La explicación no se proporciona plenamente, al menos por ahora, aunque se sugiere que para amasar la fortuna que poseía debió haber sembrado la discordia en muchos momentos de su vida. En la página 371, en cambio, se habla de las maquinaciones de Jennison cuando conoció la implacable decisión del doctor Manning de cortar toda relación de la universidad con los proyectos relativos a Dante; y, en aquel momento, encontró su oportunidad —nos seguimos refiriendo a Phineas— para “ocupar un asiento en el edificio principal”. Se señala además al continuar hablando del tercer asesinado: “—Contribuyó a cortar la relación de usted con la universidad, Lowell, y en contrapartida lo cortaron a él —intervino Holmes—. Ése fue su contrapasso.” (371). En resumidas cuentas, se agrega un nuevo eslabón a la nefasta cadena de acontecimientos mientras seguimos sumidos en la ignorancia en cuanto a la identidad del criminal. Es cierto que sin que el lector lo advierta el efecto narrativo avanza, la clave para ello se halla en el arma utilizada por el diablo infernal —una afilada espada—. Los dantistas comprenderán que para matar a Phineas se requirió no sólo de un instrumento semejante, sino también y fundamentalmente de una pericia y consumada experiencia que sólo nos puede conducir a un tipo de individuo. ¿Quién es capaz de matar a sangre fría y con tanta exactitud? Estamos en el siglo XIX y la guerra de Secesión acaba de concluir. No olvide el lector que el primero de los asesinados fue acusado tácitamente de no actuar a favor de los esclavos negros. ¿Esto le dice algo? Le adelantaré al lector, para ayudarlo en sus conclusiones, que en la página 325 algunos miembros del multicitado club llegan a una hipótesis: “Nuestro asesino es un veterano de guerra. —¡Un soldado! El juez presidente del Tribunal Supremo de nuestro estado, un prominente predicador unitarista, un rico comerciante —dijo Lowell—. ¡Un soldado rebelde derrotado se venga de lo más representativo de nuestro sistema yanqui! ¡Pues claro! ¡Qué tontos hemos sido!”(325). Pero únicamente debemos recordar que esto es tan sólo una hipótesis, y tener presente también que de su comprobación o no dependerá el desarrollo de los acontecimientos finales del relato.

Ahora bien, si aceptamos que el asesino fue un veterano de guerra, queda pendiente saber de qué manera se relacionó con el núcleo de intelectuales que integraban el Club Dante. Esto se revelará también en la novela cuando George Washington Greene llega a actuar —sin saberlo— como maestro del criminal en cuestiones dantescas. Greene acostumbraba platicar de estos temas en un bar en donde se reunían veteranos de guerra; lo hacía días antes de asistir a la reunión del Club Dante y esto le permitía exponer así, ante tan curiosa concurrencia, el asunto que trataría días después. Fue escuchado por quien habría de ser el asesino, el cual tomó sobre sus hombros la defensa de la causa dantesca. Tanto Dante como él habían sido soldados, habían conocido el horror de la guerra, ambos se hallaban en condiciones de reclamar a este universo por los errores que diariamente se cometían. Se comprometió de este modo en una carrera de crímenes en los cuales dominaba —al menos para su afiebrada imaginación— la idea de justicia necesaria.

El cuarto asesinato nos ubica en medio del frío hielo, en donde son encontrados Pliny Mead y el doctor Augustus Manning; los dos son rescatados por Lowell y sus compañeros, aunque sólo se salva milagrosamente Manning.

El ambiente y el contexto de este hallazgo es dantesco también y refiere nada menos que al infierno helado de Dante en donde se tortura a los traidores y en donde Lucifer es el emblema por excelencia de estos pecadores. Sólo nos falta ubicar a nuestro Lucifer, al Lucifer moderno del relato que se ha encargado de eliminar a cuatro individuos detractores del dantesco club y que ha procedido en todo momento como una especie de maniático defensor de un grupo de intelectuales que sólo pretendían dar a conocer el texto del florentino en lengua inglesa, para toda Norteamérica.

Para desdicha del asesino, quien es salvado del hielo —Augustus Manning— ha sido a lo largo de la novela el más severo perseguidor y oponente a la causa dantesca; para colmo, quien lo rescata es un miembro del Club Dante. La mente del criminal se llenará así de desazón y desconcierto cuando intenta comprender por qué aquellos a quienes defiende están finalmente en contra de él.

Y por si no fueran pocas las contradicciones —aparentemente al menos lo digo— se agrega la definitiva y total: Augustus Manning mata con su escopeta al asesino en el momento en que éste amenazaba a Longfellow y era amenazado a su vez por Lowell.

¿Cuál era la identidad del asesino? Si el lector no desea leer la novela y descubrirlo por sus propios medios, le aconsejamos que consulte la nota siguiente[4]. Por el contrario, si quiere llevar a cabo la aventura del hallazgo por sus propios medios tan sólo no desvíe la vista a la nota final y continúe leyendo el ensayo de manera lineal hasta llegar a las conclusiones.

Conclusiones
Hemos visto que los pecadores perseguidos fueron los indiferentes, los simoníacos, los cismáticos y los traidores. Dante ha sido de esta manera actualizado por el texto de Pears al parcializar en Healey, Talbot, Jennison y Mead respectivamente a cada uno de estos violadores de los derechos del otro.

La novela recrea espacios y acontecimientos cruentos al mismo tiempo que representa una suerte de llamado al lector para que ejercite sus dotes detectivescos al ir tras la búsqueda de la identidad del criminal ilustrado. Este Lucifer moderno encarna toda la maldad imaginable y no nos permite olvidar que los testimonios del pasado siguen vivos en las cabezas inteligentes de los contemporáneos. A la manera virgiliana, crear representa también repetir. ¿Qué dirían a esto los perennes indagadores de la novedad? Me imagino que se han de sentir definitivamente defraudados y más sometidos aún a su medianía y oscurantismo grisáceo en el que acostumbran navegar. A ellos, mis más sentidas condolencias.

Luis Quintana Tejera
qluis11@hotmail.com
www.luisquintanatejera.com.mx

 

Bibliografía
. Alighieri, Dante. La Divina Comedia, México, Espasa Calpe, 1987 [Col. Austral # 1056].
. Pearl, Matthew. El Club Dante, trad. Por Vicente Villacampa, México, Planeta, 2004.
. Real Academia Española. Diccionario de la lengua española, Madrid, Espasa Calpe, 2001.

NOTAS
[1] Tanto en Borges como en Arreola el símbolo de Beatriz cala hondamente; además, en el argentino permea de manera constante una suerte de admiración hacia la obra y propuesta del florentino, buscando siempre en el querido idioma italiano —al cual Dante diera origen— factores que le permitieran reactualizar sus búsquedas y aspiraciones más acendradas. En el mexicano, el estilo y algunos aspectos de la temática lo acercan marcadamente al escritor europeo medieval aquí mencionado.
[2] Matthew Pears (Nueva York, 1975) se graduó en literatura inglesa y norteamericana en la universidad de Harvard en 1997. Escribió el primer borrador de El Club Dante mientras estudiaba en la escuela de Derecho de Yale, donde se graduó en el 2000. Actualmente vive en Nueva York.
[3] Las citas sucesivas a la novela sólo se harán mediante la incorporación del número de página junto a ésta, sin incluir la obra aquí aludida.
[4] Pears ha jugado con una serie de claves que lo condujeron desde la confusión inicial hasta el descubrimiento de la identidad del asesino. Ya sabemos que se trata de un veterano de guerra. Curiosamente no es un sureño perseguidor de esclavos como lo sugiere la hipótesis ya comentada; es un individuo sediento de justicia y que se ha visto involucrado en tantos y tantos aconteceres dolorosos que el único camino que descubre es el de la venganza dirigida hacia una sociedad corrupta. Lo curioso también radica en que él no ve estos hechos como un acto de venganza propiamente dicho; más bien es una búsqueda de justicia al estilo dantesco. Identificado con la causa del florentino decide llevar a cabo tan alocada empresa. Su nombre —Benjamín Galvin— probablemente no le diga nada al lector; pero su seudónimo —Dan Teal— sí es revelador. El criminal lleva hasta sus últimas consecuencias el amor que sentía por el creador de la lengua italiana y le rinde tributo silencioso desde el propio infierno colectivo que él ha creado en el Boston de su época. Siempre pensé que para imaginar tantas atrocidades Dante debió poseer una mente demoníaca. Pears lo vuelve real si es que la literatura puede llegar a serlo y crea un individuo capaz de operar tanta dureza desde el dominio individual de su propio proceder.
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