EN EL MUNDO DE LAS LETRAS, LA PALABRA, LAS IDEAS Y LOS IDEALES
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Una selva de millón y medio de kilómetros cuadrados. A propósito de la memoria literaria.

por Carmen Perilli
Artículo publicado el 01/11/2012

La actitud crítica de la cultura es el arma que permite ir más allá de una pura resistencia o reacción, pero resulta imprescindible recordar la profusa y variada historia de la crítica latinoamericana, en sus versiones continental y nacional, yendo más allá, nos insta a realizar una crítica de la crítica. (Nicolás Casullo). En nuestra tarea se trata de construir proyectos alternativos que, al procesar un máximo de lecturas, lo hagan dando continuidad a las múltiples tradiciones latinoamericanas, que, lejos de ser embrionarias, han desarrollado y consolidado modelos propios respondiendo a las tensiones de nuestra historia social y cultural. Es cierto que las academias latinoamericanas se encuentran preocupadas por presiones económicas y políticas, así como menos compasadas de los proyectos modernizadores. Pero esto no debe impedir sino alentar el debate que permita determinar el funcionamiento de nuestras propias lógicas culturales.

Si existen defensores de una idea elitista de la literatura, también los hay quienes, sustentando seductoras proclaman el fin de la literatura, en nombre de prácticas discursivas masivas y populares, condenándola como bastión de la cultura hegemónica. En estas latitudes nuestro objetivo es preservar archivos y bibliotecas, trazar mapas, no perder de vista nuestras cartografías, aunque sean resultado de fuerzas diversas y confrontadas.

A propósito de este tema son interesantes las palabras de Henriette Soublette citadas por Javier Lasarte ante los llamados del futurismo” …no nos faltaba más sino que vinieran ahora a estropearnos a nuestras pobres y anémicas mujeres y a quemarnos los cuatro armarios llenos de folletos y desgonzados libros que llamamos nuestra Biblioteca Nacional […]. …entreténganse los futuristas del Mediterráneo en quemar museos y aporrear mujeres, nosotros aquí tenemos algo más serio y más grande que hacer: Desmontar una selva de millón y medio de kilómetros cuadrados (“Osorio 1988: 27 y 28).

¿Cuál es la función social de las investigaciones en nuestro campo? Se vincula evidentemente al carácter de nuestras exploraciones. Debemos partir de no desdeñar nuestro objeto, explorar el espacio literario y expandir su conocimiento a través de la difusión. Ángel Rama afirma que si la crítica no produce obras si consolida el sistema literario. Dar continuidad a la construcción de nuestro archivo cultural y literario sigue siendo prioridad para los intelectuales latinoamericanos.

El proceso de sustitución, del que tan bien habla Roberto Schwartz al referirse a la crítica latinoamericana, donde pareciera no haber sino categorías fuera de proceso, supone el desconocimiento de un inmenso continente de textos que han tejido y tejen nuestra biblioteca, muchos de los cuales han sido condenados al olvido. El funcionamiento de la cultura supone una fecunda tensión entre memoria y olvido, este último está relacionado con la necesidad de selección. Pero esa selección supone una decisión asentada en el conocimiento de las diversas tradiciones y en el lugar de cultura.

Los estudios literarios latinoamericanos, en estado de perpetua emergencia, son peligrosos para los vendavales autoritarios que consolidaron los panteones oficiales y para las economías neoliberales que los declaran prescindibles en nombre de las comunicaciones o de la lengua. Algunos equipos intelectuales, despojados del sustento utópico, proclaman la decadencia de la literatura, en nombre de prácticas discursivas masivas y populares, respondiendo a las cuestiones del canon. Condenan a la ciudad letrada latinoamericana como bastión de la cultura hegemónica e intentan suturar la diglosia proclamada por Angel Rama, usando las consignas de materialistas culturales y post-cololonialistas. Un nuevo modo de construcción desde la ajenidad, que no comprende que en estas latitudes de lo que se trata no es de derrumbar el canon sino de construirlo. Lo que nos enfrenta a viejos desafíos que deben llevarnos a revisar conceptos como el de la apropiación de archivos y colecciones, fundamentales en el funcionamiento de la cultura, concebida como combate entre fuerzas diversas.

Hablamos de literatura latinoamericana en Nuestra América, en nuestro caso el Tucumán, donde el analfabetismo real y funcional ha avanzado de modo tan alarmante como la desnutrición. En un mundo donde la electrónica nos enfrenta a un nuevo proceso de alfabetización cada vez más sujetos son despojados de la posibilidad de manejar códigos complejos, aplastados por la brutalidad de la pobreza y la cultura de masas, en escuelas convertidas en precarios comedores, en el mejor de los casos y con bibliotecas populares destruidas. En este mundo la literatura sigue siendo un “escándalo necesario”, que moviliza la imaginación, que impide la muerte. Leer y Escribir se transforman en un combate por la vida, un enfrentamiento con nuevos procesos de vaciamiento de nombre como el de la Conquista. Aunque que la letra, y en gran medida la lengua, haya sido originariamente propiedad de otros, nosotros debemos sacarlas de cuarto de Melquíades permitiendo su multiplicación. Resignar la adquisición y la transmisión de nuestras memorias literarias, excluirnos de la experiencia estética occidental, en vez de incluirnos con nuestra enorme tradición policultura equivale a aprobar el olvido obligatorio de los proyectos colonialistas, contra el que nos han advertido voces como las de José Martí.

El lugar es siempre una realidad cualificada, la cartografía un trazado que intenta apresar la realidad en el papel o la imaginación. Los cantos de cisne que anuncian la desaparición de las naciones obedecen más a la extraterritorialidad del capitalismo que a la desaparición de las diferenciaciones regionales y a las necesidades nacionales que posibilitarían no sólo la concentración del capital sino de la libertad en manos de unos pocos, libertad para moverse y para actuar (Bauman). Esto se evidencia en las todavía fuertes barreras que separan países como Chile y Argentina; Ecuador y Perú. Si los residentes del Primer Mundo escapan cada vez más a los condicionamientos del espacio, y manejan mejor las realidades externas, las migraciones que afectan a los países latinoamericanos internamente son de un orden diferente. Muchos latinoamericanos no abandonan su lugar de origen, condenados al ninguneo, no sólo material, sino simbólico, ya que sus propuestas no interesan a una cultura de masas diseñada desde los espacios centrales. diseñada como espectáculo .y enajenación. En esta situación esos sujetos, lejos de relegarlos fatalmente a la oralidad, deben ser incorporados a la posibilidad de la lectura, a las operaciones que sobre la lengua realiza la literatura.

Si la nación nace, como señala Benedict Anderson, como una comunidad imaginada, Nuestra América resultante de la conquista, funda su identidad en la violencia de la misma pero también en las sucesivas reconquistas y contraconquistas, en las que la cultura y la literatura tuvieron una función fundamental. Esas alianzas entre el poder y la palabra que deben ser subvertidas como bien lo entendió Pablo Freire. Desde el reconocimiento de la heterogeneidad, no podemos renegar de esa totalidad contradictoria en la que se dice y se hace nuestro rostro.

Según algunos teóricos culturales América Latina es más un archipiélago que un continente. Esta flexibilidad, en muchos casos realizada en nombre de los denominados latinos norteamericanos, no debe suponen la demolición del variado sino en una historia significativo mundo de una comunidad asentada no sólo en un imaginario cultural común. Una comunidad que se ha imaginado a sí misma de variadas maneras pero cuyas tradiciones deben ser transmitidas y reformuladas desde dentro. Hay un dentro y hay un fuera. Existe una cultura latina en norteamericana luchando por el reconocimiento y la integración a la cultura nacional estadounidense que, de algún modo juega con sus reglas y las del mundo con el que interactúa en el que es el otro. Existe una cultura y una literatura que se produce de este otro lado de la frontera de cristal que tiene otra dinámica, sin que la supuesta relativización y reducción de las diferencia no ese transforme en una nueva versión de la universalidad. “Lo latino” puede ser otra versión de Macondo, nuevas formas de homegeneidad. Nuevas y distintas formas de alambradas culturales. Los embates sufridos por los estudios literarios han tenido diversos nombres, en todos los casos han estado marcados por el exotismo y la transitoriedad.

El funcionamiento de la cultura supone una fecunda tensión entre memoria y olvido, este último está relacionado con la necesidad de selección. Pero esa selección supone una decisión asentada en el conocimiento de las diversas tradiciones de las que formamos parte. Al mismo tiempo debe tener en cuenta su relación con el lugar de memoria y con la lengua. Ángel Rama afirma que si la crítica no produce obras si consolida el sistema literario. Dar continuidad a la construcción de nuestro archivo cultural y literario sigue siendo prioridad para los intelectuales latinoamericanos. Grandes zonas del corpus literario latinoamericano continúan ensombrecidas, cercenadas no sólo por la acción de las represiones dictatoriales sino por el olvido al que las somete, sin contemplación alguna, el mercado y las políticas educativas. Se insiste mucho en las nociones de borde y frontera del objeto literario y no podemos desconocer la aparición de nuevas formaciones discursivas. Pero dar cuenta de la existencia de la cultura oral no debe significar ignorar la aventura de la cultura escrita.

Sin abandonar la tarea antropológica, el registro de los discursos orales, en el reino de este mundo resulta revolucionario construir bibliotecas a las que, con tristeza, vemos emigrar completas, al Norte. No es extraño escuchar de algunos especialistas que resulta imposible producir sin viajar. Así como los códices fueron empleados como papel de cartas de los conquistadores y la crónica de Guamán Poma ha terminado su paradójico viaje en Dinamarca, hoy, por falta de políticas, se cierran la bibliotecas populares y se abandona gran aparte de las universitarias- sometidas también a las purgas de los censores.

No se trata de caer en viejas antinomias que, no por viejas dejaron de ser vigentes en este mundo de novedades. Lo que afirmo es que la agenda de los estudios literarios latinoamericanos debe emerger de nuestro propio espacio. Así un encuentro en el Cuzco se abre con un trabajo sobre los migrantes. Toda una alegoría: allí en el centro del mundo donde hasta en el aire se conservan las voces de los abuelos, parecen asediarnos las cuestiones culturales norteamericanas, en las que las tensiones entre extranjería y hospitalidad están extremadas. La cuestión de los latinos es una de tantas problemáticas, inclusive menor al lado de las urgencias de los estudios literarios latinoamericanos. Hasta dónde y hasta cuándo como dice Arenas seguiremos siendo exóticos productos hollywoodenses o, como dijo Reinaldo Arenas, hasta cuándo seguiremos siendo descubiertos.

La literatura es una aventura de la libertad, un instrumento que pone en crisis la representación de la realidad y criticar los modos de ver el mundo. Pero para ello no podemos dejar de tener en cuenta el trabajo con el lenguaje que supone, operar sobre la lengua propia. Abrir puertas a la escritura, apostar a la memoria y a la libertad, a la fuerza de los sentimientos, en un mundo global y, al mismo tiempo, fragmentado. Como bien señala el mexicano Fuentes la nuestra ”agitar, modelar, acaricia y cachetear a una de las grandes lenguas del mundo, impedirle que juegue el juego de la bella durmiente, devolverle la naturaleza verdaderamente revolucionaria” sigue siendo la misión de escritor, sigue siendo la misión del crítico.

Actividades como la lectura y a la escritura, hostigadas por la competencia del mundo vistoso de la imagen, en el que la educación ha perdido el prestigio simbólico que la caracterizaba, en el que el mercado otorga los valores. Los comienzos de siglo repiten situaciones. En el XXI como en el XX una enorme mayoría tiene vedado el acceso a la comida y, por supuesto, a los libros, mientras una minoría juega con los destinos de la humanidad toda. La barbarie surge muchas veces desde el centro de la civilización, más devastadora que nunca antes.

En América Latina, Nuestra América, estamos convocados a ayudar a construir una cultura de la contraconquista que nos permita trabajar la pluralidad y lucha contra la peligrosa homogeneización que desde el poder se intenta instaurar como imagen de nuestro continente, ese lugar donde la belleza parece estar unida a la tristeza para siempre la enseñanza de la literatura latinoamericana Un espacio de la crítica y de la creación donde se conjuguen la pasión y razón resulta imprescindible en esta América en la que Manuel Scorza proclama “no pueden ser bellos los ríos/ si la vida es un río que no pasa;/ jamás serán tiernas las tardes/ mientras el hombre tenga que enterrar su sombra/ para que no huya agarrándose la cabeza”.

Todas las sociedades se imaginan su pasado, “inventan” las tradiciones que la hacen posible en el tiempo y dibujan una geografía que le permita abrazar su espacio. La cultura es memoria que se construye en y contra el olvido; lo vence sólo y en tanto lo transforma en mecanismo. El horizonte en el que surge la cultura latinoamericana es la colonización, que oscurece las relaciones interculturales. La literatura tiene en ello un papel central. Debemos formular nuevas teorías y desocultar las particulares relaciones entre discursos e historias. Pues siempre se acaba por imponer la materialidad en que se originan. Traducir, comparar no siempre son operaciones sencillas. Porque, como dice Rodrigo de Aguilar, personaje de Bernal Díaz del Castillo y de Carlos Fuentes este valiente mundo nuevo asiste y ha asistido a “un perpetuo reinicio de historias perpetuamente inacabadas”. O como señalaba en el siglo XVII un letrado mestizo «Si eres lego te ahorro el que me aplaudas. Tarde parece que salgo a esta empresa: pero vivimos muy lejos los criollos”.

Hacia 1930, Walter Benjamin vaticinaba el eclipse del valor de la experiencia frente a los embates de la novedad y la información. Aunque la barbarie anunciada por el angustiado filósofo parece haber ganado los espacios de la cultura de la imagen, todavía es válido hoy a fines de milenio y aquí en conservar y transmitir nuestras preciosas experiencias personales y comunitarias. Julio Ortega nos dice que “la memoria no es nunca un panteón, sino que sus órdenes están dictados por la necesidad de resistir, rehacer, compartir la actualidad. Por ello, el mejor pasado es el que amplía nuestro presente. Llamo futuridad, por eso, al porvenir legible, a esos márgenes donde la información no es sólo pesimista y catastrofista, sino documentar extensamente esa coincidencia. Por otro lado, el sentido instrumental está a la vista. No sólo me importó conocer el mundo de un autor sino la operatividad de su escritura”.

La literatura latinoamericana es el espacio donde confluyeron un conjunto de virtualidades que permitieron la construcción de un imaginario simbólicamente poderoso. La articulación de representaciones del continente que florece en la escritura en la segunda mitad del siglo no obedece solamente a fenómenos de mercado y produce lecturas fuertes como las llama Fredric Jameson de la cultura latinoamericana. Letra atenta a las voces pero también a sí misma. La historia de la literatura nos la muestra atravesada por un prolongado debate acerca de las funciones de la literatura, intentado una difícil síntesis entre sus posiciones éticas y su mandatos estéticos. Desde mediados de siglo se aparta de las viejas posturas realistas positivistas y de su tarea documental.

Se declara nuestra situación poscolonial o posoccidental que nos coloca según el versátil teórico Walter Mignolo en la situación de reconocer que ya no se hace teoría en América Latina sino sobre América Latina. Inexplicable y peligroso cambio de preposición. En las recientes revistas estadounidenses dedicadas a los estudios literarios latinoamericanos observamos un notorio cambio. Llegan entonces a nuestras aulas o escritorios cada vez más alejados de los flamantes campus y amenazados con la extinción Si cuando hablamos de literatura tenemos en cuenta la existencia de una materialidad y, esto, como bien lo señala Terry Eagleton, no debe ser olvidado porque es la operación sobre la lengua lo que sustenta aquello que llamamos literatura, lo que la transforma en una extensión de la imaginación.

Sin desechar aportes es importante reivindicar la producción de nuestros grupos al mismo tiempo que incentivarlo. Acá en América Latina se produce, desde hace mucho tiempo, teoría sobre América Latina. No desearía hacer una exaltación del posicionamiento del sujeto pero las tensiones que sufre el estudioso de la literatura en las universidades norteamericanas o inglesas que en nuestras vapuleadas cátedras latinoamericanas, tampoco los equipos de investigación sometidos a políticas de derechas nacionalistas y católicas que siguen gozando de los resortes del poder dentro de los centros nacionales de investigación. Renegar de las obras literarias, ese inmenso piélago de palabras donde una y otra vez emergió como un espacio virtual el continente latinoamericano aparece como la reivindicación de originalidad de la barbarie que, desde el fondo de los tiempos nos dictan los relatos maestros de la cultura occidental.

Entrevemos en el follaje de palabras representaciones que nos son familiares. ¿No hay algo así como una construcción del continente virgen en lo del continente subalterno?. Nuestro imaginario social y cultural pierde su papel activo, determinado por un imaginario crítico que, al menos, hay que leer con cuidado porque por medallas de persecución que acumule, surge en un medio totalmente diferente. Se trata de una nueva forma de esencialismo donde lo que prima es la mirada ajena nuevamente. Nuestra cultura, nuestra literatura como la alteridad. Los latinoamericanos debemos proponer nuestra propia agenda, trabajar estableciendo prioridades, rescatando las voces silenciadas de nuestros creadores e intelectuales, construyendo circuitos alternativos de circulación para nuestras producciones discursivas, evitar cantos de sirena que demasiado suenan a moda y, aprender, de una vez y para siempre que no somos un continente vacío, resistiendo paradójicas colonizaciones a través de propuestas concretas, armando redes, continuando las que desde hace por lo menos un siglo nuestros abuelos comenzaron a tejer, imperfecta pero irreversiblemente, sin olvidar que nuestro patrimonio es la humanidad.

Nuestra tarea prioritaria es el taller de la memoria literaria, ampliar el continente de lectores, emplear la literatura contra las falsas opacidades de la lengua y leernos no sólo diacrónica sino sincrónicamente, ser capaces de continuar el tejido que en el telar comenzaron otros antes que nosotros, dándole continuidad e introduciendo lo nuevo.

Coincido con Javier Lasarte que “No creo que se trate de hacer una defensa más o menos nostálgica del lugar privilegiado de la literatura, sino de retomarla críticamente en su valor como texto cultural que puede ser leído y releído, disputado, vuelto patas arriba, sacado de sí o restituido, cómo y cuantas veces se quiera, incluso si se trata de un texto canónico “ineficaz”, “inadecuado”, “políticamente incorrecto”, “muerto”.  Nuestro oficio nos desafía a construir el archivo literario, religar la biblioteca latinoamericana fragmentada por embates diversos, conjugando razón y pasión. El objetivo no puede desentenderse del hecho de que formamos lectores, además de producir lectores, lectores en quienes la crítica acompañe la imaginación.

 

Bibliografía
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