En un venturoso sueño, esta madrugada de domingo 7 de agosto de 2016, en dependencias del Consejo Nacional de la Cultura, nuestro Director se encontró sorpresivamente con el extinto premio Nobel de literatura quien, al igual que él, hacía antesala en una oficina donde una serie de mujeres en torno a una mesa discutían estrategias comunicacionales para asuntos de cultura a nivel ministerial.
Sentado en una silla con las piernas cruzadas Neruda se veía muy tranquilo y en perfecto estado de salud. Traía una chaqueta y pantalón de vestir negros y camisa blanca. Sin corbata. Y zapatos negros también. Pero el conjunto no era formal. Se lo veía relajado y joven, entre 45 y 50 años. Estaba acompañado de un hijo desconocido hasta ahora, un mocetón de unos 25 años, bastante parecido a su padre, pero más delgado y con un frondoso bigote de corte mexicano. El joven, de muy buen humor, estaba dispuesto a reír en cualquier momento y por cualquier motivo. Como su progenitor también ocupaba una silla mientras fumaba con un estilo o maneras que pretendían imitar la gestualidad con que su padre manipulaba el cigarrillo —tomándolo como con pinzas del filtro entre el índice y el pulgar, muy cerca de la boca— como para que no quedaran dudas de que era su hijo. Neruda, pese a su juventud, ya había recibido el Nobel y se encontraba retirado de la vida activa, disfrutando de sus rentas, de su prestigio y de su habilidad para los negocios, como todos los artistas de renombre. De hecho, sus principales ingresos, que al parecer no eran pocos, provenían de la correcta administración de sus derechos de autor, lo que le permitía gozar de un buen pasar.
Estaba también con el poeta una mujer, su pareja de entonces y madre del joven ahí presente, a quien nuestro Director no supo reconocer, aunque le consta que no era Matilde Urrutia, Delia del Carril ni Josie Bliss, la pantera Birmana, ni ninguna otra dama vinculada sentimentalmente al vate de Isla Negra. Parecía la típica dama de clase media chilena, absolutamente desconocida por el público y biógrafos del poeta. Quizás Albertina Azócar, en su madurez, a quien el bardo, muchos años antes dedicara los Veinte poemas de amor y una canción desesperada.
En todo caso, por discreción o porque sencillamente no se le ocurrió, nuestro Director no preguntó su nombre ni el de su hijo. Aparte de que en los sueños las cosas son tan obvias que parecía innecesario.
Mientras continuaba la reunión de las funcionarias en torno de la mesa, algunos metros hacia el fondo de la oficina, nuestro Director y el poeta comenzaron a charlar y a revisar un paquete de antiguas revistas que al parecer había traído el poeta y, una cosa trae a la otra, salió el tema de esta revista electrónica. Neruda se interesó y dijo que quería hacer una visita a las oficinas de nuestra redacción, sin duda como una forma de dar su apoyo a la publicación, y de una u otra manera —como habitualmente ocurre en los sueños— sin ningún problema de transporte, de un momento a otro Neruda y nuestro Director se encontraron en la casa de este último, lugar donde efectivamente funciona esta revista y donde nuestro Director procedió a hacerle una visita guiada por el sitio web.
«Hay algo denso, unido, sentado en el fondo,
repitiendo su número, su señal idéntica.
Como se nota que las piedras han tocado el tiempo,
en su fina materia hay olor a edad»
comentó el poeta, citándose a sí mismo.
Cabe señalar que el poeta nunca en su vida había estado en Internet.
A continuación, y como es habitual en este tipo de reuniones, Neruda se detuvo a curiosear en la pequeña e infinita biblioteca de nuestro Director, encontrando algunas revistas y panfletos políticos de los tiempos de la UP (Unidad Popular), con la típica gráfica cubana de entonces, comentando que ellas debían tener un no despreciable valor comercial. Tomó también al azar un libro de Saramago, La Balsa de Piedra pudo ser, y comentó, considerando el grosor del volumen, que había que tener paciencia para leerlo. Nuestro Director le dijo que ese libro pertenecía a su mujer y que él mismo no lo había leído y que probablemente nunca lo haría.
Al final del encuentro nuestro Director agradeció al rapsoda la visita en sueños a esta revista virtual, sobre todo considerando que él siempre ha sido más parreano que nerudiano, pero después de este encuentro y generoso interés sin duda nuestro Director y esta revista estarán más proclives a la obra y persona de un Neruda mucho más cercano que el que habitualmente recordamos, lento, ampuloso y con ese sonsonete nasal tan característico que durante esta jornada onírica nunca apareció.
Después de despedirlo nuestro Director encontró en la mesita de la entrada un cheque bastante sustancioso que el poeta había depositado allí sin que él se percatara.
Haga usted también como Neruda, despierto o durmiendo defienda esta revista, la única en Chile, en Sur América y en el mundo dedicada sin desmayo a nuestra cultura regional, nacional e internacional.
Para cooperar vaya al siguiente link:
https://critica.cl/anexos/aportar.html
Más sobre Neruda en:
1) Josie Bliss, la amante birmana de Pablo Neruda después de 88 años
2) https://www.neruda.uchile.cl/index.html
4 comentarios
Imaginativo relato que ameniza la modorra de la pandemia.
Saludos Poblete.
Muy original y típico de la imaginación y creatividad del Editor. Me gustó.
Coinciden sus descripciones del poeta y su pareja, señor administrador, con mi experiencia en un hotel galante hoy desaparecido. Por un fallo de la política de privacidad del establecimiento, hubimos de recorrer un pasillo con él y una dama similar a la que usted describe. Al entrar yo y mi acompañante a la Habitación Azteca, escuché a don Pablo decir: yo no lo quiero, amada, para que nada nos una, que no nos amarre nada; algo así.