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Eduardo Mateo: el antropófago de Candombe y Rock.

por Leandro Hernández
Artículo publicado el 31/08/2011

Eduardo Mateo nació en Montevideo en 1940 y es parte de esa generación de artistas latinoamericanos que vivió su juventud durante la década de los sesenta y que se nutrió de influencias extranjeras y pudo, conciente o inconscientemente, elaborar una síntesis entre lo anglosajón y lo propio. Ese espíritu de síntesis que algunos han denominado antropofagia, es posible distinguirlo no sólo en Eduardo Mateo, sino que en toda una serie de músicos, escritores, pintores, cineastas y otros artistas que hoy, a más de cuarenta años desde su eclosión, configuran un aporte indiscutible en todas las esferas de la cultura tanto en la propia Latinoamérica como en el resto del mundo.

La primera relación de Mateo con la música se gesta al interior de su propia familia, algunos de cuyos integrantes fueron músicos de carnaval y murgueros. Así, desde pequeño tuvo contacto directo con la música negra, con el candombe y los tambores, lo que en cierto sentido fue modelando no sólo su oído, sino también su gusto por la improvisación como un modo legítimo de creación.

Sin embargo, no será hasta bien entrados los años cincuenta cuando se produce el primer gran encuentro con un estilo musical que le trazará un rumbo inicial, una primera veta que explotará con más fuerza años más tarde: el bossa nova y la manera endiablada de tocar la guitarra y de cantar, prácticamente en susurros, del gran Joao Gilberto. A este descubrimiento musical y artístico se sumará la gran influencia que, tanto en Brasil como en Uruguay, ejerció Vinicius de Moraes y la música compuesta para la película de Marcel Camus “Orfeu Negro”. A partir de esta experiencia nacerá el primer conjunto integrado por Mateo, cuando recién contaba 17 años: El bando de Orfeo.

El segundo gran momento, por su trascendencia en la obra del músico, será el año 1964 cuando escucha por primera vez a The Beatles. A raíz de esto formaría un conjunto. Los malditos, que versionaría a los de Liverpool con arreglos salidos del bossa nova y del genio del propio Mateo.

Los primeros conciertos en los que se escucharon las composiciones de Mateo tuvieron lugar en los legendarios teatros montevideanos Solís y Odeón dentro del marco de los denominados “Conciertos Beat”, donde además debutó un nuevo grupo, o nueva formación del ya mencionado “Los malditos”, The Knights.

Estas tres agrupaciones pasaron a la historia como etapas formativas en la vida musical de Mateo, pues el primer grupo de importancia real y que, para los especialistas, implica la verdadera síntesis de todo este periodo de (des)formación va a ser El Kinto, entre cuyos integrantes estuvo, además de Mateo, Rubén Rada. Esta agrupación probó todos los estilos y, según se dice, fue el primer conjunto uruguayo que hizo música beat en castellano. El Kinto se disolvió sin haber editado ningún disco, pero dejó material disperso que luego sería recopilado bajo el nombre de Musicación 4 ½ y Circa 1968, que de algún modo es el registro del periodo de auge del grupo cuando incluso conjugaron poesía y música en espectáculos vanguardistas bautizados como Musicaciones.

A partir del año 1970 la vida de Mateo comienza a verse teñida de problemas. Su fuerte personalidad se hace más agria, más escéptica, huraña, crítica. Su pasión por la bohemia le comienza a pasar la cuenta y a engrosar un prontuario policial que a fines de los años 80 tendrá registradas varias detenciones y estadías en la cárcel por tenencia y consumo de drogas. Su manera de trabajar y de concebir la música es incomprendida, o más bien es el propio Mateo – un amateur empedernido- quien no comprende la manera “profesional” de trabajar o de grabar en un estudio.

Su primer trabajo solista, Mateo solo bien se lame, data de 1972. Para que éste viera la luz fue sumamente necesaria la confianza y la paciencia de quienes idearon la posibilidad de registrar su obra. Es aquí donde aparece un nombre fundamental en esta historia, el del productor y técnico musical Carlos Píriz que es tal vez uno de los mayores responsables de que gran parte del trabajo del primer Mateo se pudiera conocer. Fue su labor de valorar y soportar la personalidad y los tiempos de éste dentro de un estudio y la no menos ardua tarea posterior de pegar y montar trozos de grabaciones dispersas o incompletas lo que nos permite hoy escuchar parte de la intensa obra de Mateo. La existencia de estos registros, que brota de la visión de Píriz de conservar material “descartable” o de registrar y conservar temas de “El kinto”, resulta valiosísima pues sin ese trabajo hoy no podríamos ni siquiera sospechar del talento de Mateo y estaríamos frente a una más de las muchas leyendas indocumentables que pueblan la historia del arte. Guardando las distancias, el trabajo de Píriz es comparable al de Max Brod; sin ir más lejos, Jaime Ross ha comparado la figura de Mateo con la de Roberto Arlt, que a su vez fue signado por Borges como“nuestro Kafka”.

Ya entrados los años 80, en plena dictadura uruguaya, la figura de Mateo se ha transformado en mito para algunos iniciados, o en parte del paisaje para la mayoría. Deambula por las calles de Montevideo en pijama pidiendo limosna o, como solía decir, pidiendo unos derechos de autor nunca pagados. Sus temas ya han sido versionados por músicos tan conocidos como Litto Nebbia, León Gieco o Jaime Ross. Sin embargo, el gran público lo desconoce, la oficialidad lo ignora, la crítica “bien pensante” uruguaya lo elude por considerar que su obra carece de contenido, de protesta social, de compromiso, y es así como su nombre se ve eclipsado por las figuras más politizadas y reconocidas internacionalmente de Viglietti, Zitarrosa o Los Olimareños.

Pero hubo quienes supieron ver a tiempo no sólo su talento, sino también la trascendencia de su música. Jaime Ross es tal vez el principal promotor y estudioso suyo junto al crítico y musicólogo brasilero Guilherme de Alencar Pinto, autor de la que es quizá la investigación más completa sobre la vida y obra de Mateo, Razones Locas (1994). Para ambos es incomprensible la poca valoración que tuvo el músico en su propio país considerando la enorme hazaña realizada en términos culturales: Mateo logró la síntesis entre la música anglosajona y la latina antes incluso que el propio Santana y, luego, cuando el rock se hacía cada vez más complejo, acercándose a lo sinfónico, continuó con su tozudez y presentó al mundo musical la posibilidad de seguir haciendo rock con una guitarra acústica y un tambor, con “Mateo solo bien se lame”. En rigor, además del ya mencionado, grabó un disco más como solista: Cuerpo y alma de 1984, cuando pasaba por un momento de relativo equilibrio personal y emocional . Su discografía se completa con cuatro trabajos realizados con el proyecto musical uruguayo La máquina del tiempo, más otros tres en colaboración con Jorge Transante, Fernando Cabrera y Rubén Rada, respectivamente.

Ahora bien, respecto a cuál es la real importancia del paso de Eduardo Mateo por la música, Carlos Polimeni, en su artículo La Vida breve, funda ésta en tres razones: por su invención; por la proyección de esa invención, el candombe rock; y finalmente, por las canciones que escribió y por la forma que eligió para sus arreglos.

Sobre el primer punto, ya hemos dicho que la hazaña cultural de Mateo fue realizar una síntesis entre el aporte musical anglosajón y lo propio. Este aspecto se refiere a un acto de antropofagia en la que se procesaron conjuntamente The Beatles, el rock, la psicodelia y Ravi Shankar con la banda sonora de su vida: la música afro uruguaya, la percusión de murga y carnaval, la milonga, el milongón, la influencia enorme del bossa nova, especialmente a través de su admiración por Joao Gilberto.

Sobre el segundo aspecto, el mismo Polimeni plantea que basta escuchar a bandas actuales como Los Piojos o Los Fabulosos Cadillacs, y podemos agregar a La Bersuit Vergarabat o la misma Mano de Filippi, para distinguir en sus propuestas una manera en que las influencias o las vertientes populares han sido traspasadas por el rock. Hoy en día esto resulta hasta natural, pero hace cuarenta años la historia era distinta.

Por último, respecto a sus canciones, a sus letras y a la manera en que estas canciones se han arreglado, solo decir que son a veces de una simpleza abismal, de una complejidad disfrazada de sencillez, de ritmos ocultamente endiablados, que se deben al truco de Mateo de hacer confluir en la guitarra, ritmo, armonía y melodía, desechando, si lo apuraban, inmediatamente esta última. Sus canciones hablan de estados íntimos, de amistades, de personajes más bien anónimos o del ámbito urbano, de amores perdidos y por conocer, de la propia música, de los tambores, de aquellos estados del alma que solo conoce el cuerpo, todo esto acompañado por una sintaxis que conforme avanzaba su debacle vital se fue haciendo más cercana a lo onomatopéyico, a veces al puro significante o sencillamente alejada de la lógica, además de una no despreciable invención de neologismos.

Parafraseando a Bolaño cuando se refería a los textos de Lihn, si es que alguien hiciera en el 2030 una antología de la música latinoamericana de los últimos cincuenta años, un nombre que no podría faltar por ningún motivo es el de Eduardo Mateo, pero como a éste todo lo que pudo salirle mal, finalmente le salió peor, lo más probable es que su nombre para ese entonces haya sido olvidado, mas no sus canciones que seguramente seguirán siendo revisadas por los más destacados músicos de este lado del mundo y del otro.

En Chile el nombre del músico uruguayo casi no se conoce, sin embargo muchos hemos escuchado por lo menos dos o tres de sus canciones gracias a las versiones y homenajes que le han brindado artistas como Pedro Aznar, quien incluso para su trabajo con canciones de destacados autores latinoamericanos, no sólo incluyó dos temas de Mateo, sino que tomó el título del segundo trabajo solista del uruguayo, “Cuerpo y Alma”, para bautizar el suyo editado en 1998.

Un cáncer al estómago mató a Mateo en 1990, pero su nombre ya es leyenda y su música ha permanecido como una bruta piedra rodante en la cual se vislumbran los destellos de una apuesta honesta, radical y sin concesiones a ningún poder de ninguna especie. Su música, como toda obra maestra que se precie de tal, ha permanecido mayormente oculta, pero por suerte el año 2000, en Argentina, se reeditó gran parte de su trabajo gracias a un acuerdo especial entre el bonaerense sello Acqua Records y el montevideano Sondor. Lógicamente esos trabajos no llegaron a Chile.

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