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Administración Piñera: plus 33-81=-48

por Jaime Vieyra-Poseck
Artículo publicado el 14/12/2010


Incendio de una cárcel de Santiago

 

 Artículo publicado también en elquintopoder.cl

Las matemáticas poseen el vértigo de lo preciso y exacto que en política —por antonomasia envuelta y arroyada por la abstracción de las altas y más bajas pasiones por el poder, y quizás por eso tan llena de ímpetus—, nos instala en verdades numéricas tan gélidas como irrefutables.
La Administración Piñera esta marcada hasta ahora por dos cifras inquietantes: los 33 mineros rescatados y los 81 presos comunes calcinados.

En el primer caso, los 33 abrazos presidenciales a los mineros, fue un éxito redondo del aparato propagandístico de Sebastián Piñera, y fue la culminación del más espectacular reality show made in Chile jamás visto en este país. Emitido urbi et orbi, también por Internet, se convirtió en el mega programa de propaganda política más exitoso en la historia de Chile. Los 33 abrazos presidenciales fueron la coronación y el clímax de una puesta en escena creada exclusivamente para maximizar la participación protagónica del Presidente.
El marketing político, como el comercial pero con otras técnicas, puede vender, si lo hace bien, todo, convirtiendo lo más sórdido en mieles. El uso y abuso político de los 33 mineros rescatados, fue en realidad una catástrofe anunciada y denunciada por los propios mineros en los múltiples contactos con las autoridades, entre ellas el Ministro de Minería, Laurence Golborne, denunciando las condiciones de extremo peligro laboral en que se encontraba la mina –ya había provocado un cuasi derrumbe con un minero amputado de una pierna como consecuencia-.
La ineficiencia de la Administración Piñera en la fiscalización y en la protección de las condiciones laborales de los mineros quedó eclipsada por el impacto mediático del rescate, propiamente de los mineros, pero también  del principal actor de este montaje propagandístico, Sebastián Piñera, que fue rescatado (¿para siempre?) del patológico déficit de empatía que padece (¿o padecía?) con la opinión pública.
Pero mientras todavía se saboreaban las mieles del éxito de los dos rescates (minero y presidencial) llegaron los 81 presos comunes envueltos  en otra catástrofe, también anunciada.
Eran 81 seres humanos delincuentes, el colectivo que la derecha durante 20 años en la oposición satanizó acusándoles de todos los males del país; haciendo uso y abuso de el único ítem donde ganaban a su contrincante político. Nunca en un país democrático se ha utilizado la delincuencia como primerísima causa política para ganar votos. En 20 años no faltó el día en que los medios de comunicación de la derecha (más del 80%) no especularan con la delincuencia como  noticia más  importante. Paradójica  y curiosamente al día siguiente de ganar la elección presidencial, como por arte de magia, la delincuencia desapareció de sus medios. Pero el efecto perverso de esta campaña contra la delincuencia tan falsa como efectiva, ya estaba enquistado en la conciencia de la sociedad y, más aún: había institucionalizado una represión feroz contra la delincuencia en todo el aparato del Estado y en el conjunto de las fuerzas políticas, asustados todos de perder votos.
Así pues, el resultado ha sido dramático: la sociedad sufre una psicosis colectiva de terror y miedo; Chile es el único país del mundo donde la ciudadanía tiene una percepción desmesurada de la peligrosidad de la delincuencia que no se concilia con la realidad: el país, según todos, los estudios internacionales, es el  más seguro de América Latina, más que EE.UU. y mucho más que varios países europeos desarrollados; ningún país tiene tantos presos comunes en relación a la cantidad de habitantes que Chile; ningún país contempla en su Código Penal castigos tan excesivos contra niños y niñas (desde los 13 años de edad); y lo peor: durante 20 años la derecha se ha opuesto sistemáticamente a todo programa de rehabilitación de los/las delincuentes, apostando sólo por la “mano dura e implacable”, tan poco eficaz como ya está verificado empíricamente como falto del más mínimo humanismo cristiano o laico.
¿Cuál ha sido la reacción de la Administración Piñera en esta nueva catástrofe? Pues echarle la culpa a los 20 años de gobiernos concertacionistas que, declaran, “no hicieron nada” en política carcelaria. No voy a refutar esta declaración que, por cierto, no se ajusta a la verdad, sólo  quisiera remitirme a la historia, a los hechos.
En efecto, en 1990 cuando se recuperó la democracia, Chile no tenía ni una cárcel nueva, y las que habían no recibieron ninguna  modernización; en una palabra: las condiciones eran inhumanas y paupérrimas. Y peor aún: existían un sinnúmero de cárceles-centros de tortura clandestinas distribuidas por todo el país, donde no sobrevivía (casi) nadie por los indecibles suplicios que padecían por esta política carcelaria de la dictadura, que los dos partidos ahora en el gobierno apoyaron, administraron y gestionaron. Todo hay que decirlo si queremos comprender el pasado para forjar el futuro.
Si quieres conocer el alma de un país, vete a visitar las cárceles y ver cómo tratan a sus presos comunes. Es la demostración empírica de que visión tiene ese país de los derechos humanos “hasta que duela”. Para la derecha chilena, intrínsecamente autoritaria –hasta ahora-, la visión que tiene del ser humano es biologista, o sea, que la delincuencia es innata en los individuos que delinquen y, por eso, irreversible. La variable social y sociológica no existe para esta derecha, la más importante si queremos implementar programas de rehabilitación y humanizar  las cárceles.
En la Administración Piñera  ni hay “cambio” alguno ni menos una “nueva forma de gobernar”, como anunciaron en su campaña presidencial. Lo único nuevo es una apuesta  total por el marketing político rodeando el insondable personalismo megalómano del Presidente Sebastián Piñera. Estas dos catástrofes así lo indican.
Los 33 abrazos presidenciales (¿de oso?) a los mineros rescatados de un  infierno anunciado y denunciado por los mismos mineros semanas  antes de la catástrofe, sin ser escuchados por los que los rescataron, así lo demuestra. El impacto mediático usado hasta lo obsceno por la Administración Piñera, en beneficio político propio, tuvo un final feliz. Y a pesar de toda la nauseabunda cháchara propagandística y el aprovechamiento político hasta la nausea, enhorabuena
Pero los presos comunes  calcinados en sus propias celdas en una muerte atroz por la ineficiencia de la Administración Piñera en fiscalizar las políticas carcelarias, ha sido el tiro de gracia al éxito al impacto mediático de los 33 mineros rescatados. Porque la Administración Piñera no está disponible para continuar mejorando las políticas carcelarias,  ni menos diseñar un Código Penal más orientado a la implementación de programas de rehabilitación como matriz para solucionar en forma humanitaria el desfase  entre  “mano dura” y resultados concretos en el mejoramiento de esta problemática. El Presupuesto del Estado para 2011, así lo demuestra: se ha reducido considerablemente el presupuesto,  por vez primera desde 1990,  para la implementación de las políticas carcelarias.
Todo esto hace que el resultado sea lapidario: a el  gozo mediático de los dos rescates: de  los 33 mineros con sus respectivos abrazos presidenciales que sacaron al Presidente de su pozo de déficit de empatía con la opinión pública, se deben restar 81 presos comunes calcinados por la indiferencia e ineficiencia de la Administración Piñera con  un colectivo satanizado  durante 20 años cuando eran oposición hasta el vértigo y el vómito.
Esta es la gélida realidad de las matemáticas trasladadas a la ambivalente arena política. Diabólicamente pareciera que la Administración Piñera fuese a la deriva,  llevada de aquí para allá, ya sea a miles de metros bajo tierra o enllamada en un incendio apocalíptico,  por el azar de catástrofes naturales (el mega terremoto)  o creadas  por los seres humanos, determinando su agenda política.
Habrá que esperar si el azar le otorgue a la Administración Piñera otra catástrofe. Y que tenga la posibilidad  de rescate mediático exitoso.

Jaime Vieyra-Poseck

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