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Adolfo Zaldívar, MENTOR y maestro de los “DÍSCOLOS”: Caballos de Troya en la Concertación.

por Jaime Vieyra-Poseck
Artículo publicado el 19/06/2007

Con un desparpajo a toda prueba, sin el menor rubor y con una ansiedad y pasión paradigmáticas, el ex presidente del PDC y actual senador de la República, Adolfo Zaldívar, ha declarado muchas veces  que la Concertación ha muerto, arrogándose de esta forma la paternidad de la alianza y, en un ejercicio de endiosamiento, ser su filicida.

Con estas  declaraciones rimbombantes a la que ya nos tiene acostumbrados, pretende  coronar estrategias políticas incontenibles que, por cierto, producen vértigo: volverse a ponerse en el eje de la actividad política en detrimento en todas sus dimensiones de la Concertación; y consagra así su gran operación de desarticulación concertacionista. Porque, es un secreto a voces que Adolfo Zaldívar ha diseñado una estrategia política que para reposisionarce  debe primero arrasar con la Concertación y más específicamente, en la coyuntura actual,  con el gobierno de Michelle Bachelet.

La pregunta es: ¿Puede un senador de la Concertación ser anticoncertacionista de la manera  brutal  desconstructiva que lo hace este senador? Ya la pregunta encierra un dilema perfecto. Es como preguntarse si un círculo puede ser un cuadrado. Porque, estamos ante la sinrazón surrealista de un opositor frenético  y fanático de su propio gobierno. Ya sabemos que las preguntas condicionan las respuestas. Pero lo intentaremos, no sin sonrojo por estar el tema analizado  repleto de vanidad, presunción y de esquizofrenia por el poder, y porque vale la pena tratar de arrojar un poco de luz en medio de tanto oscurantismo político.

En efecto, cuando fue presidente de la DC, la primera medida que tomó Adolfo Zaldívar al iniciar su presidencia, fue excluir de un plumazo su presencia en la reunión que sostiene regularmente el comité político, los presidentes de partidos y las bancadas parlamentarias concertacionistas; fue una especie de aperitivo indigesto de lo que sería el estilo de su reinado y lo que ha marcado su carrera política en todos estos años en que Chile lo ha tenido como invitado de piedra en el escenario político del país.

Si diseccionamos su estrategia política para reposisionarce  y ocupar las primeras páginas en la prensa,  descubrimos que prevalece en ella una posición hegemónica, con relación a la Concertación, inaceptable e impresentable por poseer un tufillo autoritario y absolutista al presentarse como el Todo y el que posee la Verdad (las mayúsculas son por él); su discurso, además, ha exhibido la soberbia del depredador político, y con ello ha devastado la prudencia política, cualidad elementarísima de todo político con un mínimo de sentido común; ha intoxicado la convivencia al interior de la Concertación al arrasar con posturas irreductibles, dejando caer sus planteamientos como un mazazo en la cabeza de la Concertación, y, por último, ha usado una retórica cuasiconsertacionista odiosa que ha oscilado entre un tibio apoyo a la coalición para después declararla moribunda y por último, muerta. Todo esto salpicado de una imprudencia política rayana en el peligro y con la cualidad de un gran maestro de eficacia corrosiva; su última “propuesta” con relación al Transantiago es una muestra cabal de este estilo: condiciona su voto favorable al proyecto de ley que otorga 290 millones de dólares al  Transantiago a  la salida del ministro de Hacienda y de Vivienda, en una demostración de irresponsabilidad política máximas, al ser la “propuesta” absolutamente inviable y sólo buscar la desestabilización del gobierno.

Así pues, Adolfo Zaldívar, el anticoncertacionista  de la Concertación, vampirizador de ésta, ha demostrado ser un hombre absolutamente consecuente: se ha convertido en un armador de conflictos profesional y en una de las peores  amenazas que ha enfrentado la Concertación, la cual viene desde el corazón mismo del conglomerado y, por eso, se presenta como un problema supuestamente irresoluble. Su propuesta política ha contribuido enormemente a obstaculizar el objetivo histórico de esta coalición: desarrollar y consolidar la democracia y sentar las bases para el bienestar social.

(Con relación al caso Transantiago, que es un problema gravísimo pero coyuntural, que no estructural, y que puede tener una sólida solución si se toman las medidas adecuadas rápidamente, Adolfo Zaldívar, igualando a la derecha y superándola muchas veces, ha usado su egoísmo político, su afición a la intriga y a una visión no matizada sólo para sacar provecho de esta crisis en beneficio exclusivo para él, -electoralista en el caso de la derecha- discriminando toda posible solución concertacionista; ha sobredimensionado la crisis –lo mismo que la derecha- con el solo afán de echar al tacho de la basura de la historia a esta coalición, en un acto de irresponsabilidad política salvaje, inaceptable en un senador del mayor partido de un conglomerado que no ha concluido su programa histórico y que tiene deudas importantísimas con todo el país, y, lo más crucial : que posee la voluntad política de una exitosa reformulación para continuar avanzando y afianzando la justicia social.)

Lo aberrante, y por eso patético de este  maestro y mentor de lo “díscolo”, es que no posee vocación de trascendencia política, sino sólo una hambruna partidista-electoralista. Con ello engendra el virus de las mezquinas y escandalosamente cicateras políticas cortoplacistas, de las cuales, por cierto, ya hay maestros y mentores en la derecha. Su presidencia  en su partido demostró  estar incapacitado para administrar grandes, dignos y viables compromisos; y ha degradado la actividad política al convertirla sólo en una pobre y lamentable comidilla de politicastros, convirtiéndose en el protagonista estelar de las luchas intestinas entre las fracciones concertacionistas que están diezmando a esta coalición. Además, esta forma de hacer política  es la que ilustra mejor el desfase entre dirigencia política y las bases que la apoyan. En este caso hay una asimetría insalvable, porque políticos “díscolos”como Adolfo Zaldívar, sólo ponen más sal en la herida de la gente por una miopía endémica que no le permite sino hacer política en beneficio propio.

Es necesario, además, tener en cuenta que Adolfo Zaldívar es muy representativo de cierta esencia almática del PDC. Así pues, este partido ha sufrido crisis identitarias cuando ve que pierde su plataforma de influencia. Es, entonces, cuando su tope cualitativo se estrecha y se convierte solamente en una desesperada búsqueda de lo cuantitativo. La obsesión de este partido de continuar siendo el más grande del país, a pesar de no alcanzar siquiera el 30 por ciento del electorado, agudiza esa obsesión, que, por lo demás, a veces le ha creado un complejo de superioridad abrasador con las demás fuerzas políticas. Esta especie de esquizofrenia política lo ha llevado a equivocaciones históricas en su compromiso de convivencia y solidaridad políticas, eligiendo el camino propio a costa inclusive de sacrificar la democracia, como sucedió en la crisis institucional que padeció el gobierno de Salvador Allende, cuando este partido se unió a los golpistas y liquidó la democracia, en un error histórico con las consecuencias que todos conocemos, error del cual ya se han hecho todos los mea culpa necesarios y posibles.

La conclusión es obvia, de vértigo y atenaza: si la Concertación entra en crisis  y en un intento desesperado de refundarse, pierde el sentido de las proporciones políticas, y se elige el camino propio, como hasta ahora parecieran proponer los “díscolos” con su maestro y mentor, Adolfo Zaldívar, en primera línea, terminará no en una refundación, sino más bien en una fundición, arrastrando y arrasando con ello un proyecto político noble, que está destinado a cambiar las estructuras económicas y sociales del país en beneficio de las grandes mayorías.

El ex-Presidente de la República, el concertacionista Eduardo Frei Ruiz-Tagle, ahora, ¡ay! convertido en uno de los “díscolos”, estaba absolutamente en lo cierto cuando comentaba los irresponsables dichos de Adolfo Zaldívar sobre la muerte de la Concertación: “Los caminos propios liquidaron la democracia”, y llama “(…) a no repetir los errores del pasado”.

Si la historia registra la carrera política del eterno “díscolo” Adolfo Zaldívar y ahora de sus seguidores,  contará de la tentativa del camino propio y de la miopía política de repetir los errores del pasado.

Este Caballo de Troya al interior de la Concertación, esta exuberante figura que, exultante y euforizada, es un completo exceso, un depredador de la pluralidad de formatos y la apoteosis de la imprudencia política, tendrá que, por un mínimo sentido común y de cordura, no crear adicción.

Chile, de seguro, así lo espera.

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