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Crecimiento con inequidad

por Jaime Vieyra-Poseck
Artículo publicado el 10/10/2008

Publicado también en Primera Línea (La Nación)
elmostrador.cl y elquintopoder.cl

 

El axioma que muchos han sustentado -que el crecimiento económico es el único paradigma para superar la pobreza-, ha sido refutado nada menos que por el todopoderoso Banco Mundial en su último informe. Según este organismo, el crecimiento económico global ha profundizado las asimetrías entre ricos y pobres, personas y países, en favor de los de siempre: las personas y los países ricos.

El crecimiento económico mundial ha sido en 2006 del 4%. La consecuencia de este 4% de aumento de la riqueza, paradójicamente,  es un dramático empeoramiento de la pobreza ya omnipresente.  Según este informe el 54% de la población mundial vive con menos de dos dólares al día y el 22% con menos de un dólar diario, o sea, el 76% de los habitantes de la tierra vive en condiciones paupérrimas. Estos mismos porcentajes pueden extrapolarse al interior de muchos países pobres del llamado Tercer Mundo, como Chile, donde el “límite de la pobreza” según los parámetros oficiales, es de 90 USD. al mes (47.090 pesos), o sea 3 dólares al día, aproximadamente 1.580 pesos.

La teoría de que las desigualdades económicas y sociales en la primera etapa del crecimiento económico irían desapareciendo con un crecimiento económico sostenido por el famoso (y humillante) ”chorreo” –lo que sobra del crecimiento alcanzaría chorreando (¡qué palabreja!) inclusive a las capas pobres de la población-, ha terminado por derrumbarse con la presión de la dura realidad.

La visión reduccionista de la política económica que hemos aprendido del neoliberalismo radical, discrimina las otras tres áreas  que son una triple condición indisociable con la política económica  la cual no sobrevive sola, me refiero la acción política,  a la cultura y a lo social; porque si nos basamos en el último informe del Banco Mundial, y no hay nada que nos indique que su método de análisis sea refutable, estaríamos frente a una paradoja trágica: mientras más crece el producto interior bruto (PIB) mundial,  cerca del 4% , peor va el mundo, especialmente para los desdichados países pobres, o sea, donde viven  las cuatro quintas partes de la población del planeta.

Algo debe chirriar ensordecedoramente en la maquinaria de este orden económico mundial con un solo corpus teórico económico dominando todo el planeta, si las desigualdades económicas y, por tanto sociales, son tan perversas.

Porque, y basándonos de nuevo en el mismo informe, si el crecimiento económico se traduce en más desigualdad para los países pobres, esta reproducción de la  pobreza y su intensificación nos está indicando que, a pesar que el crecimiento económico es una realidad mundial, éste, por sí mismo, no distribuye la riqueza en forma equitativa. En dos palabras: aunque la tarta se agrande cada vez más y,  por un extraño mandamiento no pueden llevarse a cabo políticas orientadas  a la distribución equitativa de la tarta, la única solución  que ofrecen los fundamentalistas neoliberales es que la torta debe crecer y crecer  para poder repartirse mejor; lamentablemente esta tesis no se concilia con la realidad.

¿Y qué pasa con Chile en este enrarecido e injusto contexto económico mundial?

Si examinamos desapasionadamente el caso chileno, comprobamos que la aplicación del neoliberalismo no fue del todo ortodoxa y radical como algunos han sostenido. Aquí, como en ninguna otra parte, se regularon, por ley,  las inversionesgolondrinas (las especulativas) con sanciones; y la principal riqueza del país en manos del Estado, la minería del cobre (que, desgraciadamente por no haberse todavía diversificado la economía, continúa siendo la base más significativa del ”sueldo de Chile” como lo calificó Salvador Allende), no ha sido privatizada.

En efecto, a pesar de este estreno heterodoxo del modelo económico, el gobierno dictatorial implementó cambios estructurales arrasadores y de una agresividad salvaje abriendo heridas  en la clase trabajadora como también en la media- media y media baja y poniendo  sal en ellas. La dictadura, carente de la más mínima sensibilidad  social y casi sin programa de envergadura en esta área, dejó una herencia de casi 5 millones de pobres, según sus propios datos (un 38,6% de pobres de los cuales 13% era indigente).

Desde 1990 la Concertación ha tratado de aplicar el dulce crecimiento con equidad. Y esto es lo que tenemos: se necesita crecer económicamente mínimo en un 7% anual y en forma sostenida por al menos 10 años para superar la pobreza y subirnos al carro de los países desarrollados. Esto si nos ceñimos a la visión sóloeconomisista de los apóstoles integristas del neoconservadurismo neoliberal que le otorga al crecimiento económico el paradigma de todas las soluciones, entre ellas el fin de la pobreza, y que el último informe del Banco Mundial refuta elocuentemente.

Los gobiernos de la Concertación han sido capaces   de  implementar políticas públicas y han comprendido que es improductivo jugarse todo a una sola carta como es el planteamiento de la derecha que maximiza  y sobrevalora  sólo el crecimiento económico, más aún en una economía globalizada turbulenta y de fuerte agresividad competitiva. Una conducta prudente sería otorgar la posibilidad de agregar otras propuestas a esta única carta con que navega Chile actualmente. Sería conveniente examinar con detalle y en profundidad una reforma tributaria si de verdad se quiere financiar un Estado de Bienestar básico, ya que el financiamiento de ese Estado requiere que éste controle por lo menos el 30% del PIB (actualmente según datos oficiales tiene sólo el 18%). Este debate de reforma estructural del sistema tributario chileno debe partir ¡ya!, si en verdad existe voluntad política para modificar el sistema en forma estructural. Por el momento no se ha inventado otra fórmula  para financiar un Estado social que con un sistema tributario solidario donde los que tienen más pagan más  y reciben menos y los que tienen menos pagan menos y reciben más.

Uno de los enormes logros de la era concertacionista ha sido esta valiente tentativa de conjugar una política económica de mercado con un programa social de enorme envergadura, y que ha recogido aciertos loables como la disminución de la pobreza dura de más del 38,6% cuando llegó al poder en 1990 al 13% al año en curso (esta medición de la pobreza es según los paradigmas chilenos, que más adelante se comentan). También está en proceso un gran esfuerzo en áreas estratégicas como la educación y la salud para alcanzar un status quo de calidad en los recursos humanos, dos áreas esenciadísimas  para dar el salto al desarrollo. Esta forma de administrar la economía de mercado  con un programa social de envergadura, nos indica que es la forma más adecuada  en esta coyuntura histórica para articular y plasmar un proyecto político progresista, y deja sin argumentos a sus detractores, tanto a la izquierda como a la derecha de la Concertación que no ofrecen ningún proyecto viable, equilibrado y destinado a las grandes mayorías.

En fin; Chile no escapa al dilema posmoderno que corroe a todos los países en vías de desarrollo: el crecimiento económico está convirtiéndose en crecimiento con desigualdad, por contradicciones intrínsecas en el sistema neoliberal, que otorga  al crecimiento económico por sí mismo la facultad de terminar con la pobreza y la distribución asimétrica de la riqueza. Para desengaño de los apóstoles del neoliberalismo salvaje, esta premisa ya está superada: el último informe de nada menos que del (conservador) Banco Mundial así nos lo indica.

Nos parece que la Concertación ya lo tenía muy claro mucho antes de este informe. Enhorabuena por Chile.

¿Propuestas para ir mejorando esta experiencia chilena inédita en el mapa político y económico mundial? Transitorias, porque en política económica como en filosofía política no hay soluciones definitivas. Una política económica razonable y con sensibilidad social es la que ha puesto en marcha la Concertación con aciertos y desaciertos, como toda empresa humana. Este conglomerado  no ha tenido sólo el crecimiento económico como llave mágica para superar la pobreza, sino que  ha implementado  políticas públicas equilibradas, viables financieramente y ajustadas al contexto chileno. De esta forma son operativas  subvenciones directas a la educación, a los programas sanitarios, a la seguridad jurídica, a las facilidades creditivas,  etc.  Pero  todo esto no basta para la distribución equitativa de la riqueza en Chile. Porque ya sabemos que ni el mercado  desregularizado ni el crecimiento económico por sí mismo y aunque la tarta se agrande y se agrande, la pobreza se va reproduciendo, es urgente dotar al Estado  de mayor fortaleza económica y social que asegure la distribución de la riqueza. Así  lo han hecho históricamente países como Suecia, Finlandia, Noruega o Alemania,  principalmente por gobiernos socialdemócratas, y el caso específico y más reciente  de la España en la era del socialista Felipe González, el cual sentó las bases de la Sociedad del Bienestar en ese país y que ya es la novena economía del mundo. Menciono estos ejemplos como modelos para el Chile que se trata de construir, pero también, y muy especialmente, como tranquilizador para la derecha dura chilena que es la dueña del capital en Chile, para que no le teman a un Estado más musculoso: un Estado potente y con real poder para gestionar un sistema de bienestar social básico para las grandes mayorías, no funciona en absoluto en detrimento de la empresa privada, sino todo lo contrario, le otorga a ésta la posibilidad de desarrollar  más ordenadamente su agenda de negocios bajo un cuerpo jurídico claro y transparente, además de alentar  el dialogo social expedito y sin crispaciones innecesarias para consensuar y consolidar un pacto social en beneficio tanto de  trabajadores  como de empresarios. Un Estado potente que se hace cargo de los derechos básicos del bienestar de las grandes mayorías (salud, educación y vivienda, principalmente) otorga estabilidad política y cohesión social; en dos palabras: gobernabilidad asegurada y credibilidad en las instituciones del Estado, dos condiciones determinantes para que el mercado opere sin problemas.

Una reforma tributaria estructural dotaría al Estado chileno de recursos suficientes para ir superando la pobreza y la asimetría en la distribución de la riqueza. Con un Estado capaz de financiar una Sociedad del Bienestar básica, estaría en condiciones de subir la “línea de la pobreza” que se ubica en Chile en los 47.099 pesos mensuales (90 USD), para las zonas urbanas y 31.756 pesos para las zonas rurales (60 USD). Sin duda Chile tendría la posibilidad de ser más ambicioso y subir estos parámetros de medición a por lo menos un sueldo básico (144. mil pesos por mes). En los países desarrollados el “límite de la pobreza –que oficialmente ronda entre un 10 a un 13% de la población, es de aproximadamente 950 USD, o sea, cerca de 500 mil pesos chilenos. No podemos aún en Chile ni siquiera soñar con estas cifras, pero sí con 273 USD (144 mil pesos). Porque debemos tener muy mucho en cuenta esta realidad: nadie en Chile no es pobre con 144 mil pesos mensuales; con 47.090 al mes no se es pobre en Haití, uno de los países más pobres del mundo, pero en Chile sí. Es urgente un ajuste en la variable  “límite de la pobreza” para que se vaya acercando a la de los países desarrollados pobres, como Portugal o Polonia, por ejemplo. El punto de comparación debe ir modificándo su foco en forma gradual: Chile debe comenzar a compararse con países desarrollados pobres, si queremos realmente dejar de serlo. La voluntad política de la Concertación está, nos parece, disponible para organizar y administrar este cambio estructural urgente y necesario, un cambio que debe  dotar al Estado del 30% del PIB, y esto sólo se logra, en parte, dotando al sistema tributario de un corpus teórico solidario para que su praxis también lo sea.

Por otra parte, la política exterior chilena debe poner sobre la mesa  de debate y negociación la urgente necesidad  impostergable de un nuevo orden económico mundial con organismos políticos globales que no funcionen en detrimento de los países pobres y que garanticen el equilibrio económico entre Norte y Sur, entre países desarrollados y subdesarrollados, para que estos últimos se beneficien del crecimiento económico mundial en la era de la globalización; como también consensuar la integración de todos los países de Sudamérica; en el futuro más próximo sólo la unión de muchos países podrán hacerse escuchar y sacar adelante sus propuestas, un país asilado será invisible en el contexto mundial globalizado, más aún un país pequeño como Chile y geopolíticamente  ubicado al “fin del mundo”.

Por último, es necesario diversificar el único baremo para medir lo económico como un valor en sí mismo y que supedita y reduce toda la actividad humana a una sola categoría mercantilista-consumista. El ser humano bajo esta sociedad se está convirtiendo, o reduciendo mejor dicho, sólo en un ser-cliente, y no en unser–ciudadano como se desearía, otorgándole a esta palabra la capacidad y el derecho de las personas a  decidir el futuro de su sociedad y, por tanto, de ellas mismas. El aprendizaje de ser un ciudadano es mucho más que aprender sólo el valor de la oferta y la demanda de un sinfín de productos, la mayoría de las veces inútiles.  El crecimiento económico como panacea absoluta para solucionar todos los problemas sociales y humanos, se ha convertido en un dogma más, en una era que se auguraba libre de esa plaga. Para acabar con ella se requiere de Estados potentes, con capacidad para hacer lo que el crecimiento económico por sí mismo no hace o no es capaz de realizar: distribuir la riqueza en forma equitativa y así reducir la pobreza al máximo.

Para esto es urgente agregar nuevas categorías y estrategias. Ya sabemos  que hay que conciliar crecimiento económico con equidad social y, hay que agregar ahora, además,  el respeto al medio ambiente. El modelo actual a nivel mundial está desintegrando la cohesión social por ser incapaz de repartir la tarta con equidad, pero además es un feroz depredador del medio ambiente.  Hay que darle total prioridad al capital humano, social y medioambiental para completar el mapa que hará posible el desarrollo sostenible y sustentable, categorías que son fundamentales, por lo demás, para alcanzar el bienestar de todos y no de unos pocos como hasta ahora. El  respeto al medio ambiente se ha convertido en una condición esencial  para salvar nada menos que la existencia humana en el planeta. Estas dos premisas –crecimiento con igualdad y respeto  ecológico- son las que dominarán el escenario político local y mundial durante las próximas  cinco décadas. Para lograr la meta que se propuso el mundo en  2000  en Naciones Unidas y materializar su propuesta  Objetivos del Milenio, a saber, reducir la pobreza mundial a la mitad en el año 2010 e implementar programas medioambientales, las políticas económicas deben traducirse a políticas sociales y ambientales y volver a dotar al Estado de capacidad para que administre ese proceso  que en Chile y en toda América Latina es absolutamente impostergable si queremos consolidar definitivamente una  democracia de calidad y superar la pobreza repartiendo la tarta en forma equitativa.

Jaime Vieyra-Poseck

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