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Crash del capitalismo neoliberal (2008)

por Jaime Vieyra-Poseck
Artículo publicado el 20/08/2008

Publicado también en Primera Línea (La Nación)
elmostrador.cl y elquintopoder.cl

 

El concepto mercadocracia es un neologismo que podríamos definirlo como una minoría con hegemonía económica que ejerce el poder de facto sobre todas las instituciones del Estado y la representatividad democrática de las mayorías.

En rigor, la mercadocracia ya tiene más de treinta años de existencia desde que sus progenitores, el matrimonio político e ideológico entre el 40° presidente de los EE.UU, Ronald Reagan, y la ex Primera Ministra de Gran Bretaña, Margaret Thatcher, engendraran a finales de la década del setenta, con su Revolución Conservadora, lo que se llamó, neoliberalismo.

En dos palabras, el neoliberalismo es la minimización obsesiva  del Estado —hasta la anorexia— y la máximazión  del mercado desregulado políticamente hasta convertirlo en el Poder, con mayúscula, que controla y regula toda la actividad económica, política y social en la sociedad, restringiendo la democracia del Estado liberal hasta ser, verdaderamente, reemplazada por una mercadocracia corporativista protectora de políticas de derecha como receta única.

La consecuencia más tangible de la mercadocracia corporativista del neoliberalismo en sus más de treinta años de existencia, ha sido la gradual desconstrucción de la Sociedad del bienestar en los países desarrollados, y la obstrucción  deliberada de su construcción en los países emergentes, a pesar de existir ya (casi) unanimidad transversal en que la Sociedad del bienestar es la mejor infraestructura de justicia social, hasta ahora conocida, para vertebrar sólidamente la cohesión social.

La receta única que ha impuesto la mercadocracia, inclusive estando los Estados administrados por la izquierda socialdemócrata, son las políticas de la derecha, creadora y apologista del neoliberalismo y de la mercadocracia, y son de un reduccionismo demoledor: bajar los impuestos a los ricos y, paralelamente, bajar la protección social (que debe garantizar el Estado democrático, especialmente a las capas más vulnerables de la sociedad).

Ahora bien, sin entrar en detalles de las asimetrías económicas y sociales ni de las causas y efectos técnicos de la crisis financiera que el sistema neoliberal ha provocado, lo que me interesa en este artículo es destacar un efecto que muy pocos han explorado y que es  tan o más perverso que los demás: el trastorno del sistema democrático liberal bajo el capitalismo neoliberal por la imposición de facto de la mercadocracia.

Las violaciones de la legalidad y la irresponsabilidad de los actores del mercado desregulado políticamente de la mercadocracia corporativista,  han sido tanto corrosivas para la institucionalidad democrática como letales para el respeto a los derechos sociales y económicos de todos los ciudadanos que un Estado democrático debe garantizar en todas sus dimensiones: libertad, igualdad, legalidad, responsabilidad y legitimidad; cualidades que son la antítesis de la mercadocracia corporativista del neoliberalismo.

El colapso de todas estas variables, columna vertebral de la democracia liberal, ha dejado al Estado democrático desautorizado de la confianza pública, y —lo más inquietante— lo está erosionando temerariamente y sepultándolo, con la política y los políticos incluidos, en una crisis sistémica de credibilidad y legitimidad crónica. En esta abyecta y demoledora realidad lo que está en juego, en última instancia, es la tradición del pensamiento liberal ilustrado: la democracia, la igualdad y la fraternidad, que ha sido el vivero del progresismo democrático durante los dos últimos siglos.

La macrocrisis financiera del neoliberalismo que estalla en agosto de 2007 en los países centrales del sistema, EE.UU y Europa principalmente, tiene enfrentados a los Estados democráticos y a los mercados en una verdadera guerra de destrucción masiva, no sólo devastación de oportunidades y de un futuro medianamente digno de millones de personas en todo el mundo, sino también ha detonado el desmoronamiento y la desarticulación de la institucionalidad de la democracia representativa, de consecuencias impredecibles.

La crisis financiera del neoliberalismo ha revelado con entera claridad cómo la mercadocracia corporativista define las políticas del Estado democrático, devastando la voluntad popular al imponer medidas que benefician enteramente a los agentes del sistema financiero, genuinamente de derecha, en total detrimento de los trabajadores y de la clase media-media y baja y, en gran medida, de la voluntad popular expresada en forma democrática.

Paradójicamente,  la única receta para gestionar y (¿solucionar?)  la crisis del neoliberalismo han sido más políticas neoliberales genuinamente de derecha: recorte violento del gasto social y, al mismo tiempo, una operación de rescate al sistema financiero y a la banca con factura para todos los ciudadanos «de a pie”. Todo esto subordinado a una insensible austeridad para reducir el déficit público, verdadera obsesión de la mercadocracia,  para “calmar” y “satisfacer” las exigencias insaciables del mercado desregulado. Las recetas neoliberales para solucionar la crisis financiera, que se ha amplificado en crisis social y política, ya son empíricamente inviables e inoperantes. No se puede solucionar la crisis que ha provocado la excluyente mercadocracia del neoliberalismo —como la está gestionando la Unión Europea, gobernada casi en su totalidad por la derecha— con recetas del mismo sistema que la provocó: la crisis no la originaron los países con deuda pública, ésta es el efecto y no la causa de la crisis, la causa es un sistema financiero y una banca desregulada que, además de ser el causante del déficit público, está contaminada de excesos.

En la segunda fase de esta crisis financiera, que pareciera no tener fondo, los mercados, que en el primer ciclo temieron ser regulados,  se han vuelto a imponer, pero ahora con más virulencia y ya convertidos en verdaderos tiburones despiadados contra los Estados.

En el combate entre Estado-mercadocracia del neoliberalismo y  Estado-democrático del liberalismo ilustrado, el primero está saliendo, en plena segundo etapa de la crisis, más fortalecido, más arrogante, más bizarro, más endiosado y más corrupto. Y haciendo más megabillonarios a los que crearon la crisis,  mientras, al mismo tiempo, se envían al tacho de la basura de la historia a una o dos generaciones del ochenta por ciento de los ciudadanos.

La imposición de facto de la mercadocracia corporativista del neoliberalismo y sus siniestras consecuencias en el Estado democrático liberal ilustrado, ha encendido todas las luces rojas tanto en las izquierdas y las derechas liberales republicanas: la conclusión es que el neoliberalismo no es un renacimiento del liberalismo ilustrado, como planteo la derecha en un momento y las izquierdas no lograron refutar, sino su tan perversa como trágica tergiversación y es, más bien, una patología del liberalismo ilustrado. Esta óptica, sin ningún género de dudas, otorga un tan saludable como ponderado optimismo.

En este inquietante contexto global, el nacimiento de los indignados, independientemente si este movimiento es operativo o no, es la respuesta global contra los abusos del poder de facto de la mercadocracia que ha creado el neoliberalismo y, no podemos evitarlo, nos devuelve el derecho a soñar.

Lo que exigen los ciudadanos desde Alemania a Chile pasando por EE.UU, España e  India, no es sólo la gobernanza global de una verdadera democracia participativa, sino también la gobernanza y el control político del sistema financiero y el fin del capitalismo neoliberal y su mercadocracia corporativista de facto. Y el honor  y la decencia ciudadanas piden a sus políticos, si quieren tener algún futuro, la sanción punitiva a los tiburones-delincuentes de cuello blanco de las Wall Streets mundiales.

Sin duda, todas las crisis tienen un componente positivo, toda vez que ofrecen una oportunidad de cambio real que, en el mejor de los casos, pueden solucionarse en beneficio de las grandes mayorías. Y esta demoledora crisis financiera del último capitalismo en su versión neoliberal con un Estado reducido a una mercadocracia corporativista de facto que estamos padeciendo, no es una excepción a esta premisa.

Jaime Vieyra-Poseck

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4 comentarios

El problema no son las politicas de derecha, es el control del que tiene poder sobre los demas. Vemos que tanto en sistemas comunistas como capitalistas que se ejerce el control sobre los individuos a traves de los medios, salud, alimentacion, educacion, economia etc. De echo en paises democraticos, actualmente, el control viene de programas de izquierdas que son igual de devastadoras para los systemas de arriba. La intencion es la misma da igual de si es de derechas o izqierdas : el control del ser humano a traves de medios de comunicacion, educacion, salud, economia, finanzas etc.

Por gina el día 29/05/2021 a las 10:38. Responder #

[…] https://critica.cl/politica/crisis-del-capitalismo-neoliberal-mercadocracia-versus-democracia. […]

Por No debemos aceptar la MERCADOCRACIA construida por los grandes medios - Striptease del Poder el día 14/09/2020 a las 23:43. Responder #

[…] Convierte el sentido de la vida en uno solo: un consumismo tan vacuo como aditivo, consolidando la mercadocracia: el sistema de facto del mercado desregulado privado creando una dicotomía imposible de conciliar […]

Por La era de la estupidez - El Quinto Poder el día 11/07/2017 a las 13:16. Responder #

El capitalismo lo está desnaturalizando todo, es antinatural, conspira contra la humanidad, y caerá por su propia sinvergonzonería cuando los seres humanos no podamos más extenuados por la contaminación que genera y por la salvajada de dinero que roba a la gente que ya no es asumible por bastantes países como España, Grecia, etc. Yo añadiría a lo que dice Klein que contra multinacionales que producen por ejemplo juguetes en serie generando impacto medioambiental que no son más que moldes de plástico rotomoldeados vendidos a 30 euros (una fortuna inasumible en Toysurus) pues la medicina es artesanos jugueteros especialistas en su trabajo que apenas generan impacto medioambiental, su producto es de mayor calidad y no va a ser arrojado a la basura de forma seriada en trecientos mil lugares del planeta tierra.

Por elia el día 22/10/2013 a las 05:39. Responder #

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Requerido.

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